Una de las ideas más controversiales que circula en las redes sociales es que la pandemia y sus estragos están desnudando las falencias del “capitalismo”. Este argumento ha sido hecho por activistas anónimos y vociferantes, por políticos importantes -el Presidente López Obrador en México-, por curas y prelados, y por pensadores insignes y respetadísimos, como el lingüista Noam Chomsky.

La idea es más o menos la siguiente: mientras más profundo el capitalismo, menos preparado estaba el país para enfrentar una plaga generalizada. Esto, porque la codicia no es consistente con la salud pública. Vale decir, mientras más capitalismo, más profunda la crisis y mayor el número de muertos en relación a la población.

Pero resulta que los hechos indican, exactamente, lo contrario.

Son, precisamente, los países con economías más competitivas y transparentes -es decir, más capitalistas- los que más rápido han podido controlar la pandemia. En otras palabras, mientras más “capitalismo competitivo”, más eficiente el control de la plaga. Nótese la importancia del adjetivo “competitivo”. No basta con un capitalismo a secas, ni con uno basado en los contubernios, las colusiones y las redes de amigos. Al contrario, ese tipo de “capitalismo no competitivo” es poco eficaz y tiene escasa capacidad de respuesta ante una crisis de proporciones. El sistema ganador es el capitalismo competitivo, transparente y democrático, el capitalismo liberal y paternalista, el capitalismo más igualitario que cuenta con amplias redes de apoyo social.

El sitio especializado endcoronavirus.org divide a los países en tres grupos: aquellos que están controlando la plaga; los que han progresado mucho, pero aún no la controlan, y las naciones a las que aún les falta mucho camino por recorrer. Chile está en este último grupo, lo que indica que sería claramente prematuro y poco responsable levantar las cuarentenas en las próximas semanas.

En el primer grupo -el de los países que tienen la plaga bajo control-, hay 20 países, incluyendo Australia, Nueva Zelandia, Islandia, y Noruega. Menciono a estas naciones en particular, porque al igual que Chile son países pequeños, ricos en recursos naturales y exportadores de commodities.

Ninguno de los 20 países exitosos está en las Américas. Tampoco hay países de Europa Occidental. Siete de ellos son asiáticos. Muchos, pero no todos, son pequeños (China, Corea del Sur, Vietnam, son claras excepciones).

Una cuestión particularmente interesante es cruzar estos datos sobre la pandemia con las características de los sistemas políticos y económicos de estas naciones. Para ello tomé dos fuentes. Los estudios sobre sistemas económicos del Simon Fraser Institute, de Canadá, y la evaluación sobre la calidad de las democracias de la ONG Freedom House.

Los resultados son categóricos: la inmensa mayoría de los países exitosos en controlar la pandemia -17 de 20- tienen sistemas económicos o “muy competitivos” y “competitivos”, en el sentido de estar en la mitad superior del índice de libertad económica. De estos, 10 son “muy competitivos”. Las grandes excepciones son China (en el lugar 113) y Vietnam (en el puesto 119). El uso de otras métricas, como el Doing Business del Banco Mundial, arroja resultados similares.

China y Vietnam tienen características comunes. Además de ser naciones asiáticas, sus sistemas políticos son sumamente autoritarios; los derechos civiles son precarios o no existentes. La respetada institución Freedom House mide, anualmente, el grado de libertad política en prácticamente todos los países del globo. A cada nación le otorga un puntaje que va desde 100 (sociedad políticamente libre) hasta cero (dictadura o tiranía absoluta). Una vez conferido el puntaje, los países son calificados como sociedades “libres,” “parcialmente libres” o “sin libertad”. (Chile está en el primer grupo).

De los 20 países que están controlando la pandemia, solo tres son “no libres” -China, Camboya y Vietnam- y otros tres son “parcialmente libres” -Jordania, Líbano y Tailandia-. Los otros 14 son naciones con sistemas democráticos vibrantes, transparentes y avanzados. Son capitalismos democráticos.

Tan importante como lo anterior es recordar que el virus empezó en uno de los poquísimos países gobernado por el Partido Comunista. El secretismo, la falta de información libre, la censura, el autoritarismo, el encarcelamiento a quienes trataron de dar la alarma y el negacionismo son algunos de los factores detrás del estallido de la pandemia. Todos los expertos coinciden en que si se hubiera dado la voz de alerta en noviembre, cuando aparecieron los primeros casos en China, el estrago sería mucho menor.

Quienes hablan del fin del capitalismo hacen referencia al hecho de que, una vez desatada la crisis, los gobiernos han actuado masivamente, tanto en lo sanitario como en lo económico.

Pero, y tal como lo expresara Adam Smith en 1776, ese es, precisamente, el contrato social del capitalismo. El Estado es limitado, pero fuerte. Debe hacer pocas cosas, pero debe hacerlas bien, con eficiencia y parsimonia, con transparencia y bajo control democrático. Este contrato social incluye la noción de que, ante catástrofes generalizadas, el Estado actúa como una gran compañía de seguros que distribuye pagos a quienes son afectados por la hecatombe. Es una compañía de seguros “patas arriba”, que primero paga las pólizas implícitas y luego cobra los premios, por medio de mayores impuestos o inflación.

Al contrario de lo planteado por tanto pseudogurú en las redes sociales, la pandemia no es evidencia del fracaso del capitalismo. Al contrario, los resultados, hasta ahora, indican que son los países con capitalismos competitivos, democráticos, transparentes, igualitarios y paternalistas los que están mejor preparados para salir adelante.