Gloria Hutt Hess (67 años, Evópoli), la exministra de Transportes y Telecomunicaciones de Sebastián Piñera, viene saliendo de cuatro años intensos, transformada en una de las protagonistas principales de esos álgidos días de octubre donde se fue calentando el estallido social.
Dice que pagó costos personales por eso -a la crisis política se le sumó el cáncer de su marido y el acoso de ciclistas en su casa-, pero no despeja si pensó en renunciar.
-Mantenerme no fue fácil, pero siempre mi marido me decía que debía ser fiel a lo que consideraba que tenía que hacer. Así que si yo consideraba que tenía que estar en el gobierno, él me respaldaba.
Ya fuera del gobierno, Hutt afirma que el problema que gatilló la crisis no fueron tanto esos históricos 30 pesos, sino la política. Dice que Piñera siempre tuvo a la vista la preocupación por “cerrar las brechas de desigualdad”, pero que los partidos no cumplieron un rol de intermediarios y nunca alertaron del malestar que se había incubado. Es así como ahora busca insertarse activamente en la política. “Es necesario aportar para una derecha liberal moderna, una política más profesional”, dice.
Junto a Hernán Larraín, fueron los únicos ministros que se mantuvieron en sus carteras durante los cuatro años. ¿Por qué?
Esa pregunta debe hacérsela al presidente Piñera. Supongo que es por la continuidad de las políticas públicas que impulsamos, donde destacaba el Transantiago, el 5G. Pero más que eso, y estoy especulando, creo que fue porque quisimos sacar adelante objetivos que nos interesaban a todos, como la modernización del transporte público.
Se mantuvo en Transportes pese a ser una de las carteras protagonistas del estallido social, con el alza de 30 pesos.
Es una simplificación pensar que hubo una sola razón para todo lo que ocurrió. Este era un proceso social y político complejo. Si bien tuve un rol, creo que lo que pasó tiene dimensiones que aún falta analizar y proyectar. Es muy importante observar todo junto, con una perspectiva histórica y social, para asegurar estabilidad y evitar que se vuelva a brechas tan grandes que gatillen procesos como ese.
¿O sea, no fueron los 30 pesos, fueron los 30 años?
No es solo eso, es también que las personas cambian. La población en Chile se transformó y las personas ahora tienen mucha más información, más educación, las expectativas son mucho más altas, entonces, no es solo qué políticas había, sino cómo ellas se ajustaban a esta población.
En una entrevista que dio en noviembre de 2019, aseguró que con lo ocurrido se había cuestionado todo. ¿Qué se cuestionó?
Cuando ocurre un proceso social tan potente y de una magnitud inusual en la historia de los países, es algo muy marcador. Y lo mínimo que uno puede hacer es reflexionar cómo llegamos a eso y qué cosas hay que corregir. También pensé qué rol pude tener yo, pero me cuesta todavía, porque había mucha información que se tenía en cuenta para tomar las decisiones. Creo que es injusto decir que el gobierno del presidente Piñera no tenía interés en cerrar las brechas de desigualdad. Si revisan los videos de los primeros días, cuando trajimos los primeros buses eléctricos, hablábamos de subir los estándares y de recuperar la dignidad. Había plena conciencia de eso. Entonces, tal vez faltó transmitir eso mejor.
Pero usted advirtió que el alza del pasaje debía ser paulatina. ¿Cómo recuerda eso?
No hubo un solo momento, sino una secuencia de conversaciones y propuestas. Un alza de 30 pesos, o del monto que sea, siempre es indeseable, por lo que mi planteamiento fue el que cualquier ministro habría hecho. Siempre uno toma en cuenta el impacto que puede tener en términos políticos, pero el impacto en el presupuesto de las familias era lo que más nos importaba. De hecho, en esa alza se hizo un ajuste para rebajar algunos de los tramos y no se subió la tarifa a los escolares ni a los adultos mayores, por ejemplo. Es fácil ser general después de la guerra y decir lo que no se debió haber hecho, pero había una responsabilidad fiscal que cuidar.
Desde un lado, esa responsabilidad fiscal le costó caro al gobierno…
Si uno mira esta decisión, era una proporción más bien pequeña comparada con todo el gasto fiscal. Había mucha conciencia de las necesidades. Por ejemplo, el doctor (Jaime) Mañalich desde un comienzo fue enfático en la necesidad de invertir en mejorar la salud. También era parte del programa de gobierno la mejora de pensiones. Creo que esta circunstancia gatilló la necesidad de abordar estos temas con mucha más rapidez.
¿Y cambió la visión del expresidente después del estallido? ¿Cree que en el gabinete, en el corazón del gobierno, hubo un cambio respecto de cómo se observaban las demandas sociales?
Desde el programa había énfasis en el cierre de brechas, todos los ministros veníamos preparando propuestas para hacer mejoras de impacto social. Pero con el estallido, en el gobierno, y también en el Parlamento, se cambiaron los planes, se aceleraron estos procesos, y se abrió el diálogo. La violencia produjo un desconcierto inicial, pero las urgencias sociales estaban muy claras.
Ocurre esta crisis, luego llega la pandemia y siempre el gobierno defendió el tema fiscal. ¿Le volvió a pasar la cuenta en las elecciones de alcaldes y constituyentes?
Nunca habíamos vivido una pandemia y nadie en el mundo sabía hasta dónde podría llegar, cuál iba a ser la dimensión. Creo que es de la mayor justicia considerar el contexto cuando se toman las decisiones y, en ese caso, lo difícil que era predecir cuánto duraría la pandemia.
