Cuenta Jeanette Vega (PPD) que -al menos desde hace 10 años- cada vez que le ofrecían estar en un cargo de figuración pública o que su partido le pedía presentar su nombre como candidata al Ministerio de Salud señalaba que prefería que fuera propuesta para la cartera de Desarrollo Social. “Soy una doctora que cree que la salud está socialmente condicionada”, explicaba ante la cara de asombro de sus interlocutores. El sueño se le cumplió para la conformación del primer gabinete de Gabriel Boric. “Mi nombre fue presentado por el PPD, sé que había sido considerado para el Ministerio de Salud y en algún momento hubo alguna exploración de si a mí me interesaría otro ministerio. Y dije que me gustaría el de Desarrollo Social”. Pero todo terminó en una gran polémica al revelarse el intento de contacto de una de sus asesoras con el líder de la CAM, Héctor Llaitul, quien había llamado a tomar las armas en contra del gobierno.

La Araucanía se ha transformado en un dolor de cabeza para el gobierno. ¿Por qué cree que ha sido así?

Creo que no es que a este gobierno La Araucanía le haya generado problemas en particular. En todos los gobiernos desde la vuelta a la democracia ha habido esfuerzos por avanzar hacia la resolución de un problema que es de fondo: tenemos una diferencia entre el Estado de Chile y el pueblo mapuche, con respecto a las tierras que le pertenecen. Ahí hay una historia larga que partió cuando se parlamentó en Tapihue y se llegó al acuerdo de que desde el Biobío al sur, las tierras pertenecían a los pueblos mapuches, en 1800. Ha habido esfuerzos de todos los gobiernos y con el tiempo empieza a haber un movimiento fundamentalmente en los más jóvenes del pueblo mapuche, de reivindicación por la fuerza de muchas de esas tierras, a lo que se mezclan otros temas, como un porcentaje de personas que empiezan a hacer actividades francamente ilegales, como robo de madera y tráfico o microtráfico de droga. Es un problema que ha estado sin solución. Y las razones de eso es porque, en la práctica, las conversaciones siempre llegan hasta un punto y ahí se detienen y nunca se ha delimitado en un acuerdo marco cuántas son las tierras, cuáles los mecanismos de devolución y los plazos.

Pero asoman dos miradas en este gobierno sobre cómo abordar el tema de la violencia en la zona. ¿O no?

Más que dos miradas, lo que ha habido es una evolución de la mirada debido a los aprendizajes. Efectivamente, al comienzo del gobierno teníamos una mirada mucho más optimista de las posibilidades de diálogo y también de la recepción que iban a tener estos esfuerzos del gobierno. Probablemente porque el diagnóstico que teníamos era más bien histórico, sin considerar los nuevos fenómenos que han irrumpido. En primer lugar, las generaciones nuevas que tienen una mirada más reivindicatoria y más radicalizada, reivindican la toma de las tierras que consideran que les pertenecen. Pero, además de eso, se ha introducido el tema económico, con todo este microclima que se ha generado sobre todo del tema del comercio ilegal de la madera. Cuando nosotros llegamos al gobierno, el diagnóstico era claro, que la mayoría del pueblo mapuche efectivamente quiere un diálogo. Nunca hubo dos miradas. Por cierto, las personas que están fuera de la ley tienen que ser perseguidas, castigadas. No es permisible salirse de la ley.

Y, sin embargo, la aplicación del estado de excepción en la zona y su renovación es una agonía permanente para La Moneda al tratar de alinear a sus parlamentarios…

Nos demoramos en convencernos de que el estado de excepción era algo inevitable. Porque partimos con la premisa y con la idea de que íbamos a poder llegar a un diálogo que permitiera mantener esta conversación sin que hubiera un aumento de la violencia. Sin embargo, esto no fue lo que ocurrió y este no es un proceso simple de entender. A todos los que hemos estado de alguna manera involucrados en esto, nos ha costado. Uno tiene que estudiar, porque es un problema tan complejo, de tantos años, que no es blanco y negro. No es “si es que nos ponemos firmes, se va a eliminar la violencia”. Tampoco es cierto que vamos a poder ir a conversar y que vamos a ser todos felices.

Usted aludía a un optimismo inicial. ¿Eso es lo que queda reflejado en el intento fallido de la entonces ministra del Interior, Izkia Siches, de entrar a Temucuicui?

Eso lo grafica un poco, claro. En ese momento me tocó estar en el equipo de ministros que fuimos al sur. Y la verdad es que lo que entendíamos todos -en ese momento esas conversaciones no involucraban al resto de los ministros- es que había un acuerdo previo que de alguna manera se quebró y ocurrió este hecho inesperado. Esta idea de que se hizo más o menos de manera ingenua no es tan así. Lo que ocurre es que los acuerdos de conversación no se cumplieron. A lo mejor si la ministra hubiera logrado ir de manera reservada, sin prensa, las cosas que ocurrieron no hubieran ocurrido. Es difícil saberlo. Pero lo que ahí quedó claro es que había un porcentaje o al menos algunos grupos que no querían diálogo.

