Quienes han seguido la carrera de Musk desde que saltó a la prominencia como un millonario de Silicon Valley invirtiendo en asuntos que de alguna manera darán forma al futuro -Tesla, SpaceX, Neuralink- parecen coincidir en al menos dos cosas. Una, que el tipo es impredecible. La otra, que este año, 2022, su saga en torno a la adquisición y luego la administración como único mandamás de Twitter lo ha transformado -o quizás revelado- en un personaje distinto.

Es cierto que desde hace unos años le había tomado el gusto a llamar la atención de manera un poco más controversial que simplemente como el hombre que promete llevarnos a Marte o que advierte contra el peligro de la Inteligencia Artificial.

En agosto de 2018 fue justamente a través de Twitter que se metió en problemas cuando posteó que estaba “considerando” comprar la totalidad de Tesla por 82 mil millones de dólares, agregando que tenía el financiamiento asegurado para ello. Eso disparó las acciones de la compañía, pero al no materializarse el anuncio cayeron estrepitosamente.

El tuiteo le costó a Musk el levantamiento de cargos por parte de la SEC, que lo acusó de fraude. El asunto terminó con una salida negociada donde Musk accedió a dejar de ser director de la compañía y quedar fuera por tres años, integrar a dos directores independientes y a pagar una multa de 40 millones de dólares.

Pero este año los tuiteos de Elon Musk comenzaron a significar un poco más que eso. Había comenzado en enero a comprar acciones de la compañía sin mayor anuncio, hasta que el abril se informó que Musk se había transformado en el mayor accionista de la compañía y unos días después, que había hecho una oferta para compararla por completo, por cerca de 44 mil millones de dólares.

Se trataba de un anuncio difícil de entender desde el punto de vista financiero. Twitter estaba -y sigue estando- lejos de ser una compañía rentable. En el año fiscal 2021 reportó pérdidas de más de 200 millones de dólares (un éxito, eso sí, respecto del año anterior, cuando las pérdidas habían sido cinco veces mayores).

Por cierto, se trata de una red influyente, pero difícilmente masiva comparada con las demás redes sociales. Y se calcula que menos de un 10% de sus cerca de 368 millones de usuarios generan más del 90% del total de tuits.

¿Por qué comprar entonces? Musk jugó al misterio. Mientras el directorio de Twitter se preparaba para la venta, el magnate indicaba que quizás el precio correcto no era el ofrecido, que necesitaba información sobre la compañía -particularmente sobre la cantidad de cuentas falsas- que ésta no estaba entregando. En mayo anunció que el trato estaba en suspenso. Luego, el 8 de julio, en el episodio más épico de arrepentimiento de compra que haya visto el mundo, Musk anunció que había decidido poner fin al trato. Pero la compañía ya estaba -como anunció uno de sus di

Twitter decidió demandarlo para que cumpliera con su oferta. Musk contrademandó. Pero todo indicaba que tenía las de perder.

Finalmente, a fines de octubre, Elon Musk se retiró de la pelea y anunció que en realidad sí compraría Twitter. En 44 mil millones de dólares.

Eso puso fin a esa parte de la teleserie, pero no a la pregunta instalada desde el capítulo 1: ¿Por qué quería comprar Twitter?

“Liberar al pájaro”

Musk, que políticamente se había estado alineando como alguien más cercano a la derecha libertaria, se había quejado de las políticas de moderación de contenido de Twitter. Y su principal reparo -replicado por buena parte de la derecha estadounidense- era que existía un marcado sesgo progresista en sus acciones.

Enfrentando -como el resto de las redes sociales- la amenaza de la desinformación, la compañía había creado un “Trust and Safety Council”, grupo asesor de cerca de un centenar de expertos de diferentes organizaciones para asesorar en el control de contenido tóxico que iba desde la explotación infantil hasta las teorías conspirativas. En medio de la pandemia Twitter empezó a incluir las advertencias sobre contenido dudoso en los posteos relativos al Covid 19, y en ocasiones derechamente a suspender cuentas.

En estados Unidos, donde teorías conspirativas como Qanon -que acusa que el establishment y el estado están controlados por el progresismo y que el partido Demócrata encubre una enorme organización pedófila- se valieron de las redes sociales para propagarse con éxito, luchar contra la desinformación se transformó en un asunto políticamente controversial. Y más desde que, tras el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021, Twitter había suspendido la cuenta al tuitero más prominente de todos: Donald Trump.

A fines de marzo de este año, Twitter suspendió la cuenta de un sitio conservador de parodias de noticias, Babylon Bee, lo que colmó la paciencia de muchos usuarios de derecha. A los pocos días, Musk preguntó en un tuiteo-encuesta a sus seguidores: “La libre expresión es esencial a una democracia en funcionamiento, ¿creen que Twitter adhiere a ella?”.

Después de que un 70% le contestara que no, siguió: “Dado que Twitter sirve como un foro público de facto y al fallar en cumplir con los principios de libertad de expresión atenta fundamentalmente contra la democracia, ¿qué debe hacerse?” . Luego agregó que estaba pensando “seriamente” en crear una red social paralela.

