El miércoles 11 de marzo, justo cuando se cumplían 10 años desde que Sebastián Piñera llegó a La Moneda, Cecilia Morel recibía en el comedor de su despacho a un grupo especial de invitados. Todas caras conocidas. Era el círculo de hierro del Presidente Piñera durante su primera administración, quien llegó a almorzar con ella en La Moneda. Ahí estaban Ignacio Rivadeneira, María Irene Chadwick, su hija Magdalena Piñera, René Cánovas, Alberto Cárcamo, Denise Peró, Jorge Alessandri y Carla Munizaga. Y aunque la cita no era con él, Sebastián Piñera fue, se instaló, se quedó a almorzar, les expuso el plan de trabajo que venía desarrollando desde enero para enfrentar el coronavirus y escuchó los consejos y diagnósticos de su exequipo.

Pese a que no es la primera vez que se reúnen, para algunos ese encuentro fue el que volvió a poner el nombre de Carla Munizaga como asesora de prensa del Presidente, rol que cumplió la vez anterior.

El Presidente para entonces ya estaba consciente de que debía reforzar sus equipo de comunicaciones y su último fichaje para eso, Alfonso Peró, no había dado los resultados esperados. Con la llegada de Munizaga esta semana –y el regreso de su jefa de gabinete, Magdalena Díaz–, el Presidente estrena un nuevo cambio, en medio de un crisis que, hasta ahora, parece darle un impulso de energía y aprobación.

Pero el coronavirus dejó en su paso otro movimiento en el equipo presidencial que se preveía para comienzos de marzo: el esperado cambio de gabinete.

Dos meses de arrastre

La historia partió en enero. Incluso un poco antes. Por esos días las relaciones entre los ministros del comité político estaban tensionadas. En La Moneda dicen que había desconfianza, principalmente entre el ministro del Interior, Gonzalo Blumel, y su par de la Segpres, Felipe Ward. Esto, por el protagonismo que aún mantenía Blumel en los temas relativos al Congreso, lo que era resentido por Ward. Las tensiones en el equipo llegaron a tal punto, que el propio Piñera, el lunes 20 de enero, les pidió a sus ministros que se “afiataran” para evitar los cuestionamientos de Chile Vamos, quienes -por esos días- presionaban para que se realizara un cambio de gabinete.

A eso se sumó otro factor: Marcela Cubillos le planteó al Presidente que quería dejar su cargo como ministra de Educación. Cubillos no compartía el rumbo que el gobierno estaba tomando en el estallido social y solo estaba dispuesta a quedarse si entraba al comité político. Como no podía asumir ni en la Segpres -debido a su tensa relación con el Parlamento- ni en vocería –sus niveles de aprobación ciudadana no la acompañaban-, se puso sobre la mesa la idea de asumir el Ministerio de Desarrollo Social, aún en manos de Sebastián Sichel. Dicen que el Presidente lo pensó. Y le pidió que le diera tiempo, pues quería incluir su salida, o enroque, dentro de un cambio mayor.

Vino febrero y el Mandatario se dedicó a evaluar seriamente un cambio.

Una de las piedras de tope era la figura de su ministro del Interior, Gonzalo Blumel. Cuentan que varios cercanos al Presidente, pero representantes de una derecha más dura, le insistían que debía sacarlo, y no solo por su manejo del orden público, sino porque no le transmitía toda la información al Presidente, y porque no jugaba su rol como jefe de gabinete con los otros ministros. Piñera lo evaluó. Sin embargo, se resistía a un cambio y no quería ceder a las presiones de las colectividades oficialistas. De todas formas, se sondearon fórmulas como que el canciller Teodoro Ribera –RN, cercano a Andrés Allamand- pasara a Interior, o que el cargo lo asumiera el presidente de ese partido, Mario Desbordes.

Los primeros días de marzo, la segunda baja del gabinete ya se hacía saber. Si el viernes 28 de febrero Marcela Cubillos presentó su renuncia, la titular del Ministerio de la Mujer, Isabel Plá, haría lo suyo. La historia es similar: Plá le dijo al Presidente que quería partir; él le pidió que esperara que pasara el 8M –Día Internacional de la Mujer-, pues quería incluir su salida en un cambio mayor. El asunto era inminente.

De hecho, el día en que Plá oficializó su dimisión, el viernes 13 de marzo, el Mandatario le transparentó a su comité político que estaba evaluando escenarios y estaba analizando si solo reemplazar a Plá o hacer un movimiento mayor.