¿En qué basaban la mirada optimista respecto de este conflicto?

Primero, en que durante la preparación y preasunción del gobierno había habido conversaciones con muchos grupos, organizaciones. Y teniendo gente dentro del gobierno, muy experta en estos temas, que había estudiado esto, que conocía la gente por mucho tiempo, la mirada optimista era en base a que estaban las condiciones. Había condiciones de un gobierno de mayoría, progresista, que tenía la intención declarada de avanzar en este tema. Y había la mirada de un gobierno que tenía conocimiento profundo de cuáles son los factores de éxito o fracaso.

22/09/2022 FOTOGRAFIAS A JEANNETTE VEGA, EX MINISTRA DE DESARROLLO SOCIAL FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA

¿Acaso no fue la soberbia de creer que por su carácter de izquierda el gobierno de Boric iba a ser tratado distinto por estos grupos a cómo se trató al gobierno de Sebastián Piñera?

Diría que más que soberbia, optimismo. Un gobierno que tiene tan amplio respaldo, en el cual ha habido conversaciones previas con todos los grupos y no hay indicios de que las cosas no vayan a ser mejor recibidas, por decirlo así. Entonces, más bien fue el pecado de mucho optimismo y muchas ganas de conversar más que soberbia.

Usted precisamente asume la coordinación interministerial de la Macrozona Sur a propósito de ese episodio de Siches…

El Ministerio del Interior queda fundamentalmente coordinando el tema de seguridad y el Ministerio de Desarrollo Social queda coordinando el tema de tierras y el tema de inversión. Se separan con mayor claridad las responsabilidades específicas, dependiendo del sentido de cada una de las carteras, lo que no significa que no trabajamos en todo momento en conjunto, que teníamos reuniones periódicas y que íbamos avisando y contando los avances del plan en su totalidad, en sus cuatro componentes: seguridad, diálogo, tierras e inversiones. Alrededor de junio se define que los diálogos específicamente van a estar con un equipo especial que se armó para asegurar llegar a un parlamento, en un plazo de un par de años. Esa es la misión que se le encomendó al equipo que dirigía Víctor Ramos, que era un pequeño equipo que trabajaba en el Ministerio del Interior, que tenía como misión generar y empezar a explorar las condiciones para llegar a un proceso de parlamento.

¿Y qué hacía usted con su cartera impulsando diálogos que debían estar radicados en Interior?

Aquí de nuevo tenemos el mismo tema. El punto crucial de la conversación y la posibilidad de avanzar tiene que ver con las tierras. Y el punto de tierras es imposible abordarlo sin diálogo. Una cosa es el diálogo para llegar a un parlamento global y a una discusión de los bordes del conflicto, y otra cosa muy distinta es que para avanzar en lo de las tierras se tiene que dialogar con todos. Parte importante de la función que teníamos en el ministerio era dialogar con todos. Y cuando digo dialogar con todos, es desde los empresarios, las forestales en conjunto y por separado, la Cámara Chilena de la Construcción, las comunidades... Nosotros tuvimos diálogos con alrededor de, al menos, 100 comunidades en el período. No es posible hablar de tierra sin diálogo.

Cuando se produce su salida desde el gobierno -porque una asesora suya intenta comunicarse con el líder de la CAM, Héctor Llaitul- se atribuye a una descoordinación sobre el tema. ¿Usted o su equipo estaban haciendo tratativas sobre las que nadie estaba informado?

Lo que puedo decir al respecto es muy simple: nunca tuve ninguna restricción de ningún tipo para la labor que efectuaba. Y desde ese punto de vista, todo lo que tenía que ver con avanzar en la entrega de tierras era parte de la misión encomendada y, por lo tanto, hubo, como insisto y vuelvo a decir, muchísimas conversaciones con muchísimas comunidades en el marco del tema de la negociación de tierras. Y voy a poner un ejemplo que es al revés: logramos llegar a delimitar la cantidad de predios que las empresas forestales estaban disponibles para vender, que era una cantidad importante de hectáreas. Todo eso también son conversaciones que se generaron con actores que desde la crítica podrían preguntarse: ¿Por qué están conversando con las forestales? Pero, cuando uno está en problemas complejos, tiene la obligación de conversar con todos aquellos que estén dispuestos al diálogo. Eso es parte de la tarea. No puede autocensurarse.

