Cuando Carola Zañartu (40) llevó a su hija de 11 años a la primera entrevista en el liceo municipal Augusto D’Halmar, en Ñuñoa, le llamó la atención una cosa: le dijeron que era muy posible que, en la primera prueba, su hija se sacara un rojo.
A Zañartu, que es docente de educación parvularia y académica en la Universidad Finis Terrae, eso la sorprendió. Ese 2021 su hija terminaba sexto básico, en otro colegio de la comuna, con un promedio de 6.0. Viendo ese potencial quiso llevarla a un lugar de mayor exigencia.
Le comentaron del Augusto D’Halmar, ubicado cerca de la Villa Frei. Le parecieron bien dos cosas: la primera, los buenos resultados en puntajes en las pruebas de admisión a la universidad. Lo otro, es que es un colegio con buenos índices de convivencia escolar. Respiraba tranquila: su hija no iba a sufrir bullying.
Susana González (48), otra apoderada, supo de este colegio en 2016. El establecimiento donde estudiaban antes sus dos hijas pasó a ser particular, por lo que el arancel se duplicó de $ 100 mil a $ 200 mil. Para ella, una secretaria en un banco, y su marido, un emprendedor, era un precio imposible de costear.
Por ende, tuvieron que ver otro lugar. En esa búsqueda les hablaron de los resultados del Augusto D’Halmar. A González le llamó la atención que un colegio con ese rendimiento fuera municipal.
Así, ambas madres, González y Zañartu, matricularon a sus hijas en el liceo. Con el tiempo fueron descubriendo de la misma forma -aunque en años distintos- cómo funcionaba el modelo educativo.
Lo primero que les llegó fue un listado de materias que tenían que preparar antes de entrar a clases. Eso les hizo darse cuenta de que era un colegio que demandaba un alto compromiso con el estudio.
“El colegio tiene un sistema que se llama Aprenadeim -comenta Zañartu-. Se basa en el sistema de aula invertida: o sea, los niños tienen que estudiar los contenidos antes de llegar a la clase, y a esta solo llegan a discutir lo que aprendieron en la casa”.
Este sistema, para la hija de Susana González, fue un gran salto en la calidad de su aprendizaje. Aunque les costó adaptarse, dice, se sobrepusieron a la carga. También, constata, se encontraron con un colegio con un fuerte espíritu de comunidad, donde inculcan valores como la responsabilidad y la capacidad de sobreponerse a la adversidad.
Pero esa presión no resulta para todos. Eso le pasó a la hija de Zañartu. Y se evidenció cuando empezó a tener sus primeras pruebas, donde comenzó a traer rojos en las pruebas de coeficiente dos. Así, se dio cuenta de que su hija estaba en riesgo de repetir. Y ni siquiera había terminado el primer semestre.
Zañartu reparó en que a su hija le costaba entender lo que le estaban hablando en clases. La llevaron a un neurólogo y le encontraron un Trastorno de Déficit Atencional. Con ese diagnóstico, le pidió al colegio que la incluyeran en el programa PIE, de integración escolar para niños con necesidades de aprendizaje especiales.
Lo otro que hizo fue pedir una cita con el director Jaime Andrade, la mente detrás de ese ciclo educativo del liceo. Lo que quería era que le dieran un trato diferente a su hija, con menos carga. La respuesta fue dolorosa. Aún la recuerda.
“Me respondió que los profesores no tienen el tiempo para hacer esas adecuaciones para esos casos. Que el colegio ya es así. Y que mi hija se fuera a un colegio más chico, porque ella no puede estudiar en este sistema”. Consultado, Andrade no recuerda haberle dicho eso a Zañartu.
El rendimiento de la hija de Zañartu fue en picada. A pesar de lograr entrar al Programa de Inserción Estudiantil, sus resultados no mejoraron. “Tenía promedios rojos desde Matemáticas a Educación Física”, lamenta su madre.
A mitad del segundo semestre la situación era irremontable. Su repitencia era inminente. Además, su hija desarrolló una depresión por la frustración que le generaba su mal rendimiento.
Ahí, Zañartu pidió el último favor: “Les dije que le cerraran el año a mi hija hasta lo que llevara. ¿Para qué iba a dejarla haciendo clases, con esa presión, si igual iba a repetir?”.
El problema reventó después: cuando quiso volver a matricular a su hija para 2023, el director le dijo -según Zañartu- que no quedaban cupos para repitentes. Por ende, su hija no podía seguir en el colegio.
Esa fue para Zañartu la gota que rebasó el vaso. Su situación era extrema y el colegio no la ayudaba: “Imagínate: tener que buscar colegio con todos esos promedios rojos y, más encima, con repitencia”.
