Cristóbal ya había probado los hongos alucinógenos antes. Lo hizo por primera vez en septiembre de 2020, mientras celebraba Fiestas Patrias. Acompañados de un trago y un asado, sus amigos quisieron añadir otro ingrediente más a ese almuerzo. Hasta ese entonces, Cristóbal no sabía de su efecto, ni tampoco de su composición. Solo entendía que, entre el cóctel de drogas que se consumía en su círculo, esta era un poco más natural que las otras y provocaba alucinaciones.
Hasta ahí, Cristóbal también sabía que servían para una cosa: consumirlas de manera recreacional. Ese día llamó a un contacto que los vendía para que los despachara al camping de Puertecillo, en donde estaba junto a sus amigos.
Quien cuenta este testimonio es un periodista de 32 años que vive en Las Condes. Cristóbal no es su nombre real, se cambió para resguardar su identidad -al igual que el resto de los casos entrevistados-. Precisamente, porque la experiencia con la psilocibina -el componente químico que se obtiene de ciertos tipos de hongos- no es legal en Chile. Después de probarlos esa primera vez, el periodista se interesó por investigar más de estas sustancias. Leyó algunos papers sobre los tipos de alucinógenos y en julio de este año dio con un documental que recién se estrenaba en Netflix: Fantastic Fungi.
Dicha producción estadounidense -comentada y recomendada por medios como The Guardian y New York Times- es dirigida por Louie Schwartzberg y aborda, en 74 minutos, la historia y composición del diverso mundo de los hongos. Ahí, con coloridas imágenes en alta resolución, se explica que estos no forman parte del reino vegetal ni tampoco del animal, simplemente son un grupo aparte. Uno que puede absorber derrames de petróleo o facilitar la comunicación entre árboles, según expone el documental. Pero también habla de otra cosa: que aquellos hongos de la familia psilocybe pueden mitigar problemas de salud como el cáncer, el VIH y patologías mentales mucho más rápido que cualquier otro medicamento.
Hace rato que Cristóbal venía con una depresión y un trastorno ansioso. Desde niño consumía una serie de remedios, como ansiolíticos o antidepresivos, que le recetaba su psiquiatra. Curiosamente, cuenta él, la pandemia no le trajo mayores problemas con eso. Incluso, dice que en 2020 estaba estable, alineado con su trabajo en un medio digital y con el estilo de vida que estaba llevando. Por eso mismo quiso iniciar una terapia experimental con un psicólogo, para que lo ayudara a indagar un poco más en su personalidad: “Fue una decisión de ver en qué puedo ayudarme a mí mismo, en que puedo mejorar”, dice él. Esa terapia la abandonó en abril de este año y, con ello, cuenta, le vino un bajón emocional grande. Fantastic Fungi lo pilló ahí.
“Apenas vi el documental hice el clic de lo que significaba el poder de los hongos. Me pareció bien revelador, así que volví a pedir hora con mi psicólogo y le consulté sobre esto”. En esa cita, recuerda, se sorprendió con la respuesta de su terapeuta: le explicó que era algo que hace varios años se había comprobado, pero que no estaba legalizado en todos los países. También le advirtió que no era simple y que, si es que quería hacerlo, fuera cuidadoso y consumiera la microdosis exacta para que el tratamiento surtiera efecto.
Ahí Cristóbal volvió a llamar al mismo contacto al que le había comprado la dosis alucinógena para ese 18 de septiembre con sus amigos. Solo que esta vez su uso no era recreacional.
Las experiencias alucinógenas
Rodrigo Figueroa, psiquiatra jefe de la Unidad de Trauma y Disociación de la Escuela de Medicina UC, es de los que vienen estudiando este método mucho antes de que saliera el documental. Cuenta que si bien antes de los 60 esto era algo que se investigaba sin tapujos, con el movimiento hippie y la tendencia al consumo de hongos como método recreativo, se vetó la posibilidad de que la medicina siguiera viendo en ellos un potencial curativo. En los últimos 20 años, Figueroa cuenta que se ha vuelto a estudiar: “Hay organizaciones internacionales detrás de esta iniciativa, ha aparecido en revistas científicas que aseguran que el consumo de alucinógenos se ha ocupado en el trastorno del estrés postraumático, en terapia de pareja, en pacientes psicóticos e, incluso, para trastornos de la alimentación y ha funcionado”.
El interés por estudiar esto, cuenta él, fue porque a lo largo de su carrera profesional y especialidad se ha ido percatando de un problema: “Un 30% de las personas con estrés postraumático no responde bien a los tratamientos basados en la evidencia. Esos pacientes que no responden son pacientes crónicos que sufren muchísimo y donde es necesario buscar tratamientos alternativos”, reconoce.
