Bruce Ackerman no lo duda un segundo. Para él, la democracia de Estados Unidos está amenazada y no oculta su inquietud. “Estamos en una crisis profunda y si me pregunta, yo creo que el futuro de la democracia estadounidense está en cuestión”, asegura desde su casa en Estados Unidos. “La clave será lo que suceda en la elección de 2024”, agrega. Por eso, se ha convertido en una voz activa en el llamado a descalificar a Donald Trump de las próximas elecciones por violar la sección 3 de la enmienda 14, aprobada tras la guerra civil y que prohíbe ocupar cualquier cargo federal a quienes hayan participado en una insurrección. Algo que, según Ackerman, el expresidente hizo el 6 de enero pasado.

Pero en contraste con la preocupación que expresa por el momento que atraviesa su país, el autor de We the People y el más reciente Revolutionary Constitutions -textos clave en el campo del constitucionalismo- muestra especial optimismo por el proceso constitucional que se iniciará en Chile. “Tienen la posibilidad de convertirse en un luminoso rayo de esperanza en el mar de desesperación que existe en el mundo actualmente”, dice. Y razones para el éxito hay, asegura. La principal: el alto porcentaje de chilenos con estudios superiores. “Esto significa que cuando la convención constitucional haga una propuesta, al menos un 25% de la población la leerá y la analizará”.

El académico de la Universidad de Yale, elegido el año pasado por la revista Prospect como uno de los 50 más destacados pensadores mundiales y uno de los constitucionalistas más influyentes del mundo, participará este jueves en el seminario del Centro de Estudios Públicos sobre régimen político en la futura Constitución.

¿Qué otros factores destaca del proceso que se inicia en Chile?

Chile no sólo tiene una población democráticamente más educada, sino también es el caso de Latinoamérica que en el siglo XXI se va a volver más políticamente independiente de Estados Unidos. Lo que no quiere decir que Estados Unidos no siga siendo un poder importante. Lo que tenemos en Chile es un gran momento de autonomía cultural, política y económica, sin precedentes en su historia. El número de personas en Washington que saben que va a haber una convención constitucional en Chile es muy bajo, y esto es bueno. Y si el experimento chileno tiene éxito será un tremendo acto de liderazgo y un ejemplo para muchos otros países que enfrentan problemas similares. Hoy existe una desesperación general, pero realmente podemos hacer algo creativo, no simplemente decirle no a Trump. Y ustedes tienen esta oportunidad.

¿Cuáles cree que son los grandes temas que deben concentrar ese debate constitucional?

Quiero enfatizar un par de cosas que creo que se deben destacar. Primero, hay que decir que su país tiene otra ventaja. Tiene un fuerte sistema de partidos. Esto no es común. Tenemos una coalición de centroderecha, tenemos dos grandes coaliciones de izquierda y cada una de ellas hizo un destacado trabajo al abrir sus listas a los independientes. Esto es bastante extraordinario. Si se tiene en cuenta que quien participa en la convención constitucional no puede postular a cargos de gobierno en un año, esto significa que habrá una sobrerrepresentación de la generación joven de líderes. Si se tiene 35 años esta es una gran oportunidad para mostrar capacidades de liderazgos. Luego, habrá gente que tiene 70 o 75 años. Ellos ya terminaron las labores de gobierno ordinarias, pero tienen algo que es difícil de expresar, se llama sabiduría. Ellos no están buscando otro trabajo. También tendrás los que están entremedio, pero estarán balanceados con los más seniors y las generaciones nuevas. Y eso ayudará a que el proceso tenga éxito, porque una de las preguntas cruciales es si en la asamblea constituyente se van a terminar gritando unos a otros. Y, afortunadamente, cuando uno mira la eventual composición, la respuesta es no. Las generaciones más jóvenes, por ejemplo, tienen incentivos para escuchar a todas las partes y lograr una solución consensuada y presentársela a la gente para que la apruebe en un referendo y eso es crucial.

Uno de los asuntos que se discutirán y sobre el cual usted hablará el jueves próximo en el CEP es el régimen político. Usted no es muy partidario del sistema presidencial. ¿Cuál cree que es la mejor opción?

Uno de los temas de los que hablaré es el semipresidencialismo, que algunos están planteado como opción. La razón por la que se llama semipresidencialismo es porque en Francia, en los años 60, cuando De Gaulle era un superpresidente, se negó a obedecer su propia Constitución. Entonces, en los 70 se redujo el poder del presidente en comparación con el que tenía el egomaníaco de De Gaulle. Sin embargo, desde un punto de vista comparativo, el modelo francés es superpresidencial, es más superpresidencial que el modelo estadounidense.

