El abogado Fernando Atria ha sido uno de los grandes cuestionadores de los llamados “30 años” de la Concertación. Entre sus principales reclamos ha estado el condicionamiento que, a su juicio, ha generado la Constitución de 1980 para bloquear los cambios que el país necesitaba.
Abogado, académico y político, Atria comenzó a levantar sus demandas de nueva Constitución mucho antes del estallido social de octubre 2019.
De ahí que su llegada a la Convención Constituyente fuera vista como un triunfo. Se pensaba que él sería uno de los grandes articuladores del proceso que se inauguraba y que terminó con una dura derrota el 4 de septiembre pasado.
Por eso, Atria sabe que no son pocos los que lo apuntan a él como uno de los responsables del 62% de rechazo. En ese mundo de izquierda se dice que perdieron una oportunidad histórica.
La gran pregunta que ronda: ¿Y ahora qué?
Durante la campaña yo dije, y me vapulearon por eso, que si ganaba el Rechazo el país quedaba en un callejón sin salida. Bueno, ahora estamos en un callejón sin salida…
¿Eso qué quiere decir?
Que Chile necesita darle solución a una crisis institucional muy profunda. Ha sido acallada por la pandemia, por la inflación, pero sigue exactamente ahí. Y lo que es peor, es que hoy día no tiene un camino para darle legitimidad.
Pero hay un camino trazado. Está radicado en el Congreso…
Bueno, pero ese es el mismo camino que por 30 años mostró ser insuficiente para dar solución a ese problema...
Ahí entramos al plano de las autocríticas. La Convención fue la ruta que se decidió para darle cauce al estallido social, a esa crisis institucional. ¿Se desaprovechó?
Sugeriría que vayamos por partes. Si la pregunta es ¿y ahora qué? Bueno, el problema es que seguimos parados en la misma crisis que teníamos. El acuerdo del 15 de noviembre fue celebrado como la construcción de un camino de salida para una crisis profunda. Ese camino demostró ser un callejón sin salida. No llevó a ninguna parte.
¿Y por qué no se llegó a ninguna parte? ¿Ahí hay una responsabilidad?
Ya profundizaremos sobre eso, pero el hecho es que hoy estamos en el mismo tira y afloja al que nos acostumbramos durante 30 años. Se está buscando un acuerdo que no sea muy de verdad. O sea, que esté predeterminado en sus contenidos y sometido a decisiones previas.
¿Se terminó en la cocina?
Bueno, terminamos en un proceso constituyente que no va a ser un proceso constituyente.
¿Lo que está pasando ahora no es producto del fracaso de ese proceso del que usted también fue parte?
No. Todo esto parte desde 1980.
Pero existió la instancia para resolverlo. Hoy no son pocos los que sostienen que la izquierda se “farreó” una oportunidad histórica…
La idea de que “se farrearon la oportunidad” lo pone en términos moralistas. Es como que fueran responsabilidades individuales. Entonces, sí se perdió una oportunidad y es grave. Pero la pregunta es por qué se perdió.
¿Y por qué se perdió?
Lo primero que hay que considerar es que el proceso constituyente sólo fue posible por las circunstancias en que se dio. Aquí estaba amenazada la continuidad democrática. Hasta ahí tuvo que llegar la crisis institucional causada por la Constitución de 1980. Y cuando una crisis llega a ese nivel, es porque en el camino se fueron dañando muchas otras cosas más. Se destruyeron los partidos políticos, por ejemplo. Eso se observó claramente en la Convención.
Pero el Partido Comunista fue capaz de articularse bastante bien.
El PC pudo operar en la Convención, pero nadie pudo articular. La crisis de legitimidad ya se había llevado por delante a todos los partidos políticos. Entonces, mi punto es que las condiciones en que se desarrolló el proceso constituyente eran poco propicias para su éxito.
Aun así, hasta el día anterior al plebiscito usted decía que iban a ganar.
Por cierto.
Pero acaba de decir que ya sabía que no había condiciones propicias para el éxito…
Bueno, pero todo agente político sabe que su posición también debe contribuir a que algo pase. Yo estuve todo el tiempo contribuyendo a que tuviera éxito.
¿Y advirtió los riesgos?
