El pasado 23 de enero, una pareja de turistas de 67 y 66 años, provenientes desde Wuhan, China, aterrizaban en el aeropuerto de Milán, al norte de Italia. Unas vacaciones programadas desde hace meses. Iban a recorrer el país de norte a sur, pero el viaje finalizó abruptamente en Roma pocos días más tarde.
Fiebre alta, dolores musculares y dificultades respiratorias los llevaron a solicitar una ambulancia desde el hotel Palatino, ubicado en el sector del Coliseo. Ambos fueron internados de urgencia en el hospital romano Lazzaro Spallanzani, donde se confirmó el contagio por coronavirus. Fueron los primeros infectados en Italia, pero no eran casos locales y el contagio se detuvo a tiempo con el aislamiento preventivo de todo el grupo que viajaba junto al matrimonio, el cual fue dado de alta, sano, a fines de febrero.
No hubo más contagios relacionados con esta pareja y su caso sirvió para que Italia abandonara la idea de ser inmune a este virus desconocido, pero no para estar más alerta y reconocer a tiempo los síntomas.
El paciente 1
El 18 de febrero, en Codogno, pequeña ciudad de 15 mil habitantes en las cercanías de Milán, Mattia, un hombre de 38 años, casado y a punto de convertirse en padre, se dirigió a la posta del hospital local, donde se le diagnosticó una leve neumonía. No está claro si fue él mismo quien no aceptó ser hospitalizado regresando a su hogar o si fue el personal de turno que lo mandó de vuelta a casa. Lo cierto es que el hombre empeoró y regresó al mismo hospital durante la madrugada del 19, en estado de inconsciencia, quedando así internado.
El test para detectar el coronavirus se le realizó al día siguiente, ya que antes era necesario obtener una autorización de la dirigencia del recinto hospitalario. Las instrucciones del Ministerio de Salud italiano aconsejaban el test solo en caso de “infección respiratoria aguda” y en presencia de otros factores, tales como recientes viajes a China o estrecho contacto con un infectado. Durante su primera visita al hospital, el hombre no presentaba ninguna de dichas condiciones y no fue hasta que un médico, desatendiendo las instrucciones y asumiendo personalmente la responsabilidad, le suministró el test. Mattia pasó así a ser el paciente 1 del brote de Covid-19 en Italia, y en esas idas y venidas al hospital, tres médicos resultaron contagiados, además de algunos pacientes del mismo centro asistencial.
Capítulo 1: una ciudad en cuarentena
Tres días más tarde, el domingo 23 de febrero, en Lombardía, la región donde se encuentra Codogno, se contaban más de 100 contagios. Las autoridades italianas decidieron poner la ciudad y otras 10 localidades de la zona bajo cuarentena. Nadie podía entrar, ni menos salir. Giovanni, habitante de Codogno, entre lágrimas contaba que durante el aislamiento no podía ver a su hija que vivía en el pueblo de al lado, “tampoco puedo ver a mi nieta. Tengo mucha angustia. Me da miedo hasta respirar”. Por las tardes, Giovanni se acercaba a la entrada de la ciudad, resguardada por militares y patrullas de Carabinieri, por si divisaba a su hija. “Hay días en que la espero sentado en este paradero. Pero hace frío y ella no siempre puede venir”.
Fue así como las costumbres de los italianos comenzaron a cambiar. Primero, los trenes dejaron de detenerse en las ciudades afectadas por el sorpresivo brote del virus. Los habitantes en cuarentena se las arreglaron para abastecerse de bienes básicos. Todos los días, pasadas las seis de la tarde, amigos y familiares residentes en otras áreas les llevaban leche, fruta, papel higiénico y hasta cigarrillos. El aislamiento habría de durar dos semanas y la angustia era palpable. En Codogno la radio local comenzó a transmitir las misas, ya que estas habían sido prohibidas para evitar las aglomeraciones.
En Milán, corazón financiero de Italia, ubicado a 60 kilómetros, la gente se abalanzó a los supermercados. “¡Se acabó la pasta!”, gritaban algunos de frente a los estantes vacíos. El Duomo, la famosa catedral, cerró sus puertas, así como también lo hicieron los museos y las cafeterías. Los turistas se fueron y quien pudo comenzó a trabajar desde casa. El guion de las mascarillas agotadas aquí también se escribió. Los pocos que caminaban por el centro comenzaron a mirarse de reojo a la más mínima tos o estornudo.
Los italianos dejaron de saludarse de beso y pocos días más habrían de dejar de darse la mano.
Capítulo 2: suspensión de eventos públicos
“¡Viva Venecia, viva el carnaval!”, exclamaba un hombre disfrazado al estilo Luis XVI y con una máscara adornada con lentejuelas cubriéndole el rostro desde el escenario instalado en la Plaza de San Marco, en Venecia. Cientos de personas llenaban el lugar. Cada año, durante 10 días, en el mes de febrero, los canales venecianos se transforman en una pasarela para gente vestida con los más excéntricos atuendos. Este año, no era la excepción. Veinte mil personas provenientes de todo el mundo se encontraban en la ciudad a la espera del Vuelo del León, el espectáculo con el que se cierra el carnaval, pero mientras Venecia estaba de fiesta, algunos kilómetros al sur la diagnosis “neumonía de origen desconocido” se comenzaba a escribir en cada vez más fichas medicas.
