Después de 17 días de angustia, el 17 de mayo los colombianos celebraron. “Después de arduas labores de búsqueda de nuestras Fuerzas Militares, hemos encontrado con vida a los cuatro niños que habían desaparecido por el accidente aéreo en Guaviare. Una alegría para el país”, anunciaba el Presidente Gustavo Petro la tarde de ese miércoles.
Un día antes, las Fuerzas Militares habían hallado el avión Cessna 206 desaparecido de los radares el 1 de mayo por una supuesta falla en el motor cuando volaba entre Araracuara, una remota localidad ubicada en la frontera entre los departamentos de Caquetá y Amazonas, y San José del Guaviare, capital del departamento de Guaviare.
La aeronave había capotado en una zona rural del caserío Palma Rosa. A bordo se hallaron los cuerpos sin vida de los tres adultos que viajaban en ella, pero no encontraron rastro alguno de los niños de la etnia uitoto que iban allí: Lesly Mucutuy, de 13 años; Soleiny Mucutuy, de nueve; Tien Noriel Ranoque Mucutuy, de cuatro, y de Cristin Neriman Ranoque Mucutuy, de 11 meses.
Pese a que las Fuerzas Militares no habían podido hacer contacto con los niños para corroborar la información entregada por Petro, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) insistía en el hallazgo de los menores. “En la tarde de este 17 de mayo, en medio de las tareas de búsqueda de sobrevivientes del accidente el avión HK 280, ocurrido en los límites entre Caquetá y Guaviare, se recibió información proveniente de territorio que asegura el contacto con los cuatro niños y niñas que hacían parte de las personas que se transportaban en la aeronave. Dicho reporte manifestó que habían sido hallados con vida y que también gozan de buen estado de salud”, informó el organismo a través de un comunicado.
Pero al día siguiente las esperanzas se esfumaron. Petro reconocía su equivocación tras afirmar que los niños perdidos en la selva no habían sido encontrados. “Lamento lo sucedido. Las Fuerzas Militares y las comunidades indígenas continuarán en su búsqueda incansable para darle al país la noticia que está esperando. En este momento no hay otra prioridad diferente a la de avanzar con la búsqueda hasta encontrarlos. La vida de los niños es lo más importante”, señaló en Twitter.
Justo a comienzos de esa semana, Fabián Mulcue se encontraba en Bogotá participando en un foro internacional de paz. Además de miembro del Consejo Regional Indígena del Cauca, Mulcue, de 34 años, forma parte de la Guardia Indígena. La directora del ICBF, Astrid Cáceres, requería de su ayuda para formar parte de los equipos de rescate. “Ella obtuvo mi número y me llamó diciendo que si podía dar acompañamiento con la Guardia Indígena del Consejo Regional Indígena del Cauca. Algunos compañeros manifestaron que acompañarían este acto humanitario”, comenta a La Tercera.
Y Mulcue inició el viaje junto a su equipo. “La Fuerza Aérea nos facilitó el tema del transporte aéreo, nos llevaron a 40 compañeros. Llegamos de Popayán a San José del Guaviare, y desde ahí nos trasladan a un punto que se llama Calamar. En ese sitio descansamos. Al día siguiente la Fuerza Aérea nos transporta en cuatro helicópteros, donde nos encontramos los 40 compañeros de la Guardia Indígena con compañeros del pueblo siona, de los murui”, relata.
Fabián cuenta que su grupo tiene experiencia en rescates. “La Guardia Indígena siempre ha estado en defensa del tema humanitario, ha estado haciendo el acompañamiento a los diferentes escenarios. Por ejemplo, hay guardias que se han ido a diferentes territorios para poder sacar cuerpos de los actores que asesinan, de los grupos armados. También la Guardia ha ido donde el Ejército deja cuerpos abandonados”, detalla.
Sin embargo, la tarea de búsqueda de los niños perdidos en esa zona de la Amazonía colombiana representó un desafío totalmente nuevo para Mulcue, que viene del Cauca. “Ingresamos a un sitio que nunca antes había sido tocado por los seres humanos, porque es una selva muy grande. Son cuatro millones de hectáreas de pura selva, selva virgen. Algunos compañeros decían que este es el infierno verde”.
