“Lo único que le pido es que les hable también a las regiones. Santiago no es Chile”.

Ese fue el mensaje que el Presidente Gabriel Boric le dio, el martes 30 de abril, al arzobispo de Santiago, Fernando Chomalí, cuando llegó a La Moneda a sostener su primera reunión con el Mandatario. Lo hizo junto a los nuevos integrantes del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal, encabezado por el arzobispo de La Serena, René Rebolledo. Se trataba de un saludo protocolar. Pero el ambiente era de convulsión. Tres días antes, tres carabineros habían sido asesinados en Cañete, por lo que la conversación fue capturada por ese caso y por los graves niveles de violencia en el país.

La reunión era clave para el arzobispo.

Desde que el 16 de diciembre del año pasado asumió como máximo representante de la Iglesia de Santiago, en reemplazo de Celestino Aós, Chomalí ha venido sosteniendo una serie de encuentros públicos y reservados con distintos actores políticos y empresariales. Los temas son recurrentes: seguridad, educación, pobreza y diálogo político.

Una agenda que no pretende soltar.

Es más, hace unos días envió una invitación a un encuentro de reflexión sobre el buen trato en las campañas -para el 10 de junio, en el arzobispado- a todos los candidatos a alcaldes y gobernadores de la Región Metropolitana que postulan a las elecciones del 27 de octubre.

Fuentes del Arzobispado revelan que Chomalí está decidido a sacar a la Iglesia Católica del ostracismo y reubicarla en el rol de influencia que tenía hasta antes de 2010, año en el que estalló el caso Karadima. Desde entonces, la institución eclesiástica ha sido golpeada sistemáticamente por denuncias de abuso sexual, encubrimiento y por la fuga de feligreses. La Encuesta Bicentenario de la Universidad Católica de 2023 reveló que solo el 36% de los jóvenes se identifica como católico, contra un 41% que se declara no creyente.

El último capítulo se registró hace 15 días, con la expulsión de Felipe Berríos de la congregación jesuita y la suspensión de su ejercicio sacerdotal.

“La situación de Felipe Berríos me produce desilusión, porque era un referente para muchas personas. La sanción que le impuso la Compañía de Jesús y el Dicasterio para la Doctrina de la Fe es muy dura y de seguro fue en mérito a los resultados que la investigación canónica arrojó. Lo importante es que se sepa que la Iglesia acoge las denuncias y lleva los procesos con seriedad”, dijo el arzobispo a La Tercera, al enfatizar que “no hay espacios para los abusos”.

A diferencia del bajo perfil de Aós, Chomalí es uno de los más mediáticos de la curia. Publica cartas, columnas con temas de contingencia, concede entrevistas y participa en programas de televisión. Su última aparición fue en Poca Calle, un podcast que conducen la gestora cultural Javiera Parada y el Evópoli Hernán Larraín Matte, en el que aseguró que “mientras no haya justicia social, la democracia va a ser imperfecta”.

Es un fanático de las redes sociales, donde expresa sus opiniones sin tapujos. El 19 de febrero posteó en su cuenta X -en medio del conflicto por el eventual cierre de la siderúrgica Huachipato- que “este proceso sólo traerá desdicha y pobreza a miles de familias. Es un viaje sin retorno que empobrecerá a Chile”. Y antes -en diciembre, a pocos días de su asunción en el Arzobispado capitalino- polemizó con Constanza Martínez, delegada presidencial metropolitana, por haber tuiteado en 2018 -frase que después dijo que no la interpretaba- que “si quiero prenderle fuego a algo, que sea a la Iglesia y a la Constitución de Pinochet”, en alusión a Siempre es viernes en mi corazón, un tema del cantante y compositor Alex Anwandter.

Chomalí replicó con un escueto reproche: “Dios la bendiga, Constanza”.

Pero las redes también le han traído problemas. En enero de este año fue víctima de suplantación de identidad, por lo que hizo una presentación a la Fiscalía, la que sigue en investigación.

