Si ya es extravagante que un economista abogue por la existencia de Dios, Joseph Ramos aporta un detalle que lleva su caso a lo inaudito: se convenció de su argumento al cursar un ramo de Estadísticas. La explicación, por suerte, tiene sentido: “Ahí entendí que, muchas veces, no es posible extraer de los datos una conclusión definitiva, sino sólo inducir la más probable. Y es lo que busco en este libro: no deducir que Dios existe sí o sí, sino preguntarme cuál es la hipótesis más consistente con la evidencia que tenemos, que es muy indirecta. En cierto modo, es como un cuento de detectives: nadie tiene el video de la persona acuchillando a la víctima, pero se encuentra el cuchillo, se encuentran huellas, un sospechoso que tiene motivos, etc. Pero no hay certeza y podría surgir nueva evidencia que cambie las cosas”.
Contra lo que sugiere su acento (mezcla de dicción gringa y castellano de ninguna parte), Ramos vive en Chile hace 54 años. Hijo de puertorriqueños, nació en Filadelfia, creció en Nueva York y vivió parte de su niñez en Cuba, país al que su padre, de profesión agrónomo, fue enviado durante la Segunda Guerra en busca de insumos para abastecer a los Aliados. Tras egresar en Nueva York de un colegio jesuita, tomó un camino de improbable misticismo: se hizo ingeniero eléctrico y trabajó tres años en la Armada estadounidense. Su primer destino fue un batallón en España, donde estuvo 14 meses. También conoció la Antártida. Cuando la Armada le ofreció una beca de doctorado en Columbia, se le ocurrió, por fin, que quería ser economista. “Yo había llegado a la conclusión de que, gracias a la tecnología, por primera vez en la historia humana iba a ser posible terminar con la pobreza en el mundo. Entonces hice el doctorado en Economía. Y lo pasé bomba, porque mis padres estaban en Filadelfia así que me quedé en los dorms. Ahí mis creencias religiosas superaron una prueba de fuego: las largas discusiones con mis compañeros judíos”.
En 1968, ya doctorado, la Fundación Ford le ofreció un trabajo como profesor visitante en Colombia o en Chile. Eligió Chile, tierra que cura del nomadismo, y lo demás fue su conocido itinerario al alero de la OIT, la Cepal y la Universidad de Chile (fue decano de la FEN entre 2002 y 2006). Pero él, mientras tanto, leía a los filósofos y científicos que han debatido sobre la existencia de Dios en las últimas décadas. Por eso aclara: “Nada de esto es mío. En este libro pongo en común los argumentos que he tomado, durante al menos veinte años, de todos estos autores”.
Se supone que perdimos el vínculo con lo trascendente por cederle todo el terreno a la razón. Pero aquí aparece un economista, ya de por sí sospechoso de desencantar el mundo, invitando a creer en Dios por causas racionales. ¿Para quién trabajas?
Lo que pasa es que en la cultura actual hay una especie de coexistencia pacífica que a mí no me gusta, porque arrincona a las convicciones religiosas: “Esas convicciones están bien, son cosa de cada uno, del mundo subjetivo. Otra cosa es el mundo objetivo, el de la razón y la ciencia. Mientras ustedes no se metan con nosotros, no nos metemos con ustedes”. El precio que se paga por esa tregua, si uno tiene fe, es renunciar a que haya un sostén racional para esa fe. Además, es un prejuicio que pone en la esquina de lo irracional preguntas fundamentales del pensamiento filosófico. Que yo sepa, ni Aristóteles ni Platón tenían fe, sus argumentos sobre la trascendencia apelaban a la razón. Desde luego, este Dios de la razón es medio distante, frío, abstracto: un ser necesario que no puede sino existir. Y reconozco que son otras experiencias, llamémosles religiosas, las que provocan mayor convicción. Pero eso no significa que Dios sea un Viejito Pascuero para adultos, no: hay una base racional tras la creencia religiosa. Al menos eso sostengo.
Pero también se dice mucho que el paso en falso de la teología católica fue racionalizar la fe, camino que llevaría forzosamente al ateísmo.
Bueno, se puede decir eso, pero había ateos mucho antes. Y tampoco los ateos se alimentan sólo de la razón. Tienen experiencias vitales que los llevan al ateísmo y que probablemente pesan más que los argumentos que sostienen. De hecho, cuando surgió la teoría del Big Bang, hubo científicos que quedaron horrorizados, porque se desmentía que el universo existió desde siempre y eso era volver a meter a Dios en el asunto. Es decir, hubo un rechazo por razones no científicas, sino filosóficas.
