Hoy se vota. Mañana se interpreta. Esa pareciera ser la consigna que ya se instaló en el mundo político. Los analistas están en sus marcas, listos para comenzar a leer las entrelíneas que dejará la elección de los 50 consejeros y consejeras que van a redactar el nuevo texto constitucional.
Hugo Herrera, filósofo y profesor de Derecho de la Universidad Diego Portales, observa atento. Dice que hay varios elementos que considerar luego de los resultados. Ya no sólo es si gana la derecha o la izquierda, sino qué derecha y cuál izquierda. Lo fundamental para este analista es ver si impera la predisposición al diálogo, a los grandes acuerdos, o se instala la dura corteza de algunos sectores políticos.
“Hay nuevos elementos que analizar aquí. Por ejemplo, qué pasa con los republicanos y con el Partido de la Gente. También será importante ver cómo quedan calibradas las alianzas en su interior. Nunca había estado tan claro que en ambos mundos hay dos derechas y dos izquierdas. Y lo otro relevante es qué posibilidad de abre o se cierra para tener una nueva Constitución. Mal que mal, ese es el único camino abierto para darle salida a una crisis que sigue estando ahí”.
¿Las razones del estallido no se han licuado? ¿Existe un malestar escondido?
Para ser bien preciso, las causas que desencadenaron el malestar están latentes. El malestar está aplacado por las urgencias económicas y de seguridad. Pero seguimos en un momento de transición que tiene que ver con que los viejos discursos ya no hacen sentido.
O sea, ¿no hay un nuevo discurso que recoja el malestar?
No. Tanto el gobierno como la oposición solamente están actuando. Van en piloto automático resolviendo problemas del día, pero no están planteando propuestas que miren a los 20 años que vienen.
En esta elección no sólo se juega el tema constitucional. También una suerte de reconfiguración política. ¿En qué sector será más decisivo?
Creo que es más importante lo que pase en la derecha que en la izquierda. Podría emerger una derecha más radical que la que conocemos hoy día y menos dispuesta a negociar.
Y eso, ¿qué implica?
La derecha tiene un problema que es análogo al del gobierno. Por un lado, hay una derecha más pragmática que yo la simbolizo en la UDI de Javier Macaya. Él ha mostrado disposición a sacar al país de la crisis. De eso se trata al final. Pero claro, está la tensión con los republicanos. En cualquier caso, el problema mayor es que los partidos de derecha todavía no han generado un discurso político a la altura de la época presente.
¿Y no son claros los discursos de una centroderecha versus una más tradicional?
No. Y el discurso Chicago-gremialista ya no sirve. Eso fracasó con los gobiernos de Piñera, porque no fueron capaces de entender lo que estaba pasando en Chile. Creían que el tema era la economía, pero lo que estaba ocurriendo era un asunto de legitimidad política. Ahí se agotó ese discurso. El problema es que todavía no hay un nuevo proyecto político de centroderecha chilena. Y mientras no tengan un relato, no podrán diferenciarse de la derecha radical.
¿Eso explica el temor de la UDI de que parte de su electorado se vaya con la derecha dura?
Claro, y van a seguir en ese juego mientras no desarrollen un pensamiento propio. Es muy complejo lo que se produce. Porque cuando el pragmatismo no tiene discurso, te expones a que te llamen traidor, vendido… O sea, descalificar es fácil. En cambio, si tienes desarrollada una praxis que es más componedora, más de reformas, ya no te pueden tratar de traidor. Tienes marcada la diferencia. Hoy no lo pueden hacer.
Cuando la agenda está centrada en la crisis de seguridad, ¿no hay una inclinación hacia posturas más conservadoras?
Lo que hay es un temor a la inseguridad, al narcotráfico. Hay una crisis migratoria en el norte, problemas en La Araucanía y una economía que viene decreciendo. No sé si eso se llama conservadurismo. Pero sí veo una reacción de los poderes fácticos que vieron la oportunidad de que aquí el péndulo venía de vuelta por la demanda de mayor seguridad y mejor economía.
¿Un discurso más propio de la derecha?
Claro, pero yo no sé si eso significa, como decía Luis Larraín, que la gente quiera más del modelo. La ciudadanía quiere un mercado que funcione correctamente, donde no haya abusos, donde se les pague bien a los trabajadores. Pero no que todo siga igual.
El relato que falta
¿Qué cree que pasa si se imponen las fuerzas de derecha y de izquierda más extremas? ¿El centro queda en un limbo?
Absolutamente, y sería súper complejo. Porque si los extremos prevalecen, no va a haber grandes acuerdos. Eventualmente, la Constitución podría no ser aprobada y las grandes reformas que están pendientes podrían fracasar. Eso significaría estancamiento, polarización y un proceso de deterioro institucional que podría durar décadas.
O sea, ¿ganaría el statu quo?
De alguna manera, sí. Y es por lo que decía antes: estamos en una crisis en que los discursos antiguos ya no hacen sentido. Tenemos que producir nuevos discursos y nuevas instituciones. Pero eso pasa porque prevalezcan las fuerzas que están dispuestas a conversar.
¿Y qué rol debiera jugar el gobierno?
