Terminando un domingo familiar fuera de Santiago, Camila Almonacid y su hija Tamara, de cinco años, volvían a su casa en Huechuraba. Faltaban horas para el primer día de clases en kínder de la niña.
Era 28 de febrero de 2021. Y cuando pasaban por Av. Pedro Fontova, a las 22.45, su vehículo fue interceptado por un Hyundai Tucson. Según el libelo acusatorio de la fiscalía, descendieron al menos dos sujetos que intimidaron a Almonacid para que entregara el auto, un Infiniti, considerado de alta gama, cuyo valor parte en los 20 millones de pesos.
Mientras la mujer se apresuraba a descender y a desabrochar a su hija de su silla, uno de los asaltantes disparó a la ventana trasera. La bala, calibre 9 milímetros, impactó a Tamara. La lesión fue letal y declararon su muerte poco antes de la medianoche.
El asesinato de Tamara fue parte del tour delictual en el que se lanzaron Alan Gallardo con sus dos cómplices menores de edad, con quienes ya habían trabajado con anterioridad.
Un antiguo socio de la banda, Aníbal San Juan (18), declaró como imputado de receptación de los vehículos que hurtó el grupo. Dijo que había conocido al trío en un colegio del Sename meses antes. Que ya no hacía portonazos con ellos, ahora solo vendía los autos, porque era más seguro: tenía miedo de morir a manos de un policía.
San Juan reveló que el trío se jactaba de haber cometido el delito. Y el miembro más joven, el que tenía 16 años, le confesó que él fue quien percutó la bala que mató a la niña. Además, aseguró, los robos del grupo eran muy violentos.
“Lo hacían con armas de fuego y disparaban sin importarles nada”.
Esta escena se torna cada vez más común: niños soldados de bandas delictuales, temerarios, participando de encerronas, portonazos y abordazos por todo Santiago.
De todas las denuncias de robos de vehículo entre el 2020 y el 2022, un 38,2% han sido portonazos, encerronas y abordajes, dicen estadísticas de la PDI. La cantidad de menores que participa en estos delitos varía dependiendo del organismo que las mida, pero todas coinciden que entre un tercio y la mitad de los involucrados tienen menos de 18 años.
Por ejemplo, según cifras de Carabineros, el 46% de los detenidos en este tipo de delitos son menores de edad, y el arresto de menores aumentó un 45% entre el 2020 y el 2022. En tanto, en la Fiscalía Metropolitana Occidente, de los 113 involucrados, un 34% eran menores de edad. En la Sur, este número sube a un 50% de los imputados durante este año.
El panorama preocupa. Si bien los números que tiene el Ministerio Público señalan que los delitos cometidos por menores de edad han ido a la baja desde el año 2013, crímenes como los robos con violencia o intimidación no bajaron a la misma tasa que el resto.
Y lo que más lamentan los expertos: las cifras del 2022 van a superar las del año pasado. Lo confirma Ignacio Pefaur, persecutor jefe en la Fiscalía Sur, en el área de Sistema de Análisis Criminal y Focos Investigativos: “Si bien no hemos alcanzado niveles preestallido social, nos estamos acercando peligrosamente”.
A la fecha, constatan en la Fiscalía Nacional, en este período se han cometido 516 robos con intimidación por menores, mientras que en todo el 2021 esa cifra llegó a 597.
“De acá a fin de año, también, vamos a superar con creces la cifra de robos de vehículos en circulación que teníamos el año pasado”, suma el comisario Cristián Jiménez, del Instituto de Criminología de la PDI.
Pero estos crímenes han mutado con el tiempo. Hace 10 años, el panorama era muy distinto.
De piedras a pistolas
El fiscal de la Metropolitana Oriente, Sergio Soto Yáñez, lleva años analizando el fenómeno. Constata que la idea de atacar un vehículo que está andando nació por una razón técnica: desde el año 2012 que los autos que se encienden con una llave son cada vez menos.
“Entonces, ya no bastaba con abrir uno en la calle y llevárselo, como se hacía antes -indica-. Se necesitaba el dispositivo, que por lo general está dentro del auto cuando este está en movimiento”.
Y de asaltar en las entradas de los supermercados o en las bencineras en las carreteras a la salida de la capital, asevera, aparecieron los portonazos: aprovechar que la víctima espera que se abra el portón para entrar con su auto a su domicilio.
