Un sentimiento de desmesura, agobio y promesas de igualdad que siguieron manteniendo lógicas de privilegio. Ese era el diagnóstico de la psicóloga y académica del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Usach, Kathya Araujo. Ella fue una de las pocas en leer a nivel social lo que se vino el 18 de octubre de 2019. Pudo hacerlo gracias a investigaciones que realizaba y actualizaba constantemente sobre los cambios en la sociedad chilena, y elaboró una hipótesis clara: “Sería injusto decir que en estos años no hubo mejoras en el sentido de las condiciones de vida, pero en buena parte fueron demasiado a los hombros de las propias personas. En eso también hubo formas de redistribución de la riqueza que fueron muy poco sensibles a lo que estaba aconteciendo”.

Ese diagnóstico no es algo rápido de solucionar, la conversación que viene ahora debe ser estructural, porque la sociedad en su conjunto es la que tiene que cambiar, no solamente los procesos políticos, plantea. “Tienes que tener una sociedad de acuerdo con los principios que la gobiernan, que encuentre relativamente decente lo que pasa en donde viven y que sientan mínimos de dignidad”.

A dos años del estallido del 18 de octubre, ¿mantiene su diagnóstico?

Sí, porque en realidad lo que planteé en ese momento -y que se ha seguido discutiendo- venía de un conjunto muy grande de investigaciones sociológicas. Esos procesos que uno los está rastreando hace 20 años no se tuercen tan rápido. Por supuesto que tiene modificaciones y están abiertas las orientaciones que puedan tomar, pero los procesos sociales tienen un tiempo mucho más lento que los políticos y los hechos noticiosos. Todo eso tiene una temporalidad que es distinta.

De un tiempo a esta parte han pasado varias cosas: las elecciones municipales, la instalación de la Convención y la carrera presidencial. ¿Cómo cree que ha dialogado este diagnóstico con estos últimos hechos políticos?

Los hechos de octubre ponen en claro que para la sociedad esa manera de hacer vida social, de organizar la sociedad, de distribuir el poder y nuestras riquezas resultaba inaceptable. Lo leo así después del 78% que votó Apruebo, que es un porcentaje que no necesariamente está de acuerdo en cómo quiere hacer las cosas, pero está de acuerdo en que tenemos que cambiar cosas. Yo creo que eso sí es un cambio de los procesos que venían aconteciendo.

El conflicto ha vuelto a surgir y va a durar algunos años más. La idea de que se va a acabar ahora ya, y que la Constituyente lo va a terminar, creo que es ilusoria.

Ahora, no estamos de acuerdo en cómo tienen que ser. Entonces, evidentemente el conflicto ha vuelto a surgir y va a durar algunos años más. La idea de que se va a acabar ahora ya, y que la Constituyente lo va a terminar, creo que es ilusoria. El conflicto va a continuar y tiene que continuar, porque tenemos cosas que cambiar que son muy estructurales. Estamos hablando de cómo nos hemos estado relacionando unos con otros y cómo nos hemos estado mirando.

¿A qué se refiere con eso?

En los años 2000 hice una investigación que salió publicada en un libro el 2009 que se llama Habitar lo social. Una de las cosas que a mí me impresionó más de ese trabajo, fue este sentimiento de los sectores populares que se sentían borrados como sujetos de la sociedad. Como decía alguien, cuando iban a ciertos barrios, el único ojo que los miraba era el del guardia de seguridad. Y entonces, ese sentimiento de que el único que te mira es el guardia de seguridad es lo que tenemos que cambiar. No solamente hay que darnos mejores pensiones, mejores salarios, sino que es hacerse cargo de esta experiencia, del sentimiento de ser el eterno sospechoso.

Aquí hay un cambio político y, por supuesto, en términos económicos y en cómo vamos a repartir la riqueza. Pero en lo cultural, lo social y las relaciones sociales, va a tomar tiempo. Son disputas que no son simples, porque efectivamente lo más usual es que en esos momentos el que tiene que dejar privilegios tiene temor y el que quiere ganar algo más de dignidad o algo para sí mismo tiene que dejar de pensar que la única manera de hacerlo es vía la imposición y la fuerza.

En una entrevista de enero con LT Domingo decía que estaba primando el miedo, había mucha irritación y que, en ese sentido, la sociedad debía tener una conversación terapéutica respecto de cómo íbamos a seguir para adelante. ¿Cree que en estos primeros tres meses de la Convención se ha logrado ese diálogo?

