Por más de cuatro décadas la estrategia estadounidense respecto de China ha descansado en dos tesis básicas. La primera es que la economía china cambiaría de manera irreversible al aumentar la prosperidad producto de políticas orientadas al mercado, una mayor inversión extranjera, interconexiones aún más profundas con los mercados globales y una aceptación más amplia de las normas económicas internacionales. La segunda proposición es que al aumentar la riqueza nacional de China, también lo haría, inevitablemente, su apertura. A medida que China se vuelve más democrática, evitaría la competencia por la hegemonía regional o global y el riesgo de un conflicto internacional se desvanecería.

Ambas tesis eran fundamentalmente incorrectas. Después de unirse a la Organización Mundial de Comercio, China hizo exactamente lo opuesto a lo que se había previsto. China engañó a la organización, llevando adelante una política mercantilista en una entidad supuestamente de libre comercio. China robó la propiedad intelectual, forzó las transferencias de tecnología de empresas extranjeras y continuó manejando su economía de manera autoritaria.

Políticamente, China se alejó de la democracia, no se acercó. Con Xi Jinping tiene ahora a su líder más poderoso y un gobierno más centralizado desde Mao Zedong. La persecución étnica y religiosa a una escala masiva continúa. Al mismo tiempo, China ha creado una formidable ofensiva de un programa de guerra cibernética, construyó una flota de altamar por primera vez en 500 años, aumentó su arsenal de armas nucleares y misiles balísticos y más. Vi esto como una amenaza para los intereses estratégicos de Estados Unidos y para nuestros amigos y aliados. El gobierno de Obama básicamente se sentó y vio cómo esto ocurría.

Imagen del libro del exconsejero de seguridad nacional de EE.UU. John Bolton fotografiado en la Casa Blanca.

El Presidente Donald Trump, en algunos aspectos, personifica la creciente preocupación en Estados Unidos por China. Él aprecia la verdad clave que el poder político-militar descansa en una economía fuerte. Trump de manera frecuente dice que detener el injusto crecimiento económico de China a expensas de Estados Unidos es la mejor forma de derrotar al país asiático militarmente, lo que es fundamentalmente correcto.

Pero la pregunta real es lo que Trump hace sobre la amenaza China. Sus asesores están muy fracturados intelectualmente. El gobierno tiene a partidarios de políticas chinas, como el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin; el director del Consejo Económico, Larry Kudlow; un halcón chino como el secretario de Comercio, Wilbur Ross; el negociador comercial líder, Robert Lighthizer, y el asesor de comercio de la Casa Blanca, Peter Navarro.

Después de que me convertí en asesor de Seguridad Nacional (NSC) de Trump en abril de 2018, tuve el rol más inútil de todos: quería enlazar la política comercial de China en un marco estratégico más amplio. Teníamos un buen eslogan, queríamos una región “Indo-Pacífico libre y abierta”. Pero una calcomanía en el parachoques no es una estrategia y luchamos por evitar ser atrapados en el hoyo negro de los asuntos comerciales entre Estados Unidos y China.

Desde el primer día, los asuntos comerciales fueron manejados en una forma completamente caótica. La forma favorita de proceder de Trump era tener pequeños ejércitos de personas juntas, ya sea en el Salón Oval o el Salón Roosevelt, para discutir estos temas complejos y controvertidos. Una y otra vez los mismos asuntos. Sin una resolución, o incluso peor, teníamos un resultado un día y un resultado opuesto unos pocos días después. Todo el asunto hacía que me doliera la cabeza.

Xi Jinping y Donald Trump.

Las elecciones de medio mandato de noviembre de 2018 acechaban y había poco progreso sobre el frente comercial de China. La atención se volcó hacia la cumbre del G20 en Buenos Aires el mes siguiente, oportunidad en la que Xi y Trump podían reunirse personalmente. Trump vio esto como la reunión de sus sueños, para lograr un gran acuerdo.

¿Qué podría ir mal? Mucho, bajo la visión de Lighthizer. Él estaba preocupado sobre cuánto podría dar Trump una vez que estuviera desatado. En la cena, el 1 de diciembre en Buenos Aires, Xi comenzó a decirle a Trump lo maravilloso que era, adulándolo. Xi leyó constantemente tarjetas de notas, las que -sin duda- habían sido debatidas con antelación. Trump improvisó y no había nadie del lado estadounidense que supiera lo que iba a decir. Una parte memorable fue cuando Xi dijo que quería trabajar con Trump por seis años más, y Trump respondió que las personas estaban diciendo que dos mandatos eran el límite constitucional para los presidentes y que debería ser derogado por él. Xi dijo que Estados Unidos tenía muchas elecciones y Trump asentía dando su aprobación.

Xi, finalmente, cambió el tema y dio a conocer las posturas de China: Estados Unidos debería reducir las tarifas existentes y ambas partes se abstendrían de una manipulación competitiva de divisas y acordarían no entrar en un ciber robo (qué considerado). Estados Unidos debería eliminar las tarifas de Trump, dijo Xi, o al menos acordar que no se aplicarían nuevas. “Las personas esperan esto”, dijo Xi, y temí que Trump simplemente dijera sí a todo lo que señalaba Xi.

