En su despacho presidencial en la Torre Ejecutiva, frente a la Plaza Independencia, en el casco histórico de Montevideo, Luis Lacalle Pou no solo está flanqueado por la bandera de Uruguay, retratos de su familia y pequeños objetos de arte, sino que también por un conejo Duracell. “Es famoso este conejo. Lo compré en Mercado Libre hace unos tres años; estaba roto y usado, lo mandé a arreglar y le puse pilas. El conejo es porque en todo proceso político surgen contendores y amenazas, y uno tiende a mirar para el costado a ver qué está haciendo el otro, y ahí uno pierde tiempo. Yo a mi equipo le digo que mire para adelante, que toque el tambor, como el conejo de Duracell. Por eso lo traje a mi mesa de trabajo, porque cada vez que tenía un problema ponía el conejo”, confiesa el Presidente uruguayo, cuya filosofía de trabajo encuentra un símbolo precisamente en la figura de la marca de pilas popularmente conocida gracias a un anuncio televisivo en los años 80.
Como el conejo, Lacalle Pou, de 48 años y militante del Partido Nacional (centroderecha), ha logrado levantarse de las derrotas que ha sufrido como político. De hecho, lo hizo en 2019, cuando volvió a postular a la Presidencia, pese a haber perdido frente a Tabaré Vázquez las elecciones de 2014. En los últimos comicios presidenciales, el actual mandatario se impuso por apenas 28 mil votos al candidato del Frente Amplio, la coalición de izquierda de Tabaré y José “Pepe” Mujica, que gobernó el país durante 15 años (2005-2020).
La noche en que ganó, Luis Lacalle Pou anunció un gobierno “multicolor”, encabezado por el Partido Nacional e integrado por varios partidos. “Había una convicción de cambio. A veces los políticos creemos que somos demasiado importantes, que convencemos a la ciudadanía que hay que cambiar, pero en realidad los ciudadanos primero piensan que hay que cambiar y luego eligen a un depositario para llevar adelante los cambios”, dice en esta entrevista con La Tercera vía Zoom desde Montevideo.
Lacalle sabe de cambios y transformaciones. Esto, gracias a su trayectoria como político -fue presidente de la Cámara Baja y senador-, pero también debido a su propia historia familiar: su padre, Luis Alberto Lacalle, gobernó Uruguay entre 1990 y 1995, y su bisabuelo, Luis Alberto de Herrera, fue uno de los principales caudillos del Partido Nacional.
En marzo de 2020, Lacalle Pou se convirtió en el jefe de Estado más joven desde el retorno a la democracia en su país en 1985, y en este año y medio en el poder, su gobierno ha sido elogiado por el manejo de la pandemia de coronavirus, y él por su actitud cercana y directa, y sus habilidades como comunicador.
En las elecciones de 2019 usted se impuso por un estrecho margen al candidato del Frente Amplio, partido que debió dejar el poder tras 15 años. Podría pensarse que Uruguay quedó muy polarizado y dividido, pero no ha sido así. ¿Cuál es la receta?
Durante la campaña electoral recurrí a un concepto que hace pocos días repetí, que es que no estábamos dispuestos a cambiar una mitad por otra. Esto está casi en nuestro ADN nacional. Nuestros partidos políticos, los partidos fundacionales de Uruguay, son los más viejos del mundo, de acción ininterrumpida salvo en las dictaduras, cuando se militó clandestinamente. Hubo revoluciones, acuerdos, desacuerdos, distanciamientos, gobiernos de coalición, luchas en conjunto contra las dictaduras. Y esas discusiones, por más acaloradas, nunca permitieron que llegara sangre al río. Creo que la propia población nacional, que vive con pasión la política, no nos permitiría nunca a los políticos generar una brecha o una grieta. En estos tiempos de redes, eso hay que cuidarlo mucho más, porque el estímulo-respuesta no se hace esperar. En los tiempos que corren es deber del gobierno, la oposición y las fuerzas vivas mantener una discusión fuerte y firme, pero civilizada.
Ya que menciona el concepto de grieta y considerando que nuestros vecinos en Argentina sí la tienen, ¿usted podría decir que en Uruguay no hay grieta social?