Finalmente, ese mismo día, el jefe del Segundo Piso, Cristián Larroulet, dejó las carpetas sobre el escritorio del Presidente, con la propuesta de cambio de gabinete.

En esa fecha, el comité político aún seguía tensionado, continuaba la presión de Chile Vamos para realizar un ajuste ministerial y transmitían que los cambios en el comité político eran claros: la vocera Karla Rubilar no estaba dando los resultados esperados, había perdido la fuerza con que llegó al cargo, lo que se sumaba a la presión de algunos RN por no ser militante del partido, y Ward, encargado de las relaciones con el Congreso, no tenía suficiente ascendiente sobre el Parlamento.

El cambio, entonces, sería el siguiente: Blumel se mantenía como jefe de gabinete; el ministro de Vivienda, Cristián Monckeberg (RN), cruzaría la Alameda para instalarse en la vocería. Este movimiento, incluso, dicen algunas versiones del gobierno, fue conversado -en más de una oportunidad- entre el propio Monckeberg y Blumel.

A su vez, Rubilar tenía dos destinos posibles: instalarse en el Ministerio de la Mujer, o incluso volver a la intendencia, el lugar donde destacó para el estallido social. También se evaluó que pasara al Ministerio de Desarrollo Social.

Para Ward, en cambio, el destino -en uno de los escenarios- sería Vivienda, mientras que a su lugar llegaría Claudio Alvarado (UDI), exsubsecretario de la Segpres, quien actualmente está liderando la Subsecretaría de Desarrollo Regional (Subdere).

Con ese diseño se lograban dos cosas: dar “nuevo aire” al comité político y “reforzar” la presencia de los partidos en La Moneda en un año que era considerado clave para Palacio por las elecciones del plebiscito, municipales y de gobernadores. “Era necesario un gesto para mantener la unidad de la coalición”, decían en el gobierno.

Sin embargo, el coronavirus dio vuelta las cosas y no solo movió el cronograma electoral y le dio un segundo aire al Presidente, sino también al comité político.

Para nadie en el gobierno era un misterio que el inicio de Blumel en Interior fue complejo. Asumió un puesto en el que se veía incómodo y se tuvo que acostumbrar a abordar las materias de orden público.

El camino se complicó aún más para él cuando la acusación constitucional en contra de su antecesor, Andrés Chadwick, fue aprobada en el Congreso. Ahí, la UDI se encargó de pasarle los costos por no haber hecho mayores gestiones. Eso sí, el jefe de gabinete en febrero tuvo su revancha cuando se rechazó la acusación constitucional en contra del intendente de la Región Metropolitana, Felipe Guevara.

Con la crisis sanitaria, Blumel -dicen en Palacio- logró finalmente tener un “respiro”. Los incidentes en materia de orden público comenzaron a bajar y junto con eso la acusación constitucional que estaba impulsando el Frente Amplio en su contra también se desactivó.

En este escenario, el jefe de gabinete, además, dicen, afiató más su relación con Piñera y ha tenido un rol clave en la crisis sanitaria para lograr mantener la coordinación con distintos actores para aplacar los cuestionamientos al gobierno. Fue su idea crear una mesa de trabajo con alcaldes, en la que incluyó también al Colegio Médico.

El caso de Rubilar, dicen en La Moneda, es el más notorio. Durante el estallido social, la vocera de gobierno comenzó a tener un desgaste y varias diferencias de opinión con Piñera, quien -en más de una oportunidad- se quejó por sus vocerías y le transmitió molestia. Rubilar, en tanto, afirman en el gobierno, apelaba a que su perfil era “más social” y más “de terreno”.

Con la crisis sanitaria, Rubilar se afirmó nuevamente. Su profesión ligada a la salud la acercó al Mandatario, con quien ha estrechado su relación debido al conocimiento que maneja en la materia. Eso le permite, afirman en el gobierno, estar más empoderada en el cargo, ha tenido un mayor despliegue comunicacional, tiene reuniones seguidas con Piñera y lo aconseja más en sus discursos e intervenciones públicas.

Ward, en tanto, si bien señalan en el gobierno que no ha logrado “lucirse” como ocurre en el caso de Blumel y Rubilar, está cumpliendo con su rol en el Congreso.

En La Moneda recalcan que la crisis también permitió dejar atrás las tensiones al interior del comité político y que realicen un trabajo más coordinado y con mayor complicidad, lo que -dicen- es clave para Piñera. Además, las presiones de los partidos para realizar un ajuste ministerial cesaron, lo que coincidió con el aumento -por tres semanas consecutivas- de la aprobación presidencial, según la encuesta Cadem.