El canciller Alberto van Klaveren había aterrizado hacía unas pocas horas en Berlín y se aprestaba a tener una reunión con su homóloga, Annalena Baerbock, cuando -en Santiago- el Presidente Gabriel Boric hacía pública en su red social X una drástica decisión, el pasado 11 de abril. Se trataba del llamado a consulta del embajador en Venezuela, Jaime Gazmuri (PS). La alerta amarilla había sido presionada.

Días antes, el ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, Yván Gil, negó la existencia del Tren de Aragua y, a pesar del rechazo de La Moneda, no existió una rectificación por parte del gobierno de Nicolás Maduro, por lo que el Jefe de Estado chileno tomó la decisión de hacer visible su protesta. Más aún cuando el Ejecutivo manejaba bajo cuerdas las sospechas que, más adelante, revelaría el Ministerio Público de que el crimen del teniente (R) venezolano Ronald Ojeda -quien tenía la calidad de refugiado desde 2023- fue planificado y ordenado desde ese país.

Este es un punto clave, pues en el oficialismo se señala que sería un hecho de extrema gravedad que se comprobara la comisión de un crimen internacional de este tipo, tal como lo hicieron en el pasado agentes de la dictadura chilena en el extranjero. En la retina de muchos habitantes de La Moneda está el caso de Orlando Letelier, en Washington (1976); Carlos Prats, en Argentina (1974), y Bernardo Leighton, en Roma (1975). Aunque en el caso de Ojeda aún no hay antecedentes de índole netamente política, el encargo de su muerte desde el extranjero es considerado “gravísimo” en La Moneda.

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Antes de su partida a Europa -según revelan en el Ejecutivo-, Van Klaveren había dado el visto bueno a un endurecimiento de posiciones. Eso se tradujo en que el viaje que tenía programado Gazmuri con antelación -por motivos personales- revistiera el carácter de un llamado a consulta.

Boric y Van Klaveren estaban conscientes de que la decisión tensionaría aún más las relaciones con Maduro, la que ha estado marcada por frecuentes fricciones, ya que el Presidente de Venezuela acostumbra a responder con dureza. Sin embargo, esta vez estaban dispuestos a resistir los embates.

Desde la segunda administración de la expresidenta Michelle Bachelet la misión diplomática en Caracas había estado acéfala. El último embajador fue Pedro Felipe Ramírez en 2018. Cuando Boric llegó al poder, con la entonces canciller Antonia Urrejola, no modificó esa decisión. Incluso, tiempo después, tomó una medida similar y retiró al embajador de Nicaragua para dejar dicha sede diplomática en manos de un encargado de negocios, mismo nivel en el que estaba Venezuela. Hasta ese momento, sin embajador en Caracas, el vínculo de la Cancillería se daba de manera hostil con el excanciller Carlos Faría y luego, con mayor fluidez, con Gil.

Pasaron los meses y en mayo de 2023, ya con Van Klaveren al mando de la Cancillería, Boric repuso el embajador en Caracas, dándole dicho encargo a Gazmuri, una figura histórica del socialismo. Pero, a casi a 11 meses de haber asumido, tuvo que llamarlo de vuelta.

Hasta antes de Gazmuri la relación diplomática era principalmente técnica, con el encargado consular y el secretario general de la Cancillería como protagonistas. La apuesta era llevar esa vinculación a un plano político y de mayor influencia. Pero la gestión del diplomático no ha sido fácil.

En La Moneda resienten la falta de avances efectivos en el tema migratorio y las fallidas fórmulas destinadas a repatriar a migrantes irregulares expulsados desde Chile. Los resultados han sido exiguos. Hasta ahora solo se ha concretado un vuelo chárter con 16 venezolanos irregulares en diciembre del año pasado. El resto, 453 entre 2022 y 2024, ha sido a través de vuelos comerciales. Recién esta semana el Ministerio del Interior confirmó que Venezuela autorizó para mayo un vuelo con capacidad para 150 más.

“Estamos en una relación compleja”, afirma una fuente de Palacio, aunque se descarta un corte de relaciones. Los motivos son estratégicos ante una crisis migratoria que no afloja, el esclarecimiento del crimen de Ojeda y las elecciones del 28 de julio en Venezuela, donde se auguran nuevos episodios de fricción, luego de que el régimen impidiera la inscripción de la candidata opositora María Corina Machado y su sustituta, Corina Yoris.