A veces Dios, o el misterio, no son negados pero se los reduce a una condición de pasatiempo espiritual. Tú eres más enfático: “No creo que haya una decisión más importante en la vida de los seres humanos”.
Es que definirse frente a la existencia de Dios toca las mayores preguntas existenciales: cuál es el origen del cosmos, cuál es el sentido de mi vida, por qué valores regirme, en qué consiste la plenitud. Y frente a eso hay dos visiones de mundo posibles.
Se supone que tres: ser creyente, agnóstico o ateo.
Yo les tengo mucho respeto a los agnósticos, partiendo por mi padre que fue un gran estímulo a mi creencia por su agnosticismo. Pero el agnosticismo es una descripción de tus dudas o certezas, no de la realidad. Si hablamos de la realidad, o es cierta la tesis atea o es cierta la teísta. Y si uno ve el mundo como el ateo, el universo existe por casualidad, es un accidente que perfectamente pudo no ocurrir, no tiene causa, no tiene propósito y es completamente indiferente a los valores. Es una visión bastante desesperanzadora, encuentro yo. Mientras que la visión teísta dice “no, fuimos creados con un propósito y cada uno tiene un papel para desempeñar en este drama cósmico, donde al final el bien va a triunfar”. Desde luego, la pregunta no es cuál es la visión esperanzadora, sino cuál es cierta. ¿Pero la pregunta importa? ¡Importa mucho!
Y cada respuesta, según dices, implica una posible tragedia.
Claro. La primera tragedia es vivir tu vida creyendo en Dios y que al final resulte que era una mera ilusión. Y la segunda, vivir tu vida de espaldas a Dios y que finalmente haya un Dios: viviste de espaldas a la verdad más fundamental que podía orientar tu vida. En el libro yo critico a los nuevos ateos, como Dawkins o Hitchens, pero la verdad es que me inquietan más los indiferentes. Los nuevos ateos provocan, niegan a Dios, pero se toman en serio el tema. Los indiferentes no están ni ahí: “Ah, qué importa si existe Dios, si igual a mí no me afecta”. ¿Cómo que no te afecta? Es como estar caminando hacia el abismo diciendo “bueno, falta mucho, para qué preocuparse”.
Incluso si le quitamos dramatismo, lo que se echa de menos en esa actitud es lo que llamas, no recuerdo si citando a alguien, “chispazos de asombro metafísico”.
Ah, sí, esa es una de las pocas frases mías. Y déjame ponerla en contexto. Había una época en que yo, siendo creyente pero no totalmente convencido, añoraba la fe del carbonero.
La fe ciega.
Exacto. Y escuchaba a gente muy prominente decir “oye, envidio a los creyentes, yo quisiera tener esa fe”. Pero yo no tengo la fe del carbonero. Lo que sí tuve, tal vez gracias a mi padre, fue la inquietud que me sembró el hecho de que él no era creyente, siendo a la vez una persona muy abierta. Entonces tenía este tema muy metido en la cabeza: hay un Dios o no. Y me quedó grabado un raciocinio que hice a los 11 o 12 años sobre el origen del cosmos: “Algo tiene que haber existido siempre, porque de la pura nada no puede salir nada. Pero si el universo existiera desde siempre, ya habría llegado un equilibrio. Por lo tanto, ese algo no es el universo”. Y después de 70 años sigo con esa inquietud: ¿por qué existe algo y no nada? ¿Y por qué todo sigue las mismas leyes aquí y en el último rincón del universo? Y si este es un mundo accidental, indiferente a los valores, ¿de dónde surge ese tirón de la conciencia que a veces incluso se nos sobrepone al instinto de sobrevivencia? El chispazo es asombrarse de estas cosas. Y una vez que te agarra, no te suelta.
Si el problema es que el universo no pudo emerger de la nada, ¿atribuírselo a Dios no es poner el mismo problema un poco más atrás?
Es que cuando uno reflexiona sobre ese punto, llega a la conclusión de que algo tiene que estar libre de la contingencia: existir necesariamente, sin depender de una causa. Podría ser el universo, pero parece que no. Entonces infiero que ese ser necesario es lo que llamamos Dios. Y si Dios no depende de nada más para existir, preguntarse quién causó a Dios sería un error de categoría, como preguntar cuánto pesa el número siete.
¿Y no sería más modesto asumir que la razón causal no puede resolver el problema?