Creo que ha sido un proceso de lento aprendizaje de los actores que están allá adentro. Fue un error al principio que se llegara con el sentimiento de cambiar las cosas de modo impositivo. Pero esos primeros momentos se han ido transformando y ahora, efectivamente, hay necesidad de negociar más. Se ve cómo se han ido perfilando fuerzas y cómo hay esfuerzos de articulación.

Algunas cosas que sí creo que son problemáticas es que la conversación sigue sin ser una conversación de fondo. En la Constituyente va a haber disputas, pero a mí lo que me parece complicado es que no lleguemos a esta discusión estructural, que es la de qué vamos a hacer en 20 o 30 años. El problema de nuestra sociedad no se cambia en el siguiente gobierno, esto es a largo plazo y para esa conversación se necesitan confianzas básicas que yo no sé si las hay.

La conversación terapéutica implica una reflexión o un movimiento respecto de esta posición de salir de la isla. Implica renuncias, admitir límites, admitir finitud y admitir errores. Aquí me parece que hay demasiados signos de que no es eso lo que está aconteciendo.

¿Entonces, esa conversación terapéutica no se ha dado aún?

Todavía no. Muchas de las discusiones son discusiones que parten de premisas que no se ponen en cuestión y cuando tú tienes una conversación social, tienes que abrirte a que tu premisa puede ser falsa o a que puede no funcionar. Eso no está pasando. Estamos partiendo de premisas y desconfiando del otro lado. Es muy difícil hacer una conversación terapéutica así.

¿Y en la carrera presidencial se está dando?

Tampoco. Pero esto ya es una crítica para los medios de comunicación, porque los formatos de los debates son formatos televisivos que hacen el rating, pero que promueven esta idea de que estamos más enfocados en quién gana. Este formato en el que tienes un minuto y medio en donde nadie entiende quién quiere hacer qué, no ayuda. Entonces me parece que las conversaciones de fondo no las hemos logrado todavía. La lógica televisiva está hecha para otra cosa. En eso se ha convertido la política y así puede ser en otros lugares, pero en momentos como el chileno, donde tenemos una crisis más o menos grande, no ayuda. La sociedad creo que todavía continúa muy irritada. Probablemente lo estará por un tiempo más. No sé cómo lo vamos a resolver.

El sentimiento de que tienes que salvarte por ti mismo y que tienes que salvaguardar tus intereses por sobre cualquier cosa es algo que se ha agudizado en vez de haberse modificado como uno hubiera esperado.

Lo otro que me preocupa es que creo que la salida a esto es una que implica una construcción más colectiva y solidaria. Lo que estamos viendo en el último tiempo son formas más individuales. Que tengamos más individuos no es malo. Tú puedes ser un individuo y no olvidarte de lo común y de lo colectivo. Pero hay un modo de ser individuo en que esa idea de lo común, de la renuncia de lo que yo tengo que perder por ser miembro de una comunidad, está presente. O sea, el sentimiento de que tienes que salvarte por ti mismo y que tienes que salvaguardar tus intereses por sobre cualquier cosa es algo que se ha agudizado en vez de haberse modificado como uno hubiera esperado. Lo hemos visto en muchos debates: a favor o en contra del primer, segundo, tercer o cuarto retiro. El punto es que el argumento sigue reafirmando lo individual.

La conversación terapéutica implica una reflexión o un movimiento respecto de esta posición de salir de la isla. Implica renuncias, admitir límites, admitir finitud y admitir errores. Aquí me parece que hay demasiados signos de que no es eso lo que está aconteciendo. Pero el proceso es largo.

En enero también mencionaba que los dramas sociales que nos habían llevado a octubre no habían cambiado, de hecho, se habían agravado. ¿Cómo están estos dramas ahora? ¿Sigue siendo la rabia el sentimiento de la gente?

Los dramas en muchos casos se han acentuado, pero estamos viviendo en una especie de burbuja. Tenemos una inyección que ha producido una burbuja que en algún momento se va a acabar, por ejemplo, cuando termine el IFE, o también con la situación económica del país. Por ahora, hay muchos dramas y una burbuja, por lo que es muy complicado lo que pueda venir. A todo esto se nos pueden agregar los efectos de la pandemia vistos ahora con toda su crudeza, que es más de la que ya tiene.

Usted ha dicho que la confrontación de poderes es una de las grandes lógicas de cómo está jerarquizada la vida social. Con la Convención como un nuevo poder y los últimos hechos políticos, ¿se ha distendido esa confrontación o más bien se ha acentuado la disputa?

