Cinco años atrás, François Dosse abrigaba algunas esperanzas. En ese tiempo, poco después de la llegada de Emmanuel Macron a la Presidencia francesa, el historiador, hoy profesor emérito de la Universidad París 12 e investigador asociado del Instituto de Historia del Tiempo Presente (IHTP), publicaba Le philosophe et le président, libro que daba cuenta de la cercanía entre Macron y el filósofo Paul Ricoeur (1913-2008), figura señera de la intelectualidad francesa. Esta proximidad, después de todo, existió precisamente porque él estuvo ahí para hacerla posible.
Había en Macron, o eso pensaba Dosse en 2017, la huella de Ricoeur, lo que autorizaba hacerse al menos algún tipo de ilusión. Pero dos años más tarde se completaría el desencanto en este cultor de la historia intelectual: su molestia por la “deriva derechizante” de un mandatario cuyas declaraciones en materia de migración le resultaron inaceptables, se tradujo el 3 de diciembre de 2019 en una columna en el diario Le Monde dirigida al Presidente.
“La estigmatización de la población inmigrante como fuente de los problemas de la sociedad francesa, que es la antítesis de las posiciones éticas y políticas de Ricoeur que has reivindicado, es para mí una causal de ruptura”, dice en la carta/columna, tras revelar haber tenido una relación de “confianza y amistad” con quien este domingo se presenta a la reelección.
Y ahora, como quien riza el rizo, el autor de una Saga de los intelectuales franceses (2018) publica un volumen de título balzaciano: Macron ou les illusions perdues - Les larmes de Paul Ricoeur (“Macron o las ilusiones perdidas - Las lágrimas de Paul Ricoeur”). Un libro que entre análisis y juicios sobre distintos aspectos de la gestión gubernamental, examina la personalidad política de Macron y explora incluso sus zonas sombrías. Como ese Macron que se desentiende de quienes poco antes han sido compañeros de ruta, o que derechamente deja botados a los amigos.
¿Fue ese el caso de Dosse? ¿Fue por eso que escribió el libro?
“No se trata en absoluto de una traición personal, que tendría un interés muy limitado, sino de una traición a los ideales de la izquierda”, afirma con fines aclaratorios respecto de los orígenes de la publicación. Y luego cuenta cómo conoció a Emmanuel Macron, así como lo que vino después:
“En 1998 estaba impartiendo un curso de historiografía en Sciences Po [el Instituto de Estudios Políticos de París], y este alumno llamó mi atención por una actitud que me pareció muy amable y cálida, así como por su aparente preocupación por el otro. Clase a clase, en un ámbito más bien árido, hacía síntesis brillantes: su capacidad para hacer malabares entre distintos períodos era propia de un especialista consumado, en circunstancias que estaba recién descubriendo ese campo”.
Por entonces Dosse estaba en contacto con Ricoeur, a quien acababa de consagrar una biografía: el filósofo le había solicitado ayuda para su libro La memoria, la historia, el olvido; también quería contratar a un joven como asistente editorial, y ahí le recomendó Dosse “al historiógrafo en ciernes que me parecía tan competente... Y él lo contrató”.
Se forjó entre ellos, prosigue el relato, “una relación muy fuerte y genuina, creo yo. Pude constatar la calidad y la profundidad del diálogo que tenían. Emmanuel Macron incluso me había dicho: ‘Ricoeur me ha reinventado’. Su relación continuó hasta la muerte de Ricoeur. Y cuando entró en política, Macron asumió esta deuda intelectual y filosófica. Una ética, una visión del mundo, de la relación con el otro, una perspectiva ciudadana”.
Y cuando ganó las elecciones presidenciales, remata, “obviamente le deseé éxito”.
Usted habla de “traición a los ideales de la izquierda”. ¿Qué tan a la izquierda veía a Macron en 2017? Para muchos era el “candidato de la banca”.
Me pareció en su momento reduccionista considerar a Macron como banquero por haber trabajado en el banco Rothschild. Cuando lo tuve como estudiante, en 1998, era claramente de izquierda, partidario incluso de Jean-Pierre Chevènement, que había liderado el ala izquierda del PS. Luego formó parte, durante largo tiempo, del consejo editorial de la revista Esprit, que representa bastante bien lo que se ha llamado la “segunda izquierda”. Y fue director adjunto del despacho de un Presidente socialista [François Hollande]. Es legítimo haber creído que era de izquierda, y por eso rescato en mi libro una declaración de Anne Sinclair: “Su política de intercambiar al electorado de izquierda que lo eligió por el de derechas, que quiere conseguir en 2022, es un engaño”.
¿Cayó usted bajo el hechizo de un seductor?
Sin duda. Y como a muchos, me hechizaron sus excepcionales habilidades intelectuales y su poder de seducción. Le gusta estar en medio de la multitud, ver a la gente, tocarla. Creo que es sincero, que está ahí, pero sólo con una parte de él. A la otra parte no tenemos acceso. Su capacidad de seducción es formidable, como escribió Emmanuel Carrère: sería capaz de encantar a una silla. Da la impresión de estar expresando un sentimiento que va más allá de la empatía.
Su proyecto “socioliberal”, ¿le pareció una expresión auténtica y lo ve hoy como una cuestión camaleónica?
La investigación para el libro me reveló un Presidente camaleón que cambia de color según la audiencia. Hay un lado camaleónico en Macron que confirma un compañero de curso, Jean-Baptiste de Froment: “Sabía adaptar su discurso a su interlocutor y llevarse bien con alumnos de diferentes orígenes y personalidades”. Igualmente, la sociedad narcisista que describe Christopher Lasch se corresponde bien con lo que Macron encarna en Francia.