A ver. Hay diferencias sociales y económicas. Esas son las grietas que deben preocupar y ocuparnos. Nos debe preocupar que un chiquilín no coma o no vaya a la escuela, o una persona que no consiga trabajo. Esas son las grietas reales de las cuales deberíamos preocuparnos los dirigentes políticos. La otra grieta, que son dos bandos políticos enfrentados, es la que en Uruguay no se cultiva mayoritariamente. En los partidos políticos de gobierno y de la oposición, la grieta de enemistar a la sociedad no es una práctica constante aquí.
En Uruguay usted gobierna con el Partido Colorado, Cabildo Abierto y otros partidos. Entiendo que usted conversó o negoció con esos grupos antes de la primera vuelta. Cuando han interpelado a ministros, su coalición multicolor ha cerrado filas. ¿Cómo ha logrado mantener la unidad de una alianza tan amplia de personas que piensan distinto?
Y agrego el Partido de la Gente, que también es nuevo. Todo, no es solo un arcoíris ideológico, sino que también es una coalición que tiene distintas velocidades, distintos conocimientos de la jerga política: la complejidad podría darse en varios aspectos. Lo que nosotros hicimos fue anticiparnos a lo que iba a pasar: el Partido Nacional no iba a ganar solo, necesitábamos socios y después quisimos hacerlo lo más amplio posible, con lo más representativo de la sociedad. Yo recorrí todo el país e incluso mostraba el programa de gobierno de los otros partidos, casi que hablaba de los otros programas más que del mío. Armamos un “compromiso por el país”, que firmamos cinco partidos, como columna vertebral de entendimiento, que es el compromiso que tenemos estos cinco partidos con la ciudadanía. Si surge algún tema a nivel popular, somos libres de actuar. Y esa libertad hace la solidez de la coalición. Nosotros auspiciamos la libertad de movimiento y que se cumpla el compromiso con la ciudadana.
Que se concretara esta alianza supone al menos dos cosas: darse cuenta de que no podía gobernar solo y que los otros partidos quisieran acompañarlo. ¿Tuvo alguna dificultad en alguno de esos dos aspectos?
No, porque había una convicción de cambio. A veces los políticos creemos que somos demasiado importantes, que convencemos a la ciudadanía que hay que cambiar. Pero en realidad los ciudadanos primero piensan que hay que cambiar, y luego eligen a un depositario para llevar adelante los cambios. Había que estar sintonizado con ese cambio. Y la mayoría de los partidos políticos de oposición se paraba ahí.
“Cuando me tocó asumir, hablé de que no veníamos con un ánimo refundacional. El 1 de marzo, cuando me tocó asumir, dije que Uruguay es una gran nación construida por mucha gente de muchas ideologías. Ha sido una construcción colectiva, en que cada gobierno ha dejado cosas buenas y de las otras. Cuando se llega a este sillón hay que llegar sabiendo que te vas a ir”.
Luis Lacalle Pou, Presidente de Uruguay
Con su triunfo, de alguna manera usted jubiló a la generación del Frente Amplio que gobernó en los últimos años. Ahora el FA se encuentra en un período de renovación. ¿Cómo ha sido la oposición del FA a su gobierno? ¿Constructiva u obstruccionista?
Cuando yo soy electo y asumo como Presidente de la República, tengo la obligación de dejar a mi ser político de lado. Me tienta mucho tu pregunta, pero no me corresponde calificar la actitud del Frente Amplio. Sí puedo decir que el diálogo en Uruguay existe, las reuniones entre ministros, senadores, diputados y gobierno con los partidos de oposición son constantes, pero prefiero no calificar la acción del partido de oposición.
En Chile, Colombia y otros países de la región ha habido estallidos sociales, algunos violentos y otros pacíficos, exigiendo cambios. ¿Por qué en Uruguay no se ha dado un estallido social?
En Uruguay lo que hay son manifestaciones de todos los tonos. En la Plaza Independencia día por medio hay una manifestación, con reclamos firmes, pero son pacíficas. Para mí el grito no llega, sino que el razonamiento. Si el gobierno presta atención no es porque levanten el volumen, sino porque el reclamo debe ser escuchado.