Figueroa es enfático en decir que no ha probado la práctica en Chile, más bien solo la teoría, a través de estudios. Pero agrega que la cosa funciona más o menos así: un paciente con una enfermedad psiquiátrica consume una microdosis de hongos recetada por el médico. Lo hace en la misma consulta. Inmediatamente, se recuesta en un sillón, se coloca un antifaz y cierra los ojos. Todo esto siempre acompañado del médico tratante. Eso, para Figueroa es crucial. “El paciente en su mente inicia un viaje que dura de seis a ocho horas. Durante ese tiempo, los terapeutas lo que hacen es preocuparse de que el paciente esté seguro, ayudarlo y guiarlo en caso de que se angustie en los contenidos que en este viaje pueden aparecer”, explica Figueroa. Sobre todo, porque todas las vivencias son distintas, va a depender de la mente de cada paciente: “Están descritas crisis de pánico, crisis de angustia, experiencias de despersonalización, de sentir poca familiaridad con el entorno o alucinaciones de contenido terrorífico”.
Lo que viene después, el psicólogo clínico transpersonal y director de la Formación Transpersonal Grof en Sudamérica, Javier Charmé, lo describe así: “Lo que hace este viaje, de alguna manera, es resetear el inconsciente. Permite que se procese material que no está digerido entre el consciente y el inconsciente”. Con esto se supone que se permitiría acelerar el proceso psicoterapéutico, condensando en pocas sesiones lo que con procesos normales podría durar años.
La misma escena descrita del paciente recostado en un sofá con un antifaz es la que aparece en Fantastic Fungi. Paloma (40), una psicóloga de Providencia, también la quiso replicar. Similar a lo que le ocurre a Figueroa, ella veía en sus pacientes mucha frustración respecto a que la terapia no estuviera curando sus dolencias. Eso, sumado a algunos episodios de angustia, la llevaron a probar el método en su casa, hace siete años. “La primera vez fue súper dura, yo pensaba que me iba a encontrar con la madre tierra, que iba a ser súper bondadosa y no fue así. Fue difícil, porque tuve que mirar un aspecto de mí misma que no esperaba encontrar”, recuerda Paloma.
Después de esa experiencia, Paloma dice que se dio cuenta de que había muchas cosas por resolver, así que lo siguió haciendo unas cuatro veces más. “Empecé a ver que había problemas que se relacionaban con el trauma de la gestación mía con mi mamá, cosa que yo no tenía idea. De a poco, en estas sesiones me fui sanando a mí misma”, cuenta la psicóloga.
La primera experiencia de Cristóbal, en cambio, no fue tan fructífera. Dice que su psicólogo le recomendó que consumiera 0,1 gramos cada dos días durante un plazo indefinido. Para la primera vez, cuenta que se pasó en el gramaje de la microdosis y, en vez de recostarse en el sofá, fue a comprar al supermercado. “La experiencia fue más desagradable que rica. Me sentí un poco atrapado, se me perdió el carro y pensé que alguien me lo estaba sacando. Ahí me compré la gramera con decimales exactos y lo empecé a hacer bien”.
El debate científico
Hace una semana, Felipe (50) se despertó a las 7.00 am angustiado. Tenía el pecho apretado y sentía que no podía respirar, por lo que pensó que podía tratarse de un infarto. Él, un académico que vive en Las Condes con su esposa y dos hijos, ya sabía cómo manejar estos episodios. Entendía que se trataba de crisis de pánico. Pero esta vez le vino más fuerte. Fue entonces que se tomó un Ravotril para seguir durmiendo. Pasada la media hora la crisis continuaba, así que optó por adelantar la hora de su antidepresivo diario y, minutos después, agregó otra media pastilla de Ravotril. Pasado otro rato, la crisis seguía sin irse. En eso se acordó que tenía unas microdosis de hongos alucinógenos que solía ocupar en ocasiones para bajar la angustia. Solo que nunca lo había tomado en una situación de emergencia como esta. Sin muchas más opciones, la probó. Unos minutos después de haberla consumido, la crisis de pánico se había ido.
Desde los 20 años que Felipe padece de una neurosis que lo ha tenido consumiendo medicamentos para estar bien. También pasando de psiquiatra en psiquiatra, quienes le han ido regulando la medicación. En esa búsqueda para estar mejor, nueve meses atrás, se encontró con una amiga que le recomendó esas microdosis de hongos para calmar la angustia diaria que tenía guardadas. “Yo por ese tiempo estaba bien achacado. Al principio le puse todo tipo de peros, pero me dijo que duraba tres horas y que ella lo haría conmigo. Yo le dije que sí, solo porque me aseguró que no iba a ‘viajar’, porque no quería”. Esa primera vez que las consumió le quedó gustando y le pidió más. En nueve meses, ya llevaba 12 microdosis, pero nunca utilizándolas para episodios como el que le vino la última semana.