En Chile, el Poder Ejecutivo todavía es muy importante. El gobierno podría impulsar una agenda de reformas económicas y sociales consensuadas. Es el momento de hacerlo. Ahí hay una de las grandes fuentes del malestar y esos temas no están necesariamente en la Constitución. En el fondo, se podría empujar una agenda de reformas para llegar a soluciones más o menos pragmáticas, pero sobre todo sería necesario para que el gobierno recupere su capacidad de impulsar reformas.
¿No la tiene?
Hay una evidente pérdida de impulso político del gobierno. Y si algo se les pide a los gobiernos -además de que garanticen ciertas condiciones mínimas-, es que lleven la agenda política. Así está diseñado el sistema político en Chile. Es la Presidencia de la República la que debe conducir el proceso político, y eso no está pasando.
El arrastre
Si a las fuerzas oficialistas les va mal y la derecha pasa por arriba, ¿el gobierno podría quedar en una posición de debilidad como fue el 4 de septiembre pasado?
Sí, pero lo que pasó el 4 de septiembre fue la derrota más dura que, en términos democráticos, ha recibido la izquierda en toda su historia.
¿Así tanto?
Sí, porque perdió la capacidad de comprender el proceso político. Nunca la izquierda había recibido una derrota de ese calado. Un proyecto que se suponía que estaba dado en bandeja, se frustró. Un 80% había aprobado para cambiar la Constitución de Pinochet, y así y todo, fueron derrotados por un 62%.
¿Y qué quiere decir con eso? ¿Que una derrota ahora no sería tan brutal como la del plebiscito de septiembre?
Así es. Porque ese 62% del Rechazo generó un efecto de aturdimiento que minimiza la eventual derrota de ahora. Por supuesto que tiene consecuencias en el día a día, pero en el proceso largo es más difícil que tenga consecuencias.
Pero sus reformas podrían quedar eclipsadas, ¿o no?
Quedarían debilitadas. El problema es que, más allá de lo que pase con la Constitución, Chile necesita reformas económicas y sociales. Hay una cierta disposición ambiente en algunos sectores de Chile Vamos. El gobierno no puede perder la oportunidad de negociar acuerdos en torno a grandes proyectos. Lo que no puede ocurrir es que el país se estanque.
Pase lo que pase, ¿es el gobierno el que tiene que mover el tablero?
Sí. Le corresponde conducir el proceso. Generar la idea de que se está sacando al país de la crisis y que se está generando un nuevo orden político y social. Esa sensación no existe hoy día.
¿La sensación es de congelamiento?
Por parte del Ejecutivo, estamos congelados. En el lado parlamentario, se ha mantenido vivo el proceso político y la agenda constituyente. Pero lo curioso es que tanto Sebastián Piñera como Gabriel Boric han estado congelados en la conducción del proceso político.
¿Y el Presidente Boric podría quedar en el mismo paréntesis en que quedó Piñera posestallido?
Es más difícil, porque a pesar de la inflexibilidad inicial y de que todavía hay cuadros duros del Frente Amplio, Boric ha sido más pragmático y realista que Piñera. Es más joven también y, por lo tanto, está más dispuesto a cambiar. En ese sentido, me parece que hay que reconocer que Boric es un Presidente que se ha vuelto más realista y quiere asumir el cargo de mejor manera.
También es cierto que lo han criticado por eso…
Bueno, ese ejercicio que puede sonar hipócrita, es una parte fundamental del desempeño de la Presidencia de la República. A los mandatarios no se le pide que sean santos, sino que sean capaces de renunciar, incluso a algunas de sus posiciones más radicales, a favor del país. Los mandatarios no pueden querer satisfacer sólo a su tribu. En ese sentido, hay que reconocerle a Boric que ha sido un político pragmático.
¿Gatillado por la derrota de septiembre?
Claro. Primero fue dogmático. Apoyó el Apruebo sabiendo que la Convención era compleja. No diseñó escenarios futuros. En eso, fue irresponsable. Y después del chancacazo del 4 de septiembre, se puso realista. Y ahí está la incorporación de Carolina Tohá y de los cuadros de la Concertación. Eso fue una movida pragmática y responsable. Pero todavía no es un pensamiento político nuevo. Fue más una reacción sensata, en que dejaron de lado el moralismo de los Atria y los Jackson. Eso quedó sepultado. Pero, claro, con puro realismo tú no haces gobierno.
Entonces, ¿la misión del gobierno es elaborar un nuevo relato?
Si quiere recuperar el impulso político, necesariamente tiene que producir un nuevo relato. Imagino que algo que vaya entre la socialdemocracia y lo que era el Frente Amplio en su minuto.
Visto desde otro lado, ¿si se impone la derecha, se fortalece la interpretación que hizo sobre el 62% del Rechazo?
Eso se va a revisar el mismo día de la elección. En su minuto, se le dijo a la izquierda que en el 80% del plebiscito de entrada había por lo menos un 20% que era de derecha. No lo creyeron. Pero sociológicamente, la derecha en Chile es cerca del 40%. La izquierda actuó triunfante. Y eso fue lo grave.
¿El error de diagnóstico?
Claro, porque ellos que pensaron que ese triunfo electoral circunstancial era un cambio de paradigma que ellos lo iban a encarnar. Y ahora, en estas elecciones va a quedar claro que la derecha no es el 62% que pensaban. Normalmente, la derecha en Chile va del 55 al 40%. Por ahí va a estar el resultado ahora.