Pocos periodistas conocen la intimidad del expresidente argentino Alberto Fernández como lo hace Diego Schurman. Autor del libro Alberto, la intimidad del hombre, el detrás de escena de un presidente (2020), de Editorial Planeta, incluso tuvo la oportunidad de conversar cara a cara con quien hoy está en las portadas de todos los diarios del país vecino. Y no precisamente por hechos políticos favorables.
La denuncia de Fabiola Yáñez, la exprimera dama, por hechos de supuesta violencia de género, recluyeron a Fernández a su mínima expresión: encerrado en su departamento en Puerto Madero y con nulo apoyo de sus excolaboradores. Y si bien se sabía de los deslices amorosos del líder peronista, la cara violenta que denuncia su expareja no fue advertida por el círculo del expresidente, dijo Schurman en entrevista con La Tercera.
Previo a la denuncia de Fabiola Yáñez, ¿existían voces que supieran de esto en el círculo del exmandatario?
Nunca se escucharon voces del entorno que alertaran por situaciones de violencia física en la pareja. Sí se hablaba de una relación distante, protocolar, que derivó en una separación, por entonces no admitida públicamente por ninguno de los dos. Fabiola recién la terminó confirmando en una entrevista reciente. Que yo recuerde, el único episodio que enlaza a Alberto con un hecho de violencia física ocurrió en 2018. Ese año increpó a un hombre que lo insultaba en un restaurante de Puerto Madero. Las imágenes de las cámaras de seguridad del lugar se conocieron un año después, en la campaña electoral que lo llevó a la presidencia. Según explicó, su agresor estaba borracho y se acercó a la mesa gritándole: “Ladrón, vos defendés a la chorra (por Cristina Kirchner), hijo de puta…” (sic), por lo que se levantó de su silla y lo empujó fuertemente con el pecho, haciéndolo caer. Esa noche, Alberto estaba acompañado por Fabiola, quien buscó calmarlo. Pero, insisto, no se conocía hasta entonces, ni se supo después, de algún otro episodio de esas características. Habrá que ver qué testifican los empleados y el intendente de la Quinta de Olivos, ya que son los que compartieron el ámbito en donde, según Fabiola, ocurrieron las agresiones.
¿Qué tan sorpresiva fue la denuncia para el arco político peronista?
En el peronismo acusaron sorpresa. Diría que predominaba la incredulidad. Salvo aquel episodio en el restaurante de Puerto Madero, Alberto fue históricamente una persona de buen trato, un dialoguista sin estridencias, enérgico, pero no agresivo. No solo eso: fue de los políticos que levantaban las banderas del feminismo. En su entorno aún se preguntan cómo puede ser que el acusado de violencia de género sea la misma persona que se sumó a la rebeldía de los pañuelos verdes y cuyo primer acto, apenas fue catapultado candidato presidencial, fue juntarse con activistas feministas. No encajaba siquiera con el rótulo de “hombre de consenso” que siempre acompañó a Alberto Fernández en el universo político. Hacia afuera siempre asumía el rol de “policía bueno” y trataba de acercar posiciones con los sectores con los que confrontaban abiertamente Néstor y Cristina Kirchner, los “policías malos” en sus respectivas presidencias. Puedo decir que puertas adentro Fernández sí se mostraba temperamental con el matrimonio. Me asombré cuando, en el proceso de investigación para mi libro, descubrí los intensos y hasta entonces desconocidos reproches que le hizo a Cristina, en una cumbre que mantuvieron para hacer las paces luego de 10 años sin hablarse. Hay que recordar que Alberto se había ido de un portazo del gobierno de Cristina, enojado por la manera en que el gobierno estaba manejando el conflicto con las cámaras agropecuarias. Claro, esta acalorada discusión fue entre cuatro paredes. Cuando él leyó mi libro, la única observación que me hizo fue sobre un capítulo donde consigno que Cristina era la jefa política del espacio. “Mi único jefe fue Néstor Kirchner. Nadie más”, se despegó de ella en la conversación que mantuvimos al inicio de su gobierno, en lo que iba a ser la marca de su gestión. Para Mayra Mendoza, una lugarteniente de Cristina e intendenta de Quilmes, esa falta de conducta partidaria configuraba una muestra de violencia hacia quien fuera dos veces presidenta y entonces vicepresidenta. En público, el destrato machista de Alberto a las mujeres solo asomó en una serie de tuits en tiempos de su letargo político cuando, por ejemplo, le contestaba “aprendé a cocinar” a un comentario crítico de una usuaria.
¿Daña este caso al futuro próximo del peronismo, pensando en las elecciones de medio mandato?
Relativamente. Alberto ya era un “muerto político” en términos electorales, porque nunca tuvo estructura propia, y Cristina Kirchner, siendo su vicepresidenta y la mayor accionista del peronismo, le soltó la mano en la mitad del mandato. Previsiblemente, mucha gente no disocie a Cristina de Alberto. Por varias razones, pero fundamentalmente por dos: fue su vice y fue quien, en un acto sin antecedentes en el mundo, lo designó para presidir la fórmula, y no al revés, cuando lo normal es que el candidato a presidente sea el que decide quién lo va a secundar. No obstante ello, en las elecciones parece no importar tanto el currículum del candidato o el derrotero de un partido como la necesidad de la gente de encontrar soluciones a las asignaturas pendientes. El actual Presidente, Javier Milei, es un ejemplo en ese sentido: ganó las elecciones mostrándose partidario de la compraventa de bebés, diciendo que entre las mafias y el Estado se queda con las mafias porque tiene códigos, hablando de la superioridad estética de los liberales, diciéndoles “burras” a sus entrevistadoras mujeres, mostrando sucesivos arrebatos de violencia verbal, o asegurando que la venta de órganos es un mercado más. Me pregunté varias veces si la gente no le tenía miedo a alguien con esas ideas y esas reacciones. Javier Correa, especialista en comunicación, me dio la mejor respuesta: la gente a lo único que le tenía miedo era a seguir igual. Se había sentido defraudada tanto con Alberto Fernández como con su antecesor, Mauricio Macri. Y votó a un outsider. Si Milei, con el paso del tiempo, también termina decepcionando, habrá una competencia para ver quién se queda con el voto bronca. Si ese desencanto se manifiesta pronto, el futuro del peronismo no es tan oscuro como se pregona.
