Al parecer, muchas de las grandes historias del ajedrez –ya un deporte de mitología abundante- tienen un origen inhóspito.
En 2001, el psicólogo español Juan Antonio Montero empezó su propio club de ajedrez en la región de Extremadura, en una cafetería junto a otros tres jugadores y alentado por la histórica falta de éxitos deportivos de la zona: en apenas cinco años se convirtió en el club Magic, uno de los más exitosos de Europa, con varios títulos nacionales e internacionales, además de crear un método donde el tablero sirve como herramienta social y terapéutica para tratar a población en distintas condiciones de vulnerabilidad. El mismo sistema que también lo hizo ganar aplausos de un sector de la comunidad médica y que comenzó a impartir vía online a otros lugares del planeta.
En 2016, muy lejos de España, en Chiloé, otro psicólogo y aficionado al juego, el chileno Alberto Paredes, tomó a través de la web uno de los cursos de Montero y en un centro de salud familiar de la ciudad de Castro empezó a aplicarlo en un grupo reducido de adultos mayores: un año después se convirtió en la Asociación Chilena de Ajedrez Social y Terapéutico, experiencia inédita en Latinoamérica que a través de peones, alfiles y reyes va en ayuda de niños en riesgo social, jóvenes que sufren de autismo, personas que cumplen penas de cárcel y exadictos a las drogas en plena fase de rehabilitación.
En 2020, muy lejos de ambos porque es ficción, Netflix estrenó una miniserie llamada Gambito de dama y que cuenta la historia de Beth Harmon (Anya Taylor-Joy), una niña que se queda sin sus padres y que al ser derivada a un orfanato en Kentucky solo encuentra algo de refugio en las partidas de ajedrez que descubre gracias al cuidador del recinto, Mr. Shaibel, la contraparte de una vida claustrofóbica y atorada en tranquilizantes que funciona como preludio del estrellato: su posterior carrera como prodigio de la disciplina casi siempre se ve boicoteada por las adicciones. Aunque al final, su respiro de salvación y felicidad siempre estará en las casillas blancas y negras de un tablero.
Cuando Montero y Paredes vieron la producción -tal como millones de televidentes que la han convertido en la miniserie más exitosa en la historia de Netflix-, sintieron que toda la trama les hacía sentido. Un jaque mate inapelable: el poder que tuvo el deporte ciencia sobre la descascarada vida de Beth era algo que ellos ya habían presenciado desde hace años en cercanos y pacientes, y que habían convertido en una metodología con patrones propios.
“Para la protagonista, el ajedrez se transforma en un motor que la hace sobrellevar dificultades de infancia y le permite abrir una ventana para poder crecer y desarrollarse como persona”, postula Paredes.
Montero agrega: “Cuando vi la serie, me generó la reacción de que sí, para muchas personas el ajedrez ha sido una tabla de salvación. Lo digo completamente en serio, porque lo he visto. Cuando te metes en este mundo, cuando empiezas a pensar como ajedrecista, hay un montón de cosas, como una vida callejera, delincuencial o de drogas que son incompatibles. Y esa es la lucha de esta chica: tiene que compaginar una vida marginal con el ajedrez. Y al final, como ambas vidas son incompatibles, se impone y triunfa el ajedrez”.
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La primera vez que Montero se dio cuenta de que al ajedrez podría servir para algo más que competir fue en 2008, cuando -después de que su club de Extremadura ganara varios campeonatos- empezó a llevar la práctica hacia centros de adultos mayores, presentándolo como un complemento para ejercitar la memoria y la concentración. Pero ahí tropezó con un obstáculo: a quienes no estaban familiarizados con el juego, se les hacía demasiado difícil entender o retener los movimientos básicos.
Entonces comenzó a usar sus conocimientos en psicometría –rama de la psicología que se orienta a la medición de los procesos psíquicos- para idear un sistema más elemental que permitiera a todo tipo de personas de la tercera edad vincularse con el ajedrez como una vía para revitalizar sus capacidades mentales, físicas y sociales.
El método fue bautizado como Ecam (Entrenamiento Cognitivo a través del Ajedrez) y está basado en ejercicios donde ni siquiera es necesario saber jugar la disciplina, o donde el propósito final tampoco es aprenderla a cabalidad. Por ejemplo, se cuelga un tablero sobre una pared, se ponen un par de peones, se retiran y luego los adultos mayores tienen 30 segundos para recordar las posiciones.