Pero el mismo Piñera ha dicho que reaccionaron tardíamente, sobre todo con el IFE, que provocó los retiros de fondos previsionales.
Queda en evidencia que el mundo es cada vez más dinámico y que los gobiernos tienen que ser flexibles. Esto es una enseñanza para todos, no solo para los gobiernos, no solo para el criterio de equilibrio fiscal o de la prioridad de políticas sociales.
Esta falta la flexibilidad, ¿está pagándola ahora la centroderecha, al ser oposición?
Es que creo que hay algo que no ha sido sindicado como parte de lo que ocurrió, que es el rol de los partidos y sus líderes, cuando interpretan el sentir popular. Creo que una derecha más moderna, más reformista, más abierta a la participación ciudadana, es muy necesaria.
¿Fue un problema el rol que cumplieron los partidos de gobierno?
Viene de más atrás el problema. Si los partidos hubieran tenido un despliegue territorial más eficaz, si hubieran estado en contacto con una base más amplia, habrían sido más sensibles a lo que le pasaba al ciudadano común y posiblemente se habrían evitado muchas cosas. Los partidos políticos son clave en la vida pública del país, pero se generó esta idea de que las redes sociales eran más importantes, y se perdió el contacto humano, que es irreemplazable. La forma en que se empezaron a gestionar los partidos debilitó ese rol y por eso me importa profesionalizar la política, es algo que tengo en la cabeza.
¿Después de los costos políticos que pagó, tiene ganas de continuar en la política?
Sí, el país está atravesando por definiciones clave, no se puede ser neutral y la experiencia que gané en el sector público puede ser útil. Creo que es necesario aportar para una derecha liberal moderna, una política más profesional. Hay mucho que hacer en nuestro sector para abrir camino en forma distinta, para incorporar jóvenes y mujeres de manera contundente. El desafío es importante y me gustaría ser parte de él.
¿Eso significa que competirá por la presidencia de Evópoli, su partido?
Puede ser una alternativa. Hay una necesidad importante de flexibilizar y reaccionar más rápido, de tener más vínculos con la base militante en todo el país, como un partido reformista de derecha. Hay que profesionalizar su gestión, por ejemplo, con dedicación completa al partido.
¿Cómo se imagina a esta nueva derecha?
Me imagino una red muy bien coordinada entre el partido, el centro de estudios Horizontal, la Escuela de Formación de Líderes y una red de ONG para el trabajo territorial, los grupos de base y los parlamentarios. Si todos esos componentes trabajan en una muy buena coordinación, se puede construir una plataforma que puede ser muy atractiva para la derecha.
¿Y cómo se tiene que parar Evópoli ante la derecha más dura de Republicanos, o la de la UDI?
Evópoli es de centroderecha liberal. No nos perdemos en eso, promovemos la libertad individual, y dentro de ello hay muchas más vetas que ofrecer a las personas. Hay un grupo que queda un poco desvalido entre la izquierda y derecha.
¿Evópoli está pagando los costos de haber sido el partido leal al gobierno, por ejemplo, en el tema de los retiros?
Sin duda. Y fue el partido consistente en sus votaciones, eso tiene un valor y a veces tiene costos en lo más inmediato, pero también consolida una postura. Hay partidos que manteniéndose en sus ejes, han tenido altos y bajos, pero no se han debilitado. Hay otros que han transado mucho y se han ido diluyendo. Debemos tener una propuesta, una estrategia y un objetivo, que en este caso serán las municipales.
¿El gobierno fue un lastre para su partido?
Mi impresión es que los partidos tampoco hicieron todo lo que tenían que hacer. Entonces, claro, uno puede atribuirle al gobierno mucha responsabilidad, pero el sistema político es mucho más que éste. También son los grupos de base, los partidos con sus militantes. No sé si habrá sido un lastre, pero no hubo una armonía, que es muy necesaria. Esta crisis también reflejó las debilidades de nuestro sistema político y muchos de los problemas que venían arrastrándose. Felipe Kast tenía este discurso desde hace mucho tiempo: decía que la mayor parte de los problemas en Chile son políticos, por la forma de tomar las decisiones, por prioridades equivocadas y personas que no están calificadas para cargos importantes.
Para el día de las elecciones de la segunda vuelta presidencial, la actual ministra del Interior, Izkia Siches, acusó un boicot en el transporte público. ¿Qué opinó de eso?
La acusación es gravísima. El día 21 de diciembre, dos días después de la elección, expliqué en la Cámara de Diputados todo lo que había pasado ese día. Pero sugerir un boicot es algo que a mí por lo menos me supera. No se me cruza por la cabeza que un ministro de Transportes, usando sus facultades, pudiera coordinar los recursos para boicotear una elección presidencial.
Pero hubo imágenes de centrales de buses llenas. ¿Eso fue normal?
La oferta que se planificó fue muy superior a la de un domingo. Que yo sepa, no ha habido ni un solo día en toda la historia del sistema de transporte en Chile en que no haya ni un bus en los terminales.
¿Le gusta el nuevo ministro de Transportes, Juan Carlos Muñoz?
Tenemos un gran respeto mutuo. Venimos los dos de la misma Escuela de Ingeniería de Transporte de la Universidad Católica. Nos hemos encontrado en muchos seminarios y talleres, así que nos conocemos bien y compartimos varios ejes del ministerio, entre ellos el foco en el transporte público por sobre el automóvil particular. En eso los dos estamos completamente convencidos.