La red del arzobispo

En la Iglesia Católica señalan que Chomalí sabe navegar en aguas adversas, ue es capaz de manejarse con expertise con personalidades tan opuestas como Francisco Javier Errázuriz y Ricardo Ezzati, y que hoy es uno de los obispos con más redes, a nivel nacional e internacional.

Tiene línea directa con el Papa Francisco, con quien se ha reunido en tres oportunidades en el Vaticano. En marzo de 2015 sostuvo una que fue especialmente tensa. En la cita, Chomalí le hizo ver los cuestionamientos que generaba la designación de Juan Barros como obispo de Osorno por las acusaciones de encubrimiento de los abusos de Karadima, de quien era cercano. Sin embargo, el Pontífice insistió en su decisión.

Tres años después, en enero de 2018, tras una convulsionada visita a Chile justamente por este caso, el Papa constató que la advertencia tenía sustento y aceptó la renuncia de Barros.

El objetivo de Chomalí -comentan- no es quedarse en el backstage. Quiere “ejercer un ministerio relevante y significativo”, tal como lo transparentó en la misma ceremonia de asunción. Por ello, el 14 de marzo, junto a otras confesiones, llamó -en una declaración pública- a un gran acuerdo nacional destinado a enfrentar el crimen organizado y la compleja situación social.

Lo siguiente fue activar una agenda de reuniones. Sus principales contactos los tiene en el empresariado. Muchos de ellos son excompañeros de Ingeniería Civil en la Universidad Católica, como Alfredo Moreno, con quien se reunió en marzo, al igual que con el expresidente de la CPC Juan Sutil y Ronald Bown, expresidente de la Asociación de Exportadores de Frutas.

También en su paso por la UC conoció a Gloria Hutt, presidenta de Evópoli, quien llegó el 2 de mayo a un desayuno con ingenieros en el Arzobispado, junto a Camila Merino, alcaldesa de Vitacura, y Tomás Recart, director ejecutivo de Enseña Chile, para un brainstorming en educación.

Nunca perdieron el contacto. Es más. Cuando entraron a robar en 2022 a la Lavandería21, impulsada por Chomalí en Concepción, para dar trabajo a personas con síndrome de Down, sus excompañeros, entre ellos Hutt, fueron los primeros en llamar para ofrecerle apoyo. Y, ahora, para acompañarlo en sus nuevas responsabilidades.

“Él tiene un interés genuino y un entusiasmo por contribuir a una mejor conversación en todos los temas. No sólo en el sistema político, sino que también en aquellos en los que estamos quedándonos atrás, como la educación. Para él es muy importante el tono del debate. Y mi impresión es que él quiere ofrecer un espacio para facilitar las conversaciones”, plantea Hutt.

La ronda la continuó con el presidente del PPD, Jaime Quintana, el 9 de mayo. La primera formal a nivel político.

“La Iglesia -dice el senador- está en condiciones de retomar un rol de diálogo. Él ha marcado bastante bien algunos puntos, como el tema de la seguridad y que no falte el pan en la mesa, que es la expresión que usa para apuntar a los temas sociales. Hablamos, además, sobre el tema de pensiones. Creo que él podría jugar un rol para ayudar a destrabar los nudos en esta área”.

También se juntó con el presidente de la UDI, Javier Macaya; con el senador Luciano Cruz-Coke (Evópoli) y el diputado Jorge Alessandri (UDI) en una reunión conjunta. Y, en bilaterales, con el presidente de la DC, Alberto Undurraga, y con la presidenta del PS, Paulina Vodanovic. Tiene, además, agendadas reuniones con el resto de los presidentes de partidos, y también con José Antonio Kast, fundador del Partido Republicano.

En la curia no ha dejado de llamar la atención la relación que ha cultivado Chomalí con la alcaldesa de Santiago, Irací Hassler (PC), con quien están viendo trabajos conjuntos en temas sociales. Y con el expresidente de la CUT Arturo Martínez, quien se integró a una de las cuatro reuniones de sindicatos en el contexto del Día del Trabajador, el 1 de mayo.