Y era un “infierno verde” lleno de riesgos, como señala Mulcue. “Uno es el tema riesgoso de la picada de los bichos. Por ejemplo, para las personas que son de la tierra fría está el riesgo de ser picado por el bicho de la leishmaniasis”, explica, en alusión a la enfermedad parasitaria diseminada por la picadura de un mosquito infectado. “El otro es el tema del dengue, de la fiebre amarilla, ese tipo de cosas”, agrega.
Arañas del tamaño de un pollo
Y no solo eso. También está la amenaza de los animales. “Hay serpientes muy bravas, además de arañas. Un compañero vio una araña del tamaño de un pollo. También hay animales de selva. Por ejemplo, en dos noches nos rugió un tigre. Algunos compañeros dijeron que se habían asustado mucho, porque por primera vez escuchaban animales así”, señala Mulcue.
Para moverse en ese entorno tan inhóspito, Fabián y sus compañeros de la Guardia Indígena llevaban radios de comunicación, otros sus celulares con brújulas. “Nosotros nos movíamos con algunos GPS y con algunas coordenadas que nos facilitaban los comandos del Ejército, ellos nos decían por aquí ya se ha pasado, por ahí pasaron los otros grupos buscando, ustedes busquen por este lado, avancen sobre este lado”.
Fabián detalla así el momento en que llegaron a la zona de la avioneta siniestrada. “Cuando bajamos del helicóptero, nos encontramos con un calor que parecía como una olla que estuviera hirviendo, un calor y una humedad inmensos en ese sitio”, relata. Y agrega: “Había que caminar aproximadamente 45 minutos desde el punto donde nos dejaba el helicóptero hasta llegar al punto de la avioneta”.
Mulcue dice que el recorrido que hacían a diario era “de 15 a 20 kilómetros”. “En ningún momento perdimos la esperanza, solamente que la parte física era la que nos pesaba. Pero el tema de la esperanza sí la teníamos firme, porque eran muchas las huellas, la motivación de la familia, la motivación de los que estaban allá era bastante notoria”, comenta.
Pero los días de búsqueda le fueron pasando la cuenta al grupo de Mulcue. “Nosotros habíamos dicho que íbamos a estar hasta el final, pero desafortunadamente a algunos compañeros que son de tierra fría estar en una zona de alrededor de 40 grados, húmeda, selva tropical, eso los fue desgastando físicamente y los ánimos como que se fueron bajando”, reconoce. Eso llevó a que algunos de los miembros de la Guardia Indígena retornaran al municipio de Calamar. Algunos lo hicieron, incluso, un día antes del hallazgo de los niños, hecho ocurrido el 9 de junio.
“El grupo de los compañeros sionas y murui fueron los que se quedaron y ellos fueron los que encontraron el día viernes, alrededor de las 3 de la tarde, a los niños”, dice Mulcue.
“La noche anterior habían tomado un remedio del conocimiento ancestral y habían dicho que se podía dar en cualquier momento el encuentro (con los niños)”, relata. Según el miembro del Consejo Regional Indígena del Cauca, sus compañeros sionas y murui habían acordado que ante cualquier ruido rodearían el lugar desde donde provenía. “Y ellos hicieron eso cuando escucharon una bulla y tuvieron la sorpresa de que debajo de unas hojas de palma estaban estos menores en ese sitio”, cuenta Fabián.
“De verdad nos sorprende. Las condiciones selváticas eran muy fuertes y que estos cuatro menores hayan estado con vida de verdad es algo de no creer”, afirma. “Los compañeros sionas y murui nos comentaban que los niños prácticamente aún se encontraban como si estuvieran borrachos. Y dicen que si pasaban unos días más posiblemente algunos de ellos fallecerían, porque estaban en un muy alto estado de desnutrición”, agrega.
Con la misión cumplida, Mulcue escribió ese mismo 9 de junio en Facebook, desde Calamar: “Hoy nos inunda de alegría al saber que se puso un granito de arena en el apoyo de la búsqueda de los menores que cayeron en la avioneta. Y saber que se encontraron con vida. Pero hay un vacío enorme, porque esos menores de edad ya nunca más verán a su hermosa madre (...) Dios guarde al perrito Wilson que aún sigue perdido en esa inmensa selva”, apuntó en alusión al pastor belga del Ejército que acompañó a los niños parte del tiempo que estuvieron perdidos en la selva. Según Jesús Dagua, miembro de la Guardia Indígena del Cauca, el perro “fue intercambiado, quedó como ofrenda por los espíritus que tenían a los niños. Esperemos que mediante conversación espiritual pueda salir, ya los pueblos amazónicos están en eso”.