Por supuesto. Durante todo el desempeño de la Convención muchos lo hicimos, pero ninguno tenía un predominio como para dar instrucciones...
En privado, dirigentes del Socialismo Democrático lo culpan a usted y también al abogado Jaime Bassa por no haber asumido un rol protagónico para enrielar el proceso.
¿Y por qué no articularon ellos? No era tan fácil como decir: “Yo voy a liderar este proceso”. El análisis serio, el de fondo, no pasa por reproches individuales. Pasa por asumir las verdaderas condiciones que había en la Convención. La verdad, me llama mucho la atención esa crítica.
¿Pero ha sentido el peso de esas críticas?
Tengo claro que hay mucha gente que piensa eso.
¿Le parece injusto que pongan en usted la responsabilidad de esa derrota?
Me parece que es una estrategia política. Lo entiendo en esos términos.
¿Y una estrategia para qué?
Una estrategia política para dejarme fuera de la discusión constitucional. Aquí hay personas que siempre prefirieron que yo nunca hubiese estado. Ahora tienen la posibilidad de hacerlo. Entiendo perfectamente bien que la estén tratando de aprovechar.
¿Como una especie de bloqueo…?
No, no como un bloqueo. Esto es una cuestión política. Hay gente que prefiere que la opinión que yo defiendo no esté hoy en la discusión. Entonces, si a mí me convierten en el responsable principal, logran ese efecto. Supongo que hacen ese cálculo.
La misma moneda
Cuando afirma que la crisis institucional sigue en curso, ¿quiere decir que el país sigue parado sobre el mismo volcán?
Es que la pregunta previa es por qué tuvo que haber un estallido para que se abriera un proceso constituyente. Y la respuesta es porque quienes defendían la Constitución del 80 siempre utilizaron todos los mecanismos para impedir un cambio. Entonces, cuando se abrió el proceso constituyente, cuando se eligió a la Convención, la cuestión se dio vuelta.
¿Se dio vuelta?
Claro. Por años, la derecha mantuvo la Constitución del 80 a rajatabla. Luego, en la Convención, la iniciativa pasó a la izquierda, a una posición de que “ahora somos nosotros los que podemos ignorar a la derecha y hacer la Constitución que queremos”. Respondieron, por así decirlo, con la misma moneda. Eso llevó al fracaso y ahora la situación se vuelve a dar vuelta. La derecha puede volver a poner sus condiciones. Ese es el problema de este callejón sin salida.
¿La izquierda fue consciente de que caminaba hacia el callejón?
Es que voy más allá. El resentimiento que se manifestó en la Convención se explica por los 30 años anteriores. Por eso hoy nos encontramos con un problema que parece no tener solución. Siempre hay alguien que, pudiendo resolver el tema del cambio constitucional, no lo hace.
Ustedes pudieron hacerlo… Quizá por eso se dice que se farrearon una oportunidad.
El problema es que perfectamente podemos ir de farra en farra si esto no se resuelve. Se podría decir que la derecha lo arriesgó todo por no entender que tenía que hacer un cambio constitucional a tiempo. Y, por otro lado, hay una izquierda que lo perdió todo por no entender que para resolver el problema constitucional tenían que incorporar a la derecha. La pregunta es qué va a venir ahora.
¿Qué cree usted?
Ojalá no venga más de lo mismo. Porque ahora hay una derecha que cree que ganó y que, por lo tanto, puede decir que nunca hubo una verdadera demanda por una nueva Constitución. Entonces, se va a permitir una reformita por aquí y una reformita por allá. En el fondo, cada uno se aprovecha del poder que tiene en un determinado momento.
¿Es la embriaguez?
Exactamente.
¿No pecaron de eso algunos sectores?
Decir que solo fue la izquierda la que estuvo embriagada es una manera un poco estrecha de verlo. Porque la embriaguez de la derecha con su Constitución llevó a que este país estallara. ¿Eso no es una farra también? Por eso digo que nos vamos a ir de farra en farra hasta que alguien esté en condiciones de cerrar el tema constitucional.
El error
Mirado en retrospectiva, el hecho de que la derecha quedara marginada, ¿fue un pecado original?
