El Breve diccionario etimológico de la lengua castellana fija en 1498 el uso más antiguo que se conozca del vocablo “víctima”: tomado del latín victima, apuntaba por entonces a una persona o animal “destinado a un sacrificio religioso”. Cinco siglos más tarde ha incorporado otros, como registra la RAE: “Persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita”, “que muere por culpa ajena o por accidente fortuito” o “que padece las consecuencias dañosas de un delito”. Y faltan.
Pero no es tema de acepciones más o acepciones menos. El señalado sustantivo, raíz de palabras de uso habitual y no tanto, es hoy ítem frecuente de la despensa lexical hispanoparlante. Y así como designa a seres dignos de reconocimiento o compasión, también sirve para apuntar con el dedo, para diagnosticar en público, para exponer el agravio propio o ajeno, o bien para representar ciertos roles, lo que se ha avenido muy bien con los medios y las redes sociales.
La palabra asoma hoy en la vida familiar de cada quien y en medio de las puñaladas de la política local; en los programas de TV, en los actos de memoria y en los estudios subalternos y otros programas académicos. Ser víctima, haberlo sido, proclamarse víctima sin serlo, o serlo sólo entendiendo de forma muy laxa el término, es parte cada vez más significativa del paisaje, especial pero no exclusivamente por gentileza de quienes detectan en terceros la condición de víctima, real o presunta.
Noches atrás, al final del primero de los debates presidenciales televisados, el sociólogo Eugenio Tironi sentenció vía Twitter: “Sichel ha sido la gran víctima”. Minutos antes, José Antonio Kast le preguntaba a Yasna Provoste por el destino de los presos del estallido: “¿Usted estará con las víctimas o con los delincuentes?”. Y en el mismo debate la candidata DC negaba todo vínculo con una apropiación de dineros: “Fue una mentira instalada a partir de algo de lo que fui víctima”. No faltarían tampoco los tuiteros que la acusaran de victimizarse por argüir que, siendo la única mujer en la carrera presidencial, es por esa razón objeto de discriminación y trato desigual.
Pasa, igualmente, que el vocablo se cuela en situaciones derechamente faranduleras. Un día antes del debate, el extenista Marcelo “Chino” Ríos se enfrascó en una refriega virtual con el animador Jordi Castell. El segundo había dado a conocer, consternado, la muerte de su mascota, a lo cual Ríos reaccionó por Instagram con sorna y una solicitud: “Pastel, lo único que te pido es que dejes de hacerte la víctima cada vez que te atacan”. Más adelante, el propio exdeportista ocupó el lugar del agraviado: “Heriste a muchas personas (me incluyo)”.
Otro tanto hubo la tarde del lunes 27 en el programa Carmen Gloria a tu servicio, de TVN: el caso expuesto fue el de Camilo, un joven que sostuvo relaciones paralelas con Valentina y Natalia (los tres presentes en el set) y a quien la sicóloga del espacio le hace ver que siempre aparece como “víctima de las circunstancias”. “No me estoy haciendo la víctima”, replicó Camilo.
Sólo queda acá recordar que, tras todo lo descubierto y confesado, hubo quienes siguieron considerando una víctima a Rodrigo Rojas Vade, básicamente por causa del mismo victimario: el capitalismo.
Definiciones y precisiones
“No es lo mismo hablar de víctimas de robo que hablar de víctimas de derechos humanos o de abuso sexual. Son distintos. Pero, ¿qué es una víctima? Alguien que sufre un perjuicio, un dolor o algún tipo de sufrimiento como consecuencia de la acción de otro, en lo cual no tiene responsabilidad”.
Profesora emérita de la UC, la sicóloga Ana María Arón ha conocido multitud de casos de personas abusadas, victimizadas, procurando que, además de encontrar reparación, sigan adelante: que el agravio infligido no cope sus identidades ni les impida retomar sus vidas. Por lo mismo, le parecen importantes las precisiones.
A nivel de la sociedad chilena, le resulta defendible a la sicóloga plantear que “vivimos en un sistema de dominio, muy jerárquico, que es caldo de cultivo para que ocurran situaciones de abuso”, y donde, en consecuencia, “no es raro que haya víctimas”. Ya a nivel de la sicología individual, hace ver la importancia de evitar “revictimizaciones”. Si en 1993 Robert Elias postulaba en Victims Still que la política criminal de EE.UU. facilitaba la manipulación de las víctimas de delitos para propósitos políticos, afirma Arón que uno de los riesgos que corre hoy una víctima en Chile es que, “además de ser víctima por lo que le pasó, sea usada por otros: que sea doblemente abusada”. Y eso, por diversas razones.
En cuanto al derecho internacional, detalla el abogado penalista Francisco Cox, siempre se consideró sujetos de derechos a los Estados, no obstante lo cual la evolución internacional de los DD.HH. ha llevado “a que se reconozca al afectado por una violación de sus derechos humanos (víctima) la calidad de sujeto de derecho internacional, lo que le permite accionar ante el sistema internacional contra el Estado”. Con la nueva justicia penal chilena, agrega Cox, “se le dan más derechos a la víctima”.
Por su parte, la resolución 40/34 de la Asamblea General de la ONU (1985) entiende como víctimas a quienes “hayan sufrido daños físicos, psicológicos o emocionales, o un ataque y disminución de sus derechos fundamentales como consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación”. También lo son, prosigue, “sus allegados o personas que hayan sufrido daños por asistir a la víctima”.
