“Tenemos que tratar de convertir a las personas, no condenarlas”, dice Teresa Bejan, académica de Oxford y autora de Mere Civility, un libro que trata de recuperar el valor de la civilidad en las sociedades contemporáneas, donde, según ella, se ha perdido la capacidad de debatir y confrontar ideas, escudándose en una supuesta “incivilidad” del adversario político. “A veces usamos la falta de civismo para estigmatizar a nuestros oponentes, para descalificarlos, para justificar por qué no discutimos con ellos”, asegura vía Zoom desde su casa en Reino Unido. Sin embargo, agrega, la civilidad es mucho más que eso, “es ser capaces de discrepar con alguien sin cancelarlo”.
Su libro, cuyo subtítulo es “desacuerdos y los límites de la tolerancia”, motivó también una popular charla TED y revalorizó la figura de Roger Williams, un pastor evangélico, fundador del Estado de Rhode Island, que, como apunta Bejan, creó “una sociedad tolerante en la que no solo los protestantes sino también “paganos” americanos, “judíos”, “turcos” e incluso “anticristianos” católicos disfrutaban de libertad de culto”. Y todo ello, a mediados del siglo XVII. “Fue básicamente un misionero y eso es lo que tenemos que ser, más misioneros”, apunta. “Hay que demostrar que no es malo discrepar y que lo que hay que hacer es persuadir”, asegura.
Su libro se llama Mere civility (Simple civismo). ¿Qué es el civismo?
Civismo es una palabra que anda dando vuelta hace mucho tiempo, pero muchas personas la usan sin tener realmente claro qué significa. Pensamos en buenas maneras, buena educación, cortesía o decoro, pero en el libro planteo que el civismo tiene varias características peculiares que la hacen muy distinta a la de esas otras virtudes. Civismo es una virtud de la conversación particularmente importante cuando estamos en desacuerdo. Nos permite asegurarnos que nuestros desacuerdos sean civilizados. Segundo, la palabra viene del latín, de civitas que da cuenta de la idea del Estado, por eso, el civismo siempre va a estar definido para una determinada comunidad política o sociedad particular. Cuando hablamos de civismo hablamos de cómo los miembros de una civitas o una sociedad civil deben discrepar. Y como dice el título, el término “mere” (simple) es importante, hace referencia a lo “mínimo” a algo minimalista, aunque también da cuenta de otra característica. En inglés moderno no sólo significa mínimo sino también puro. Cuando digo simple civismo trato de entender cuál es la esencia de civismo.
En una charla TED usted decía que antes de empezar el libro pensaba que el civismo era una estupidez. ¿Por qué cambió de idea?
Como estudiante a mediados de la década de 2000, no podía dejar de notar que el civismo era una queja recurrente en la política, las acusaciones de comportamientos incivilizados estaban a la orden del día. La gente se tiraba de los pelos y decía “¡Oh!, hay una crisis de civismo”. Y como historiadora de las ideas yo me decía, “no, no es así, la política estadounidense siempre ha sido así, siempre ha sido ruda, siempre ha sido incivilizada. Entonces me pregunté ¿por qué hacemos eso?, ¿qué decimos realmente cuando decimos que nuestros oponentes carecen de civismo? Bueno, los identificamos de alguna manera como personas inaceptables, que sobrepasaron los límites de lo que es aceptable en nuestra sociedad. Entonces cuando digo que el civismo parecía para mi ser una estupidez, planteaba que a veces es sólo una estrategia para estigmatizar a nuestros oponentes. Pero cambié de idea porque me di cuenta que el hecho que el civismo puede ser abusado para estigmatizar, marginalizar o excluir no significa que el civismo en sí mismo sea una estupidez. Por eso, quise distinguir entre lo que llamo civismo, la virtud, versus los usos del civismo como estrategia para evitar discutir con alguien.
¿Por qué se perdió la capacidad de discutir ideas con quienes piensan distinto? ¿El civismo está en crisis?