Ese pecado original es un pecado que cometió el electorado cuando eligió a los convencionales.
Pero ustedes pudieron haberlo resuelto internamente, abrir espacios, ¿no?
Lo hicimos. En su momento, nos opusimos a la idea de que las vicepresidencias se eligieran en votaciones separadas, cuya finalidad era explícitamente dejar fuera de la mesa a la derecha entera. Ese era el ánimo. Uno podría preguntarse: ¿Y por qué había un ánimo tan adverso contra la derecha? ¿Era completamente gratuito? ¿No tenía nada que ver con que ellos impusieron una Constitución e impidieron que se reformara?
¿Eso se llama revanchismo?
No ocuparía esa palabra. Más bien deberíamos preguntarnos cuán probable era que eso no sucediera. Porque en esas circunstancias, yo diría que era muy improbable. ¿Eso contribuyó al fracaso final? Mucho. Visto hoy día, eso afectó claramente el resultado del 4 de septiembre.
¿Aquí sí hace un mea culpa?
Mirado en retrospectiva, debimos haber dicho más claramente que no estábamos dispuestos a seguir conversando si no se incluía al menos a una parte de la derecha. Pero también hay que decir que fuimos nosotros los que nos opusimos a dejar a la derecha fuera de la mesa. Tanto es así que se produjo un quiebre en el Frente Amplio. Luego, en la Comisión de Sistema Político, hicimos esfuerzos por llegar a una solución conjunta hasta que algunos queridos compañeros de Apruebo Dignidad acusaron al Frente Amplio de estar pactando con la derecha.
Entonces, ¿el problema sí fue el revanchismo?
No creo que vaya por ahí. Más bien, la derecha debería haber asumido tempranamente que iban a ser mirados con sospecha y escepticismo. Por lo tanto, ellos tenían que ser capaces de pasar por arriba de esa reacción inicial. Se los dije en alguna oportunidad. Pero ¿qué hicieron? Dijeron que si nadie quería conversar con ellos, entonces se quedaban afuera.
¿Derrota de la izquierda?
En lo puramente político, ¿esta fue una de las derrotas más duras que ha vivido la izquierda? Fue el pueblo el que rechazó.
No creo que el rechazo a la nueva Constitución haya sido un rechazo al contenido de la propuesta. La gente sigue queriendo derechos sociales, que el sistema político pueda ser más eficaz para procesar las demandas sociales y protegerlos de los abusos. Por lo tanto, no me parece que el resultado del plebiscito deba llevarnos a revisar el diagnóstico de que la gente quería una Constitución distinta.
¿La derrota no debiera llevarlos a revisar el diagnóstico de lo que pensaban que Chile quería?
No. Y te explico por qué: cuando Sebastián Piñera ganó su segunda elección, la lectura de la derecha fue que su triunfo mostraba que la agenda transformadora de Michelle Bachelet había sido rechazada por el pueblo chileno. Por eso llevó adelante una agenda de relegitimación del modelo neoliberal. ¿Y qué pasó? ¿Cómo le fue a Piñera con esa agenda neoliberal? Hizo que el país estallara, nada menos.
¿No será por eso que sería importante revisar la lectura que se hizo?
Mi impresión es que la demanda por transformación, por derechos sociales universales, se ha manifestado persistentemente en los últimos 15 años.
Quizás, ¿el Rechazo esté mostrando que la gente quiere otra cosa?
No hay que sobreinterpretar el resultado del 4 de septiembre. Lo que hubo fue un rechazo a la labor de la Convención. No a una nueva Constitución. Eso sigue completamente vigente.
¿Se acabó el momento constituyente?
La necesidad de una nueva Constitución, persiste. El problema es que ya pasó el momento del impulso político.
De alguna manera, ¿se volvió al punto inicial preestallido?
Yo creo que sí, pero con una diferencia: que después de un intento fallido es más difícil una segunda vez. Y lo otro que me preocupa es que estamos enfrentados a la misma tentación previa al estallido.
¿Cuál?
Decir que Chile es un oasis. Pensar que después de todo, no era tan necesario este cambio y que podemos seguir tal como veníamos. Esa tentación está. Pero sería un grave error darle esa lectura al resultado del 4 de septiembre.