Sin polera, con tatuajes, cadenas y un gorro pescador que apenas le hace ver los ojos, Pablo Acevedo, un joven de 14 años de Puente Alto está grabando su primer video musical que pronto subirá a YouTube. En él, Acevedo agita los brazos, mientras dice algo en su primer verso. Es una especie de declaración: “Mi nombre es Pablo, como Escobar. Vamos a invertir, vamos a bregar”.
El video lo publicó con el seudónimo de Pablo Chill-E. Es marzo de 2016 y la canción que subió es distinta a todo lo que existía en la música chilena hasta ese momento: tiene una pista rápida, repetitiva, agresiva. Se jacta de vender droga, de ganar mucho dinero y amenaza con dispararles a sus rivales.
Elisa Espinoza, una joven de 24 años de Hualpén, vio el video y le hizo sentido. Era una música que ella venía escuchando hace años: era trap, un estilo de hiphop nacido en Atlanta en los años 90, al alero del masivo narcotráfico en esa ciudad, con una gran escena en España durante la década de 2010.
Hoy, Espinoza, también conocida como DJ Lizz, considera estas canciones de Pablo Chill-E como el origen de la música urbana en Chile.
Espinoza agrega otra cosa: este género nació de las ganas de surgir.
-Veíamos programas cuando chicos donde salían raperos que cumplían sueños de sacar adelante a su familia, comprar un auto y una mansión. De tener lo que nunca tuviste. Eso nos llegó a los que hacíamos música.
Espinoza y un pequeño grupo de jóvenes de Santiago se juntaban ese 2016 en tocatas para escuchar nuevos derivados del hiphop, del reguetón y del trap. Esta escena se consolidó en lugares como la Blondie, Bar Loreto y Subterráneo. Las letras de Acevedo también se viralizaron en internet. Esos videos hoy tienen más de un millón de reproducciones.
Espinoza dice que ese primer grupo que rodeó las canciones de Pablo Chill-e eran jóvenes de clase media baja, de comunas de la periferia de Santiago. Según ella, se sentían interpretados por la música de Acevedo.
-Santiago no es solo del Costanera Center hacia arriba -dice Espinoza-. En muchas comunas hay pobreza, basura en las calles, prostitución, robos, violencia intrafamiliar y tráfico de drogas en cada esquina. No hay educación buena, los sueldos son bajos. Nos sentimos representados por esa rabia, esa marginalidad.
Ismael Núñez, quien produjo las primeras canciones del puentealtino bajo el seudónimo de Xander, dice que en la época en que se conocieron con Chill-E estaban flacos por estar mal nutridos. Núñez, de hecho, hizo esas pistas con un computador que le regaló el Mineduc. Pero eran más sus ganas de salir de ahí.
En sus canciones, explica, incluían referencias explícitas a armas y al narco. “Vente pa’ Puente Asalto, por la pobla te hago un tour. Y si vienen en piño, como Anuel te hacemos ‘prrrr’”, dice la canción Singapur, de 2018.
Más allá de si usaban pistolas o no, Núñez dice que esto era parte de su realidad.
-Esa letra te pone en el contexto de lo que estaba pasando alrededor. Si te pasabas de listo con quien sea, ellos se defendían. Son vivencias del mismo Pablo, o del entorno de Pablo.
Espinoza explica que gracias a la difusión de los DJ y YouTube, las tocatas pasaron de 30 asistentes a 100, para llegar a las más de mil personas.
Dos hitos terminaron por validar la escena.
El primero fue el lanzamiento de Suno (2018) de Pablo Chill-e. Núñez participó produciendo. El otro fue My Blood, una canción que trata sobre superar la pobreza.
Hoy, con 35 millones de reproducciones, es considerado un hito en la carrera del puentealtino y de Polimá Westcoast, con quien cantó a dúo.
Las disqueras también se fijaron en ellos: Westcoast y Young Cister, otro artista de esa camada, firmaron un contrato de distribución con Sony. A Westcoast lo invitaron a presentarse en Lollapalooza en 2019.
Espinoza dice que el trap chileno se consagró porque era algo que no se había visto. Era distinto, también, a otras expresiones del hiphop chileno de los 90, como Makiza o Tiro de Gracia.
-Ellos hablaban desde un lugar más académico y erudito. Pero los problemas sociales crecieron y bajó el nivel educativo en el país -explica-. El trap no habla de dictadura, de censura, sino que habla de desigualdades a un nivel más complejo. Esos problemas ya no se podían hablar en bonito, con poemas. Ya se había transformado en rabia.
Esto se enfatizó con el estallido social de octubre de 2019: sus artistas, entre ellos Acevedo, apoyaban y asistían a las marchas, e incluso compusieron canciones acerca del movimiento. El discurso de esos días, explica Matías Hermosilla, académico de Historia de la PUC e investigador del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR) de esa universidad, no contradecía el espíritu consumista de la escena.
