En las crisis políticas aparecen nuevas generaciones y, por cierto, nuevos líderes. Macaya es uno y muy importante. La crisis institucional fue muy profunda y aún no salimos de ella. Podría haber tenido consecuencias tan graves como las que el país ha vivido históricamente en sus quiebres democráticos. Javier lideró con brillantez el plebiscito del Rechazo a un texto que violentaba el alma nacional y con coraje ha conducido un gran acuerdo para cumplir con el mandato ciudadano de hacer una nueva Constitución que sea “la casa de todos”.

Los buenos políticos no son solo aquellos que obtienen victorias electorales y políticas. Muchas veces, y tal vez las más valiosas para una nación, son precisamente cuando renuncian a ellas asumiendo costos personales y partidistas con el fin de evitar situaciones complejas o incluso dramáticas para sus pueblos. Macaya ha demostrado que ese es su camino. Primero los intereses del país, el bien común, por sobre los personales y partidistas.

La historia registra que Allende quería convocar a un plebiscito el año 73. Sus partidarios más extremos se lo habrían impedido. Piñera, que vivió un inesperado estallido social liderado por el PC, cuyo objetivo explícito era botarlo, lo convocó. Si hubiese seguido el camino de sus partidarios más extremos -al igual que Allende-, en este caso sacando a las Fuerzas Armadas a la calle, estoy seguro de que se habría cumplido la pretensión del PC.

Ambas crisis se resolvieron en forma distinta. Ambas tuvieron su propio 11 de septiembre. La diferencia la hicieron los conductores políticos.

En la época de la Guerra Fría, si no había una salida política para salvar la democracia, como habría sido, quizás, ese plebiscito que nunca se realizó, la sociedad civil recurriría a sus Fuerzas Armadas para evitar los proyectos refundacionales de la izquierda marxista de esa época. Fue tal la incapacidad de los políticos de salir de esa crisis por la vía democrática, que incluso la Cámara de Diputados llamó a las FF.AA. a que intervinieran.

A diferencia de la primera, en la reciente crisis el país logró salir por la vía institucional. El gobierno de Sebastián Piñera y el Congreso tuvieron la capacidad de llegar a un gran acuerdo, convocando a dos plebiscitos para hacer una nueva Constitución.

El de entrada, completamente innecesario, fue una rotunda derrota para la derecha, la cual, completamente ajena a la realidad nacional, se refugió inexplicablemente en el Rechazo. Fue de tal envergadura esa derrota que, por primera vez después del retorno a la democracia, en la elección de convencionales la derecha ni siquiera alcanzó el tercio.

El plebiscito de salida del 4 de septiembre es la derrota democrática más grande que ha vivido la izquierda refundacional. Fue un 11 de septiembre democrático. Fue un mazazo político de tal envergadura, tanto por el resultado como por la cantidad de votantes, que aún hay muchos del Apruebo que no son capaces de entender y asimilarlo, a diferencia del Presidente Boric.

Ese plebiscito que no se hizo hace 50 años hubiese tenido un resultado muy similar al del 4/S. Los chilenos que vivieron la UP y los de hoy, en un mundo globalizado e informado de lo que ocurre en cada nación, tienen claro que la igualdad que predica la izquierda latinoamericana solo se logra en la pobreza, con autoritarismos dictatoriales, como en Cuba desde entonces o Venezuela estos días.

Por lo tanto, el desafío posplebiscito es buscar y profundizar la vía democrática para seguir avanzando en la salida de esta crisis.

Está claro que no serán los extremos los que nos conducirán por el camino de moderación que pidió la ciudadanía el 4/S. Por la derecha se le hablará al voto duro, ofreciéndole mantener la Constitución actual, y por la izquierda, intentar nuevamente una refundacional. Ambas posiciones tienen en común que siguen profundizando la crisis y la creciente polarización que ha existido desde hace ya varios años. El categórico resultado del plebiscito de salida la frenó temporalmente. Nos dio un tiempo para continuar con el mandato de ambos plebiscitos. Una Constitución que sea “la casa de todos”.

El senador dialoga frecuentemente con el Presidente Boric.

El Presidente Gabriel Boric y el senador Javier Macaya han entendido como pocos el mensaje de la ciudadanía. En ellos recae principalmente la responsabilidad de reconstruir un camino de moderación posplebiscito. Si Allende lo hubiese convocado, tal vez le hubiese tocado a Patricio Aylwin -como uno de los líderes de la CODE- conducir democráticamente el término de ese fracasado camino refundacional de los años 70.