En otros casos, se pregunta cuántos caballos blancos se encuentran en casillas negras, o cuántos caballos de cualquier color en casillas blancas, o cuántas torres negras hay en total: todos dilemas que sirven para entrenar la atención, la agilidad y la memoria a corto plazo.
“Fue ganando mucho interés y tuvo excelentes resultados, porque tiene como eje la metáfora de que el cerebro funciona como un músculo, o sea, responde perfectamente al entrenamiento”, explica el español. “Así que en ese instante pensamos que lo podíamos llevar a las cárceles, los centros de menores o los dedicados a los drogodependientes”.
La misma estructura se empezó a enseñar en esos grupos, aunque con una diferencia. Se trataba de personas con facultades cognitivas mucho más deterioradas, con vidas destrozadas desde la infancia, y con grados de agresividad o indisciplina antagónicos al temple más introspectivo del único deporte al que se le adhiere el apellido de “ciencia”.
Ahí el plan también incluyó llevar a la tierra a veces sin ley de las cárceles o al universo confinado de los centros de rehabilitación los rígidos principios que han definido al ajedrez durante siglos: el silencio, la estrategia, el respeto a las normas y el buen trato al rival. Sucede en Gambito de dama: la vida plomiza de la protagonista halla su otro minuto de plenitud cuando en las noches perfecciona su talento gracias a un gran tablero que imagina en el techo.
“En personas que están en una prisión, o rehabilitándose, estimulamos mucho el esfuerzo, pero no que se lea como algo competitivo. Son gente que entiende todo como una pelea, pero les decimos que esto no es una lucha. Por ejemplo, cuando un jugador gana, son muy habituales los aplausos”, puntualiza Montero, trazando otro paralelo con la ficción estadounidense. El rictus ensimismado de la protagonista siempre estalla en alegría cuando triunfa y los presentes a su alrededor la vitorean con las palmas.
El psicólogo profundiza: “Yo empecé en un centro para menores donde había chicos durísimos, que habían matado gente. Me sentaba con ellos a jugar y con el tiempo ellos mismos partían dándome la mano: habían recuperado la cordialidad. En general, también tienen poca tolerancia a la frustración, por lo que cuando perdían les decíamos: ‘La mejor venganza que puedes empujar ahora es ponerte a estudiar y ver qué fallaste de tu partida’. Estos chicos carecen de un sentido a largo y mediano plazo, todo es ‘aquí te pillo y aquí te mato’, por lo que también se inculca mucho el valor de la cortesía y la paciencia. Cuando vuelvan al mundo real, es probable que estén en mejores condiciones para no caer en los hábitos que los llevaron al alcohol o la cocaína”.
El especialista subraya que su fórmula sólo debe ser tomada como parte de un tratamiento más integral. Hoy, el club Magic trabaja con 25 centros en España -la mayoría dedicados al adulto mayor, el tratamiento de trastornos mentales y la rehabilitación por drogas-, además de integrar a su staff a exadictos y expresos que alguna vez practicaron su procedimiento. El mismo que, además, se ha extendido a personas con párkinson, alzhéimer, síndrome de Down y Asperger.
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El chileno Alberto Paredes ejerce desde hace una década como psicólogo de reinserción social en Gendarmería y, al seguir a distancia los talleres formativos de su colega español, también descubrió que su pasión por el tablero podía ir en múltiples direcciones.
Luego del experimento piloto en Chiloé, se instaló en Providencia para levantar su Asociación Chilena de Ajedrez Social y Terapéutico (www.ajedrezsocialyterapeutico.cl), donde se trabaja bajo las mismas metodologías que buscan beneficios cognitivos, valóricos y socioafectivos en los más diversos grupos de personas.
En su caso, tienen como bases los ámbitos de la discapacidad, la salud mental, los niños en riesgo social y los adultos mayores, aunque también han integrado otras áreas: las familias inmigrantes, a quienes se les presenta el ajedrez como una expresión lúdica que propicia la integración, y las mujeres, tratando de derribar aquella imagen que ha perpetuado a la disciplina como un escuadrón inaccesible de hombres taciturnos y obsesivos.
“Acá no se trata necesariamente de enseñar a jugar ajedrez, sino que lo ocupamos como un medio, no como un fin en sí mismo”, subraya el profesional.
