En 2016 internet dejó de ser un vehículo de luz para transformarse definitivamente en un vehículo de oscuridad. Fue por entonces cuando las principales empresas de redes sociales comenzaron a reconocer hasta qué punto estaban mal equipadas para manejar las inmensas y nuevas responsabilidades por la preservación de la democracia y la sociedad civil que habían caído sin querer en sus manos. Fue también por entonces cuando la suerte de “guerra híbrida” que se libraba en gran medida a través de internet ingresó en la conciencia pública como una nueva realidad y un problema creciente”.
En abril de 2019, meses antes de que Jonathan Haidt y Tobias Rose-Stockwell acusaran en The Atlantic que las RR.SS. se habían convertido “en un poderoso acelerante para cualquiera que desee comenzar un incendio”, Justin Erik Halldór Smith (Reno, EE.UU., 1972) publicaba Irracionalidad. Una historia del lado oscuro de la razón. Un ensayo singular, agudo y temerario, donde estaba presente un tema que a priori no era “su tema”, pero que le inquieta como pocos.
Dicho lo anterior, no es llegar y decir “su tema” en el caso de este filósofo estadounidense-canadiense. Académico del Departamento de Historia y Filosofía de las Ciencias en la Universidad de Paris-Cité, sus intereses incluyen filosofía moderna, historia y filosofía de la biología, filosofía india clásica e historia y filosofía de la antropología. Sin olvidar el estudio de G. W. Leibniz (1646-1716), nombre insigne de la filosofía y las matemáticas, que es un personaje de primera línea en el último libro de Smith.
The Internet Is Not What You Think It Is. A History, a Philosophy, a Warning (“Internet no es lo que usted cree. Historía, filosofía y una advertencia”) es otra obra difícilmente clasificable. Una cuyo autor no quiere pasar por pesimista tristón. A su juicio, de hecho, “el mayor problema no es el de un determinismo tecnológico imparable, o el de un determinismo que sólo se puede contrarrestar ‘apagando el interruptor’, sino el de precisar la naturaleza de la fuerza que enfrentamos”.
No es que ignore el autor que las redes sociales son sólo una parte de la red de redes. Pero así como “los animales son una minúscula porción de la vida en la tierra y, sin embargo, son lo que predomina cuando hablamos de la vida en la tierra, las redes sociales son una minúscula porción de internet, pero es a lo que nos referimos cuando hablamos de internet, ya que es donde está la vida en internet”.
Y los cargos que formula en la obra, que no son pocos, tienen que ver con las formas en que este desarrollo tecnológico de las comunicaciones “ha limitado nuestro potencial y nuestra capacidad de desarrollarnos”. Con “las maneras en que ha deformado nuestra naturaleza y en que nos ha puesto trabas”.
Por escrito, desde París, el académico que hasta tiene un asteroide con su nombre (13585 Justinsmith) respondió a las preguntas y a las contrapreguntas de La Tercera.
¿Cuál diría que es la ruptura más importante que han provocado las redes sociales?
Las redes sociales han matado -o van camino a matar- las películas, los libros, las universidades, el periodismo. Muy pronto destruirán la economía tal y como la conocemos, y la sustituirán por un sistema de crédito social omnipresente dirigido por algoritmos. Oscurecen el pasado y convierten el presente en un juego. Esto no sería tan malo si las redes sociales fueran simplemente un accesorio opcional de la vida moderna, pero a estas alturas, tenga usted o no una cuenta de Twitter o de Facebook, toda su vida social ha sido moldeada por los principios algorítmicos que se perfeccionaron primero en las redes sociales.
¿Qué es lo más preciado que se ha alterado o perdido con la fragmentación de la atención (o la “googlización de las mentes”, como la han llamado)?
No estoy tan preocupado por el declive de las prácticas cognitivas que alguna vez fueron apreciadas, como leer novelas de 700 páginas, pese a que personalmente sigo valorando tales logros. Otras prácticas cognitivas han decaído en el pasado con el surgimiento de las tecnologías de la información. En particular, pienso en la pérdida del ars memoriae medieval con el auge de la imprenta: ganas algo, pierdes algo. Lo que me preocupa es que no existan prácticas cognitivas verdaderamente edificantes que vengan a reemplazar a las que estamos perdiendo, y no puede haberlas mientras las nuevas tecnologías de la información estén impulsadas por la lógica única de la acumulación de ganancias para el puñado de empresas que las poseen.
Vivir en interacción permanente a través de Twitter, Instagram y/o TikTok, ¿hasta qué punto modela lo que acostumbramos llamar la vida real?