Es una muy buena pregunta y la tuve que confrontar en mi libro, porque al inicio me motivaba una suerte de escepticismo ante la idea de que la falta de civismo era tan grave. Sí, creo que hay una crisis y creo que la crisis que estamos experimentando ahora fue causada en parte por los cambios en las tecnologías de la comunicación, internet y redes sociales. Pero reconociendo eso, puedo decir que no es una crisis sin precedentes. Podemos compararla ampliamente con crisis previas. La que abordo en el libro es la crisis de civismo que estalló en Europa en el periodo de la reforma protestante. Con la proliferación de los desacuerdos religiosos, potenciados con el uso de una nueva tecnología -específicamente, la imprenta- creció el reclamo por la falta de civismo. Había gente vuelta loca por la pérdida de civismo en la vida pública.
¿Ese paralelo puede deberse a la crisis del liberalismo y a la idea que plantean algunos, como el filósofo John Gray, que el liberalismo también se volvió una religión?
Sí, se puede hacer una comparación, absolutamente, y es una comparación muy rica. En lo que difiero de John Gray -y he sido persuadida en esto por mi colega de Oxford Cécile Labord, que está escribiendo un libro precisamente sobre esto-, es que el liberalismo se haya convertido en una religión. Sí creo, pese a ello, que el liberalismo como una ideología de la elite cultural opera si no como una religión, sí como una iglesia establecida. Y qué quiero decir con eso, quiero decir que los estudiantes que van a universidades de la elite están destinados a imbuirse de un particular ethos, un particular ethos de la cultura liberal y luego están destinados a aplicarlo en las instituciones de la elite donde luego se desempeñan. Basta pensar en las profesiones legales, en la academia, en el periodismo y, por supuesto, en el gobierno. Entonces, sí creo que hay una fuerte similitud entre la situación actual y la crisis de la Iglesia católica, entonces. Hoy lo que ves es que la crisis de civismo es una crisis del establishment, de qué significa ser establishment, de qué rol deben jugar las universidades, de qué es lo que inculcamos en los ciudadanos, qué convicciones creemos que los ciudadanos deben adherir para ser miembros de nuestra sociedad.
Junto al civismo en muchas sociedades occidentales parece también estar en crisis la tolerancia. ¿Perdimos primero el civismo y luego la tolerancia o viceversa?
Qué fue primero, el huevo o la gallina… en mi libro uno de los temas que quería entender era precisamente esa relación entre el civismo y tolerancia. Están conceptualmente conectados, pero también están históricamente conectados. La crisis de civismo después de la reforma protestante, como describí, sucedió porque los lazos de la cristiandad, los lazos de la fe, se rompieron y los países europeos y las colonias comenzaron a tratar de ver si podían tolerar o no las diferencias religiosas. En el libro exploro las formas en que diferentes ideas de civismo fueron desarrolladas y hubo diferentes estrategias para manejar la diversidad religiosa. Estoy de acuerdo en que en cierto sentido los miembros de las sociedades liberales tolerantes han dejado de ser tolerantes. Hay una idea muy popular que viene de Karl Popper que se denomina la paradoja de la tolerancia. Está creciendo la idea en ambientes liberales de que ser tolerante es no tolerar a los intolerantes. En una sociedad tolerante no deberíamos tolerar a los intolerantes. Popper presenta esto como una paradoja, pero yo estoy en profundo desacuerdo con la conclusión de que en una sociedad tolerante no deberíamos tolerar a los intolerantes. Pierde de vista cuál es el significado de tolerancia, que viene del latín tolerare, que es aguantar algo malo o malvado. La tolerancia es exigida precisamente cuando no aprobamos el tema en cuestión. Y en mi trabajo la gran parte de lo que hago es intentar revertir esta muy estrecha comprensión de la tolerancia, es decir que la tolerancia no debería tolerar alguien que considera intolerante. Esto es un desastre político, porque no somos muy buenos para distinguir entre las personas que no nos gustan y las personas que consideramos intolerantes. La actual polarización política imita el sectarismo religioso en la temprana Europa moderna. Las dinámicas de las sectas religiosas hoy se repiten en los desacuerdos políticos, donde en lugar de estar solo en desacuerdo con nuestros oponentes, los excomulgamos, decimos que son heréticos, básicamente. Pero vivir en la tierra, en un lugar particular, en un tiempo particular y en una sociedad tolerante, significa convivir con personas que no te gustan.