¿Qué rol les atribuye a los partidos en esta convivencia política sana?
Fundamental, fundamental. Yo entiendo que en este mundo moderno de otras vías de comunicación a veces se pueda no valorar en su totalidad la importancia de un partido político. Le puedo asegurar que en momentos de turbulencias, en momentos difíciles como la pandemia, los partidos políticos son un anclaje donde la gente puede ahí recostarse, donde puede hacer valer su voz, donde ve que se la interpreta.
Los partidos responden a través de la vía institucional entonces...
Claro. Además, en esta elección surgieron dos partidos políticos nuevos. Entonces no es que se queden fuera de la institucionalidad, ingresan a la vía nacional partidos políticos (nuevos) y eso es sano, porque genera la necesidad de mejorar. Los partidos políticos son un cuerpo vivo, sin perder los principios fundamentales.
¿En Uruguay está consolidada la idea de la alternancia del poder? Digo, se ve que ningún partido quiere refundar el país… ¿Coincide usted con aquello?
No solo coincido, sino que cuando me tocó asumir, hablé de que no veníamos con un ánimo refundacional. El 1 de marzo, cuando me tocó asumir, dije que Uruguay es una gran nación construida por mucha gente de muchas ideologías. Ha sido una construcción colectiva, en que cada gobierno ha dejado cosas buenas y de las otras. Cuando se llega a este sillón hay que llegar sabiendo que te vas a ir.
¿Qué rol han jugado los sindicatos y los empresarios en esta convivencia social a la uruguaya?
Hay un diálogo constante y no solo por temas salariales o condiciones de trabajo. El diálogo que se da solo cuando hay un nivel de acuerdo no sirve, sino que cuando pienso y comprendo lo que exige el otro aun sin coincidir.
Por todo lo que usted dice, ¿se podría decir que Uruguay es un país de centro?
No me cabe la menor duda: lo es. No es porque yo lo diga. En estudios de opinión pública, la franja más grande se considera de centro. Hay hasta un estereotipo.
Manejo de la pandemia
Lacalle Pou identifica cuatro etapas durante la pandemia. La primera, entre marzo y noviembre de 2020, con contagios y muertes acotadas; una escalada hacia fines de ese año, “con medidas más limitantes”; una gran ola de casos y fallecidos durante el verano de 2021, y un descenso muy profundo una vez que la vacunación comenzó a tener efecto. Para llegar ahí no fue nada sencillo. De hecho, durante el peak en marzo pasado, Uruguay -de 3,4 millones de habitantes- superó a Brasil como el país de la región con mayor número de casos nuevos de Covid-19 por millón de habitantes. Al mismo tiempo, durante varias semanas se convirtió en la nación con más muertes diarias en relación a su población, con un récord de 79 decesos el 15 de abril.
Pero así y todo, el gobierno mantuvo su política de “libertad responsable”, sin ningún tipo de control policial sobre la población y con cierres muy puntuales y limitados de algunas actividades. Luego, tras un exitoso plan de vacunación, los casos bajaron al punto de que a comienzos de agosto Uruguay no registró ninguna muerte por coronavirus, algo que no ocurría desde diciembre de 2020. Según Worldometers, el país registra 6.026 fallecidos y 384.531 casos totales de Covid.
“Nunca creímos que la cuarentena obligatoria era viable en nuestro país, porque no iba a generar los resultados buscados y al mismo tiempo iba a generar consecuencias muy negativas. Porque si yo soy un asalariado o vivo de rentas, puedo hacer cuarentena obligatoria, pero si soy jornalero o alguien que la tiene que salir a pelear todos los días, ellos la iban a pasar muy mal”.
Luis Lacalle Pou, Presidente de Uruguay
Uruguay ha logrado vacunar al 70% de su población con dos dosis y ha sido -además de Chile- una de las naciones con mayor volumen de inoculación. Sin embargo, meses atrás su país tuvo el mayor número de muertes y ahí surgieron críticas durísimas. Su gobierno mantuvo desde el comienzo la misma aproximación: la política de libertad responsable. ¿Por qué en Uruguay funcionó esa estrategia?
