Anna Bohrn (46) dice que siempre supo que había sido adoptada. Ahora, mientras toma un capuchino en un Starbucks de Santiago Centro, dice que no fue muy difícil intuirlo: era la única niña de pelo café en un barrio de Estocolmo, donde la norma era ser rubio.
–Yo jugaba a ser Pocahontas. Cuando me preguntaban de dónde era, decía que mi familia biológica eran reyes y reinas indígenas.
Sin embargo, la historia que le contaron sus padres adoptivos, un matrimonio sueco compuesto por un arquitecto y una profesora, era distinta: que cuando tenía poco más de un año, en 1977, la abandonaron en una plaza en Temuco. Que, entonces, alguien la encontró y la llevó a un hogar de menores donde estuvo hasta que sus padres dieron con ella a través de una agencia sueca.
–Siempre pensé que mi madre biológica, a quien nunca conocí, había tomado esa decisión para salvarme y darme una mejor vida.
–¿Cómo era tu relación con Chile?
–Nunca me enseñaron español en el colegio. Nunca conocí a otros chilenos en Estocolmo, aunque sí había. Pero vivían en otros barrios y a mí me enseñaron que no era bueno ir a esos barrios de migrantes. Había un tema social. Las personas que limpiaban el baño en mi colegio eran chilenos, los que vendían fruta. Entonces yo, en ese tiempo, decía no: no soy uno de ellos.
Todo eso cambió cuando Bohrn se graduó como profesora de matemáticas. En vez de acompañar a sus amigos a viajar por el sudeste asiático, decidió irse a mochilear a Chile en 1999. Dice que recorrió el país entero, que le gustaron las playas de Antofagasta y La Serena y que Santiago le pareció una ciudad mucho más moderna de lo que había imaginado. Una parte importante de ese viaje era pasar dos semanas en Temuco. Bohrn quería ver si encontraba algunas pistas de su pasado y si lograba sentirse en casa. Pero eso no sucedió.
–Llegué en tren y me pareció una ciudad muy pobre. Recuerdo que había hombres borrachos en la Plaza de Armas y dije bueno, de aquí vengo. Sentí que la gente me miraba raro, porque soy alta. Yo siempre había pensado que era mapuche, pero me di cuenta que no. Que no me veía como ellos.
Mientras estuvo en Temuco, Bohrn dice que fue a juzgados, hogares de menores y oficinas del Registro Civil buscando algún documento que la ayudara a conocer su origen o quiénes eran sus padres. Pero, asegura, nadie pudo ayudarla.
–Eso me enojó mucho –dice–.
Luego de tres meses de viaje, Anna Bohrn sintió que había hecho todo lo posible para averiguar quién era.
–Recuerdo que estando en Temuco llamé a mis padres y les dije que quería volver a casa. Que entendía que ellos eran mi familia.
“A ti te robaron”
Todo cambió cuando Anna Bohrn fue madre. Primero de un niño, en 2002, y luego de gemelas al año siguiente. Ese segundo embarazo volvió a producirle la inquietud de sus orígenes y se hizo un test de ADN. El resultado, cuenta, arrojó que tenía un 87% de genes europeos. Con eso intuyó que alguno de sus padres podía ser hijo de colonos. La intriga sólo creció y la llevó a participar de foros de Facebook de adoptados chilenos en Suecia. Alguien le dio el nombre de María Diemar: la fundadora de Chile Adoption, una ONG sueca que se enfocaba en las adopciones irregulares de niños chilenos hacia ese país. Diemar, de hecho, era una de esas niñas adoptadas irregularmente. Su organización contaba con 200 socios que, gracias a ese trabajo, habían descubierto cómo sus madres biológicas habían sido engañadas, haciéndoles creer que sus hijos habían muerto al nacer, cuando en verdad eran entregados en adopción a familias nórdicas.
Ambas se juntaron en un café en Estocolmo. Era 2018, el mismo año en que una comisión investigadora de la Cámara de Diputados de Chile evacuó un informe realizado por la PDI y el juez Mario Carroza, que daba a conocer irregularidades en los procesos de adopción de menores y su salida del país.
El documento, por ejemplo, dice que “en el Registro Civil de Temuco, en Padre Las Casas y en Lautaro, inscribieron a miles de niños sin padres comparecientes. En ese momento, había una persona que trabajaba para el gobierno, pero que hizo un mal proceder al inscribir en el Registro Civil a muchos hijos sin padres comparecientes. Hay muchos niños inscritos, se llevaron a 2.200 niños a Suecia y la mayoría son de La Araucanía”.
El mismo reporte indagó en las formas del engaño.
“Tienen varios casos en La Araucanía, donde asistentes sociales llegaban con carabineros, les pegaban a los padres, se llevaban a sus hijos y los vendían a Suecia. También desde hogares infantiles, donde muchas madres que trabajaban en el campo o eran asesoras del hogar dejaban durante la semana a sus hijos y los retiraban el fin de semana. Las primeras semanas las dejaban ver, pero luego les decían que estaban enfermos, hasta que los niños desaparecían. O simplemente decían que tenían enfermedades como leucemia y que si ella no firmaba para que el niño viajara a Estados Unidos iba a morir. Se trata de una grave vulneración de derechos; algo parecido ocurría en los hogares infantiles provisorios y también de Conin. Las madres han enviado fotos de sus hijos que ingresaban prematuros con bajo peso y seguían como tal para justificar que los padres no los cuidaban y así tener un pretexto para enviarlos al extranjero”.