Había que reaccionar y evitar la propagación del virus, por eso una de las primeras medidas fue el cierre anticipado del carnaval, que entre las bajas temperaturas típicas de esta época del año en Europa y la concentración de visitantes provenientes de diferentes países se había transformado en una bomba de tiempo. En pocas horas, Venecia quedó vacía y las máscaras alegóricas fueron reemplazadas por mascarillas. Hasta ahora, en la región del Véneto, cuya capital es Venecia, van más de 1.200 contagiados y decenas de fallecidos.
Aun más al sur, en Roma, un hombre camina solo por las callejuelas del centro histórico. Cabizbajo, con las manos en los bolsillos del pantalón de un terno gris con corbata celeste. Demasiado formal para caminar tan despacio. Es la hora de almuerzo y Claudio, oficinista romano, va de regreso a su trabajo: “Desde mañana trabajaré desde casa. Hay muy poco que hacer. Pero ¿sabes qué es lo que más quiero? Que suspendan el campeonato de fútbol, así la Lazio se las tendrá que arreglar. Yo soy de la Roma”.
Y es que luego de haber jugado algunos partidos a puertas cerradas, la Serie A del calcio italiano decidió suspender todos los partidos al menos hasta el 3 de abril. Después de esa fecha, se va a decidir si seguir con el campeonato o darlo por cerrado, asignando el scudetto al equipo en ventaja hasta este momento.
Capítulo 3: cierre de colegios y universidades
Era el 4 de marzo cuando las familias de los más de ocho millones de estudiantes que hay en Italia recibían la noticia del cierre absoluto de colegios y universidades en todo el país. La región de Lombardía ya lo había hecho semanas antes. La medida se extendía por 15 días, pero debido al rápido aumento de los contagios, se podría regresar a clases a principios de abril.
Profesores y alumnos se encuentran virtualmente en diversas plataformas diseñadas para las clases a distancia y las familias han debido modificar sus actividades cotidianas para seguir trabajando o estudiando desde casa.
En el decreto del 11 de marzo, el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, endurecía aún más las medidas. Si anteriormente se les había solicitado a los italianos salir lo menos posible de casa, ahora se les estaba obligando a ello.
Capítulo 4: un país en cuarentena
“Recuerdo cuando hace pocos meses fuimos con mi marido a ver cómo encendían el árbol de Navidad en la Plaza Venecia (centro de Roma), estaba repleto de gente”. Quien habla es Pasqua, romana de 70 años. Estamos haciendo la fila para entrar al supermercado. Ya han pasado más de 30 minutos. La cola es larga y cruza al otro extremo de la calle, pero no importa, ya que por aquí dejaron de pasar autos. Todos escuchan nuestra conversación, porque con Pasqua debemos mantener una distancia de seguridad de un metro y 80 centímetros. Según las instrucciones del gobierno, entre cada persona debe existir tal distancia, y es por eso que hay que hacer filas para entrar en los únicos negocios que quedan abiertos: supermercados, negocios de abarrotes y farmacias, ya que no puede haber demasiada gente en su interior. “Cuando se prendieron las luces del árbol me puse tan feliz. ¡Había vida en esa calle, había vida en Roma!”. La voz de esta señora se quiebra, se ajusta la mascarilla, se da vuelta y entra al supermercado. Es su turno.
Desde el inicio del brote hemos visto tres cuarentenas. Primero las ciudades cercanas a Codogno, luego la región de Lombardía y ahora Italia entera, la cual debería durar hasta el 3 de abril. Y así como ha ido creciendo el radio del aislamiento, ha crecido también la angustia, la que los italianos tratan de derribar pegando carteles en las ventanas con el escrito “todo estará bien” o poniendo a todo volumen el himno nacional y haciendo que el vecindario se asome a cantar al balcón.
Las calles de Roma se encuentran vacías, y sitios como la Fontana di Trevi, donde costaba sacarse una foto sin que se viera nadie detrás, ahora lucen majestuosos, pero solos.
Es mediodía en Roma y solo se oye el sonido del agua cayendo en la fuente. Faltan tantas piezas de este puzzle urbano: el ruido de las motonetas, los italianos conversando fuerte, el olor a café, el murmullo constante en idiomas desconocidos que se confunden entre sí, los vendedores ambulantes ofreciendo sus productos, el niño turista lloriqueando cansado de caminar. Momentos que ahora parecen escenas lejanas de un teatro al aire libre que de pronto cerró sus puertas.
Un hombre pasa frente a la Fontana, la mira, se baja la mascarilla y rápidamente lanza una moneda al agua, como quien tirara una piedra. Respira profundo. Se sube la mascarilla. Y se va.