En principio, no hay ninguna razón por la cual la interacción con otros seres humanos, mediada por internet, no pueda ser el elemento central de una vida plena y satisfactoria. Lo que hace imposible una vida así a través de las plataformas de redes sociales hoy disponibles es que estas se encuentran estructuradas para maximizar nuestra dependencia a través de la recompensa de dopamina en el cerebro. La realidad siempre estuvo constituida por la imaginación humana, no por objetos físicos o por el mundo externo. El problema es que nuestra imaginación ha sido capturada y que hay compañías que están extrayendo el contenido de nuestra imaginación para lucrar con él.
El expresidente Obama (influyente usuario de Twitter) dijo que las redes sociales están sacando lo peor de nosotros y que amenazan la democracia, mientras la Unión Europea llegó a un acuerdo para establecer regulaciones a las grandes corporaciones...
No confío mucho en ninguna propuesta regulatoria en particular. Estoy convencido de que las redes sociales deben ser reguladas, pero también estoy convencido de que cualquier regulación que se ponga en práctica será contraproducente y empeorará aún más las cosas. De todos modos, soy un crítico e historiador, no un legislador.
¿Qué opina de la política de Mark Zuckerberg de ofrecer a los usuarios “metaversos” para que se establezcan donde se sientan más cómodos?
Cuando vi el adelanto de Facebook [hoy Meta] para mostrarnos cómo se verá el Metaverso, pensé seriamente que era una broma. ¡Se veía tan lamentable! Si vas a cambiar la realidad física por una realidad virtual, al menos tienes que hacer que esa nueva realidad sea visual y sensorialmente atractiva. En principio, no veo ninguna razón por la cual la realidad aumentada y virtual no puedan llegar a constituir una realidad “real” -las mesas y las montañas, y así sucesivamente, resultan ser “virtuales” también cuando comienzas a indagar en su constitución subatómica-, pero Facebook claramente no está en condiciones de hacer que eso pase.
Años atrás, Facebook comprometió esfuerzos para hacer que el sitio fuese “menos divisorio”, pero los abandonó en 2020. ¿Ese impulso iba en contra de su modelo de negocios, si no de su naturaleza?
Facebook se beneficia de la discordia, de la radicalización y de los disturbios. Esto es inherente a su modelo de negocios, no un asunto que pueda llegar y resolverse.
Cuenta usted en el libro que Elon Musk ha dicho que la probabilidad de que nuestro mundo sea una simulación es de al menos varios miles de millones a uno. El hecho de que Musk sea el nuevo propietario de Twitter, ¿qué le dice?
El “argumento de la simulación” es escapismo infantil y un complemento ideológico perfecto a la lógica del capitalismo algorítmico. Es obvio por qué [Twitter] sería atractivo para un hombre-niño de cerebro disperso como Elon Musk.
¿Qué tan obvio es?
Es atractivo para Elon Musk porque proyecta en todo el mundo una imagen del tipo de cosas que se dedica a vender.
¿Qué viabilidad ve en su anuncio de acabar con los bots?
Si puede hacer que eso pase, sería bueno. Pero en realidad sería sólo un comienzo. Hay otros problemas mayores que seguirían afectando a Twitter. Dicho eso, estoy más interesado en su propuesta de hacer que los algoritmos sean de código abierto. Eso sería un paso importante en la dirección correcta.
¿Tiene esto algo que ver con la idea que usted tiene de una esfera pública?
Sí, y supongo que esa es también una de las cosas en las que insistiría si fuera un legislador: no puede haber un discurso público legítimo en las redes sociales mientras sigan ocultos los algoritmos que favorecen unas formas de expresión por sobre otras.
Aborda también en libro el self branding: cuando la gente hace de sí misma una marca en las redes. ¿Qué significa en esos días “ser alguien”, socialmente hablando?
Bueno, somos los mismos que siempre fuimos, y todavía llevamos la verdad de nuestra existencia con nosotros en nuestra experiencia personal y subjetiva de la vida. Esta es una verdad que en épocas anteriores otras personas tenían más oportunidades de ver, pero con el auge de las tecnologías de transmisión de larga distancia nos hemos visto obligados a proyectar una versión en gran parte ficticia de nosotros mismos: una autonarración que tiene poco que ver con quienes somos. Ciertamente, los seres humanos siempre fueron en gran medida el producto de la autonarración -somos Homo narrans, como dijo alguien-, pero el problema es que la narrativa más amplia en la que ahora nos vemos obligados a insertarnos, si queremos tener algún tipo de existencia social, es una de narración de ventas y promoción de productos ubicuos. Eso sofoca lo que hay de verdaderamente humano en nosotros.
Algo que une a derechas e izquierdas, decía un artículo en The New York Times, es que por mucho que despotriquen contra Twitter, no se van de ahí. ¿Cuántas veces se ha planteado dejar Twitter?
La verdad es que no he pensado en irme. Pero, como repito a menudo, la cuestión no tiene que ver realmente con nuestros comportamientos o nuestras elecciones individuales. Tanto si nos vamos como si no, seguimos viviendo en una realidad social sustancialmente moldeada por las redes sociales.