Bueno, esa es la opción agnóstica: no lo entiendo y listo. Y siempre es una opción, pero eso ya depende de cómo quiera vivir uno. Yo sólo hago una invitación a persistir en la pregunta y a pensar qué hipótesis es más consonante con lo que sabemos hasta ahora. Y concluyo que, a la luz de la razón, lo más verosímil sigue siendo que Dios exista.
Al polemizar con el materialismo y el naturalismo, te metes en la disputa con las neurociencias, capaces de reducir a pura materia lo que solíamos llamar espíritu.
Así es. Considero que una debilidad fatal del materialismo científico es su posición frente al libre albedrío: “No, tú crees que tomas decisiones, pero es una ilusión. Tu cerebro es pura materia que sigue leyes físicas: no tiene opción, hace lo que tiene que hacer”. Como en su universo no puede haber algo inmaterial afectando lo material, no pueden admitir una dimensión no material en el ser humano. A lo más hay pensadores que dicen: “Sí, nuestro pensamiento es realidad y no ilusión, pero es como la sombra de un árbol: el árbol mueve a la sombra y no la sombra al árbol”. O sea, nuestra conciencia acompaña los movimientos neuronales pero no los determina, sino que es causada por ellos. Pero tú sí puedes elegir entre decirme algo o no decírmelo.
Pero el pensamiento que toma esa decisión, según las neurociencias, también es un hecho material. Son conexiones neuronales operando.
Pero entonces la decisión no la estás tomando tú, está determinada por las leyes de la materia.
¿Y eso no puede ser?
Bueno, es que entonces yo le pregunto a un materialista: ¿tu creencia en el determinismo también está determinada por causas neuroquímicas? Tendrá que admitir que sí. Entonces, no está determinada por razones. Él no tiene cómo saber, según su propia teoría, si sus impulsos neuronales coinciden o no con la realidad. Entonces no estoy dispuesto, como quien dice, a cuestionar la hipótesis del libre albedrío para avalar otras que tienen mucho menos argumentos a favor.
Sostienes que la evolución de las especies no ha operado sólo a través de mutaciones azarosas, como dice la teoría, sino con el concurso de un guía. Eso también amerita una justificación.
Yo creo mucho en la teoría de evolución, pero creo que hay dos razones principales para inferir que el fenómeno pudo ser guiado. La primera es la que levantó el propio Darwin y que consideraba la crítica más fuerte a su teoría: la virtual ausencia de fósiles de especímenes intermedios, que deberían abundar si fue un proceso gradual. Sumemos a eso la enorme discontinuidad, en apenas 300 mil años, entre la capacidad racional y moral del Homo sapiens y la de los primates superiores. Ese salto habla de la inyección de espíritu, a mi modo de ver. Pero la segunda razón me parece más importante: la teoría de la evolución no explica el origen de la vida. Todavía estamos a años luz de explicar cómo pudo llegar a crearse una célula mediante el puro azar.
De a poquito…
Sí, pero en ese ensamblaje de la materia inerte hay saltos cuya espontaneidad aún parece inverosímil. Además, la vida sólo fue posible gracias a que en el universo había un sinnúmero de condiciones extraordinariamente improbables. Por ejemplo, si la expansión inicial del Big Bang hubiese sido una mínima fracción más veloz, no se formarían moléculas y no habría vida de ningún tipo. Una mínima fracción menos veloz y colapsaría demasiado rápido para tener un proceso evolutivo. Y como esa, hay docenas de constantes cuyos valores están en el pequeñísimo rango compatible con la vida. Por eso la hipótesis favorita entre los ateos actuales es que hay una enorme cantidad de universos. Y que entonces no es de extrañarse que en uno de los miles de millones –justo el que nos tocó a nosotros– se dieran todas esas coincidencias. Pero queda otra coincidencia más: que las leyes de ese universo sean inteligibles para el ser humano. Si estas leyes existieran por casualidad, yo esperaría que nosotros, igualmente casuales, no las entendiéramos. Entonces, de nuevo, creo que tiene más sentido inferir una inteligencia detrás de estas condiciones que un fenómeno azaroso.
El drama moral
¿Creer en Dios significa, al menos para ti, que entonces la historia va hacia alguna parte?