Ahí fue cuando decidió, en diciembre del año pasado, denunciar a Andrade a la Municipalidad de Ñuñoa por discriminación. La consecuencia fue un sumario contra el director y el reemplazo del equipo directivo casi completo. En su reemplazo, llegó otra directora, con su equipo.
Con eso, comenzaron los meses más tensos que ha tenido el colegio.
El factor Andrade
El Liceo Augusto D’Halmar es un emblema para el municipio de Ñuñoa. Si bien abrió sus puertas en 1963, no siempre tuvo un pasar muy destacado. “Antes se llamaba Liceo A-47. Y le decían la “sala cuna”, por su baja calidad de enseñanza”, recuerda Mónica Gallis (48), apoderada actual del colegio. Su familia conoce bien el liceo: casi por tradición, varios de sus cercanos han egresado de ahí.
Los cambios más sustanciales llegaron con los años 90. El exalcalde de Ñuñoa Pedro Sabat, que lideró la comuna durante cinco periodos (1996-2015), comenta que la intención inicial era superar en excelencia a los demás colegios. “Queríamos dejar atrás al Instituto Nacional”, recuerda.
Para eso se reunió con Jaime Andrade, en ese entonces presidente del sindicato de trabajadores del establecimiento. Le propuso administrar el colegio, al conocer el liderazgo de Andrade. “Le dije: quiero que en 20 años sea el mejor colegio de Chile”, recuerda Sabat sobre ese encuentro.
En 1998, ya con Andrade a la cabeza, llegaron también nuevos docentes que provenían de establecimientos de alto prestigio, como el Grange School o el Instituto Nacional. Lo otro que hizo, fue instalar el método de anticipación de contenidos.
El plan del director fue dando frutos: en 2016 quedaron en el puesto 34 de los mejores colegios a nivel nacional en puntajes PSU. El año siguiente fueron octavos.
La fórmula del colegio municipal que logró el 8° mejor promedio PSU | La Tercera
El mismo Jaime Andrade explica un poco la receta detrás de este éxito: “Hay que colocar metas y valores, es tan simple como eso. Yo tenía cita con dos o tres directores de otros establecimientos diariamente para copiar los secretos. Pero el único secreto es trabajar todos los días y hacerlo con mucho cariño”.
El colegio, a medida que se iba corriendo la voz, se convirtió en un lugar codiciado por familias de todos los rincones de Santiago para que sus hijos estudiaran y tuvieran una oportunidad real de entrar a la universidad.
Así, el Augusto D’Halmar se quedó con el primer puesto de los mejores establecimientos educacionales públicos, desplazando a liceos emblemáticos que ocuparon ese podio durante décadas, como el Nacional y el Aplicación.
Pero el estilo Andrade también genera críticas.
“El colegio ha logrado tener buenos resultados, pero son mentirosos, porque se trata de dejar fuera a los alumnos que no se logran adaptar, como los que tienen necesidades especiales, o bien a los repitentes -apunta Zañartu-. Un colegio que de verdad es de calidad puede lidiar con esos problemas a través de la acción de los profesores”.
Cecilia Fuenzalida, otra apoderada del colegio, también critica la forma en que Andrade opera. Su hija cursaba octavo básico en 2022. Después de una racha de malas notas, quedó en riesgo de repetir. En eso, asegura, la llamó el director.
“Me ofreció que me llevara a mi hija del colegio a cambio de que ella pasara de curso. Si nos íbamos, le mejoraba las notas, así no repetía. Me sorprendió -acusa-, y lo comenté en un grupo de apoderados, donde aparecieron más historias similares. No lo comentan por vergüenza, pero pasa”.
Por lo mismo, Fuenzalida es crítica.
“Yo sé que las selecciones son para que haya una buena calidad escolar, pero tiene que hacerse de forma honesta, no en forma arbitraria. Y eso pasó acá -lanza-. En el fondo, es un sistema discriminatorio para los niños”.
Julio Martínez (UDI), concejal de Ñuñoa, lo mira de otra forma.
“Andrade impuso un sello a costa de una selección de alumnos. Podrá ser injusto, tal vez discriminatorio, pero al D’Halmar entraban los alumnos que realmente se la podían”.
Los dos modelos
Luego de la denuncia de Zañartu, llegaron otras que indicaban un mal manejo frente a estos casos que tenían problemas para insertarse. Ante esto el municipio, dice la concejala independiente en cupo de Comunes, Alejandra Valle, no podía quedarse de brazos cruzados.
“Recibimos denuncias graves, como que el director ofreció cambiar notas a cambio de que los repitentes se fueran del colegio. Pero también hay denuncias por malos tratos, de niños que, por el alto estrés, ya sufrían de colon irritable o depresión”.