Pero, sin duda, uno de sus respaldos base a nivel académico es el rector de la UC, Ignacio Sánchez, universidad de la que es Gran Canciller. Ambos se conocen de los años 90, ya que el arzobispo ha sido profesor ahí por más de 10 años. De ahí que no extrañara que Chomalí fuera uno de los firmantes de la carta “Es un punto de inflexión” que se publicó en El Mercurio el 14 de mayo, la que fue elaborada por el Centro de Políticas Públicas de la UC, donde se llama a enfrentar la violencia en unidad.

“Monseñor Chomalí ha estado realizando una muy buena labor para aunar voluntades y buscar puntos de encuentro, nexos y puentes para solucionar los problemas que afectan a la sociedad”, sostiene Sánchez.

Simultáneamente, el arzobispo está trabajando un documento sobre migración, junto a los obispos. Y está conformando grupos de reflexión -con académicos, jóvenes y sacerdotes- para levantar las temáticas que debieran estar presentes en su primer tedeum, aunque los mensajes sean incómodos.

Atípico y conservador

De abuelos inmigrantes palestinos, Fernando Chomalí Garib (67), nacido en Santiago, es un cura atípico dentro del clero. Es el que más títulos tiene. Y también los más diversos. Junto con ser ingeniero civil, es doctor en Sagrada Teología de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma (1994) y master en Bioética por el Instituto Juan Pablo II, de la Pontificia Universidad Lateranense (1998). Además pinta cuadros como aficionado, escribe poemas (uno de sus libros es Desde la plaza del alma, por el que recibió una carta con una felicitación de puño y letra del Papa Francisco) y, además, dirigió el documental Miércoles 15.30, Memorias de una ausencia, con historias de detenidos desaparecidos de Concepción, con motivo de los 50 años del Golpe de Estado.

FOTO: LUKAS SOLIS / AGENCIAUNO

De estilo franco y muchas veces enérgico, su figura genera resistencias por su conservadurismo, especialmente en los sectores más liberales. Es del “ala dura” de la Iglesia Católica: antiaborto, antieutanasia, antidivorcio, antirrelaciones prematrimoniales y antimatrimonio homosexual.

“Un católico no puede ser homofóbico, pero el matrimonio se da sólo entre un hombre y una mujer”, dijo en 2014 a La Tercera. Y un año después no dudó en afirmar en un comunicado que “la violencia del Estado entró al mismo útero de la mujer”, cuando la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados aprobó la idea de legislar sobre el aborto en tres causales.

Uno de sus detractores más férreos había sido Juan Carlos Cruz, uno de los denunciantes del caso Karadima, quien lo cuestionó por no haberlo escuchado cuando en 2010 le expuso la situación de la que fue víctima, a pesar de que eran amigos. “Si me equivoqué, pido mil veces perdón”, dijo públicamente el arzobispo, quien -en paralelo- le escribió un correo a Cruz pidiéndole perdón.

Chomalí era obispo auxiliar de Santiago cuando estalló el caso que marcó un punto de inflexión en la Iglesia Católica. Mantuvo distancia de la parroquia de El Bosque y de los denunciantes, actitud de la que hasta hoy se arrepiente y por la que fue muy criticado.

No obstante, Cruz confirmó a La Tercera que “lo perdoné, al igual que a muchas otras personas” y que así se lo dijo al propio arzobispo. Y añadió que “espero que nunca más cometa ese error. No solo con un amigo, sino con cualquier víctima”.

Los partidarios de Chomalí valoran la valentía que tiene para reconocer públicamente sus errores. Y también algunos de sus gestos de humildad. En la ceremonia de asunción en la Catedral -fuera de protocolo- ejemplificó su acercamiento con los migrantes con la historia de su abuelo, quien vendía peinetas por los campos de Chile. Y que él hasta los 26 años era tartamudo y que estuvo a punto de quedar fuera del sacerdocio por ello en 1984. Lo salvó el obispo auxiliar Sergio Valech, quien -cuando le preguntaron qué debían hacer- respondió: “Que entre nomás”.

Y sigue adentro. Hoy, por cuatro décadas.