¿Por qué?

Por la siguiente razón que muchos obvían. En el sistema francés, un año después de elegido el Parlamento, el presidente lo puede disolver cuando quiera. En el sistema estadounidense, no. Si Trump hubiera tenido un sistema “semipresidencial”, es decir un modelo francés, él habría disuelto el Congreso en 2019 o 2018, cuando las bolsas estaban en alza y Bolsonaro había ganado en Brasil, y habría ganado, o al menos las posibilidades de ganar habrían sido mucho mayores. Veamos Francia hoy, que tiene este sistema superpresidencial. Si en el primer turno de la elección Macron no obtuviera el 51% de los votos, quién sería designado, un fascista. Si en cambio tuvieran un sistema parlamentario, como en España o Alemania, Marine Le Pen lograría el 15% o 20% de los votos, y habría un centro-conservador que eventualmente formaría gobierno. Estas diferencias institucionales son muy importantes.

¿Cree entonces que el sistema parlamentario es una mejor solución incluso en países con una larga tradición de sistemas presidenciales?

Sí, si se tiene un sistema de partidos fuerte. Es importante que la asamblea constituyente no esté enfocada en el corto plazo, sino en los próximos 20, 30 o 40 años. No sabemos cómo será la política en 30 años más, pero sabemos que las instituciones importan. Pensemos que hay un acuerdo y se establece un sistema parlamentario. En la primera elección del nuevo gobierno con la nueva Constitución habrá uno de varios posibles resultados. La izquierda obtiene un X% y la izquierda más el centro logra X + Y. Los conservadores suman Z. ¿Quién va a controlar el gobierno? “Y”. Los conservadores no obtendrán 51%, la izquierda extrema no obtendrá 51%. Los conservadores pueden obtener 40%, la izquierda extrema 25% y el centro 35%. El primer ministro será de centro. Dependerá de él o ella si pacta con la izquierda o con la derecha. Y si la izquierda quiere entrar al gobierno no podrá enfatizar sus medidas más extremas, porque si no el centro se va a ir con la derecha. Entonces tendremos un sistema centrista, en contraste con el sistema presidencial a la francesa. Las estructuras institucionales son importantes, no garantizan sabiduría, nada garantiza sabiduría. Pero sí vemos la historia de la cuarta república francesa y cómo hubo mucha inestabilidad. Era porque tenían partidos débiles, todos con cerca de 15% de los votos y 15% en el Parlamento. En un escenario así, sí va a haber mucha inestabilidad.

Usted ha estudiado muchos procesos constitucionales. ¿Cuál cree que es la clave del éxito, pensando en el proceso que iniciamos en Chile?

No hay garantía de éxito. Lo que podemos decir tras estudiar otras constituciones es ver países que uno hubiera pensado que jamás tendrían éxito. Esos son los países interesantes, porque hay muchas razones de porqué un sistema constitucional fracasa. Como dije, en Latinoamérica, en el siglo XX fue muchas veces la intervención de Estados Unidos la que los hizo fracasar. Podemos hacer un check a las intervenciones de Estados Unidos, desde la nota de Zimmermann en 1917 hasta Nicaragua. Y también están las grandes depresiones económicas. Hay muchas razones de grandes crisis. Pero tomemos un lugar como India, que es un país donde se hablan 1.100 lenguas diferentes. India no es un país, es una región, como América Latina, y es incluso más grande. Mil 100 lenguas, eso hace que la UE se vea como un problema mínimo. ¿Cuántas lenguas se hablan en la UE, digamos 30, mientras que en India, 1.100? La lengua franca del país es una lengua que nadie aprende en su casa, excepto la élite educada, el inglés. Sin embargo, como resultado de la educación hay un destacado nivel de capacidades en inglés. Pero hasta la llegada de Modi teníamos esencialmente un sistema parlamentario, eso fue lo que Nerhu estableció. Y el sistema funcionó a pesar de todo. Este parece un gran logro de un sistema parlamentario. Miremos ahora España, donde hubo un movimiento hacia el parlamentarismo después de Franco por el rechazo al líder supremo. Y funcionó bastante bien. Una cosa crucial es reconocer que Chile está realmente en una situación sin precedentes. Y mirar a los eventos de 1890 o lo que sea es un error. Este es un país distinto y mejor.