Para el 2015, el tema ya se había tomado la agenda noticiosa. A esas alturas, personajes como el futbolista Marcelo Díaz, el extenista Nicolás Massú, la actriz Claudia Di Girolamo e incluso el alcalde de La Florida, Rodolfo Carter, habían sido víctimas de este delito.
Tal como toda acción tiene una reacción, la masificación en los medios empujó a que la gente se preocupara más de su seguridad.
“Se instalaron más cámaras, GPS, láminas de seguridad -comenta Aldo Vidal, experto en seguridad de Aseva y general en retiro de Carabineros-. Además, los condominios hicieron cambios en sus procedimientos de entrada y salida”.
Por ende, el portonazo terminó mutando. Por un lado, necesitaban ser más sorpresivos, dice el fiscal Soto. “Se empezaron a encargar, también, vehículos que eran más difíciles de conseguir”, sentencia el teniente Óscar Valdés, del Departamento de Encargo y Búsqueda de Personas y Vehículos de Carabineros.
Así, nacieron las encerronas y los abordazos. O sea, robos con intimidación y violencia en plena vía pública.
De hecho, un análisis de la Fiscalía Metropolitana Occidente revela que donde más se cometen encerronas -sin portonazos ni abordazos- es en las vías interiores (70%) versus las autopistas (30%). Las comunas más afectadas son Maipú, San Bernardo, Pudahuel, Quilicura y Santiago.
Pero el año 2020, constata Soto, las cosas cambiaron: aumentó el uso de armas de fuego, a diferencia de años anteriores, donde aún se asaltaba, incluso, con palos, piedras, o derechamente se le daban puñetazos al auto.
Y estas armas no solo se están usando para intimidar. También para matar. Es lo que pasó con Tamara: la madre no opuso resistencia y, aún así, dispararon a su hija.
Horas después del crimen, la banda llevó la camioneta Tucson con la que hicieron la encerrona en Huechuraba -sigue la declaración de Aníbal San Juan- a la población Santa Adriana, en Lo Espejo. Ahí los esperaba una compradora que se iba a llevar el auto, que habían robado en otro crimen en Lampa, y que en el mercado supera los 15 millones de pesos.
Les pagaron un millón de pesos en efectivo. Eso se lo dividieron entre todos los miembros de la banda.
Cuando Raúl Moya, el padre de la menor, se enteró de lo que le pasó a su hija, no lo podía creer, declaró posteriormente. “¿Quién le puede disparar a una niña de cinco años?”.
Una mezcla peligrosa
Si bien hasta hace años no era algo raro que un menor de edad cometiera un delito, el nivel de violencia actual de los portonazos y encerronas nunca se había visto. De hecho, es tan nuevo el fenómeno, dice el comisario Jiménez, que se comenzó a analizar el 2020.
“Antes, los jóvenes de esa edad cometían robos sin violencia, como lanzazos de teléfonos o joyas -remarca-. Eso hace tres años que mutó, y hoy son la mano operativa de las bandas de sustracción de vehículos”.
Hay varias razones para este auge. Una la entrega el fiscal Pefaur: “Planificar un robo a un camión de valores, por ejemplo, requiere más experiencia. Por eso, los hacen mayores de edad. En cambio, en los portonazos y encerronas esa experiencia necesaria se reduce, porque solo necesitas amigos y un auto”.
Pero hay otra explicación más oscura por la que los menores están siendo reclutados por estas bandas.
“Los jefes encargan a los menores estos robos con intimidación o con violencia porque si caen detenidos, al ser menores de edad, son condenados por responsabilidad penal adolescente, que se aplica distinto -denuncia Jiménez-. Así, los adultos solo se exponen al delito de receptación, que tiene una carga penal menor”.
El fiscal Soto, de hecho, lamenta haber visto a menores de tan solo 10 años por estas causas, detrás de las que se esconden orígenes difíciles.
Los principales factores de riesgo para que los jóvenes entren a la delincuencia, explica Daniel Johnson, director ejecutivo de la Fundación Paz Ciudadana, son el tener padres privados de libertad, la deserción escolar, un entorno donde se normalice la delincuencia, así como el consumo problemático de drogas.
Sin ir más lejos, Marcelo Sánchez, gerente general de la Fundación San Carlos de Maipo, agrega que suele existir abuso de sustancias por parte de menores que se involucran en portonazos y encerronas: “Mezclan clonazepam con alcohol, que da un efecto de euforia y agresividad, entre otras drogas”.
Lo mismo sostiene Jiménez: si bien no tiene estudios para respaldarlo, sí saben que se envalentonan antes de los delitos, consumiendo drogas y escuchando música.