El problema se produjo por un intento de contacto con el líder de un grupo violentista…

Con respecto al episodio en particular, en el momento en el cual se produce la llamada -independiente de que haya sido de parte de la persona que la hizo-, no había ninguna razón para no conversar con Llaitul. ¿Por qué? Porque en ese momento la posición que teníamos en el gobierno era que había que conversar, que las personas no se perseguían por sus ideas, sino que por sus hechos. Fue una coincidencia desafortunada, porque el llamado que hizo la asesora lo hizo alrededor de las 5 de la tarde, y a las 6 y media se conoce que Llaitul había dicho que había que empezar a prepararse. Sin embargo, una semana después de eso, el Presidente Boric dijo claramente que a las personas no se les persigue por las ideas, sino que por los hechos. Lo que quiero decir es que en ese momento no había ninguna razón para pensar que había personas proscritas para ese diálogo, en particular esta persona. Distinto es la situación que ocurrió después. Y en ese caso, por cierto, uno no dialoga con las personas que están por la vía violenta.

¿Y por qué renuncia, entonces?

En mi renuncia hubo una decisión que fue más bien política de mi parte. Estábamos a una semana del plebiscito en el cual habíamos luchado -incluyéndome- para cambiar la Constitución de Pinochet. Era el momento clave. Y este episodio, que hubiera sido irrelevante en cualquier otro momento, se podía transformar en un arma política contra el gobierno y en un elemento que podía tener la posibilidad de pesar en alguna persona para no votar Apruebo. Me pareció de mínima responsabilidad política que lo más sano y lo que producía menos daño o menor riesgo de daño era renunciar, porque la cosa se cortaba ahí. A lo mejor si hubiera sido una semana después del plebiscito, dos meses antes del plebiscito hubiera sido distinto. Pero ahí se conjugó un momento que, desde el punto de vista político, me parecía que era muy delicado.

¿Y ese momento no se agudizó por el mal manejo de La Moneda? ¿Por qué no se dio una explicación que pudo ser tan razonable como la que usted señala? Decir que el contacto se hizo antes de que Llaitul llamara a la lucha armada...

Todas estas cosas uno las tiene que mirar en su contexto. ¿Qué ocurrió? Primero, el Presidente estaba en Atacama. Por tanto, había ahí ya un problema de comunicación. Entre que sale esta noticia y empezamos a conversar qué es lo que ocurría, pasó tiempo y en un momento tan crispado, esos minutos son clave. A lo mejor si hubiera estado todo el gobierno, de nuevo uno dice “a lo mejor”, pero se conjugaron muchísimas circunstancias que significaron no reaccionamos con la celeridad que debimos haber tenido, y estábamos en un momento tan crispado que fue como una bola de nieve.

¿Conversó ahí con el Presidente?

Conversamos con el Presidente como tres o cuatro veces en las horas siguientes. En la primera conversación, me preguntó qué había pasado y conversamos un poco de posibles cursos de acción. Luego de eso, hablamos para ver y discutir un poco los pros y contras de distintas alternativas: contestar, quién contestaba. Y en la tercera conversación, le planteé que esta situación estaba cada vez más cerca del núcleo central de gobierno y que consideremos la posibilidad de que presente mi renuncia. Y después el Presidente me dijo que lo viéramos y conversamos una última vez, en la cual me dijo “¿estás segura?”. Yo le dije sí, creo que es la mejor alternativa.

¿Asume algún error en el episodio? La manera en que se quería generar un contacto con Llaitul…

Se pudo hacer de mejor manera. Eso fue un acto ingenuo. Pero, por otro lado, es súper fácil sacarse los balazos con asesores. Uno es responsable de su equipo e independientemente de que haya sido ingenuo, la responsable soy yo.

Usted plantea que nunca hubo ninguna restricción para que realizara diálogos. Es distinto a lo que plantearon personeros de gobierno al señalar que no tenían idea de que se intentó contactar a Llaitul

Lo que puedo decir es que nosotros teníamos reunión de coordinación permanente y en esas reuniones lo que iba ocurriendo se iba informando. Cuando digo se iba informando, probablemente la información no es “mira hablé el día 5 con Perico Pérez, el día 4 con XX”, pero sí que estábamos conversando con comunidades, con líderes del pueblo mapuche, lafkenche, huilliche, con representantes de los empresarios, con las forestales. Toda esa información fluía de manera cotidiana.

¿Quién integraba esa reunión de coordinación?

El Ministerio del Interior: Víctor Ramos, la ministra, a veces Monsalve, asesores, el equipo de TCI de seguimiento de los ministerios, más los equipos nuestros. Teníamos dos tipos de reuniones; una en que participaban solo los asesores, y otra en la que participábamos también los ministros y subsecretarios pertinentes. Eso ocurría de manera semanal. Además, aparte de eso, iba teniendo reuniones con los distintos ministros y con el Comité Interministerial para ir informando de los avances.