Luego sigue: “Previo al Covid trabajamos con un proyecto de Fundación Techo en un campamento en Colina con población extranjera, desde dominicanos hasta colombianos. Estuvimos tres meses compartiendo con ellos para que simplemente lo usaran como juego. Al principio la recepción no es fácil, porque hay una carga histórica asociada al ajedrez: que es fome, aburrido o sólo para inteligentes. Eso no es así, lo usamos para pasarlo bien, para socializar y potenciar la inteligencia emocional. Y también para aprender, si ganas o pierdes después puedes ver dónde está el error”.
En el caso del costado femenino del ajedrez, el peso de la historia es aún más brutal. Hoy, entre los 100 mejores del mundo sólo hay una mujer (la china Hou Yifan) y en los 1.500 años de historia del deporte sólo ha habido una jugadora entre los 10 mejores (la húngara Judit Polgár). Por eso Paredes nuevamente observa el éxito de Gambito de dama como un espaldarazo. O un jaque al rey: Beth se gana un espacio bajo la abrumadora mirada machista de sus contrincantes.
“Previo a la serie ya estábamos instalando el tema del ajedrez femenino. Ahora lo incorporamos en torneos online, empezamos a formar una rama femenina y hemos organizado con instituciones de México, Argentina y España conversatorios acerca de ello. La serie es un aliciente para que más mujeres se sientan motivadas y para desmitificar que el ajedrez es sólo para varones”.
En esa misión ha cumplido un rol clave la cantautora chilena Juga Di Prima, aficionada que ha participado en tales encuentros y que incluso ha compuesto canciones pensadas en las piezas y los casilleros, como la reciente “Oh Capablanca”, inspirada en la leyenda cubana José Raúl Capablanca.
Para seguirse potenciando, la asociación -que no cuenta con financiamiento y aún busca una sede más estable- ha firmado convenios para que distintas entidades chilenas se capaciten en los cursos del club Magic de Extremadura. Ahí están el Hospital Sótero del Río, Coanil, el Instituto Nacional de Rehabilitación Pedro Aguirre Cerda, el Centro de Demencia Aliwen y la Villa Solidaria Alsino. También comenzaron a trabajar con Edudown, corporación que atiende de forma gratuita a niños y jóvenes con síndrome de Down.
Por otro lado, tuvieron una reciente experiencia con el programa Adulto Mayor de la UC, la que luego alcanzó un 97% de satisfacción entre sus usuarios, logros que, además, comentan en el espacio radial Estación Ajedrez, cuyos capítulos están disponibles en Spotify y en www.360radio.cl.
“Estamos muy orgullosos de lo alcanzado, porque es una labor pionera y hecha a pulso. Nuestra meta es introducir el ajedrez en las escuelas, que sea una asignatura electiva u obligatoria. Es un sueño, ya que tiene un impacto muy positivo. Además, con algo de trabajo y apoyo, cualquiera podría llegar a la cúspide. Un campeón puede estar en el barrio alto o en un campamento en Colina, sin importar el tipo de infancia que hayas llevado. El ajedrez es un juego democrático. Eso también lo demuestra la serie”, asegura Paredes.
Leontxo García es el periodista hispanohablante que más y mejor ha escrito de ajedrez a través de décadas de crónicas en el diario El País. Conoce ambas experiencias, la española y la chilena, y también las aplaude, porque difunden una imagen del juego que es la misma que subyace los episodios de Gambito: pese a sus tormentos y las exigencias del circuito, Beth Harmon es una joven normal que la otra parte del tiempo anhela vestirse a la moda, disfrutar la música de su época o tener sexo.
“La mayoría de los jugadores de ajedrez son precisamente así: personas que piensan en lo que piensa cualquiera. Claro que el ajedrez es absorbente, pero puedes trabajar ocho horas diarias e igual te puede gustar salir a comer o divertirte, no son cosas incompatibles”, declara García, quien conoció de cerca a la figura que más ayudó a inmortalizar la caricatura del ajedrecista como un chiflado freak y paranoico: fue amigo del estadounidense Bobby Fischer.
“Ese es un caso excepcional. Un genio, pero también un enfermo mental. La serie ha hecho bien en mostrar otras características de los jugadores”, completa.
En ese plano, Paredes cree fervientemente que el ajedrez no se puede reducir a prejuicios, clichés o mitologías. Él mismo lo ha establecido en las actividades sociales y terapéuticas que realiza, bajo un solo gran credo: “Al final, se puede pensar en la analogía de que todo lo que pasa en un tablero de ajedrez sucede también en la vida real”.