Trump estuvo cerca de ofrecer de manera unilateral que las tarifas de Estados Unidos permanecerían en 10% en lugar de subir a 25%, como previamente había amenazado. A cambio, Trump pidió a China meramente algunos aumentos en las compras de productos agrícolas para ayudar al crucial voto de los estados productores. Si eso podía ser acordado, todas las tarifas de Estados Unidos serían reducidas. Era impresionante.

John Bolton

“Me cuesta identificar cualquier decisión importante de Donald Trump durante el tiempo que estuve en la Casa Blanca que no haya estado motivada por cálculos electorales”.

Trump le preguntó a Lighthizer si él había dejado algo fuera y este hizo lo que pudo para llevar la conversación hacia la realidad, enfocándose en los temas estructurales y destrozando la propuesta china. Trump terminó diciendo que Lighthizer estaría a cargo de hacer el acuerdo y que Jared Kushner también estaría involucrado. En ese punto se levantaron y sonrieron.

La jugada decisiva llegó en mayo de 2019, cuando los chinos renegaron de varios elementos clave del acuerdo, incluyendo algunos temas estructurales. Para mí se trataba de la prueba de que China simplemente no era seria. Trump habló con Xi por teléfono el 18 de junio, poco más de una semana antes de la cumbre del G20 en Osaka, Japón, donde sería su próxima reunión. Trump comenzó diciendo que Xi lo extrañó y luego dijo que lo más popular en lo que él ha estado involucrado era hacer el acuerdo comercial con China, que sería un gran plus para él políticamente. En su reunión en Osaka el 29 de junio, Xi le dijo a Trump que las relaciones entre Estados Unidos y China eran las más importantes en el mundo. Él dijo que algunas figuras políticas estadounidenses (sin nombrarlas) estaban haciendo juicios erróneos al hablar de una nueva guerra fría con China.

Si Xi estaba apuntando a los demócratas o alguno de nosotros que estábamos sentados en el lado estadounidense de la mesa, no lo sé, pero Trump inmediatamente asumió que Xi se refería a los demócratas. Trump dijo con aprobación que había una gran hostilidad hacia China entre los demócratas. Trump, entonces, sorprendentemente, cambió la conversación hacia las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos, aludiendo a las capacidades económicas de China y rogándole a Xi que se asegurara de que ganara. Él destacó la importancia de los agricultores y las compras chinas de soya y trigo para los resultados electorales.

Trump, entonces, planteó el colapso de las negociaciones comerciales del mes anterior e instó a China a volver a las posturas de las que se había retractado. Propuso que para los US$ 350 mil millones restantes de desequilibrios comerciales (según la aritmética de Trump), Estados Unidos no impondría tarifas, pero de nuevo volvió a importunar a Xi al decirle que comprara tantos productos agrícolas como China podría. Xi acordó que deberíamos reiniciar las conversaciones comerciales, aceptando las concesiones de Trump de que no habría nuevas tarifas, y acordó que los dos equipos negociadores deberían reanudar las discusiones sobre los productos agrícolas como una prioridad. “¡Eres el líder chino más grande en 300 años!”, se regocijó Trump, corrigiendo minutos más tarde de que Xi era “el líder más grande en la historia china”.

Las negociaciones subsecuentes después de que renuncié llevaron a un “acuerdo” interino anunciado en diciembre de 2019, pero había menos de lo que se había acordado en un comienzo.

Las conversaciones de Trump con Xi reflejaron no solo la incoherencia en política comercial, sino que también la unión en la mente de Trump de sus intereses políticos y los intereses de Estados Unidos. Trump combinó lo personal y lo nacional no solo en los asuntos comerciales, pero en todo el campo de seguridad nacional. Me cuesta identificar cualquier decisión importante de Trump durante el tiempo en que estuve en la Casa Blanca que no haya estado motivada por cálculos electorales.

Un ejemplo de esto son los manejos de Trump sobre las amenazas que planteaban firmas de telecomunicaciones chinas como Huawei y ZTE. Ross y otros presionaron varias veces para que Estados Unidos aplicara regulaciones estrictas y leyes criminales contra conductas fraudulentas. El objetivo más importante para las “empresas” chinas como Huawei y ZTE es infiltrar sistemas de telecomunicación e información tecnológica, especialmente 5G, y someterlos al control chino (aunque por supuesto ambas empresas discuten la caracterización que hace Estados Unidos de sus actividades).

Trump, por el contrario, vio que esto no era un tema para ser resuelto, sino que lo vio como una oportunidad para hacer gestos personales a Xi. En 2018, por ejemplo, él revirtió las penas que Ross y el Departamento de Comercio habían impuesto contra ZTE. En 2019, ofreció revertir el proceso penal contra Huawei si es que ayudaba a tener un acuerdo comercial, el cual, por supuesto, era la reelección de Trump en 2020. Esto y otras innumerables conversaciones con Trump crearon un patrón de un comportamiento fundamentalmente inaceptable que erosionó la legitimidad de la Presidencia. Si los demócratas no hubieran estado tan obsesionados con su “guerra relámpago” sobre Ucrania en 2019, si ellos se hubieran tomado el tiempo para investigar de forma más sistemática sobre el comportamiento de Trump en su política exterior completa, el resultado del impeachment podría haber sido bien diferente.

