El sociólogo y doctor en Ciencias Políticas Ernesto Ottone fue el más cercano consultor y asesor del expresidente Ricardo Lagos Escobar durante todo su mandato.
El Segundo Piso que él dirigía se convirtió en un espacio mítico en La Moneda. Era una zona de verdadero poder y donde desfilaban importantes figuras del quehacer político y económico.
Esa relación fraguada entre dos hombres de izquierda -el líder de la izquierda aglutinada en el eje PS-PPD y el intelectual que en sus años jóvenes fue el encargado de la Juventud Comunista en el mundo- se mantuvo con los años.
Hoy, no sólo conversan una vez por semana, sino que Ernesto Ottone sigue siendo apuntado como el traductor de la narrativa de la figura de Lagos y su estela como gobernante.
El anuncio del expresidente de salir de la esfera pública impactó por varias razones, pero también porque no es un gesto habitual de los exmandatarios. ¿Cuál fue la reflexión?
Es un gesto muy de Lagos. Él siempre ha entendido que su rol en política es estar al servicio del país, pero aportando con una mirada estratégica de largo plazo.
¿Por qué salir de la esfera pública?
Porque si está en lo público, tiene que estar al ciento por ciento. Ese ha sido su compromiso: estar presente, aunque en algunos momentos fuera con el silencio.
Silencios bien elocuentes…
Claro, con un silencio que pesaba. Ahora, en su estilo sobrio, austero, Lagos siente que el cuerpo no lo acompaña. Lo dijo él mismo en su mensaje de despedida. Y al considerar que es tiempo del retiro, él dice: “Tengo que avisarle a la gente”. Para Lagos eso es muy importante. Cuando era Presidente decía que la figura presidencial debe ser el primer comunicador de la República. Esta es la continuidad de esa trayectoria.
Los gestos
El liderazgo de Lagos ha sido más formal que emotivo. Sin embargo, en su trayectoria hay intervenciones que provocan emoción. ¿Esto va en esa línea?
Lagos tiene gestos de grandeza que son parte de un continuo. En su sobriedad, él entiende que hay nudos que se rompen con la gestualidad. Ese fue el dedo de Lagos contra Pinochet. O sea, cuando se dirige al dictador y le pide cuentas, emociona al país. Hay muchos casos así en su trayectoria. La gente valora ese tipo de gestos.
Marcar el tono, tener una presencia fuerte, ¿tiene que ver con que para Lagos era clave enfrentar el fantasma de que la izquierda volviera a La Moneda?
Absolutamente. Lagos nos decía: “Tenemos el deber de mostrarle al país que un hombre de la izquierda democrática puede darle gobernabilidad al país y no partirlo en dos”. Eso estaba siempre en su cabeza.
¿Lo sentía como una misión histórica para reparar la herida de Allende?
Más bien para reparar la tragedia. Mostrar que la izquierda es parte de la democracia, que éramos capaces de desarrollar un gobierno para todos y no solamente para los propios.
También fue un camino pedregoso. ¿Cuál diría que fue el momento de mayor fragilidad? ¿El MOP-Gate?
Fragilizado nunca estuvo. Pero si tuviéramos que ponerlo en esos términos, la fragilidad más importante del gobierno no fue el MOP-Gate. Estábamos bastante armados para enfrentarlo y era una cosa muy localizada. O sea, al lado de todas las cosas que han pasado después, eso era un tecito con leche.
¿No significó un punto de quiebre?
No tuvimos un verdadero problema de corrupción del aparato público. Te diría que el momento más duro fue cuando nos dimos cuenta de que la crisis asiática duraría mucho más de lo que pensamos y que venía un duro período en la economía. Teníamos que mostrarle al mundo que Chile no sería volátil y se comportaría como un país serio.
¿Eso fue en los dos primeros años?
Claro. Y en ese momento, además, había una tendencia en los partidos de la Concertación de decir: “Hagamos una fuga hacia adelante. No importa la macroeconomía. Endeudémonos”. Ahí hubo una tensión muy fuerte.
Una tensión en medio de peleas entre autoflagelantes y autocomplacientes. ¿Cuánto afectó a Lagos ese tironeo?
Lagos se mantuvo fuera de esa discusión. Nuestro foco era tener un gobierno exitoso y movidos por la convicción de que el país no genera riquezas, las reformas son papeles mojados. Lagos siempre fue un reformista. No llegó al gobierno pensando en hacer una revolución.
La izquierda de Lagos
Él abrió el camino de la socialdemocracia. Mirado hoy, ¿eso permaneció o se fue con Lagos?
He reflexionado mucho sobre eso. Creo que ahí hubo un autoengaño que lo sufrió Lagos y lo sufrimos todos.