Sí. Creo que fuimos creados con la capacidad de discernir valores y con la convicción de que esos valores son objetivos, no meras opiniones de cada cual. Todos tenemos ese tirón de la conciencia –que es mucho más fuerte que la sola presión social– que nos empodera para hacer el bien por sí mismo, no sólo por interés propio. No siempre le hacemos caso, pero chuta que nos inquieta. Y yo creo que eso indica que este es un Dios interesado en la virtud, por así decirlo. Y que sí, fuimos hechos para ser parte de un drama moral mayor donde cada uno tiene un rol y su plenitud consiste en estar en consonancia con eso.
Y si crees que al final va a triunfar el bien, eres un progresista en el más absoluto sentido.
Sí, soy progresista. Porque este ser necesario, si bien nos ha dado libre albedrío, nos está jalando continuamente en la dirección de hacer el bien. Entonces tengo la convicción de que, si uno se abre y actúa en conciencia, a la larga el bien, en un sentido amplio, triunfará. Ahora, si uno se encierra en sí mismo y no sale de sus cuatro paredes, claro, es posible que haya frustración. Pero creo que la cosa es abrir las ventanas y la luz va a entrar. Hay luz allá afuera.
Eso sí, la misma evidencia científica en la cual te basas predice que, según el escenario más probable, este universo al final se va a apagar. Y va a existir para siempre sin vida ni luz.
Sí, el Big Freeze. Lo que pasa es que, si uno cree en el espíritu, tal vez ese sea el destino de la materia, pero no el del espíritu. El espíritu va a perdurar. Ahora, obviamente, esto es esperanza más que otra cosa. Esperanza ya cristiana de que uno está llamado a una comunión eterna con Dios y con todos los que actúan por el bien.
En línea con la doctrina, planteas que Dios creó un mundo con cabida para el mal porque así lo exigía la plena realización del bien. Pero siempre queda la pregunta: ¿por qué el diseño incluye tanto mal gratuito? ¿Qué gana el bien cuando mueren niños de enfermedades terribles?
El problema del mal es, sin lugar a dudas, el cuestionamiento más serio a la existencia de Dios. Y probablemente nadie lo expresó mejor que Iván Karamazov cuando puso ese ejemplo del niño. ¿Qué respuestas se han dado para eso? Primero, que buena parte del mal moral, no el del niño, se explica por el libre albedrío. Sabemos que un pequeñito infarto de Hitler, en el momento adecuado, pudo salvar seis millones de vidas. Pero eso no habría erradicado los dos mil años de discriminación, el odio, los guetos, los pogromos, que sí son responsabilidad de todos nosotros. Ahora, vamos al caso del niño. Frente a tal sufrimiento sin sentido aparente, las explicaciones filosóficas son poco consuelo, ¿no? Yo no le voy a salir con estas cosas a la madre de ese niño. Pero, en principio, las malformaciones genéticas que adolecen algunos niños son la contrapartida de que las mutaciones sean necesarias para poder adaptarnos a ambientes cambiantes. Ahora, ¿no podría Dios hacer que sólo ocurran buenas mutaciones?
Si ya hizo todo lo demás…
Una de las posibles respuestas, dentro de lo que yo he leído, es que Dios puede haber elegido la física cuántica –que es probabilística, no 100% determinista– porque quería una física que permitiera el ejercicio del libre albedrío. O sea, esas deformaciones podrían ser una consecuencia no deseada de una física que posibilitara un mundo con libre albedrío. Otra respuesta es que este sufrimiento se relativiza, aunque no se anula del todo, si recordamos que la malformación es del cuerpo. Es decir, que el espíritu del bebé sigue intacto, y que el último día de su vida corporal no va a ser el último de su vida espiritual. Pero eliminar del todo ese sufrimiento ya nos obliga a usar recursos que a mí me exceden. Ciertamente uno dice, ¿cómo no se podría haber hecho de otro modo? Sólo se me ocurre decirte que Einstein, en un famoso debate, le dijo a Niels Bohr, uno de los fundadores de la teoría cuántica: “No, Dios no juega a los dados con el universo”. Y Bohr le respondió: “¿Pero quiénes somos nosotros para decirle a Dios cómo tiene que armar el mundo?”.
Si una nueva física te demostrara que Dios no existe, ¿sentirías que tu vida no tiene sentido?
Bueno, tendría el sentido que yo le pueda dar. Pero sería una vida con menos brillo, mucho menos esperanzadora. Porque a final de cuentas no sólo yo, sino todo el cosmos, va a terminar en la nada. Pero mala suerte si es así. Últimamente he escuchado a muchos jóvenes decir “yo no pienso tener hijos, porque no voy a traer a un ser humano a este mundo podrido y tal por cual”. Es una visión muy dura. Pero claro, traer a alguien sólo para alimentarse y vivir como pueda antes de perderse en el vacío… Pero si el mundo es así, es así. No voy creer que Dios existe sólo por querer que exista.