La gran promesa

Boric llegó al poder hace dos años bajo la expectativa -a nivel regional- de convertirse en el líder de una nueva izquierda latinoamericana. Con solo 36 años, trajo nuevos aires a una región dividida en dos grandes bloques -de derecha e izquierda-, y fraccionada, además, entre varias izquierdas.

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Las pinceladas de su política exterior las esbozó en su visita a Argentina, la primera como Jefe de Estado. Ahí asentó su privilegio por la región: “Chile es un pueblo latinoamericano y desde ahí vamos a construir comunidad, vamos a construir región, cooperación e internacionalismo”. De esas palabras se desprendía su interés por proyectar un liderazgo regional que permitiera asentarse como una voz que colaborara en resolver los conflictos que aquejan a Sudamérica. Y consolidar dos valores clave: la democracia y los derechos humanos.

Desde esa plataforma ha formulado duros reproches a los regímenes de Daniel Ortega, en Nicaragua, y Maduro, en Venezuela, aunque siempre ha tenido un tratamiento distinto con Cuba. Firme también ha sido su condena a la guerra que inició Rusia en Ucrania y su postura frente al conflicto desatado en Medio Oriente tras el ataque de Hamas a Israel.

Esto de inmediato le permitió armar una imagen que lo proyectó, sobre todo, en Europa. Su postura -señalan quienes conocen del tema- ha provocado que sea identificado como referente de una izquierda no sobreideologizada, ganándose el respeto de relevantes líderes internacionales y siendo capaz de ir a China para reunirse con Xi Jinping y luego trasladarse a Estados Unidos (EE.UU.) para sostener una bilateral con Joe Biden.

Eso explica, en parte, el entusiasmo que provoca su presencia especialmente en auditorios universitarios tan disímiles como La Sorbonne, en Francia; Sichuan, en China, y Columbia, en Estados Unidos, donde es recibido como un rockstar. Pero, según sus detractores, ello no tendría un correlato con niveles de influencia en las grandes decisiones. Su fantasma interno -sostienen- sigue siendo el expresidente Ricardo Lagos, quien sí influyó cuando le dijo “no” a EE.UU. para la invasión de Irak en 2003, luego de que lograra instalar a Chile como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Las dudas por su influencia las refuta Van Klaveren. “El Presidente ejerce un liderazgo notorio en la región, donde se reconocen su fortaleza en la defensa de los derechos humanos, la democracia y el multilateralismo”, dice el canciller. A modo de ejemplo, a nivel global destaca los encuentros de Boric con los máximos líderes de EE.UU., China y Europa, y la alta convocatoria que despierta su presencia en el extranjero, no solo en instancias culturales, sino que también políticas y económicas.

Una región adversa

El plan inicial de Boric tuvo un ajuste relevante por tres razones: el cambio del color político del tablero regional, la situación doméstica marcada por una crisis económica y de seguridad, y por dos procesos constitucionales fracasados. “Chile ha perdido su brillo y con ello también el interés en quien dirige el país. Nadie se acerca ni saca lecciones de experiencias fracasadas”, dice una fuente de Chile Vamos.

En el gobierno comentan que cualquier intento por posicionarse en la región tiene que partir sobre una base de realidad. Eso significa reconocer que América Latina es una zona difícil, que la postura de los gobiernos va cambiando muy rápido y que eso, históricamente, ha sido una dificultad para instalar políticas regionales de largo plazo.

A eso se suma que Boric perdió a dos de sus enlaces más cercanos: los expresidentes Alberto Fernández, en Argentina, y Guillermo Lasso, en Ecuador, con quienes construyó una alianza con línea directa. Y que, en la zona, se debe navegar con interlocutores de gobiernos de destino incierto, como es el caso de Daniel Noboa, en Ecuador, o de Dina Boluarte, en Perú.

Perder a un socio estratégico como era Fernández, en un país vecino, ha tenido consecuencias bajo el mandato del Presidente Javier Milei. Algunas de ellas se vieron esta semana. La ministra del Interior, Patricia Bullrich, aseguró que tenía indicios de “presencia” en Iquique del grupo extremista iraní Hezbollah. Boric respondió directamente y con firmeza. Incluso envió una nota de protesta. La embestida diplomática tuvo resultados. Un día después, Bullrich llamó directamente a su par chilena, Carolina Tohá, para ofrecer disculpas.

Sin duda, el escenario para su posicionamiento se volvió aún más complejo con la llegada de Luiz Inácio Lula da Silva a Planalto. El mandatario brasileño -por el peso de su propio país, su trayectoria y ascendencia en la izquierda latinoamericana- es un líder natural para el progresismo en la región. Una sombra de la que nadie en estas latitudes -tampoco Boric- puede desprenderse.

