Es enfático en señalar que la prioridad es el plebiscito del 25 de octubre. Que luego vendrán los otros desafíos, incluido el presidencial. Sin embargo, Heraldo Muñoz advierte que la unidad opositora requiere de un paso previo: un proyecto común. Y que ello no es carrera corrida.

¿Por qué es escéptico de la posibilidad de una primaria de toda la oposición para definir un candidato presidencial común?

No soy escéptico. Sólo digo que primero nos tendremos que poner de acuerdo sobre qué se le va a proponer al país, porque si no es así sería simplemente una competencia de rostros y no de ideas. Creo que lo más factible es que la centroizquierda, la Convergencia Progresista, donde hay coincidencias de carácter programáticas, se pueda poner de acuerdo. Pero eso no significa que esto no pueda ser más amplio.

¿Hay cierto voluntarismo -entonces- cuando se plantea que lo único que importa es la unidad opositora?

Me parece muy importante la unidad y he sido de los que más la han promovido. Otros han privilegiado su identidad antes que la unidad, pero no puede ser una unidad desprovista de ideas. El planteamiento de que compitamos todos los partidos con sus eventuales candidatos o candidatas sería meramente una competencia de rostros, desprovista de propuestas.

La Convergencia Progresista tuvo una reciente alianza con la DC y el PC, la Nueva Mayoría. ¿El fracaso de ese esfuerzo tuvo que ver con esta falta de contenidos comunes de los que habla?

Ese fue un acuerdo programático, aunque algunos no hayan leído el programa. No soy nostálgico del pasado, ni de la ex Nueva Mayoría, ni de la ex Concertación. Pero percibo que hay una suerte de visión revisionista de lo que pasó desde el año 90 en adelante, de aquellos que piensan que la transición fue un desastre o que fue una capitulación ante el poder. Y yo no creo eso.

¿Y cómo se construye un proyecto común con ellos? Porque quienes critican la transición, el manejo de la centroizquierda en el poder, son los mismos que podrían ser sus compañeros de ruta…

El desafío futuro es cómo hacer un cambio profundo al modelo de sociedad. Pero los cambios estructurales no se consiguen sin acuerdos ni mayorías ciudadanas. Y yo estoy por un cambio tranquilo. Me parece que la gobernabilidad y los acuerdos son fundamentales para los cambios estructurales. Deseo representar -junto a muchos otros- un espacio irrenunciable de la izquierda democrática, del progresismo que no signifique optar por posiciones más polarizantes. Así que esta izquierda moderna, esta izquierda no sé si moderada, porque es una izquierda democrática y socialdemócrata, creo que necesita ser representada.

¿Cuando habla de esa izquierda democrática en quiénes está pensando?

Lo diría de la siguiente manera, hablando simplemente por el PPD. El PPD no es la izquierda tradicional. No es el PC o algunos sectores del FA. Y, por lo tanto, lo que sostendría es que necesitamos recuperar la singularidad de esta izquierda democrática, de esta izquierda socialdemócrata, que no es esta otra. No la descalifico, pero somos diferentes. Nosotros representamos una izquierda moderada, progresista, que pretende cambios con gobernabilidad. Si somos diferentes, ¿para qué competir con ellos en quién es más izquierdista? El sustituto nunca será igual al original. Nosotros tenemos nuestra singularidad y creo que eso es lo que hay que recuperar, hay que recuperar esta izquierda socialdemócrata que se plantea frente al país con algunos elementos fundamentales, como la adhesión a la democracia, eliminar las desigualdades, regular al mercado para hacerlo responsable en una lógica colectiva. Esos son elementos bien fundamentales.

¿En qué se diferencia eso en lo que puede plantear el Partido Comunista o ciertos sectores del Frente Amplio?

Esa es la discusión que hay que tener.

¿Por qué la izquierda socialdemócrata ha perdido terreno en los últimos años frente a esa izquierda que usted califica de tradicional?

Por varias razones. Una de ellas es que hay que reconstruir un relato actualizado de lo que somos y, segundo, porque tenemos que dar cuenta con honestidad de los errores cometidos en el pasado, (pero) también de nuestros aciertos durante el período de transición, enfatizando los enormes logros en disminución de la pobreza, en libertades, en eliminación de los enclaves autoritarios, en cambios tan importantes desde el punto de vista social como el Plan Auge, el Seguro de Cesantía, como el Pilar Solidario en el sistema de pensiones. Hay quienes sienten que defender ese legado es impropio y yo no tengo ningún problema en defender lo que hicimos durante la transición. No tengo problemas en, además, decir claramente que los cambios que se deben producir tienen que ser cambios con gobernabilidad, porque no se van a producir sino de manera gradual, pero que también tienen que ser estructurales. En eso no puede haber renuncia.

¿Cuando habla de gobernabilidad a qué se refiere?

