El pasado 16 de agosto, unos días antes de que el embajador chino iniciara su ejercicio de esgrima epistolar con el diputado Jaime Bellolio, la Subtel, con financiación de la Corporación Andina de Fomento, entregó en licitación a dos empresas estadounidenses el estudio de factibilidad para la "Puerta Digital Asia-Sudamérica", por un valor de tres millones de dólares. Aunque solo se haya dado cuenta un puñado de especialistas, esta fue una pequeña y silenciosa derrota china.
La llamada "Puerta" es en realidad un cable. Una fibra óptica que, partiendo desde algún puerto chileno, cruza todo el océano Pacífico para conectarse con Asia. Un tendido que debe atravesar abismos, montañas, valles y hasta volcanes sumergidos, con toda la tensión y la flexibilidad para soportar la turbulenta vida de los fondos marinos.
Ese prodigio de la ingeniería cuesta unos 600 millones de dólares. Y tiene el apellido "Sudamérica", porque su pretensión es conectar también a otros países, en especial a Argentina y Brasil. Para explicarlo en pocas palabras: la transmisión de datos que debe financiar al cable procedería en un 62% de Brasil y en un 13% de Argentina. Colombia proporcionaría un 9%, Chile un 6% y Perú y Ecuador, solo un 3% cada uno. Los contratos con estos países podrían condicionar si su operación es concesionada o queda en manos de algún órgano estatal.
Este es el proyecto estratégico más importante de la región y algunos dicen que del mundo. Las dos veces que el secretario de estado Mike Pompeo se ha reunido con autoridades del gobierno chileno -el Presidente Piñera durante su visita a Santiago, en abril de este año, y el canciller Teodoro Ribera, en Buenos Aires, en julio pasado-, ha planteado exactamente lo mismo: la extrema preocupación de Trump por el cable. Lo mismo ha planteado, en su momento, el canciller chino Wang Yi. Ambos entienden que el cable puede constituirse en el nuevo Muro (de Berlín) de la "Guerra Hiperfría" que Estados Unidos ha estado desarrollando frente a China.
Pompeo ha dicho -con esa sinceridad excesiva que practica la administración Trump- que EE.UU. no aceptará que un cable construido o desarrollado por China tenga ninguna conexión con sus sistemas de telecomunicaciones. La Casa Blanca teme que el control de esas instancias -la construcción y mucho más la operación- le otorgue a Beijing el acceso al torrente de datos que corre por el cable. Si la tecnología que se impone es 5G, tal volumen, que además es el que hace posible el Internet de las Cosas, será monumental.
El veto es crucial, porque el cable debería ser también una ruta principal desde Chile hacia EE.UU. Chile está conectado hoy a ese país por un cable que atraviesa los mares territoriales de varias naciones antes de llegar a su frontera sur. Una fibra que llegase a Hawai, por ejemplo, podría dividirse en un tramo hacia California y otro que siga hasta Asia, de preferencia a Singapur, para continuar desde allí hacia Tokio o Shanghai.
¿Shanghai? El cable debe llegar a China, pero ¿cómo? Si EE.UU. veta que el cable sea chino, China vetará un cable que sea estadounidense. ¿Qué hace Chile en ese caso?
Desde el punto de vista de las exportaciones actuales, casi no se podría dudar: China representa el 30% y EE.UU., el 19%. Desde el punto de vista del sistema político, las cosas son a la inversa: China es una dictadura y EE.UU. una democracia, ambas imperfectas. La pretensión estratégica de hacer de Chile un nodo tecnológico se realiza mejor con las ofertas chinas que con las restricciones de EE.UU. Pero la de garantizar la libertad y la seguridad del tránsito de datos se cumple mejor con EE.UU. que con China. Y así, una ventaja para un lado, una desventaja para el otro, ad nauseam.
Descrito de este modo, el cable es el desafío más grande en la historia de la política exterior chilena. Esto puede explicar por qué el embajador Xu Bu, que parece tener licencias inusuales dentro de la diplomacia china, ha sido enviado a un país tan pequeño como Chile. Si no está castigado en Santiago, entonces es Santiago el que tiene una importancia estratégica, quizás no imaginada por el propio destinatario.
La guerra comercial declarada por Trump ha tenido mucho de acero y tornillos, pero su horizonte de largo plazo es la tecnología, sobre todo la disruptiva, la que puede poner el mundo al revés en el soplo de unos años. El control de la transferencia de datos y el procesamiento de altas velocidades sería el principal instrumento de poder de ese nuevo mundo. El trumpismo no puede impedir que China mantenga una enorme zona de influencia -Asia-, pero está tratando de evitar que se extienda y entre en su propia casa. El asedio a Huawei y a otras empresas tecnológicas es la punta de lanza de esa iniciativa. Y el cable del Pacífico, el Muro.
Suena paradójico, pero la resolución de este puzzle político, y no Maduro ni Prosur, podría ser la principal herencia de política exterior de Piñera.