Hasta ahora, casi nadie ha salido a respaldar a Fernández. ¿A qué se debe esto?
La falta de respaldo responde a su baja popularidad. Nadie que hace una buena gestión desiste de pelear la reelección, como sucedió con Alberto. Y también responde a la carencia de apoyo del dispositivo peronista. Cuando se mudó a España, el exmandatario fue intimado a renunciar a la presidencia del Partido Justicialista, algo que finalmente ocurrió a mediados de este mes. No dejaría de lado el enfrentamiento histórico de Alberto con la justicia. Él decía que había que producir cambios “para democratizarla”. Sus rivales aseguraban que eso era un ardid para “cooptarla”. En su estado de debilidad, y ante el temor de que se confirme su culpabilidad, los suyos ni siquiera le hacen el coro para acompañarlo en sus críticas a Julián Ercolini, el juez a cargo de la causa por violencia de género. Hace días que Alberto apunta contra este magistrado por parcialidad y enemistad manifiesta. ¿Por qué? Porque cree que se tomará revancha luego de haberlo denunciado en 2022 por posible incumplimiento de deberes de funcionario público, admisión de dádivas, posible cohecho agravado y tráfico de influencias por un viaje. Esto sucedió en el marco de un viaje organizado por el grupo Clarín a Bariloche, en sur de Argentina, del que Ercolini participó junto a otros hombres de la justicia y del gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
Cristina Kirchner le dijo: “Tenés que dejar de joder con las minas que traés acá”. ¿Cómo ponderaba estos hechos?
Del Alberto mujeriego, o propenso al coqueteo, era algo que sí se hablaba, ya no solo en su círculo más cercano, sino también entre los periodistas. Por estos días aparecieron videos de una mujer en su despacho que lo expone de manera palmaria. Es, en principio, una discusión ética que, sin duda, generó una reacción adversa. ¿Qué hacía Alberto en una conversación acaramelada con una chica, sentada ella en el sillón presidencial y tomando alcohol, en un país con tantas urgencias? ¿Para qué? ¿Por qué registraba esa situación íntima estando oficialmente en pareja con Fabiola? Lo de la fiesta en pandemia es otra cosa, reviste mayor gravedad, y ya no se trató de un tema meramente ético, sino también legal. Si eso causó rechazo en términos generales, es fácil imaginar lo que pasó en particular con aquellos ciudadanos que, producto del Covid, no pudieron ni velar a sus muertos. ¿Qué decía Cristina sobre esos hechos? Siempre sostuvo la misma tesitura: que Alberto era un desprolijo en su vida personal y que debía poner orden, porque, producto de la falta del mismo, no solo se había realizado la fiesta de cumpleaños en Olivos, sino que, después, ni siquiera tuvo la reacción necesaria para evitar que se filtraran las pruebas documentales de esa celebración.
¿Queda espacio para una redención de la figura del “presidente feminista” o esto es el fin de la carrera política de Alberto Fernández?
Si bien la presunción de inocencia es un derecho fundamental amparado en la Constitución, y es la base del derecho penal, las organizaciones feministas señalan que tanto las agresiones físicas como sexuales ocurren en la intimidad, sin testigos y en muchos casos sin pruebas, por lo que resulta muy difícil o incluso imposible para las víctimas probar que ha habido una agresión. Más aún, sucede que las mujeres denuncian y la justicia no les cree. En ese sentido, tengo la sensación de que Alberto Fernández difícilmente pueda desandar este camino que lo llevó a la condena social, especialmente de las distintas agrupaciones feministas.
En lo judicial, ¿hay alguna posibilidad de que el expresidente sea, en un futuro y de comprobarse las acusaciones, detenido?
Alberto Fernández está preso en su departamento, ni él se imagina caminando tranquilo por la calle. El tema todavía está muy caliente, es tapa de los diarios y los portales informativos, es el principal tema de conversación en las redes sociales. Sus argumentos defensivos son numerosos: que se trata de una extorsión, que Fabiola quiere dinero, que está enferma, que hay alguien detrás de ella moviendo la causa, que el ojo compota no es producto de un golpe sino de un tratamiento para las arrugas, etc. Sin embargo, no le sirven como salvoconducto para moverse sin riesgo a recibir un repudio o una agresión. Desde el plano jurídico, el expediente se inició por presuntas lesiones leves agravadas, pero después se sumaron otras figuras penales, y en forma reiterada, por lo que, de comprobarse, entiendo que podría darse una situación de reclusión. Pero no me apresuraría con ese tipo de especulaciones. La investigación recién empieza y ya asoman situaciones llamativas: Fabiola ahora dice que perdió el celular que contenía los diálogos con Alberto, y Alberto dice que se perdieron de su teléfono las conversaciones con Fabiola de 2022 y 2023. No es una causa cualquiera. Y falta mucho camino por recorrer.