Y luego vino la compra. El 27 de octubre, cuando todo estaba consumado y después de Elon Musk se paseó en su primer día como “tuitero en jefe” con un lavatorio de loza por el lobby del cuartel central en San Francisco (un juego de palabras: “sink” es lavatorio, y Musk tuiteó: “let that sink in” una expresión tipo “piensa en todo lo que esto significa o implica”), Musk publicó una carta a los “queridos avisadores de Twitter”. Ahí explicaba por qué compró Twitter. “

No lo hice por ganar dinero. Lo hice por ayudar a la humanidad, a la que amo”, escribió. “Y lo hago con humildad, reconociendo que fracasar en esta meta, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, es una posibilidad real”. Luego agregó algo que fue leído como la verdadera motivación de la carta. “Esto no significa que Twitter se vaya a transformar en un sitio donde todo vale y se pueda decir todo sin consecuencias”.

Era una respuesta a lo que se veía venir y en parte se anunciaba: el fin de la “censura” (con el restablecimiento de cuentas suspendidas, la de Trump entre ellas) era también el fin de los controles. Y eso estaba espantando a muchas empresas que pagaban avisos en la plataforma.

Y también graficaba el lío que -por la humanidad o por lo que sea- Elon Musk se había metido: cómo “liberar al pájaro” -como dijo en referencia al logo de Twitter- sin espantar a las empresas que ponen dinero, y de las que espera sacar más.

El momento del desagüe

El debut no pudo ser más caótico. Lo primero que hizo fue despedir a cuatro ejecutivos de la compañía. Una de ellas, Vijaya Gadde, quien encabezaba el área legal y de políticas de la compañía, dirigió el equipo que había tomado la decisión de suspender indefinidamente la cuenta de Donald Trump. Fueron sólo los primeros de una carnicería de despidos que dejaría fuera de la compañía nada menos que al 50% de los empleados. Los que se querían quedar, advirtió Musk, debían comprometerse a trabajar duro. Varios más renunciaron.

Sus primeras medidas desataron un caos. Cuando anunció que cobraría 8 dólares por la marca de verificación de la cuenta -diseñada originalmente para mantener a los impostores fuera-, proliferaron cuentas falsas. Entre ellas la de una compañía farmacéutica que anunció insulina gratis y cayó un 4% en la bolsa, un falso George W. Bush que decía “extraño matar iraquíes” y un falso Tony Blair que contestaba “yo también”. Luego Musk echó pie atrás con la medida.

Además, con la mitad de los empleados fuera el propio funcionamiento de la plataforma comenzó a fallar. Llegó al punto en que Musk trató de reincorporar personas y mandó un mail a los que quedaban pidiendo: “si alguien sabe programar, repórtese”.

Muchos de los despedidos y renunciados trabajaban en moderación de contenidos. Además, Musk disolvió el Trust and Safety Council. Consecuentemente, el tipo de cuentas que frecuentemente eran suspendidas -no sólo aquellas relacionadas con la ultraderecha, sino también con el extremismo islámico- han vuelto a encontrar un lugar en Twitter.

Las consecuencias de todo esto aún están por verse en toda su expresión, pero hasta ahora el conteo que un conjunto de organizaciones que monitorean el discurso de odio online va así: Desde que Musk dirige Twitter, los posteos contra afroamericanos han aumentado en un 202%, contra los homosexuales en un 58% y contra los judíos en un 61%.

“Elon Musk envió la batiseñal de invitación a cada variedad de racistas, misóginos y homofóbicos”, comentó el director del Centro Contra el Odio Digital, Imran Ahmed, al New York Times. “Y ellos han reaccionado en consecuencia”.

Y no sólo ha sido un tema de falta de controles. El propio Musk ha adoptado en sus tuiteos la línea más extrema y conspiranoica de la ultraderecha. En reacción a la renuncia de un par de reputados consultores en asuntos de moderación de contenidos Musk tuiteó -sin especificar si se refería a ellos en particular o al departamento encargado del tema en la compañía- que era “una vergüenza que no hubieran hecho lo suficiente por luchar contra la explotación de menores”. Las amenazas personales contra los renunciados no se hicieron esperar.

Después de que Paul Pelosi, el marido de la Presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, fue gravemente herido por un atacante que buscaba agredir a la líder demócrata, Musk retuiteó un artículo sobre los supuestos “verdaderos” motivos del ataque (posteo que bajó luego de que le hicieran ver que el contenido era derechamente falso).

Y hace unos días se unió al coro de la ultraderecha que exige llevar a la justicia a Anthony Fauci, el líder de la estrategia contra el Covid 19 que a menudo antagonizó con Trump y que ha venido recibiendo amenazas de muerte desde entonces. Luego se lanzó contra una serie de periodistas que cubren el “frente Musk”, suspendiéndolos por mencionar una cuenta que, usando información pública, reporta los movimientos de su jet privado (a la que también suspendió). Su chapa de adalid de la libertad de expresión se vio algo empañada con eso.

Para reforzar su afirmación sobre el sesgo político de la compañía, Musk liberó con gran pompa lo que llamó los “Twitter Files”, una serie de emails y comunicaciones internas que revelaron el proceso de toma de decisiones tras la suspensión de varias cuentas. Para algunos, probó su punto; para otros, sólo reveló que hubo una discusión concienzuda en esas decisiones. Como muchas cosas en la política de EE.UU, fue una especie de test de Rorschach distinguiendo unos de otros.

Así cierra el año Elon Musk: equilibrando la preocupación financiera, tratando de retener avisadores y, como bien apunta una sátira de la revista New Yorker, arrebatándole a Donald Trump el título de El Hombre más Extenuante del Año.