La manifestación de ingratitud hacia quienes lo llevaron al poder refleja, en tanto, una fuerte tendencia de nuestro tiempo en la que la ética de la lealtad y la deuda con el otro ceden su lugar al voluntarismo individualista de la autorrealización a través del desempeño y el logro, el arte de la puesta en escena.
Su práctica camaleónica, sin embargo, no oculta el hecho de que sabe lo que quiere y que intenta imponerlo por todos los medios, adornándose con el velo de la empatía (...) El Presidente es un actor sin par que sabe interpretar brillantemente todos los registros y que se muestra convincente en cada presentación. Se dirige a un objetivo, a un segmento bien identificado del público y logra cada vez un desempeño mejor, ya que está lejos de la imagen estereotipada que tenemos de un Presidente de la República. Tiene éxito en este tipo de actuación porque es muy natural y siente un verdadero placer. El problema es que no interpreta a los franceses en un teatro, sino que encarna la política de Francia, y cambiar el vestuario según las expectativas de segmentos particulares lo lleva inevitablemente a perder en coherencia lo que gana en audiencia.
¿Con qué políticos lo compararía?
Para algunos, es De Gaulle, para otros Mitterrand, Bonaparte, Clémenceau, Talleyrand… El historiador Patrick Boucheron, especialista en Maquiavelo, ve algunas analogías con el autor de El príncipe en el corazón del Renacimiento florentino, en una República rica que se desliza hacia la oligarquía.
En su último libro define a La República en Marcha (LREM) como un “partido personal”, comparable a Forza Italia, de Silvio Berlusconi. ¿Ve a Macron como un líder personalista y vertical?
LREM no tiene autonomía respecto del Presidente de la República. Sus líderes son elegidos sólo si tienen el apoyo de Macron. Deben servirle para llevar la voz presidencial al país, para convencer, para asegurar el servicio posventa de sus reformas, para superar la resistencia, para hacer y deshacer carreras políticas. Estamos en la situación asombrosa y paradójica de un partido con mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, pero totalmente inconsistente: los grupos locales son lentos y es fácil entender por qué, ya que no hay debates reales ni se estructuran en tendencias, bajo el pretexto de que no es un partido, sino un movimiento. Este, a su vez, reúne sólo a individuos solitarios que pueden expresarse, pero no organizarse frente a la dirección.
Lo que distingue al movimiento En Marche! es su carácter antidemocrático: siempre se elige desde la cima de la pirámide. Además, los estatutos no prevén ninguna organización interna transversal que permita agruparse en torno a ideales y propuestas comunes. La horizontalidad que Macron reclamó en su libro Revolución (2017) no tiene derecho de ciudadanía en su movimiento.
¿Cómo valora el papel del Presidente en la guerra de Ucrania?
Solo podemos estar detrás de Macron contra el dictador Putin: reaccionó bastante bien al presionar a Europa para que sancionara esta violación del derecho internacional y del derecho de los pueblos a la autodeterminación. El debilitamiento de las democracias occidentales hace que se requiera más Europa, y en este nivel apoyo plenamente las convicciones europeas de Macron: su unidad debe fortalecerse a todos los niveles, ya sea en lo cultural o en lo militar. Su voluntad de trabajar por una mayor soberanía europea también está totalmente en línea con el horizonte deseado por Ricoeur para una refundación de Europa.
¿Ve otro aspecto positivo de su gestión?
Aprendió las lecciones de La memoria, la historia, el olvido, a cuya finalización contribuyó. Como Presidente, ha seguido la invitación de Ricoeur a reconciliar recuerdos para apaciguar los enfrentamientos sin llevar por ello a cabo una política de olvido, ni de diluir un pasado a menudo doloroso y traumático.
Preocupado por avanzar en la verdad histórica, tomó la iniciativa de crear una comisión sobre el genocidio en Ruanda, de 1994. Decidió abrir los archivos a los historiadores para determinar el papel de Francia antes, durante y después del genocidio. Entre abril y julio de 1994, 800 mil personas, en su mayoría tutsis, fueron masacradas por los hutus. Uno se pregunta aún por el alcance de la asistencia prestada en su momento por Francia al Presidente ruandés, el hutu Juvénal Habyarimana, así como por las circunstancias de su muerte.
¿Es Macron un dique contra los extremos?
En una probable nueva segunda vuelta frente a la extrema derecha, puede ser un dique que le impida llegar al Elíseo. Pero ha jugado a la ruleta rusa preparando por mucho tiempo este escenario que le es favorable al tiempo que es muy arriesgado: muchos votantes insatisfechos con sus políticas, cansados de tener que volver a elegir el mal menor, como hace cinco años, se abstendrán.
La ausencia de un proyecto emancipatorio, su carácter camaleónico, que toma las posiciones más contradictorias según la dirección del viento y la naturaleza de su público, todo eso desacredita y le hace el juego a una extrema derecha que aprovecha el descrédito del discurso político. Si añadimos que ha contribuido fuertemente a vaciar de sustancia a los partidos de derecha e izquierda, podemos ver hasta qué punto ha contribuido a este cara a cara al que nos dirigimos: el que lo va a oponer a Marine Le Pen en un duelo que no está tan ganado de antemano como podríamos pensar y que nos pone al borde del precipicio.