Planteas que no sólo la desesperanza de esta época, sino también el cinismo colectivo, incluso la polarización política, provienen en parte de la pérdida del sentido de lo trascendente.
Sí. Porque la trascendencia nos da una base ontológica para la cohesión social o la hermandad de la sociedad: si hay Dios, todos dependemos de Él o Ella, por consiguiente somos iguales como hijos suyos y, en la medida en que sirvamos al propósito con que creó este universo, servimos también a nuestra plenitud. Si no hay trascendencia, en cambio, es casi natural que cada uno se ponga a sí mismo como el centro de su universo. ¿Y cómo armamos la casa después de eso? De hecho, Maquiavelo y otros pensadores creían que la religión era útil por ese motivo. Pero, de nuevo, no vamos a creer en Dios porque sea conveniente para el gobernador.
Aun así, es polémica tu idea de que el ateo no puede fundamentar con razones una moral objetiva, pero sí el creyente. Implicaría que, si en el debate público prima la razón, los argumentos teológicos tienen cabida, sino ventaja.
Depende de lo que entiendas por argumentos teológicos. Decir no a la esclavitud, no al genocidio, tiene un fundamento que clásicamente se llamaba ley natural. Pero esa ley natural no estaba escrita en las nubes: se creía que dependía, al final, de un ser trascendente. Y la modernidad dijo “bueno, sigamos creyendo en eso porque es socialmente conveniente, pero busquemos argumentos que sean sustitutos de los teológicos”. Y eso está bien. Sin embargo, me parece que el argumento es más fuerte cuando tú crees que el universo fue hecho con un propósito y no es indiferente a los valores, como lo sería el universo ateo. Por eso creo que, en buena medida, seguimos viviendo del capital moral que dejó la religión. Aunque sinceramente no sé, como van las cosas, si eso se va a mantener por mucho tiempo.
El Ulises de Boric
Cambiando violentamente de tema, ¿cuáles son tus niveles de pesimismo sobre el escenario económico que se está configurando?
No veo un escenario catastrófico. Pero, sin duda, viene complicado: la inflación, un posible crecimiento nulo o incluso negativo el año que viene, la inversión a la baja, la guerra en Ucrania empeorándolo todo, la incertidumbre generada por la Convención y el plebiscito. Pero sería difícil tener a cargo a alguien mejor que Marcel, un nombramiento muy acertado que me sorprendió por parte de Boric. Yo digo que esto es análogo a lo que hizo Ulises al pasar por la isla de las sirenas, cuando dijo “amárrenme al mástil y no me hagan caso de lo que diga”. Boric se amarró al mástil de Marcel para decir “aquí va a haber seriedad y responsabilidad fiscal pase lo que pase”.
Marcel fue alumno tuyo, ¿no?
Sí. Y también Nico Grau. El Nico fue hasta ayudante mío, en mi último año de decano. Y ese mismo año fue presidente de la FECH. Cuando asumió, le dije: “Nico, te vas a tomar la Casa Central”. “No, no, nosotros no creemos en eso”. “Vas a ver que sí, porque todo presidente de la FECH tiene que superar al anterior”. A los tres meses estaba tomada la Casa Central. “No, es que los cabeza caliente de Gómez Millas se la tomaron y entonces tuvimos que tomarla nosotros…”. Ja, ja, ja, siempre hay una excusa.
¿Crees que el gobierno está haciendo lo que puede o tendrías algo que criticarle?
Frente a la inflación, lamentablemente, no hay mucho más que hacer. Van a ser meses duros en ese ámbito. Donde sí tengo una crítica, pero una crítica amistosa, es en la estrategia que eligió el gobierno. Yo habría tirado, en los primeros 100 días, al menos una reforma importante, para que eso se estuviera debatiendo en lugar de estar sólo apagando incendios. Y van a seguir apagando incendios hasta que pongan en discusión la reforma previsional o de salud. La tributaria no calienta mucho: el pueblo quiere saber en qué van a gastar la plata, no cómo van a llenar el chanchito. Lo ideal era tirar primero una reforma social y ahí decir “esto requiere tal financiamiento”. Creo que se ha perdido una oportunidad. Subieron el salario mínimo, pero eso lo pudo hacer cualquiera, no es el tema por el cual los eligieron. Mira cómo subió la aprobación de Boric después de la cuenta pública, porque dijo cosas que iba a hacer.