Como en esta ocasión la ciudadanía fue clara y categórica en parar este nuevo intento refundacional del FA y el PC plasmado en el borrador, ahora les toca a Boric y a Macaya construir ese camino de sensatez que reclama la inmensa mayoría de los chilenos. No seguirlos en este proceso implica el riesgo de volver a caer en la polarización y, tal vez, en una futura crisis incomparablemente más profunda que la vivida.

Javier, por cierto, ha estado a la altura. Lo destaco porque es tal vez su partido el que más corra el riesgo de perder con este nuevo acuerdo constitucional. Renunció -por los intereses superiores del país- a una posición política más simple y cómoda: no hacer nada.

Macaya ha sabido asumir esa faceta de Jaime Guzmán que imprimió a fuego en una generación. El país está primero. Es fácil decirlo, lo difícil es ser consecuente y cumplirlo cuando llega la hora. Hay muchos que cuando llega ese momento no tienen el coraje para hacerlo. Boric lo tuvo al firmar ese histórico acuerdo el 15 de noviembre y Macaya, al suscribir el de estos días.

Ambos no tienen el camino fácil. Tendrán que enfrentar a sus propios partidarios, que viven en sus respectivas burbujas. Debe ser muy grato vivir en ellas, pero la inmensa mayoría del país vive en la realidad.

Boric deberá hablarles a esos que se autoconvencieron de que los 30 mejores años de la historia republicana del país habían sido los peores. El propio Presidente, que agarró inesperadamente la guitarra, ya se dio cuenta de que no era así. Tuvo que haber un 4/S para volver al país real.

Macaya, por su parte, deberá hablar a los que se autoconvencieron que el 62% del plebiscito fue para no hacer nada y mantener la Constitución actual. En el fondo, no cumplirle a la ciudadanía. Ya se les olvidó que se les ofreció al votar Rechazo, en el plebiscito de salida, hacer una nueva y mejor Constitución.

Cuando Javier Macaya estudió Derecho en la UC no fue gremialista. Curiosamente, fue reclutado al proyecto de Jaime Guzmán en sus tierras colchagüinas por uno de sus principales discípulos, el exsenador y exministro Andrés Chadwick, que tampoco tiene origen de gremialista. Javier lidera hoy ese proyecto junto a la primera generación que no conoció a Jaime Guzmán.

Gabriel Boric inició su competencia presidencial con la convicción de que jamás ganaría la primaria al candidato del PC. Eso explica que haya señalado en una entrevista -con mucha honradez intelectual-que no estaba preparado aún para el cargo. Tampoco conoció a Allende.

En estos días, a ambos les han dicho y les seguirán diciendo -desde sus respectivos sectores- que son unos traidores. Esa es una tremenda señal. Es una derrota a los extremos. Ambos han llevado a sus respectivos sectores a pactar un camino de encuentro, de conversación, de amistad cívica y, finalmente, de patriotismo, donde prima el bien común. Esto prestigia la democracia y la buena política, esa que busca los caminos de coincidencia con el que piensa distinto. Durante los 30 mejores años de Chile eso se practicó como nunca en nuestra historia reciente, los frutos están a la vista.

Después del resultado del plebiscito del 4/S, tengo esperanza de que tal vez la generación de Boric y Macaya que no conocieron a Guzmán, ni a Allende, ni a Pinochet, ni hasta al propio Aylwin, tengan la capacidad de consensuar una nueva y buena Constitución, con un plebiscito de salida que supere el 62%.

Javier Macaya ha emergido con este acuerdo como un líder capaz de llevar a la derecha moderada nuevamente al gobierno. En esta ocasión solo se lograría con la capacidad de conformar una nueva y gran alianza con aquellos que estuvieron por el Rechazo. El plebiscito del 4/S por primera vez rompió el histórico resultado del plebiscito del Sí/No del año 88, y eso es una gran noticia para el futuro del país.

En esta crisis ha nacido para la centroderecha un nuevo líder que genera confianza y mucha credibilidad, respeto en sus adversarios y admiración en los demócratas, que siempre priorizarán el acuerdo sobre el conflicto. Javier Macaya tiene mucho futuro.