Su intento por representar un liderazgo de izquierda distinto lo ha hecho chocar con Lula, quien sigue representando a la vieja guardia latinoamericana, que -en alianza con Gustavo Petro en Colombia- se resiste a perder influencia.

Uno de los roces más notorios se registró en la III Cumbre entre la Celac y la Unión Europea. Ahí, Boric fue categórico al decir que el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania “es una guerra de agresión imperial inaceptable”. El desaire no tardó en llegar. “Yo no tengo por qué estar de acuerdo con Boric, es una visión de él (...). Posiblemente, la falta de costumbre de participar en estas reuniones hace que un joven sea más ansioso, más apresurado”, respondió Lula. En la Cancillería comentan que eso fue un hecho puntual que “no hay que amplificar”. De hecho, ahora en mayo el líder brasileño hará una visita de Estado en Chile.

Las críticas de Boric a Maduro -aplaudidas y rechazadas, dependiendo del observador- han provocado que sea visto más lejos de la posición de puente frente a las elecciones de julio. Por eso, para varios, fue llamativo que Chile no participara de la reunión en Bruselas, de julio de 2023, entre Petro, Fernández, Lula y el mandatario francés, Emmanuel Macron, con una delegación del gobierno venezolano y de la oposición, para intentar “mediar” en el conflicto. Lo mismo pasó respecto de la ausencia de Chile en el Acuerdo de Barbados.

Pese a la dupla Lula-Petro, Boric se ha esforzado por hacerse su espacio. Así fue como logró en junio del año pasado mediar entre un conflicto que existía entre México y Perú en la Alianza del Pacífico. También ha intentado afiatar su alianza con el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Eso explica, por ejemplo, que en enero de este año ambos países presentaran un escrito de remisión ante la Corte Penal Internacional con el objetivo de reforzar la investigación de los presuntos crímenes de guerra ocurridos en Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este e Israel.

Otro asunto regional que provocó que Chile marcara una postura fue la decisión de Boric de alejarse de la tesis que empujaban Brasil, Colombia y la Argentina de Fernández de reactivar Unasur, organización que ha sido criticada por su marcado tono ideológico de izquierda. Por eso fue que Boric se inclinó por el Consenso de Brasilia, una instancia impulsada por Lula, que reúne a los 12 países de América del Sur.

“En el contexto sudamericano es muy difícil que alguien logre posicionarse como líder capaz de empujar a la región hacia una meta común. Las diferencias ideológicas, las alineaciones geopolíticas, las debilidades estructurales y las economías constreñidas juegan en contra de que un país o su presidente tengan un rol preponderante. Ni el Brasil de Lula ha podido”, dice la exsubsecretaria de Relaciones Internacionales Carolina Valdivia.

La excanciller (S) añade que “más allá del ámbito de derechos humanos, que es muy relevante, pero que también debe calibrarse cuando se trata de vínculos sensibles, me cuesta ver otros espacios de liderazgo regional efectivo. El Presidente parece ser más popular y con más expectativas de erigirse como líder latino, fuera de esta región que dentro de ella”.

Para el excanciller Heraldo Muñoz -quien ejerció estas funciones en Bachelet II-, si bien pueden existir propuestas e iniciativas que subrayen un perfil innovador y progresista, no es recomendable experimentar en esta área: “La política exterior del gobierno planteó inicialmente titulares nuevos de políticas, sin mayor contenido, faltó experiencia y se registraron tropiezos. Lo más importante ha sido la coherencia del Presidente en el impulso al principio del respeto a la democracia y los derechos humanos”.

Boric aún sigue en su mitad de mandato, por lo que todavía queda cancha para seguir jugando en la arena latinoamericana. A nivel extrarregional, la Cancillería está poniendo sus fichas en conseguir apoyos para la postulación de Valparaíso como sede de la Secretaría del Tratado para la Conservación de la Biodiversidad más allá de las áreas de Jurisdicción Nacional. Eso, dicen en el gobierno, apunta a fortalecer el liderazgo nacional en temas de protección del medioambiente, algo en línea con lo que el Ejecutivo llamó “diplomacia turquesa”, cuando el Mandatario recién asumía sus funciones.

Sin embargo, los desafíos regionales siguen pendientes. Gazmuri volverá prontamente a Venezuela y el gobierno está al tanto de que las relaciones con Caracas se van a tensionar aún más, ya sea por el caso Ojeda o porque las elecciones de julio serán la prueba de fuego para ver de qué ha servido la apuesta por la cooperación con el régimen de Maduro.