Al sacerdote jesuita Cristián del Campo no le falta calle. En los últimos años, ha sido capellán de Un Techo par Chile y Techo Internacional, y también capellán del Servicio Jesuita Migrante. Dos temáticas que hoy se encuentran en el centro de las discusiones.
Tiene 53 años. A comienzos de marzo asumió como rector de la Universidad Alberto Hurtado, aunque su historia siempre ha estado más marcada por la gestión que por la vida académica. Ingeniero comercial, bachiller en Teología de la UC, master in Business Administration y Sacred Theology de Boston College, Del Campo también ha cumplido el rol de provincial de la Compañía de Jesús.
Con toda esa experiencia y consciente de que la Iglesia a la que él pertenece atraviesa una crisis de legitimidad por los graves abusos en que incurrieron muchos de sus sacerdotes, Cristián del Campo apuesta a que el centro de estudios que le toca dirigir, sea una voz que influyente en el debate nacional.
Le ha tocado transitar por varios Chile. En Techo, en el Servicio Jesuita Migrante. ¿Cómo lo moldea esa experiencia para dirigir ahora una universidad?
Lo primero que quiero decir, como punto de partida, es que creo que el país enfrenta un desafío de tal envergadura que se requiere tener muchísimo consenso.
¿En qué temáticas, por ejemplo?
En el tema de los campamentos. Ese problema no se va a solucionar sin sentarse a conversar y ver realmente el déficit de suelo que tenemos… Porque no es que la gente quiera irse a vivir a un campamento. Lo hace porque no tiene alternativa. Porque no le alcanza para pagar un arriendo. Bueno, ese tipo de discusión requiere de voluntad política, superar la lógica de los cuatro años de un determinado gobierno. Y cuando hablamos de migración, pasa lo mismo.
¿En qué sentido?
En que el debate migratorio está centrado en políticas que sólo miran el corto plazo. En lo fundamental, siguen siendo políticas de restricción, de mayor control, de expulsión, pero sin darnos cuenta que eso no va a resolver el problema de fondo. Estamos frente a una crisis humanitaria de la cual nosotros somos parte porque vivimos en el mismo vecindario. Otro punto: para superar ciertas ideologizaciones que nos paralizan, las discusiones requieren datos, información concreta. Y en ese sentido, creo que la misión de una universidad con vocación pública como la nuestra tiene un rol fundamental para aportar al Chile de hoy.
¿Aportar para forzar una mejor discusión en la esfera de la política?
Exactamente. Frente a estos grandes desafíos sociales que enfrenta el país, nosotros tenemos que plantear que la gente que sufre –que siempre son los más vulnerables-, no tiene derecho a que discusiones tan importantes sean un campo de batalla pequeña. Por eso digo, estos debates, por su complejidad, requieren datos, investigación. En ese sentido, todas las universidades, pero particularmente las que declaran tener una vocación pública, tienen que ser actores muy relevantes en esa discusión.
¿Su apuesta es una universidad influyente?
Siempre hemos aspirado a estar muy presentes en temas fundamentales como educación pública, migración, en los procesos constituyentes. No nos abstraemos del debate. Traicionaríamos nuestro sentido de existencia. Somos una universidad fundada en el nombre de un santo que vibró con los temas de su tiempo. Ese legado tenemos que reproducirlo hoy. Además, creo que dentro del descrédito que viven las instituciones, las universidades siguen teniendo la confianza en la población. Con mayor razón deben tener voz.
La voz de la Iglesia
Pero la Iglesia no es lo que era. Han caído las figuras de autoridad. ¿Cómo se hace cargo de esa realidad?
Sinceramente, yo miro la situación de la Iglesia como una oportunidad. O sea, no ser la voz que éramos, nos ayuda a pararnos en la sociedad de una manera distinta.
¿De qué manera?
No siendo poseedores de la verdad. Obviamente, tenemos que hablar de aquello en lo que creemos, pero asumiendo que ya no tenemos la autoridad que teníamos. Eso nos obliga -y bendita obligación- a entrar al debate como cualquier otro actor.
Pero la Iglesia tiene un peso encima: su credibilidad. Y la Compañía de Jesús no está exenta de casos en que ha habido graves abusos…
… Es un camino larguísimo. Ciertamente, no vamos a recuperar credibilidad si no hacemos todo lo que haya que hacer para esclarecer los casos, para que haya justicia, para reparar, para establecer protocolos. Creo que hemos aprendido y avanzado en ese sentido.
Me refiero a que puede ser difícil desacoplar la universidad de sello jesuita con los abusos que se cometieron al interior de la Compañía de Jesús…
Evidentemente que una universidad jesuita carga con esa parte de la historia. Así como la Compañía de Jesús tiene una parte luminosa, también ha tenido una parte muy oscura de la que hemos intentado hacernos cargo para que nunca más vuelvan a ocurrir abusos. Dicho eso, y gracias a la inmensa mayoría de hombres y mujeres que vibran con lo académico, creo que podemos ser un aporte muy importante en el debate país.
El tema es si el costo que han dejado esos abusos no los condiciona para levantar la voz e influir en el debate…
Puede haber gente que, con justa razón, sienta que tenemos menos credibilidad por la historia que uno arrastra como institución. Sin embargo, me parece que no por eso, y habiendo hecho un camino de reconocimiento, vamos a dejar de hacer el trabajo que estamos llamados a hacer. Te doy un ejemplo en el tema de la migración: en algunos momentos en que no había nada ni nadie, ya estaban las organizaciones de Iglesia trabajando en los lugares más anónimos. En la toma de El paso de la Mula, las únicas que entraban ahí eran tres religiosas. Nadie más.