¿Cuál era el engaño?
Creíamos que con los avances que teníamos, los partidos de la Concertación ya habían tomado el camino reformador. No fue así. Hubo algunos que sí pasaron de revolucionarios a reformadores, pero no eran todos. Había una actitud de decir: “No hemos hecho lo que queremos, sino lo que podemos”. El reformismo no había sido asumido por todos.
¿Existió en el gobierno de Michelle Bachelet, por ejemplo? Porque ella tomó la posta de Lagos…
Existía de una manera tenue. Bachelet era una dirigente política potente. Sabía que no tenía que entrar en esa discusión, pero su corazón estaba en otra parte.
¿No recogió la bandera del reformismo?
No del todo. En su primer gobierno, las cosas fueron muy de tránsito. Vino la crisis financiera mundial, tenía todo el dinero del mundo para enfrentar la crisis, y salió como Virgen María a los cielos. Por eso fue un gobierno extraño. Te diría que fue en su segundo gobierno donde ella hizo lo que quería hacer.
O sea, ¿la izquierda concertacionista no siguió a Lagos?
En el fondo, esa izquierda nunca cambió del todo. Lo que pasa es que era tan fuerte el peso del gobierno, de sus éxitos, que nadie lo decía públicamente. El debate se mantenía en conversaciones en la cocina.
Años más tarde, el Frente Amplio abre esa discusión e impugna lo que habían hecho…
Lagos cristalizó esa crítica. Tanto para esa nueva generación como para el Partido Comunista la transición democrática había sido la continuidad de la dictadura con algunos rasgos de democracia burguesa… Eso es lo que ellos impugnaban.
¿Para Lagos fue una herida esa imagen que le devuelve el FA en su espejo?
Por supuesto que es una herida. Lagos pensaba: ¿Pero por qué no reflexionan? ¿Por qué no conversamos sobre los cambios que se han hecho en el país? No había espacio para esa reflexión.
¿Por qué?
Porque lo que había en el Frente Amplio eran emociones. No había ideología. No había un pensamiento estructurado. Era más bien una izquierda identitaria; una ultraizquierda sin historia.
En la izquierda con historia, como el PS, tampoco había una relación fácil con Lagos…
Aquí hay tres elementos. Por un lado, estaban los actores que no estuvieron en la transición democrática, salvo como críticos. Ese fue el movimiento estudiantil que surge contra el reformismo y que veían a Lagos como el peor de todos. Por otro lado, estaba el Partido Comunista, que siempre quiso otro camino. Pero había también un tercer elemento, llamémoslo el “tercer hombre”, que es el que existía al interior de la Concertación y que no fuimos capaces de visualizar bien.
¿Y cómo diría que se ha portado esa izquierda con Lagos?
Yo creo que, en general, la izquierda se ha portado mal con Lagos. Cuando terminó su gobierno, se instala una idea de “no queremos otro Lagos. Ahora queremos gobernar como nos gusta y no como podemos”.
¿Fin a la política de hacer las cosas en la medida de lo posible…?
Claro. Ahí se arma el monstruo del reformismo.
¿Le hicieron la desconocida?
La Concertación desconoció su propia obra.
¿Y a Lagos…?
Claro, a Lagos especialmente, porque él tenía el pecado original. A Patricio Aylwin no lo iban a criticar. Siempre lo vieron como amarillo, más derechista, antiallendista. A Eduardo Frei era como el hijo de Frei. Pero Lagos era el “nuestro” y, sin embargo, nos obligó a ser reformistas y, además, tuvo éxito como gobernante.
¿Eso podría explicar el momento en que el PS optó por Alejandro Guillier y deja caer a Lagos como posible candidato presidencial?
Claro, pero eso fue solamente la expresión de un crimen ya cometido. Fueron cuchillazos finales, pero de un acuchillamiento que ya existía. Ahí fue la humillación, pero todos esos elementos ya estaban. Y, claro, fue un dolor para él.
Las heridas de Lagos
¿Ricardo Lagos está cerrando el ciclo con una revalorización de su figura?
Yo diría que sí, pero para entender ese proceso hay que mirar el país que emergió. Chile siguió el camino de la liviandad, de la frivolidad, de los experimentos, de las reformas sin mayoría y que después se transformaban en nada. Después vinieron los gobiernos de la derecha que fueron muy malos también. O sea, Sebastián Piñera estaba sorprendido con el estallido de octubre de 2019, porque él andaba pensando en ser un líder internacional. No tenía idea de cómo estaba el país.
¿La izquierda lo sabía?