A medida que las conversaciones comerciales continuaron, la insatisfacción de Hong Kong por el acoso de China había estado creciendo. Un proyecto de ley de extradición entregó la chispa y a comienzos de junio de 2019 se desarrollaron protestas masivas en Hong Kong. La primera vez que escuché la reacción de Trump fue el 12 de junio, cuando se enteró de que cerca de 1,5 millones de personas habían estado en las manifestaciones del domingo. “Es una gran cosa”, dijo. Pero inmediatamente agregó: “No quiero involucrarme” y “tenemos problemas de derechos humanos también”.

Esperé que Trump considerara lo que ocurría en Hong Kong como una forma de tener ventaja sobre China, aunque debería haber sabido. Ese mismo mes, en el trigésimo aniversario de la masacre en la Plaza de Tiananmen, Trump se negó a que la Casa Blanca emitiera una declaración. “Eso fue hace 15 años”, dijo de manera imprecisa. “¿A quién le importa? Estoy tratando de lograr un acuerdo. No quiero nada”. Y eso fue. La represión de Beijing contra los ciudadanos uighures le siguió. Trump me preguntó en la cena navideña de la Casa Blanca en 2018 por qué estábamos considerando sancionar a China sobre su tratamiento de los uighures, una gran cantidad de musulmanes que viven en la provincia del noroeste de China de Xinjiang. Al comienzo de la cena en la reunión del G20 en Osaka, en junio de 2019, con solo dos intérpretes presentes, Xi le explicó a Trump por qué él estaba básicamente construyendo campos de concentración en Xinjiang. Según nuestro intérprete, Trump dijo que Xi debería seguir adelante con la construcción de campos, lo que Trump pensó que era exactamente lo correcto que había que hacer.

El exconsejero de seguridad nacional de EE.UU., John Bolton, y el Presidente Trump.

Llegaron más estruendos de China en 2020 con la pandemia del coronavirus. China retuvo, fabricó y distorsionó información sobre la enfermedad; suprimió la disidencia de los médicos y otros; obstaculizó los esfuerzos de la Organización Mundial de la Salud y otros para obtener información precisa, y participó en campañas activas de desinformación, tratando de argumentar que el nuevo coronavirus no se originó en el país. Había mucho que criticar de la respuesta de Trump, comenzando con la implacable afirmación del gobierno al comienzo de que la enfermedad estaba “contenida” y tendría poco o ningún efecto económico. El reflejo de Trump de tratar de salirse con la suya de cualquier cosa, incluso en una crisis de salud pública, solo debilitó su credibilidad y la del país. Sus declaraciones parecían más un control de daño político que los consejos responsables de salud pública.

Sin embargo, otras críticas contra el gobierno eran frívolas. Una queja apuntaba a parte de la organización general del staff del Consejo de Seguridad Nacional durante mis primeros meses en la Casa Blanca. Para reducir la duplicación y la superposición y profundizar la coordinación y la eficiencia hizo sentido cambiar las responsabilidad del directorio del Consejo de Seguridad Nacional que tenía que ver con la salud global y la biodefensa al directorio que veía las armas biológicas, químicas y nucleares. Los ataques con armas biológicas y las pandemias tienen mucho en común y la expertise médica y de salud pública para lidiar con ambas amenazas van de la mano. La mayoría del personal que trabajaba previamente en el directorio global de salud simplemente se fue a este directorio combinado y continuó haciendo lo mismo que estaban haciendo antes.

La estructura interna del Consejo de Seguridad Nacional era insignificante al lado del caos de Trump. Pese a la indiferencia de los funcionarios más importantes de la Casa Blanca, el staff del Consejo de Seguridad Nacional hizo su labor en la pandemia al mencionar opciones como el confinamiento y el distanciamiento social mucho antes de que Trump lo hiciera en marzo. El equipo de la bioseguridad del Consejo de Seguridad Nacional funcionó como se suponía. La silla detrás del escritorio en el Salón Oval era la que estaba vacía.

En el clima preelectoral de 2020, Trump ha hecho un vuelco drástico respecto de la retórica sobre China. Frustrado en su búsqueda por conseguir un gran acuerdo comercial con China y muy temeroso de los efectos negativos políticos de la pandemia del coronavirus para sus perspectivas de reelección, Trump ahora ha decidido culpar a China, con una amplia justificación. Queda por ver si sus acciones calzarán con sus palabras. Su gobierno ha señalado que la supresión de Beijing de la disidencia de Hong Kong tendrá consecuencias, pero no se ha impuesto ninguna consecuencia todavía.

Lo más importante de todo es si la actual postura de Trump respecto de China durará más allá de las elecciones. La Presidencia de Trump no tiene filosofía, gran estrategia o políticas. Está atada a Trump. Eso es algo que da para pensar, especialmente para los pragmáticos de China, que creen que saben qué hará en un segundo mandato.