Aciertos y errores
También es cierto que algunos sectores han acusado al Servicio Jesuita Migrante de actuar con exacerbado “buenismo”. Ud. ha estado ahí…
Creo que cuando uno está en la cancha de juego, cuando está realmente enfrentando una situación de tal importancia como la migración, puedes tener aciertos y errores. Claro, si uno no quiere cometer ningún error, te quedas tuiteando. Pero en este tema, la Compañía ha querido participar. Probablemente se puede haber cometido errores de juicio.
¿El buenismo es el error?
No. Yo no diría que ha habido una actitud “buenista”, pero sí reconozco que quizá en el Servicio Jesuita Migrante no relevamos la empatía que se debía tener con las poblaciones chilenas que podían estar más afectadas, especialmente en aquellos lugares donde la migración se estaba concentrando, en como Alto Hospicio, Iquique, Arica, Estación Central, etcétera. Por eso digo: quizá no vimos el efecto que la migración podía estar teniendo en algunos sectores del país, pero sobre todo la empatía.
Además de esa falta de empatía, en la gente hay una percepción de que la migración ha contribuido al ingreso del crimen organizado. ¿Qué se hace con esa sensación? ¿Se puede desmontar?
No, lamentablemente no se desmonta fácilmente. Por eso, en el Servicio Jesuita Migrante estábamos muy comprometidos en tener buenos datos para opinar sobre estos problemas complejos. Muchas veces se asocian ciertas sensaciones y se confunden distintos tipos de delitos. Con esto yo no quiero negar que la situación de seguridad en Chile no sea preocupante. La pregunta es ¿cuál es la mejor manera de combatir eso?
¿Y cuál es la mejor manera?
Yo creo que mientras más personas puedan regularizar su situación, más posibilidades tendremos de contar con buena información para que el Estado pueda operar. Si no, estamos a ciegas. Porque cuando hay irregularidad se nos cuelan con mucha más facilidad todo tipo de organizaciones informales y criminales. Ese es el punto.
¿Eso se resolvería con inmigración más regulada?
Totalmente. Pero la política que se ha seguido ha sido fundamentalmente restrictiva. Tratar de solucionar un problema tan de fondo por la vía de sacar nuevas leyes, de tener presencia de militares, control de identidad, es muy complicado porque éste no es sólo un problema chileno. Es continental. Por lo tanto, el asunto no es cómo vamos a detener la migración, sino cómo la vamos a gestionar mejor.
¿El país se ha ido encaminando a darle una mejor salida a este problema?
Lo que veo son políticas más restrictivas que no ayudan a resolver un asunto tan complejo. Y si es por un tema de mayor seguridad, la única manera es que sepamos quiénes son las personas que hoy viven aquí, cuáles son sus antecedentes y ayudarlos a que se puedan integrar a la sociedad. Si no lo hacemos, esas personas van a seguir en la informalidad y seguirán siendo presas fáciles de las bandas de crimen organizado.
El pulso universitario
En los últimos años, el movimiento universitario ha jugado un rol protagónico en las manifestaciones. ¿Diría que hoy el péndulo cambió? ¿Una generación distinta?
Es pronto para saberlo porque vengo llegando, pero creo que no es lo mismo. Me da la impresión -pero es una sensación preliminar- que hay una generación que quedó muy marcada por la pandemia. Y eso pasó justo a continuación del estallido social. Aquí en la universidad hemos visto que hay un deseo de estar, de socializar y hacer vida universitaria. O sea, hay una revalorización de lo común. Y, al mismo tiempo, hay una continuidad en sus reivindicaciones, en la discusión sobre sus derechos. Eso es una ganancia enorme.
Me refiero a que muchos analistas dicen que las demandas del estallido siguen ahí. Que estamos sentados en el mismo volcán. ¿Lo sentirán así las nuevas generaciones?
Es una buena pregunta. Creo que no lo sabemos todavía, pero uno podría creer -y con buenas razones -que estamos sentados sobre el mismo volcán porque aquello que surgió con tanta fuerza en el 2019, al final no tuvo una solución constitucional. Se pensó que ese iba a ser el camino donde se iba a canalizar.
Y eso no pasó…
Claro. Pienso que no sucedió porque ambas propuestas constitucionales no eran representativas de la mayoría ciudadana. En ese sentido, todavía puede haber algo latente que sigue ahí. Sin embargo, también es cierto que hay un hastío, una cierta pérdida de confianza de que la política vaya a ser capaz de encontrar los caminos en el corto plazo.
¿Eso podría traducirse en frustración?
Con el tema constituyente despejado para este año, recién vamos a ver cómo se canalizan y se reagrupan los intereses de los estudiantes. Lo que yo veo es una generación -y me puedo equivocar rotundamente- un poco más pausada con la urgencia. Hay algo que todavía se está queriendo recuperar luego de la pandemia: la normalidad para venir a estudiar, desarrollarse, estar con otros.
¿Más desconectados del devenir político?
Quizá la gran pregunta es cómo se puede volver al necesario espíritu político que tiene que estar presente en las nuevas generaciones. Porque si seguimos dependiendo de los modos tradicionales, vamos a estar un poco condenados a esto de que los políticos se pasan la pelota cada cuatro años. Yo tengo harta esperanza en lo que pueda pasar con las nuevas generaciones.