¿Qué te pareció el proyecto de reforma tributaria? ¿Golpea a la clase media, como se ha dicho?
No, eso no es así. Salvo que le llames clase media a alguien que gana $4 millones. Y yo estoy de acuerdo con las exenciones que se quieren eliminar. Si tú tienes una propiedad en arriendo, eso claramente es parte de tus ingresos. Ahora, sobre otras medidas tengo dudas. El impuesto al patrimonio es muy fácil de eludir. Y se elude, lamentablemente, invirtiendo fuera de Chile. Dudo de que vayan a sacar toda la plata que dicen. Y por otra parte, si bien es bueno que sólo el 3% más rico pague más impuestos, eso tiene una contrapartida que no se ha enfatizado: mientras menos gente y más rica es la que paga más, más probable es que reduzca su inversión y no su consumo. Yo me temo que Andrónico Luksic, por decirlo así, va a mantener sus niveles de consumo y simplemente va a invertir menos. Y ese efecto no parece estar sobre la mesa. También echo de menos más claridad sobre cómo se va a priorizar el destino de estos recursos. Condonarles la deuda universitaria a profesionales que están en el 25% de ingresos más altos, francamente… Hay al menos 20 grupos más prioritarios que ese.
Se ha debatido mucho qué resultado del plebiscito sería mejor para la economía, según el tipo de incertidumbre que abre cada escenario.
La verdad, hoy no sé qué resultado ayuda más. Un triunfo del Rechazo podría ser bien visto por los inversionistas, pero políticamente sería muy costoso para el gobierno.
Si nos atenemos a la propuesta final de la Convención, ¿crees que un inversionista tiene de qué asustarse?
Hay una serie de innovaciones que debilitan lo que hoy tenemos, pero no veo nada que sea como un Exocet. Por ejemplo, en caso de expropiación se va a pagar un “precio justo”, no de mercado. Por supuesto creo que eso es un error, pero felizmente no creo que vaya a haber muchas expropiaciones. También me preocupa que el Congreso pueda tener iniciativas presupuestarias. Por más que al final requiera la venia presidencial, eso va a diluir responsabilidades. Hoy nadie dice “los parlamentarios son responsables de haber aumentado la inflación”, porque sólo el Ejecutivo responde por lo que hace. Entonces vamos a tener un policía bueno y uno malo: el parlamento va a ser el bueno que ofrece cosas y el gobierno va a estar frenando. Me temo que este híbrido de sistema presidencial y parlamentario pierde las virtudes de ambos. Repito, no creo que sean Exocets, pero me ha costado ver propuestas que permitan decir “ah, esto es un paso positivo en lo económico”.
¿Ya definiste tu voto?
No. Me estoy dando el trabajo de leer con calma y también de asesorarme en los temas que no domino. Eso sí, me da la impresión de que es una Constitución declarativa, hecha muy desde las aspiraciones. Confieso, por ejemplo, que la formulación de los derechos sociales, que se considera una gran virtud, yo no la considero ninguna gran virtud.
¿Por qué?
Porque son derechos sociales sin dientes. El AUGE, por ejemplo, funciona porque ordena el derecho: no todas las enfermedades están cubiertas, porque no podemos todavía, pero hay garantías explícitas para las que sí están y con el tiempo van entrando otras. En cambio, estos derechos sociales, o bien son poesía o bien se van a judicializar. “Oye, me prometieron una casa digna y tengo 50 m2, eso no es digno”. “Aquí dice pensión digna y tengo 300 lucas”. ¿Qué haces con eso? Yo hubiese esperado que se definiera, si no en qué consiste el derecho, al menos quién y cómo determina en qué consiste.
Y si votas Apruebo, ¿por qué sería?
Bueno, sigo creyendo que una Constitución hecha en democracia tiene un punto a favor, por eso voté Apruebo antes. Y hay elementos del proyecto que me gustan, como la paridad de género, el reconocimiento de los pueblos indígenas… Pero se les pasó la mano al indexar el número de escaños reservados a toda la población indígena y no a los que votan en ese padrón, eso me parece un error grave. Entonces, me gusta más bien la parte florida, no tanto lo concreto. Pero mi lectura sigue contaminada por toda la discusión que se dio en el proceso, así que quiero estudiar con calma cómo quedó realmente.