Hoy, la figura de Andrade sigue dividiendo a la comunidad escolar. De hecho, un sector de los apoderados mantiene una postura completamente opuesta a la de Zañartu: el colegio tiene que mantenerse tal y como está. Creen que, al salir gran parte del equipo de Andrade, se está pasando a llevar la esencia del modelo educativo. Y ha habido un gran desorden los primeros días del año.
Ese fue una de las críticas que parte de la comunidad, con muchos alumnos entre ellos, fue a manifestar esta semana a la Plaza Ñuñoa, frente al edificio consistorial: un desorden en las materias, además de talleres y otras características que les habían quitado. No quieren que desaparezca la exigencia que caracteriza su exitoso modelo.
“No lo conviertan en cualquier otro liceo público que cualquier otra comuna tiene (...) ¿Creen que así van a llegar al primer lugar? Fuimos reconocidos por nuestra fórmula y ahora nos la están quitando”, gritaba por altavoz uno de los alumnos. De hecho, a mediados de marzo organizaron un “paro de lápices”, aburridos del desorden en la gestión.
“Primero, no nos han dado el cronograma, que es lo más importante para planificar los estudios en el año. Lo segundo es que llegó gente de la corporación municipal a trabajar al liceo -acusa Javiera Ziegenbein, apoderada-. Nosotros creemos que son cargos inventados, porque nunca antes los necesitamos. Y ellos se la pasan vigilando a los profesores. Los profesores ya no pueden hablar a solas con los estudiantes sin que haya uno de ellos escuchando. Además, tienen miedo de que sigan apareciendo más sumarios”.
Andrade, ahora con licencia médica y en medio de un sumario en su contra, se suma a estos argumentos: “El proyecto educativo está absolutamente en peligro, porque no tienen interés en aplicarlo, ni saben cómo. Pusieron a un equipo que parece que se conoció recién”. Además, asegura que a los estudiantes con dificultad de aprendizaje se les brindó ayuda a través del programa PIE.
La pregunta que cruza todas las discusiones que se tienen en torno al problema del liceo ñuñoíno es si la educación pública debiese tener la facultad de seleccionar para alcanzar la excelencia o si, por el contrario, tiene el deber de incluir a todos, aun si eso significa sacrificar resultados.
Ernesto Triviño, académico de la Facultad de Educación PUC, cree que “los buenos resultados por exclusión de estudiantes no son representativos de una buena educación, y existe sospecha de que esto ha ocurrido en el liceo. De confirmarse que se excluía a estudiantes es indispensable hacer cambios estructurales. Porque eso demostraría que el colegio no obtiene altos resultados por sus buenos procesos educativos, sino que, al contrario, tiene procesos deficientes que dejan fuera a estudiantes con mayores dificultades de aprendizaje”.
Fernando Soto, exrector del Instituto Nacional entre 2014 y 2019, opina distinto: “La selección de estudiantes por su mérito académico fue durante décadas la condición para tener un buen resultado como colegio. Por ende, a un establecimiento deberían ingresar esos alumnos que estén comprometidos e interesados en tener un desarrollo académico y con este proyecto de vida -argumenta-. A las familias se les tiene que presentar varios modelos educativos. Y suena duro, pero hay niños que no calzan en algunos enfoques, aunque hay que ayudarlos “.
Ese debate es el que tensiona a los padres.
“Ellos normalizan que de 45 niños, 30 tengan rojos –critica Carola Zañartu-. La otra vez fui a una reunión del centro de padres, donde estaban diciendo que sus hijos son excepcionales, y nosotros le bajábamos las notas al colegio. Que si nosotros sabíamos que el colegio era exigente, que por qué no nos íbamos para otro lado. Y de eso no se trata la educación pública. Es una visión elitista, arribista y segregadora”.
Gallis, por su lado, dice que no quiere que se vea como que hay un quiebre entre los apoderados. “No queremos estar del lado contrario de los denunciantes. Solo buscamos que el proyecto educativo se mantenga o se mejore. El sumario del director debe seguir su curso y confiamos en que todo se va a esclarecer -indica-. No queremos más conflictos en nuestra comunidad educativa”.
A pesar de todas sus diferencias, Zañartu volvió a matricular a su hija en el liceo este 2023. Se lo pidió su misma hija y se lo recomendaron sus terapeutas. “Tiene que validarse en el lugar que la desvalidó -dice ella.
Para Susana González, cuya hija menor quiere estudiar Medicina, el panorama es otro. Le da miedo que la visión del Estado interfiera con los sueños de los alumnos.
“Mira, esto no se trata de que mi hija sea doctora o lo que sea -cierra González-. Yo, lo que quiero es que cuando ella salga, tenga las puertas abiertas para hacer lo que ella quiera con su vida. Queremos poder elegir qué proyecto de vida queremos como familia”.