Hay acá una mirada que caminó junto al siglo XX, como lo expresan Didier Fassin y Richard Rechtmann en L’empire du traumatisme (2007), su “investigación acerca de la condición de víctima”:
“La creencia colectiva en la existencia de heridas ligadas a la historia de los pueblos y de los individuos movilizará tanto a los siquiatras como a los veteranos de Vietnam, a los sicólogos y a las feministas, que encontrarán en los relatos de los supervivientes de la Shoah y de Hiroshima, así como en el trabajo clínico relacionado con ellos, los elementos por los que la entidad del trastorno de estrés postraumático podría definirse y justificarse. La nueva realidad alimentará, a su vez, las representaciones y reivindicaciones de quienes han vivido directa o indirectamente estos acontecimientos dolorosos, transformando y legitimando, a la vez, el sufrimiento y las quejas”.
Y hay, finalmente, un estatus de la víctima: el modo en que una sociedad la percibe y un Estado la trata. Es lo que observaron para el caso español los académicos Gabriel Gatti e Ignacio Irazuzta en un paper acerca del “ciudadano-víctima”, publicado en 2017.
Tras tomar nota de que la condición de víctima había encontrado “un lugar social reconocido” en Europa, los autores planteaban que hasta hacía poco el caso de España era distinto. Que “el uso legítimo de esa categoría” estaba ocupado por una sola de sus variantes, la de las víctimas de ETA.
Pero entre 2000 y 2016, prosiguen, el número de asociaciones de víctimas o afectados pasó de una veintena a más de 400. Asimismo, se pluralizaron los motivos: no sólo el genocidio, el terrorismo o la violencia del Estado; también “tortura, desaparición forzada, tráfico, violencia de género, bullying, negligencias médicas, paro [desempleo], desahucios, estafas de la banca, mordeduras de animales, obstetricia, la crisis”. Y todo ello pasó a regularse a través de la ley y la experticia técnica, “instancias propias de la administración de las cosas del ciudadano ordinario, figura que se confunde cada vez más con la de la víctima”.
Víctimas y “vístimas”
¿Vivimos en un “tiempo de las víctimas”, como planteaba en 2007 el libro homónimo de la sicoanalista Caroline Eliacheff y el abogado Daniel Soulez? ¿Es esta una época en que las víctimas han sustituido a los héroes y, como plantean los autores, la supremacía de la compasión y de la emoción ha llegado a afectar el propio interés de las víctimas y el de la sociedad?
Hay quienes así lo creen y observan una “subcultura del victimismo” (como el columnista Sergio Muñoz en La Tercera), o bien consideran a este último “un nuevo estilo de vida” (como Maximiliano Hernández, de la U. de Salamanca). Y más de un producto editorial dio cuenta del fenómeno: si en EE.UU. una dupla de sociólogos abordó la cultura moral de los campus universitarios en The Rise of Victimhood Culture (2018), su trabajo fue rescatado por Jonathan Haidt y Greg Lukianoff en La transformación de la mente moderna (2019), donde abogan por “transformar el relato de victimización en uno sobre la voluntad individual”.
Por su parte, Daniele Giglioli se planteó otra entrada en Crítica de la víctima (traducido en 2017). “Carencia, primado, herencia e impunidad son los cuatro pilares de la competición de las víctimas”, anota el ensayista italiano. “Unos pilares que no aguantan la arremetida de la crítica, destinados como están a generar polémica precisamente a causa de su evidente falacia”. La víctima, acá, es el individuo inimputable, irreprochable.
Localmente, el escritor Rafael Gumucio no ha publicado libros al respecto, aunque sí algunos tuiteos. En 2018, poco antes de que los feminismos se le fueran encima, se refirió al victimismo como una moda y, meses más tarde, declaró por la misma vía: “A los tres años, el golpe de Estado destruyó mi vida y mi hogar (…). Recibí tratamiento y entendí que no era sano seguir siendo víctima toda la vida. Entendí que las víctimas eran otros (los pobres que mis padres querían defender)”.
Hoy, el narrador observa un fenómeno cultural que se extiende por el mundo, “mucho más amplio de lo que se podría pensar” y del cual “ha sido víctima gente que se sentía a salvo”. A su juicio, hoy “todo el mundo termina siendo victimario en algún momento”.
Al día presente, cantidad de clasificaciones y especificidades han seguido su camino. Es posible, entonces, que los lectores de esta nota no estén familiarizados con la victimología (encargada del estudio multidisciplinar de las peculiaridades, necesidades, situación procesal y protección de la víctima) o la victimodogmática (especialidad de la dogmática del derecho penal que estudia la influencia del comportamiento de la víctima en el delito y en la responsabilidad penal del autor). Podría pasar, incluso, que se conozca la definición jurídica de “victimización” (“acto o proceso de convertir a una persona en víctima por medio de la violación de derechos con actos deliberados, o involuntarios, que son dañosos”) y hasta se haya oído acerca de la Tasa de Victimización de Hogares por DMCS -porcentaje de hogares víctimas de algún delito de mayor connotación social-, sin perjuicio de lo cual no se dejará de asociar este sustantivo a la idea de “victimizarse”, muy extendida en el habla chilena. Así lo constata Ana María Arón, para quien un problema grande a este respecto es fruto de la polarización: ignorar la condición de víctima entre los del otro lado… por ser del otro lado.
Y si se trata de tirar pullas al adversario, aún circulan los memes, gifs y clips remezclados con la imagen de Elizabeth Ogaz, que trabajó en La Calera a las órdenes de María Inés Facuse, la exesposa de Sergio Jadue. En 2019, esta trabajadora ganó notoriedad al aparecer en un matinal diciendo que Facuse se hizo “la vístima” cuando contó sus padecimientos en una revista. En la misma nota mañanera, eso sí, denunció maltratos por parte de Facuse, quien de un momento a otro pasó de vístima a victimaria.
El tránsito de un rol al otro, después de todo, no es una rareza en los días que corren.