Nosotros asumimos el 1 de marzo y el 13 se conocieron los primeros cuatro casos. Inmediatamente comenzó una discusión sobre la cuarentena obligatoria. Y ahí uno tiene que apelar a lo que forma parte de su ser, obviamente poniendo todo en la balanza. Pero primó el concepto y criterio de libertad, aunque con responsabilidad. Después del verano comenzó un ascenso grande de los casos, hasta que la vacunación empezó a dar resultados y efectos. Nunca creímos que la cuarentena obligatoria era viable en nuestro país, porque no iba a generar los resultados buscados y al mismo tiempo iba a generar consecuencias muy negativas. Porque si yo soy un asalariado o vivo de rentas, puedo hacer cuarentena obligatoria, pero si soy jornalero o alguien que la tiene que salir a pelear todos los días, ellos la iban a pasar muy mal. Debimos combinar medidas sanitarias y al mismo tiempo mantener viva la sociedad en el factor laboral y económico. No fuimos los primeros en comenzar a vacunar, pero gracias a la estrategia del gobierno de tener vacunas para todos, se llegó rápidamente a una vacunación que hace dos días estaba en el 70%.
Uruguay reaccionó rápido en conseguir las vacunas, ¿cree que en el tema de los contratos con los laboratorios, estos observan la realidad política, económica y social de cada país? ¿Ese fue el caso de Uruguay?
No vi los contratos de los otros países. Sí puedo decir que en la negociación uno se para arriba de los anclajes nacionales: cumplimiento de los compromisos, conducta crediticia histórica, institucionalidad a mediano y largo plazo, etc. Todo eso ayuda a negociar contratos que obviamente tienen una condición de adhesión.
¿Por qué se decidió vacunar con Pfizer en la tercera dosis a quienes tienen un esquema con Sinovac?
Ya empezamos hace un par de semanas con esta tercera dosis. Las decisiones que hemos tomado no pueden ser políticas, sino que técnicas y científicas.
¿Cómo se toman las decisiones sanitarias en Uruguay?
Tenemos una comisión asesora muy buena. Las decisiones se toman en base a las recomendaciones del Ministerio de Salud y las comisiones, en este caso de vacunas, y hasta hace un mes y medio o dos, tuvimos algo que fue muy apreciado: un grupo asesor científico honorario de 54 hombres y mujeres que dedicaron su tiempo y conocimientos para asesorar al gobierno. Nos hicieron pasar el desierto en momentos de mucha incertidumbre.
¿El debate sobre las clases presenciales en escuelas y universidades se ha potilizado en Uruguay o ha sido netamente sanitario?
Cuando converso con un medio internacional uno enseguida tiende a comparar, cosa que no debo hacer. Pero no se politizó. Había distintas visiones, pero no se politizó.
Uruguay ha tenido sus fronteras cerradas. ¿Cuándo las abrirá?
Ahora, el 1 de septiembre, abrimos para propietarios de inmuebles en el país y el 1 de noviembre a todos los extranjeros. Lo que vamos a exigir es que tengan su esquema de vacunación completo.
Movimientos telúricos en América Latina
A su cambio de mando, el 1 de marzo de 2020, el Presidente uruguayo no invitó a gobernantes que no le parecen democráticos: Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel. “Yo no estoy dispuesto a que en nuestra asunción esté el dictador Maduro. Es una decisión personal de la cual me hago cargo. Esto no es Cancillería, no es protocolo, es mi persona que tomó la decisión”, explicó en ese momento.
Uruguay ha ido a contracorriente respecto del resto de la región, con políticas más liberales en cuanto al aborto o el consumo de marihuana. Otra muestra de que Uruguay es “casi un mundo aparte” es que usted no invitó a los gobernantes de Venezuela, Nicaragua y Cuba a su cambio de mando. ¿Cómo observa los movimientos ideológicos en la región, los giros en el eje derecha-izquierda?
Creo que los giros son naturales. No me basaría en un análisis de izquierda, derecha o centro. Pero podríamos separar claramente a los gobiernos con sesgos populistas, que no tienen un signo de derecha o izquierda. El daño que se realiza es a través del populismo. A mí me gustan los gobiernos populares. Y mientras más al centro, mejor.