En esa reunión, Diemar vio los pocos papeles del proceso de adopción que Bohrn tenía. Su historia se parecía demasiado a las 2.200 que se habían revisado para el informe de la comisión investigadora.
–Por eso –dice María Diemar en un café en Providencia– yo le dije a Anna, ‘a ti te robaron’.
A Bohrn no le produjo sentimientos encontrados. Lo que le provocó, en cambio, fueron las ganas de contactar a más adoptados chilenos con Diemar, para ver si podía ayudarlos a encontrar a sus familias. Eso la empujó a trabajar como voluntaria en Chile Adoption durante un año, donde conoció otros relatos similares al suyo. Ahí vio que eran pocos los casos, como el suyo, en los que la posibilidad de haber sido niños robados no hubiese provocado trastornos psicológicos a los adoptados. El trauma y el desgarro, dice Bohrn, llevaba, en muchos casos, a depresiones e intentos de suicidio:
–La idea de que uno de mis hijos pudiese desaparecer me parecía inimaginable. ¿Qué hubiese hecho si uno de ellos hubiese desaparecido? Yo creo que nunca hubiese dejado de buscar. Entender eso me hizo interesarme más, porque, hasta entonces, nunca me había interesado tanto en mi adopción.
La posibilidad de que en Chile hubiese una madre buscándola alentó a Bohrn a poner una denuncia en la justicia sueca en 2019. Pero, como le explicaron los fiscales, era imposible investigarla, porque se trataba de un crimen prescrito. Lo que hizo entonces fue pedirle ayuda a Diemar, para que agregara sus antecedentes a la investigación que había llevado el juez Carroza. Quería ver si había algún antecedente, como un certificado de nacimiento, que la ayudara. Alrededor de un año después, en agosto de 2021, Bohrn supo, gracias a certificados de nacimiento, que la historia que le habían contado sus padres adoptivos era una mentira.
–María me dijo que el 24 de agosto de 1977 llegué en ambulancia al hospital regional de Temuco por un golpe en la cabeza. Tenía un año y medio y estaba sola. La asistente social del hospital dijo que no pudo contactarse con mis padres. Los buscaron durante siete días y después pasé a un hogar de menores que hizo el contacto con la agencia sueca. Me volvieron a inscribir en el Registro Civil de Perquenco y en 10 días mis padres adoptivos mandaron el dinero requerido para completar la adopción y enviarme a Suecia.
Bohrn también consiguió algunos papeles de su proceso. Dio, por ejemplo, con una carta de su madre sueca que pedía adoptar a una niña que no fuese recién nacida y que no tuviese la piel demasiado oscura.
–Me dio mucha rabia con mi madre sueca. Sentí que lo que había hecho era casi como comprar una guagua por internet, porque tenía el dinero para hacerlo. Pero no pude hacer nada con esa rabia, porque ella ya había fallecido.
Bohrn, entonces, fue donde su padre.
–Le pregunté si sabía de esto. Al principio no quiso hablar del tema y después me dijo que se sentía avergonzado, porque no es lo que les había contado la agencia. Él pensaba que había adoptado a una niña en condiciones vulnerables y no que habían comprado a una niña.
Buscar una tumba
Anna Bohrn está en Chile. Regresó al país esta semana para participar de un congreso de niños adoptados ilegalmente, que se llevó a cabo en el ex Congreso, pero también para saldar un par de deudas consigo misma. El miércoles 2 de noviembre va a ir a la PDI a hacer una denuncia por adopción ilegal. Quiere que la policía civil chilena investigue su caso, el mismo que la justicia sueca no tomó. Luego tomará un avión a Temuco.
–Quiero encontrar mi tumba.
Su tesis es la siguiente: tomando en cuenta su ADN, probablemente su padre es hijo de colonos. Tal vez ese padre embarazó a una mujer que no debió haber embarazado y, por eso, la apartaron de su madre.
–Tal vez mi madre era la empleada de la casa. Tal vez la violaron. Conozco casos así.
Si eso es cierto, el patrón que se ha descubierto en las adopciones ilegales sugeriría que a Anna Bohrn la dieron por muerta. Que eso le habrían dicho a su familia después que llegó al hospital en agosto de 1977.
Ese objetivo, por lúgubre que parezca, es la última esperanza que le queda. Porque después de tantos años, Bohrn no cree que alguna vez pueda dar con su madre. De hecho, no piensa que esté viva. Porque si lo estuviera, dice, cree que ya la habría encontrado.
Su consuelo, entonces, es ir al cementerio y ver si da con la última pista posible sobre la persona que fue durante sus primeros 18 meses de vida.
–Así que ahora voy a Temuco a ver si estoy muerta –dice Bohrn.
La mujer se ríe de lo curiosas que pueden sonar esas palabras para alguien que no conozca su historia:
–Suena extraño, ¿no?