Cortafuegos emocional: La familia presidencial en los días más difíciles de Piñera

Frente al estallido social, los Piñera Morel se refugiaron en sí mismos. Hijos y nietos se encargaron de acompañar al Mandatario en las semanas más delicadas de la crisis, mientras que sus amigos más cercanos volvieron a asumir el rol de importantes consejeros políticos.


Cuando Cristóbal, el menor de los hijos del Presidente, le reenvío a su mamá el audio en que ella misma hablaba, descolocada, sobre el estallido social, Cecilia Morel no lo podía creer. Lo había mandado al chat de compañeras de curso, pero ahora los alienígenas de Plaza Italia eran tema de discusión nacional. Morel decidió reaccionar y tuitear las disculpas del caso. Antes, alcanzó a reírse de sí misma y de su “condoro”. Luego respiró hondo y salió a enfrentarlo.

Ahora, un año después, en la familia Piñera corren los chistes sobre la primera dama y los extraterrestres y por sus chats circulan algunas imágenes que alivianan un poco la carga de un año pesado. Hace pocos días comentaban un meme con la foto de Miguel Piñera, y la lectura era que, al final, el “Negro” no era la oveja negra de la familia.

Allí estaban los Rossel Piñera, hijos de la primogénita del Mandatario, además de Pablo “Polo” Piñera, el hermano-íntimo de Sebastián. El Presidente no iba a dejar de celebrar a “Juanito”, aun cuando la situación en Santiago comenzaba a desbocarse. Dudarlo sería ignorar cómo operan su cabeza y sus emociones. Aunque con la perspectiva del tiempo, él mismo reconoció en este diario que fue un error haberlo hecho.

Si hay algo en lo que coincide su entorno más próximo, es que su familia ha sido su máximo refugio. Durante todo el año, el Presidente intenta pasar a ver a alguno de sus nietos a la vuelta de la oficina. Entra a la casa de Magdalena, Cecilia o Cristóbal, “desordena todo y se va”.

Familia Piñera
Sebastián Piñera en un punto de prensa, junto a su familia, durante la elección de 2017.

Lo mismo pasaba antes en el hogar de Sebastián, cuando éste vivía en Chile, pero el tercero de sus hijos se instaló en Sydney con su familia y no tiene ganas de volver. De todas formas, habla muy seguido con su papá. No solo porque desde allá está al tanto de las inversiones familiares, sino porque los cuatro hijos de Sebastián Piñera y Cecilia Morel, desde el 18 de octubre, armaron una especie de “cortafuegos emocional” para sus padres. Sobre todo en los primeros meses, cuando se organizaban para visitarlos casi todos los días y así acompañar al Primer Mandatario, quien en un comienzo se vio desencajado con lo que estaba pasando.

Los cuatro hijos estaban muy preocupados por Piñera, porque consideraban “injusto” que su papá apareciera como el gran culpable de todo: la crisis política, económica y hasta las violaciones de los derechos humanos que se denunciaban en esos días. De hecho, cuentan que Cristóbal, el menor, suspendió sus planes de instalarse en Estados Unidos para estar cerca de sus padre en esos momentos.

Esa noche, en La Moneda, el Presidente estaba muy nervioso. De hecho, en su entorno próximo sostienen que ha sido una de las decisiones más difíciles que le ha tocado tomar en su vida. Y esa tensión se traspasaba también a la familia presidencial, quien esperaba atenta la determinación del Mandatario. Lo mismo corría para sus hermanos más cercanos, Polo y Pichita.

Por esos días, a la familia se sumaba el segundo anillo de contención del Presidente: los amigos. Ignacio Cueto, Ignacio Guerrero, José Cox y Fabio Valdés eran su primera línea. Un poco más atrás estaban Carlos Alberto “Choclo” Délano y Juan Bilbao, a quien ha visitado en su campo en Talca durante este período. Sus amistades más cercanas también han sido importantes consejeros políticos, una suerte de “tercer piso”, como ese del que tanto se habló en su primer gobierno.

Quien nunca ha dejado de ser su gran soporte es Andrés Chadwick. De hecho, en La Moneda no hay dos opiniones sobre lo mucho que golpeó al presidente la acusación constitucional en su contra. Eso, advierten, aumentó la sensación más compleja que le tocó atravesar durante la crisis: la pérdida de control, la creencia de que la obtención de un resultado ya no estaba en sus manos.

El Presidente Sebastián Piñera junto al exministro del Interior, Andrés Chadwick. Cambio de gabinete 28 de octubre de 2019.
Cambio de Gabinete, octubre 2019.

El estallido social impactó en la capacidad resolutiva de Piñera. Si bien nunca dejó de atender los demás asuntos del gobierno, cuestión que sorprendía a los ministros sectoriales –sabía desde cuáles eran los puentes pendientes hasta la cantidad de raciones de la Junaeb-, su determinación habitual se vio debilitada; algo escapaba de su manejo y el de su equipo de gobierno, el cual no daba con el tono adecuado para enfrentar lo que ocurría, sobre todo porque al interior había dos visiones sobre cómo abordar el estallido social. Una más dura, enfocada en la contención de la violencia y el orden público, y otra que atendía más a las demandas sociales de la calle.

Hasta que llegó la pandemia. “San Covid”, le dicen irónicamente en La Moneda, por el efecto que tuvo en la personalidad de Piñera. Porque a sabiendas de la complejidad que significaría, al Presidente “le volvió el alma al cuerpo”, aunque él jamás se haya dado cuenta que se le había arrancado. “Con el coronavirus volvió a su centro”, comentan. Esto se vio reflejado en su estado anímico.

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Con el manejo de la pandemia y sus efectos en la salud y la economía, Piñera volvió a tirar sus líneas en el bloc Colón, a arremangarse las mangas y a sentirse algo más seguro. El estallido social lo sentía díficil de manejar, impredecible. Con la llegada de la pandemia, al menos podía sacar hacer cálculos basados en datos, empezar a pisar en territorio semifirme. Y volver, de alguna forma, a un relativo control de su gobierno.

Por estos días, la familia presidencial mira atenta el devenir del proceso constituyente, expectante de lo que ocurra en el plebiscito del próximo domingo. Saben que nada de lo que ocurra es predecible, y que el tiempo de gobierno que queda por delante no va a ser menos complejo que estos últimos 12 meses.

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