Para Espinoza, My Blood fue el himno del estallido social: el trap le entregó una identidad a una generación que aún no la tenía. Cantarle al barrio, a las vivencias de la población, a las armas y las drogas se había validado.
-Esta generación empezó a construir su identidad en base a estas canciones, porque se sentía representada: uno era de la población, otro había estado preso, otro no tenía para comer, o su mamá estaba enferma. Y de ahí viene: yo igual quiero ser millonario. Yo también quiero tener un Lamborghini.
Tussi y evasión
La escena iba a tomar otro rumbo.
De las raíces que dejó Pablo Chill-e y su generación de trap, desde Talca apareció un artista que también quería abrirse un camino: Matías Muñoz, con el seudónimo de Marcianeke. Muñoz, aunque también venía de una familia de clase media baja, no cantó temas con trasfondo social.
El 1 de abril de 2021, en plena pandemia, subió a YouTube Dímelo Ma. La escribió junto a un joven de Punta Arenas llamado Pailita.
Esa canción era distinta a la escena que venía desarrollándose hasta ese momento: no era trap, sino que era reguetón. Y tenía un ritmo frenético. Su letra hedonista trata de un hombre que quiere conocer a una pareja, que quiere consumir tussi y ketamina, un fuerte sedante.
El sencillo fue un éxito. Hoy, ese video tiene 56 millones de reproducciones.
Ese tema fue el golpe inicial de una nueva generación urbana. Los artistas que imitaron el estilo de Marcianeke se multiplicaron e inundaron las listas de canciones más escuchadas.
Hermosilla dice que no le sorprende que estos temas aparezcan en la música popular: desde el tango hasta Daddy Yankee hay ejemplos del narco retratados en la música.
Hermosilla explica a través del éxito de Dímelo Ma la explosión de este nuevo estilo.
-Es una canción que habla explícitamente del consumo de droga dura como parte de esta evasión, de esta liberación. Es un mundo que quiere evadirse, quiere salir de la pandemia, quiere carretear. A eso yo le digo evasión radical.
Jaime Acevedo, DJ de radio Carolina, cuenta que canciones como My Blood sólo se transmitían hasta el 2019 por el 20% de música chilena que se les exige por ley a las radios. La razón era una: el trap chileno es una música popular, pero de nicho.
-Pero cuando salió Dímelo Ma fue un antes y un después. Se hizo tan popular, que tuvimos que pasarla. Era la más pedida durante dos meses, y siguió sonando durante otros cinco.
Tras ese éxito aparecieron artistas como Jordan Carrasco, también llamado Jordan 23: un joven que, tras un pasado delinquiendo, decidió incursionar en la música, pero haciendo un reguetón con letras explícitas.
-Nosotros no pasamos Jordan 23, porque tiene letras muy duras- dice Acevedo.
Al menos otros cinco artistas, con ese mismo patrón, lograron meter éxitos en las listas. Se empezó a hablar por primera vez en años de reguetón chileno.
Hermosilla dice que sabe por qué sucedió este éxito masivo.
-Tengo una tesis. Se llama la segunda evasión. Porque la primera evasión fue el estallido social, con su “evadir, no pagar, otra forma de luchar”. Pero con la pandemia, la prohibición de salir, hay un espacio de restricción, de aburrimiento y de despolitización.
El productor de Pablo Chill-e, Ismael Núñez, cree que la primera escena fue eclipsada por este fenómeno. También desliza una herencia esencial del trap.
-Ser flaite se convirtió en un estilo de vida. No es visto como algo malo. Es como una tribu urbana. Es ser alguien relacionado con la calle, que se mueve en lo urbano y usa determinadas marcas de ropa.
Bayron Muñoz, productor musical conocido como Byron Fire, creció en una población de El Bosque. Ahí, vio cómo quienes eran sus amigos terminaron traficando drogas para subsistir y encontrar un camino. Él mismo cuenta que, saliendo de cuarto medio, en una pelea callejera, le llegaron cinco balazos en el cuerpo.
Por eso, compuso No quiero que me lloren, un mambo de ritmo caribeño para despedir a un ser querido. Muñoz dice que la letra conectó mucho con otro fenómeno que estaba pasando: los funerales de miembros de clanes narco.
-Después me llamaban de los funerales para ir a cantar. Y uno no preguntaba nada, pero después se enteraba de cosas.
Su canción fue un éxito: la presentó repetidas veces en vivo. Hoy tiene 18 millones de reproducciones y es considerada un ícono del género. Otro caso exitoso es El mambo para los presos, con otro artista llamado Yiordano Ignacio. Es una canción que hace uso intensivo del coa y celebra el robo como forma de mejorar la vida.