¿Recuerda si en alguna de esas reuniones se habló específicamente de Llaitul?

No, no.

Bien podrían decirle entonces las otras autoridades que no tenían ni idea del episodio…

O sea, claro. De nuevo, vuelvo a insistir: yo tenía un cargo de ministro de Estado. El ministro maneja su cartera. Y como digo, Llaitul en ese momento no era un tema tan particular como es ahora, que es un ícono. Era un contexto diferente, no daba para una conversación.

¿Y se produjo alguna vez un contacto real con Llaitul?

Nunca, jamás conversé con él.

Su renuncia la convirtió en la primera baja del gabinete. ¿Cómo evalúa la reacción del gobierno en el episodio?

No tengo cuentas pendientes con nadie en el gobierno. Tengo un tremendo agradecimiento de haber sido parte del equipo del Presidente Boric. En política, como dice una amiga mía, no es que es sin llorar, sino que hay que llegar llorados. Yo soy una mujer que lleva muchos años en esto, la gente me conoce y, por lo tanto, un episodio de este tipo es difícil sostener que en realidad en ese momento me pegué en la cabeza. No me pegué en la cabeza: no había ninguna razón -en ese momento- para no hablar con Llaitul. Y lo que hubo simplemente fue una serie de coincidencias desafortunadas, que muchas veces generan este tipo de episodios.

Era de las ministras que estaban más entusiasmadas con el tema del plebiscito. ¿Con qué sabor quedó con la derrota, que fue bien contundente?

Quedé con un sabor muy amargo. Evidentemente fue un baño de tumba, como diría Sábato, porque después de tanto tiempo, las generaciones que somos más grandes, tuvimos ahí la posibilidad de hacer un cambio por el cual habíamos luchado tanto. A mí me bastaba el Artículo 1: Chile es un Estado social y democrático de derecho. Todo el resto para mí era adicional. Me parece que se perdió una tremenda oportunidad. Si la derecha en este país hubiera querido reformar la Constitución actual, tuvieron 40 años para hacerlo y no lo hicieron. No veo por qué esta vez va a ser diferente. No creo que vaya a ser diferente.

¿Cómo cree que esta derrota complica al gobierno?

O sea, yo creo que nos golpea a todos los que somos de un espectro progresista. Por una parte, una derrota, tal como usted dice, muy contundente, entonces uno se pregunta: ¿Estaremos leyendo tan mal a la sociedad chilena? Creo que es simplista decir de que en realidad la culpa la tienen los convencionales, porque no entendieron. Aquí hubo parte de eso, pero hubo una campaña feroz, muy bien diseñada, muy estratégicamente armada, para generar esta ola de opinión pública. Y eso es una realidad.

¿Qué efecto real cree que tendrá la derrota en el rumbo del gobierno y en cómo el Presidente Boric pensó en un inicio su propia administración?

Eso está por verse. Sin duda que muchas de las reformas planteadas en el programa pasan a ser más inciertas. Uno puede decir que ya ve signos de eso. La reforma tributaria, por ejemplo, que originalmente iba a recaudar el 5%, en estos momentos están pensando que estamos hablando de alrededor del 3,5% y restando... La reforma de pensiones está por verse cuánto de la propuesta original se va a mantener. Y la reforma de salud salió del escenario. ¿Y por qué? Porque esta no se puede hacer bajo la Constitución actual, porque los cambios son inconstitucionales. Es evidente que la agenda se ralentiza.

Ahora, respecto del afiatamiento de las generaciones que están ingresando al gobierno, mi único susto, y este es personal, es que un grupo minoritario del país cree que los 30 años de la Concertación fueron la causa de todos los males. Por cierto, no comparto su opinión. Así que no vaya a ser cosa de que si las cosas no resultan como fueron planificadas o son más modestas que lo planificado, el hecho que haya ingresado al Socialismo Democrático sea utilizado como el problema y no las condiciones de contexto. Creo que, como signo de madurez, tenemos que entender que las condiciones han cambiado.

Tras su paso por el Ejecutivo, ¿diría que le faltaba experiencia al gobierno?

Lo que uno aprende con la experiencia, lo aprende a costalazos, digamos. A esta generación le han tocado pocos costalazos. Es una generación extraordinariamente exitosa, y lo que uno puede aportar es la experiencia de los errores, más que la experiencia de los éxitos. Poner la cuota de cautela o de contar un poco en situaciones similares qué es lo que ocurrió. Efectivamente, la mezcla de experiencia puede ser muy virtuosa.

¿Ha vuelto a hablar con el Presidente?

Hemos conversado por WhatsApp.

Jeanette Vega.