De hecho, cuando detuvieron a la banda que mató a Tamara, desde la casa de Gallardo, el único mayor de edad, incautaron tussi, marihuana y celulares.
Pocos días antes, el 25 de marzo del año pasado, los tres sujetos estaban cometiendo un nuevo tour delictual a bordo de un Mazda robado en una encerrona en la intersección de la Costanera Norte con Vespucio. Y a los minutos de asaltar a dos hombres en Pudahuel, en esa misma comuna atacaron a un sargento de Carabineros de civil, mientras entraba en su auto a su domicilio. Los repelió a balazos con su arma de servicio. El menor de 16 años, quien había admitido en privado ser quien mató a Tamara días antes, murió a causa de las heridas.
Después de la balacera, declaró la defensa del carabinero, los delincuentes huyeron y dejaron a su compañero agonizante, solo, en el suelo.
Influencers delictuales
Hay algo en lo que varios analistas coinciden: los menores se meten en este mundo para ganar dinero rápido.
“Una camioneta Hyundai Santa Fe o una Tucson o Sportage se paga en el mercado informal a unos $ 600 mil -aporta Soto-. Eso se lo reparten entre todos los de la banda”. Jiménez concuerda: por cada robo de vehículo pueden percibir entre 200 mil y 400 mil pesos, también considerando que se puede hurtar más de uno por noche.
De hecho, a diferencia de lo que se podría pensar, hoy no priman los robos de vehículos de alta gama o de lujo. La mitad de los autos robados -expone un informe de la PDI- cuestan menos de 10 millones de pesos. El más robado, por lejos, es el Chevrolet Sail, un sedán cuyo precio ronda los $ 9 millones. Dobla en hurtos al que le sigue, el Hyundai Accent. Extienden la lista el Kia Rio, el Nissan Qashqai y el Mazda 3.
Entre los otros destinos que tienen estos autos robados se encuentran la desarmaduría, para obtener repuestos, o se intercambiarán por droga y armas.
La hora y el día en que más se cometen robos a autos en movimiento, plantea el mismo documento, son los miércoles entre 20 horas y la medianoche. En general, ese rango horario es el más peligroso. La tasa baja los fines de semana y, se explicaría, dice Jiménez, por un aumento en los controles policiales por consumo de alcohol.
Eso sí, hay otro factor que todos indican como relevante para el ingreso de menores a este mundo: la búsqueda de validación a través del lujo y la ostentación.
“Diez años atrás -recuerda Jiménez- los jóvenes decían que salían a robar para parar la olla en la casa. Hoy, en cambio, buscan el lujo: ostentar zapatillas, armas, drogas e incluso vehículos”.
El fiscal Soto refuerza esta idea: “Lo primero que hacen luego de robar el auto es subir historias a Instagram conduciéndolo. Eso los hace reconocidos como ‘influencers’ delictuales en el mundo del hampa”.
Es más: el fiscal Pefaur añade que han visto casos donde “roban vehículos para carretear, y cuando se les acaba la bencina, los dejan botados”. Y aunque no es normalizable esta actitud, indica Johnson, sí considera que es de esperar de un adolescente que quiere validarse con su entorno.
En todo caso, los delitos de la zona oriente aún son incipientes. Las comunas donde más se cometen estos hurtos son en la zona poniente y sur de la capital.
Eso sí, advierte Soto, es un fenómeno en expansión hacia otras regiones. Según un informe de la Fiscalía de Valparaíso, en esa región ha habido un aumento del 183% de los robos con intimidación a vehículos motorizados, comparando lo que va de 2022 con el año pasado.
Pero, tarde o temprano, las carreras delictivas de estos menores se acaban. Y luego de años de delitos, ya como adultos, llega la hora de pagar por sus actos.
En mayo del 2022, la banda que mató a Tamara encaró la justicia. Gallardo tenía 18 años y seis meses el día de los hechos. Jaime, en tanto, tenía 17 y tres meses. Ambos fueron condenados por ser coautores del robo con homicidio de Tamara, por robo con intimidación y receptación. Gallardo fue condenado a cadena perpetua y Jaime, a 10 años de internación en régimen cerrado.
“El fenómeno irá en aumento”, lamenta el fiscal Soto. Últimamente han visto que los menores están robando autos con chaleco antibalas encima, y no tienen miedo de usar sus armas de fuego. Y aunque no le gusta ser alarmista, hace un pronóstico: “Es cuestión de tiempo el tener otro caso como el de Tamara. Sé que va a ocurrir”.