Pronto, la calle y el coa se habían tomado las listas de canciones más escuchadas. Los medios también se fijaron en el fenómeno. Nació el programa La Junta, emitido en YouTube. Julio César Rodríguez, un periodista conocido a nivel nacional por animar espacios televisivos, invitaba a su casa a comer papas fritas y fumar marihuana a los artistas que iban alcanzando prestigio en la escena.
El éxito de la nueva camada del reguetón se hizo evidente cuando bajaron las restricciones pospandemia. En la edición del festival Lollapalooza de marzo del 2022, aún con gente con mascarillas, Marcianeke se presentó ante una masiva asistencia para ser uno de los escenarios laterales. Su público, que pagó más de 100 mil pesos por una entrada al festival, que recorría todas las clases sociales, cantaba al unísono sus éxitos: “Ando en busca de una criminal, esa que el gatillo le gusta jalar”.
Ganar plata
El profesor Hermosilla tiene una tesis: hoy ser cantante es el equivalente a ser futbolista en los 90.
-El reguetonero representa a la contrameritocracia. Es decir, es un camino alternativo para salir del barrio. Es Alexis Sánchez, Iván Zamorano. Le gané al sistema por mi talento, y gracias a esto me llevo a mi familia.
Ismael Núñez piensa algo similar.
-Estudiar en la universidad es algo que puede hacer el 10% de nuestra sociedad. Entonces, si quieres ganar plata, te puedes poner a vender pitos, o bien te pones a cantar, y ganas mucha más plata que traficando o robando.
Byron Fire cree que esto le hizo daño a la industria. Que muchos artistas que entraron a este nicho sólo lo hicieron para generar dinero, aparentando ser algo que no son.
-Las letras tienen fantasía: hay caleta de artistas que hablan de millones que no han contado, de autos que no han tenido, de pistolas que no han disparado.
DJ Lizz tiene otra mirada.
-Lo que pasa es que ahí llegas al límite entre la realidad y la ficción. Alguien que es narco no creo que sea capaz de decirlo en una red social. Entonces, no se sabe muy bien quién es quién. Algunos cantan de lo que han vivido, otros de lo que han visto. Depende de cada persona.
Entre los mismos artistas existe otra regla: es mal visto tener “tíos” en la industria. Es decir, que un narcotraficante financie tu trabajo. Porque significa que el éxito no es propio. Esa práctica no era distinta de la que pasaba en otras partes donde antes el narco había penetrado en la música popular. México, con sus narcocorridos es un ejemplo de eso. Según el musicólogo Lohengrin Paredes, allá es común que haya “jefes” que paguen para que les escriban una canción:
-Lo hacen porque les gusta demostrar de esa forma su poder.
Entre los mismos artistas de esta escena asumen que todo esto generó un agotamiento en las audiencias. Algunos, como Byron Fire, incluso creen que está empujando al narcopop a su fin.
-Esta música que habla de pastillas y drogas, siento, va a terminar aburriendo. Cuando todos se dan cuenta que algo está vendiendo, todos se meten a hacer eso mismo. Y terminan quemándolo, y se van a otra cosa nueva. Por ejemplo, ahora está de moda hacer regaetón romántico. Se llaman carros. Y les va a pasar lo mismo. Esto es un negocio.
DJ Lizz dice que pasó lo que sencillamente era inevitable.
-Lo narco ahora es pop. Pero no porque a alguien se le ocurrió. Los cantantes no dijeron vamos a cantar de esto que me acaba de ocurrir. No, eso está en la vida de las personas. La gente lo ve todos los días en la calle. No lo sabe por la música, es por sus vivencias -dice-.
Por eso, DJ Lizz no entiende la polémica con Peso Pluma. Dice que esto no se trata de los artistas.
-Los que fomentan el narcotráfico no son los músicos.
Para Ignacio Molina, autor de Historia del Trap en Chile (2020), esta música no es una oda al narcotráfico. Cree que es un juicio simple e injusto para un estilo que surgió de realidades complejas. Tampoco cree que motive la entrada de más gente a vender drogas.
-¿Acaso películas de mafiosos y narcotráfico, de directores como Tarantino y Scorsese, han influenciado al público a involucrarse en la venta de drogas?
El problema, dice Byron Fire, es otro. Dice que vio cómo, mientras se cerraban escuelas de fútbol, se abrían estudios de música. Esto no lo entiende.
-Yo me metí a la música para salir de la calle. Y los cabros hoy hacen música para creerse calle -reflexiona-. Creo que los cabros chicos, por influenciarse con las letras de nosotros, lo tomaron de otra manera. No sé si me da risa o me molesta, pero espero que se den cuenta solos de que están equivocados.