¿Podría mencionar los países donde según usted hay gobiernos de tinte populista?
Bueno, usted mencionó tres.
Cuba, Nicaragua y Venezuela…
Por ejemplo.
¿Hay gobiernos que han sido tibios en condenar los autoritarismos en países como Venezuela, Cuba o Nicaragua?
Yo no soy juez de nadie. Cuando me retire opinaré de política.
¿Cuáles son sus referentes políticos en América Latina o el resto del mundo? ¿A quién observa que le parece que está haciendo las cosas bien?
Puntualmente, a nadie. Miro y sigo acciones, algunas que me convencen o que sigo para no imitarlas. Hay un personaje político que hace poco vi un documental: Bobby Kennedy, que me gustó mucho por su sentir y vocación popular por los más débiles. Es un personaje político que me parece que la historia no le ha prestado tanta atención.
¿Cómo evalúa hasta ahora la relación bilateral con Chile? ¿Hay alguna visita programada?
Con el Presidente Piñera tengo diálogo y le agradecí en su momento públicamente porque uno de los primeros embarques de nuestras vacunas vino en aerolínea chilena y no hay que olvidarse de cuando uno estaba con ese tipo de problemas. Y cuando un gobierno de un país extranjero tiene ese gesto no lo olvido y aprovecho para agradecerlo. Creo que Uruguay con el Pacífico tiene muchas cosas para hacer: Uruguay con Chile, con Perú, Ecuador y Colombia.
¿Regreso en 2029?
¿Cuál es el sector de la economía uruguaya que se ha visto más afectado por la pandemia?
Turismo, por lejos, y después todo el tema de servicios. En 2020 tuvimos las fronteras cerradas y la temporada de verano está muy influida por los argentinos. El sector turístico fue el más golpeado, pero quiero destacar la actitud del sector turístico, que hizo propaganda para que la gente no saliera de su casa, casi como un autogolpe.
“Siempre he sostenido que si un país evoluciona, yo en 2029 debería ser viejo. Espero que la política y que el partido que yo representa tengan candidatos más aggiornados (actuales) y que yo me pueda dedicar a ayudar y a servir desde la militancia a mi partido y a mi país. A no olvidarse de la alternancia: hay que pelear mucho para llegar y hay que entender que en algún momento la alternancia va a venir y serenamente que le toque a otro y lo haga”.
Luis Lacalle Pou, Presidente de Uruguay
Durante la pandemia entiendo que Uruguay no otorgó ayudas económicas universales, bonos directos a familias que se quedaron sin trabajo, por ejemplo. ¿Por qué?
De hecho, sí hubo, pero si es a todos, es injusto. Se hizo y se siguen haciendo políticas focalizadas. Se duplicó la asignación familiar y en la rendición de cuentas acabamos de votar solo dos gastos: a la primera infancia un gasto económico específico y asistencia escolar y además un gasto específico para la gente que vive en condiciones indignas. Ha habido (también) un seguro de paro especial.
¿Cómo el gobierno logró que las cifras de empleo y desempleo volvieran a los niveles anteriores al inicio de la pandemia? Dicho sea de paso, su ministra de Economía, Azucena Arbeleche, estudió un máster en la Universidad Católica de Chile…
El mes pasado, el registro de desempleo fue 9,4%. Nosotros asumimos el gobierno con 10,5%. Hay una combinación de factores, pero hay una avidez de salir a gastar, invertir y producir. Nos dimos cuenta de que la vida es muy corta y que la vida es hoy. Nos estamos beneficiando del precio de los commodities.
Por último, usted es joven, tiene 48 años. Si bien no puede postular a la reelección inmediata, sí podría hacerlo en 2029, cuando tenga 56 años, una edad considerada “joven” en la política. ¿Le gustaría volver a postular ese año?
Siempre he sostenido que si un país evoluciona, yo en 2029 debería ser viejo. Espero que la política y que el partido que yo representa tengan candidatos más aggiornados (actuales) y que yo me pueda dedicar a ayudar y a servir desde la militancia a mi partido y a mi país. A no olvidarse de la alternancia: hay que pelear mucho para llegar y hay que entender que en algún momento la alternancia va a venir y serenamente que le toque a otro y lo haga.