A la gradualidad, pero con profundidad. Para eso se necesitan acuerdos, porque si voy a hacer cambios estructurales necesito un marco de acuerdo social amplio, de otra manera creo que le estamos mintiendo a la gente. Los cambios después de una recesión económica serán necesariamente graduales, y si no se recuperan el crecimiento, la inversión privada, el empleo, el avance va a ser muy insuficiente y serán promesas vacías. Hay una frase de Yuval Noah Harari que dice: ‘Cada vez que un político o un partido prometa cambiarlo todo y que en cuatro años este será un paraíso, salgan arrancando, eso siempre termina mal’. Creo que es una frase muy afortunada. La viabilidad de los cambios estructurales está en los acuerdos. Hoy día hay circunstancias distintas a las de ayer. Hoy percibo en sectores de la derecha actitudes y expresiones muy diferentes a las del pasado y eso me alienta a que probablemente tomaron nota de lo que fue el 18 de octubre y el clamor a favor de mayor igualdad, en contra del abuso, del maltrato.

Pero hay una izquierda que desprecia la gradualidad, que siente que ese ha sido el germen de todos los males en Chile...

Por eso cito a Harari, porque quien promete milagros en cuatro años, francamente está creando una realidad paralela que no se condice con cómo son los asuntos públicos y cómo operan las democracias.

¿No le parece que en el complejo de defender la gradualidad se explica el porqué la izquierda social demócrata ha perdido terreno en el espacio público?

Es parte del porqué se ha perdido espacio. Por eso es que reivindico lo mucho que se hizo durante este período de transición, porque no es poco haber hecho tanto para desafiar al poder económico, al poder político, con esta Constitución y con estos poderes fácticos. ¿Podría haberse hecho más? Sí, podría haberse hecho más. Hubo temor a veces a hacer más. En otros casos, creo que simplemente se hizo mal, o en otros no hubo capacidad, pero se lograron avances muy significativos. ¿Fueron suficientes? Mi respuesta es no. Por eso, lo que hay que hacer hoy día es renovar la propuesta de este mundo de izquierda democrática, porque creo que es la única alternativa que le puede dar cambios estructurales al país con estabilidad. Creo que la mayoría ciudadana al final quiere cambios, quiere dignidad, quiere un buen trato, pero quiere que eso sea con estabilidad, no quiere avanzar a la incertidumbre. Es esta izquierda la que provee la posibilidad de cambios estructurales con la gobernabilidad necesaria en el marco de acuerdos. Sin acuerdos creo que no hay posibilidad de tener un cambio profundo en el país. Y quienes argumentan, a última hora, que son socialdemócratas, más vale que convenzan a su sector, a sus empresarios, a sus poderes facticos de que el único camino es estos cambios profundos es la idea de un gran pacto social.

¿En esta izquierda socialdemócrata que plantea profundidad, pero también gradualidad para hacer cambios, que plantea gobernabilidad, cabe el PC o los sectores más radicales del Frente Amplio?

Yo digo que somos diferentes. Pero por eso es que insisto, tenemos que ponernos de acuerdo en un programa. No excluyo a nadie a priori, pero siento que es más fácil llegar a acuerdos con quienes sentimos que pertenecemos a una izquierda democrática, a una izquierda socialdemócrata; hay a quienes no les gusta el término de izquierda socialdemócrata. Yo me siento orgulloso de ser un izquierdista socialdemócrata.

Usted es cercano a la expresidenta Bachelet. Hay quienes piensan que, de alguna manera, el germen de todos los complejos que hay en el manejo de la transición cristalizaron en el segundo gobierno de la exmandataria, donde había un subtexto de que lo que no se hizo ahora se iba a hacer...

Creo que había continuidad en el segundo gobierno de la Presidenta Bachelet, pero había la percepción de que había que apurar el tranco. Por lo menos eso es lo que yo pienso, que la ciudadanía no podía seguir esperando para algunas reformas fundamentales. Ahora, la ventaja, mirando hacia atrás, como he dicho, creo que no corresponde reeditar páginas que ya terminaron. Pero lo que sí, uno puede decir que el contexto cambió. ¿Quién se hubiera imaginado que parlamentarios oficialistas iban a votar para facilitar, no los tres quintos, sino los dos tercios del retiro del 10% de los fondos de pensiones? ¿Quién iba a pensar que hay personeros que han hablado de la necesidad imperiosa de mayores impuestos si queremos parecernos a Nueva Zelandia o a Australia? Hoy día, hay una modificación importante en la visión que tienen sectores de derecha, que creo que pueden facilitar estas reformas, pero que sean estructurales. Y una cosa en la cual Lavín tiene razón, es que el país ya cambio, y los que quieren preservar poder ya no lo tienen. Esa parte de su declaración es verdad.

Aún no se ve claramente quién va a personificar a esta izquierda socialdemócrata… Y qué quiere que le diga, a usted se le ve como candidato, habla como candidato, anda como candidato... ¿Va a ser candidato?

(ríe) Yo agradezco ser compañero de gente independiente que me dice mire, yo lo apoyaría. Eso se agradece, pero no es el tiempo de tomar una decisión.

Pero es una decisión a la que usted no le cierra ninguna puerta...

No le cierro la puerta, pero tampoco he declarado una disponibilidad, porque creo que, además, esta es una decisión colectiva. No son sólo los deseos de una persona.