¿Qué piensa de la cultura de la cancelación?
Creo que es muy desafortunado que el debate sobre cultura de la cancelación se haya vuelto tan engañoso. Muchas veces describimos como cancelación cosas que son sólo críticas en buena fe. Ser criticado no es ser cancelado. Sin embargo, cuando ves esas campañas organizadas para hacer que gente sea despedida, para hacer que personas sean enviadas a un ostracismo social, se convierte en un comportamiento genuinamente objetable. Y creo que eso es absolutamente desastroso en una sociedad liberal. Una de las cosas que John Stuart Mill dejó muy claro –y usualmente no soy el tipo de liberal que cita a John Stuart Mill, pero en esto creo que está muy bien. Él dice que el peligro de esas actitudes no es la tiranía política, no es la violación de nuestros derechos políticos para hablar, el peligro es la tiranía social, es la idea de que la sociedad va a recurrir a la vergüenza para lograr que la gente se calle, para silenciar. Nadie se atreve a expresar lo contrario a lo mayoritariamente aceptado porque las sanciones sociales son muy severas y las consecuencias se vuelven realmente tremendas, pierdes tu trabajo, pierdes tus amigos, etc. Estamos en un momento cultural en que muchas personas buenas e inteligentes piensan que no es un problema para las democracias liberales que una persona pueda ser despedida por plantear una visión impopular o incluso una visión intolerante. Creo que eso refleja una falta de perspectiva sobre el peligro que contienen cierto tipo de discursos. Y si me permites, sé que estoy respondiendo largo, pero creo que estoy hay que decirlo porque toca precisamente el tema de la religión. Muchas veces la gente dice que el discurso de odio debe ser perseguido porque es violento, y hacen una analogía entre el discurso y la violencia física. Pero en realidad no es que los críticos estén preocupados por que la adhesión a esa idea pueda causar daño a personas, sino que consideran que el hecho de que la adhesión exista es una herida a la sociedad tolerante, a esta suerte de cuerpo político. Creo que aquí hay una analogía con la idea de que la blasfemia es una especie de herida al cuerpo de Cristo.
Si aceptamos que estamos en una crisis de civismo, ¿cómo podemos recuperarlo? Necesitamos leyes. ¿Se puede recuperar?
Mi respuesta es sí y no. Y esto es especialmente importante en Chile cuando están debatiendo una nueva constitución. Uno debe ser muy cuidadoso para articular y debatir leyes fundamentales de tu sociedad de una forma que incluya a todos los miembros de esa sociedad. Esto pone el problema de una manera muy clara y útil. Pero yendo a la pregunta, creo que las personas que son lo suficientemente afortunadas para ocupar posiciones de privilegio en la esfera pública, como periodistas, académicos, tienen la obligación de ser civilizados, lo que no quiere decir que tengan la obligación de ser amables. Ser civilizado no es lo mismo que ser amable, pero sí es la obligación de relacionarse con personas que están en desacuerdo con tus posiciones. Y al hacer eso reconoces el derecho que tu oponente tiene para estar ahí. Pero también está el “no” a la pregunta. Hay un ámbito donde la crisis de civismo es crónica, perpetua, en las sociedades tolerantes. Creo que muchas veces cuando nos quejamos de la crisis de civismo apelamos a una suerte de nostalgia de un tiempo pasado donde supuestamente no estábamos tan en desacuerdo. Pero no, siempre hemos discrepado. Hay una razón para eso y está en la sicología humana. Entonces, tenemos que recordar el componente humano cuando teorizamos sobre una sociedad tolerante en lugar de moralizar diciendo que sería maravilloso si todos levantáramos las manos celebrando la diversidad. Sería lindo, pero no va a pasar. D