No la ha distendido, pero ha cambiado el nivel del conflicto. Yo creo que hay que poder vivir con el conflicto, que además va a continuar. Este país vivió en una burbuja con el binominal y con las fuerzas políticas de la época. En ese tiempo lo que hicieron fue siempre atenuar el conflicto, entonces no tuvimos una vida política normal, tuvimos una vida política atenuada. Eso no quiere decir que no hubiera conflicto, sino que eso quedó ardiendo como una olla a presión. Lo que estamos viendo ahora es una especie de retorno violento a una vida política normal, que es que hay gente que tiene posiciones distintas, que disputa esas posiciones y que tiene que discutir, argumentar y tratar de avanzar. De eso se trata la vida política. Yo creo que es muy bueno que eso se dé ahí en la Convención o en el Congreso. Lo que no es positivo es cómo se estructura el conflicto: cuando las acusaciones son ad hominem, es decir, cuando tu crítica no es a la idea del otro, sino a la persona. Hoy hay demasiada crítica hacia la persona y no a sus ideas, entonces no estamos yendo al fondo. Quizás es porque estuvimos demasiado tiempo ocultando el conflicto.

O sea, que solo estaríamos en un aterrizaje forzoso sobre cómo en realidad debería funcionar la política?

Sí. Estamos en un aterrizaje forzoso en que hay más fuerzas políticas. Hay una sociedad que ya no es la misma, porque tenemos individuos que son distintos a los que teníamos antes. También hay una esfera política que se estructura de otra manera, además de demandas y expectativas que son distintas. Entonces, estamos en un aterrizaje forzoso, pero creo que no hay vuelta atrás a la idea de que los conflictos son explícitos y que tenemos que resolverlos, construir, dialogar y llegar a algunos acuerdos mínimos sobre el país que queremos. El riesgo si no, es erosionar más la vida social y que sea una todavía más desgastante.

Lo único que deberíamos haber hecho en octubre de 2019 es haber pensado cuáles son las prioridades, cuáles son las cosas que necesariamente tenemos que hacer para en 20 o 30 años tener una sociedad más justa y más digna. Pero no lo hicimos.

Usted decía que ha vuelto el electoralismo a la política. Respecto de cómo se ha desarrollado la carrera presidencial actual, ¿sigue pensando lo mismo?

Sigo pensando lo mismo, pero yo creo que es inevitable, porque ha sido una complicación: tuvimos el estallido, luego nos quedamos encerrados y ahora nos ha venido un ciclo de elecciones muy grande. Estamos en un ciclo electoral continuo, el mundo se ha convertido en una sola elección. Yo pienso que habría que alargar los períodos presidenciales, porque si no, vivimos en un constante ritmo electoral que es muy dañino para las sociedades. Porque lo que está haciendo la clase política son cálculos electorales, no tiene que ver con que tengan buenas intenciones, pero están metidos en un cálculo electoral en el que tienen que enfrentar constantemente una elección. Entonces, no tenemos la calma para sentarnos. Lo único que deberíamos haber hecho en octubre de 2019 es haber pensado cuáles son las prioridades, cuáles son las cosas que necesariamente tenemos que hacer para en 20 o 30 años tener una sociedad más justa y más digna. Pero no lo hicimos. Gran parte de eso que no hicimos ha tenido que ver con otras cosas, pero el ciclo electoral tan frecuente no ayuda en nada. Uno ve cómo esa conversación está fuera.

Igual, no ha pasado tanto tiempo, las sociedades no cambian tan rápido, las sociedades y los conflictos como estos no se modifican de manera instantánea.

Creo que es un error cuando tratamos de resolver las cosas muy rápido, porque tapamos cosas. El retorno de la confianza institucional va a tomar mucho tiempo.

¿Y qué se necesita para que avance más rápido?

Nada. Yo creo que al revés, nos apuramos demasiado. Creo que es un error cuando tratamos de resolver estos problemas muy rápido, porque tapamos cosas. El retorno de la confianza institucional va a tomar mucho tiempo. Yo no sé si hay que salir rápido. Lo que hay que tener en cuenta, quizás, es que hay que ir en la dirección correcta. Esa dirección no es la que estamos tomando ahora: no estamos saliendo de un discurso en donde el individuo, sus cercanos y sus intereses son lo que más importa. Ese no es un buen camino.