Por eso, apenas acabó su crisis de pánico, llamó a su psiquiatra y le contó lo que había vivido. “Me explicó que estaba prohibido, pero que no le parecía raro que tuviera un buen efecto en este tipo de crisis”. Felipe recuerda otro comentario más: que como se estaba estudiando hace tiempo, su psiquiatra le comentó que era posible que su consumo se legalizara antes que la marihuana.
Eso, para el abogado de Derecho Administrativo de la UCH José Miguel Valdivia no es posible en Chile, al menos no en el corto plazo. “Está regulado en el reglamento de psicotrópicos. Hoy día la psilocibina está incluida en una lista de sustancias prohibidas, lo que tiene por efecto impedir su comercialización, salvo para uso de investigación (ciencia)”, explica él. La marihuana, por ejemplo, también forma parte de esa lista, aunque su regulación permite autorizaciones para la elaboración de productos farmacéuticos de uso humano y comercialización de productos derivados de ella bajo receta retenida. Para que el consumo de hongos alucinógenos se permitiera, tendría que ser a través de un proyecto de ley aprobado por el Congreso y, “con el Congreso que vamos a tener en la próxima legislatura, no hay que hacerse muchas expectativas. No hay una mayoría claramente progresista que esté dispuesta a aceptar ese tipo de sustancias”, sostiene Valdivia.
Desde la PDI no perciben que el consumo de hongos como tratamiento curativo sea una tendencia que se esté dando en Chile. Más bien creen que puede ser algo de nicho. Lo que sí es cierto, es que los alucinógenos se unen a la lista de drogas cuya incautación y consumo se ha disparado en los últimos años. Según sus estadísticas, si el número de incautaciones en 2018 era de 32,96 gramos, en 2019 se disparó a 3.182 y en 2021 se ha mantenido sobre esa cifra.
En el Senda identifican algo parecido. Solo que su estadística arroja resultados sobre el consumo de alucinógenos en general, y no solamente en hongos. De todas formas, coinciden con que esto viene al alza: de acuerdo al último Estudio Nacional de Drogas en Población General 2020 (ENPG 2020) se ha registrado un aumento significativo en la prevalencia del uso de alucinógenos, respecto del 2018. “El total de personas que ha consumido estas dañinas sustancias alguna vez en la vida pasó de un 1,8% a un 3,5%”, explica el director del Senda, Carlos Charme. La razón de su aumento no está claro. Sin embargo, para Charme, “al igual que en otras sustancias, puede influir en esta alza los discursos de algunas personas que, sin contar con evidencia suficiente, normalizan el uso de este tipo de drogas por ser de origen natural”. Precisamente por eso es que, aseguran, es importante fiscalizar su consumo. Sobre todo porque, además de la falsa percepción de la realidad, el aumento de la frecuencia cardíaca y los cambios en el estado de ánimo que genera el consumo de estos, hay otros riesgos que podrían ser irreversibles en algunos: “En el caso de las personas con antecedentes de enfermedades mentales, incluso puede aparecer el trastorno de percepción persistente por alucinógenos (HPDD), que se refiere a la recurrencia de alucinaciones o perturbaciones visuales similares a los flashbacks”, advierte Charme.
Rodrigo Figueroa está consciente de los riesgos que esto puede tener si es que su consumo no es supervisado por un médico tratante. “Uno de los efectos adversos es un mal viaje. Hay reportes de personas que han hecho locuras, incluso por hacer esto sin el cuidado de terceros. En Holanda, por ejemplo, se han registrado casos de personas que sin querer hacerlo se han suicidado”. Pero de todas formas, si su uso es regulado en microdosis y en acompañamiento de un médico, Figueroa piensa que puede ser un verdadero aporte para pacientes que no han podido dar con una cura para su trastorno. Por eso, piensa en postular una investigación con un grupo de especialistas para que sea aprobado por el ISP y se avance en el tema a nivel nacional. “No conozco ningún médico que sea un férreo detractor de estas sustancias. Los psiquiatras utilizamos psicotrópicos por definición. Por lo tanto, no es sorprendente que uno pueda agregar otro que tenga un efecto alucinógeno. Pienso que, como cualquier medicina, se requiere una investigación sólida”, añade.
Álvaro Jeria, psiquiatra y máster en Salud Mental y Políticas Públicas, es más reticente: “Es un tema que recién se está investigando. No es posible dar una recomendación a nivel poblacional, pues desconocemos sus efectos en el mediano y largo plazo, en el marco de estudios científicos bien diseñados. Por ahora, debe seguir siendo una droga ilegal mientras no tengamos más evidencia científica”.