Cuando uno revisa la literatura de batalla de los años 60 y 70 hay un hecho que salta a la vista: el mayor enemigo del Partido Comunista en ese campo no eran los grupos de derecha, sino el Partido Demócrata Cristiano. Un resumen de la diatriba comunista es el panfleto “Esencia y apariencia de la Democracia Cristiana”, del historiador Luis Vitale, publicado en 1964. Como todo buen texto de ese género, el título resume casi por completo la acusación de fondo: la DC, aunque se vistiera de radical y amiga del pueblo, era un instrumento de la oligarquía orientando a buscar la conciliación de clases y los compromisos centristas retardatarios. Detrás de la máscara reformista, entonces, moraba la derecha profunda.
Cuando el movimiento Amarillos apareció en escena nadie daba un peso por ellos. Basta revisar los archivos de Twitter para ver a la patota de burgueses de izquierda que maneja el boliche riéndose de Cristián Warnken y tildando su esfuerzo de ridículo. Era todavía la época en que la misma caterva repetía que Elisa Loncon nos estaba haciendo descubrir colores en el viento y Jaime Bassa había reinventado el Derecho Constitucional.
Pero Warnken es peligroso, en buena medida, porque no lo parece. Los brutos suelen pensar que los poetas y lectores de poemas son seres sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón, por decirlo a lo Machado (el Presidente también usa ese camuflaje). Peleles que no matan una mosca. Sin embargo, el diseño de Amarillos fue bastante eficaz, aunque sea elitista: nombres importantes de la Concertación quitándole el piso a la Convención, destruyendo la consigna gubernamental de que sólo la derecha más rústica y extrema podía estar por el Rechazo.
Amarillos, entonces, fue maniobrando de a poco, entre las risas adversarias, hasta que las risas se fueron apagando. Y la sorna dio paso al odio, especialmente cuando una hábil movida los llevó a hacerse de un diputado y meterse en la mesa negociadora del nuevo proceso constitucional. Había otros movimientos ahí, incluyendo el nuevo proyecto de Rincón-Walker. Pero la tesis centrista de Amarillos, así como su equipo de expertos del antiguo aparato técnico de la centroizquierda, es por lejos el más molesto para la nueva izquierda, que llegó al gobierno criticando radicalmente a Aylwin, Frei y Lagos, aunque ahora les inaugure estatuas. El nuevo grupo representa, así, la memoria del conflicto del lote que gobierna con el proyecto político de la Concertación. Conflicto que La Moneda ahora sabe que es un lujo que no puede costear.
Por lo mismo, la campaña que se desató en contra de Warnken y compañía ha sido de lo más virulenta. Las acusaciones son las mismas que se usaron en los 60 y 70 contra la Democracia Cristiana: podrán tener trayectorias en la izquierda, podrán defender tesis reformistas, pero para la izquierda en el gobierno, son sólo una máscara de la derecha profunda. La ministra Carolina Tohá, elegida como vocera de la crítica, por representar la nueva tesis de confluencia entre nueva izquierda y Concertación, lo dijo tal cual.
El volumen de columnas de opinión e intervenciones en los medios contra Warnken y Amarillos, eso sí, tiene doble filo. Por un lado, un sector político que siempre se victimiza reclamando que no tienen presencia mediática expone toda su maquinaria en prensa, radio y televisión, que no es poca. Por otro, la publicidad gratuita para el nuevo conglomerado es quizás mayor al daño que les puedan hacer. Como sea, ya nadie se ríe.