Tampoco. La izquierda buscaba ponerse de acuerdo para armar una nueva izquierda. Los socialistas estaban hincándose delante del Frente Amplio mientras les decían que no.
¿Qué ha herido más a la figura de Lagos: la izquierda concertacionista o el Frente Amplio?
Es que son formas distintas de herirlo. En el FA existe un antilaguismo. Su existencia se explica desde ahí. Lo otro es más feo, porque quienes estuvieron en el gobierno nunca renunciaron a nada y de pronto descubrieron que lo que habían hecho no era bueno. Ellos se veían como distintos.
¿Se podría concluir que la izquierda socialdemócrata nació y murió con Lagos en La Moneda?
Yo creo que la izquierda socialdemócrata también estuvo en el gobierno de Aylwin y de Frei. Digamos que era una izquierda de gobierno.
Me refiero a si no es una derrota para Lagos no haber podido proyectar una nueva izquierda…
O sea, en los hechos, es una derrota. La pregunta es ¿por qué Lagos no lo evitó? Yo creo que es porque tomamos conciencia tardía de lo fuerte que era esta visión antirreformadora en los partidos de la izquierda concertacionista.
¿No vieron la pulsión de que se querían cambios más radicales?
No la vimos. Creíamos que con todo el camino recorrido, el rol internacional, el prestigio de Lagos en el mundo, era más sólido en ese mundo partidario. No lo fue. Donde sí fue muy sólido fue en la cultura chilena. O sea, Lagos permeó mucho más a la sociedad que a los partidos. Generó una cultura que en Chile nunca existió como tal. Me refiero a una socialdemocracia.
¿En qué lo ve?
En el enorme respeto y agradecimiento que tienen con Ricardo Lagos. Es una cosa transversal. Yo he dicho estos días -medio en broma, medio en serio- que ahora están haciendo un santo laico del tipo al cual descueraron por años. No está en el santoral religioso, pero sí en el santoral de la República.
¿Y por qué lo empiezan a valorar ahora?
Son los porfiados hechos. Lo que ha habido en los últimos 10 años en el país es decadencia. Es cosa de tomar las cifras -yo las he estudiado- y Chile ha ido para abajo en todos los sentidos. No se nota tanto, porque toda América Latina se fue al carajo.
¿Y en esa decadencia la figura de Lagos crece?
Crece como la espuma. Hay una sensación de que en el tiempo de Lagos las cosas iban bien, estábamos orgullosos. El Presidente era recibido en todas partes. Y eso es completamente distinto al carisma emocional de Bachelet y a la forma en cómo un sector no la quiere por liviandad y porque se mete en política chica. Pero este Lagos… Siempre tranquilo. Lo insultaban y él tranquilo. Lo llama Boric a los días de la segunda vuelta y queda impresionado con Lagos. O sea, este monstruo que había en su cabeza no existía.
¿En ese encuentro de Lagos y Boric en el departamento de Luis Maira?
Sí, y resulta que Boric se encuentra con un tipo inteligente, progresista, que le dice: “Mire, este paso lo di por tales razones y obtuvimos esto”. Entonces Boric empieza a abrir los ojos. Y en un minuto hablan de la relación con los norteamericanos. Lagos le dice: “Bueno, yo te puedo ayudar. Llamo a Clinton y le pido que Joe Baiden te llame”. ¿Y qué pasó? Biden llamó a Boric para felicitarlo.
¿Fue una gestión de Lagos?
¿¡Quién más lo podía hacer?!
De algún modo, ¿Lagos apadrinó a Boric?
Claro, pero fue porque vio apertura en Boric, había deseos de hacer las cosas bien.
Ahora bien, el cariño, el apoyo más cercano, Boric lo busca en Bachelet.
Por supuesto, porque en el gobierno de Bachelet ellos recibieron todo. Y a ella le encanta que sea así. Bachelet fue caminando hacia allá cada vez más.
Raya para la suma: ¿Cuál es el gran legado de Lagos?
Precisamente el que se produjo: que un hombre de izquierda pueda hacer un muy buen gobierno progresista. De Lagos quedan lecciones enormes. Él estableció un método de gobierno y planteó que el crecimiento debe caminar de la mano de la justicia social. Ese fue el gran cambio del segundo gobierno de Bachelet…
¿En qué sentido?
En el sentido de decir: “Ya hemos crecido harto, ahora hagamos más justicia social”. Y mira las cifras. Todas bajaron. Sin una parte de la ecuación, no hay ecuación.
¿Esto deja translucir aquello que tanto se rumorea: que entre Lagos y Bachelet no hay relación fluida?
Claro, porque son personajes con distintas formas de ver el mundo, aunque tienen muchos puntos y emociones en común. Pero como proyección política, eran otra cosa.