Las imágenes se sucedían rápidamente: Piñera y Chadwick en actividades familiares; en episodios públicos y más íntimos durante el primer y el segundo gobierno; en reuniones en la Fundación Avanza Chile… Los ojos de los asistentes se humedecían a medida que se proyectaba -en una pantalla gigante instalada en el patio de la casa del Presidente Sebastián Piñera- el registro recopilado por la jefa de gabinete del Mandatario, Magdalena Díaz.
Habían pasado sólo pocos días del 28 de octubre de 2019 –cuando se realizó el cambio de gabinete que selló la salida de Andrés Chadwick del Ministerio del Interior- y el Mandatario convocó a un grupo de asesores y ministros a una cena para despedir a su “hombre fuerte”, primo hermano y amigo.
El estallido social que había comenzado el 18 de octubre tenía casi sin margen de acción al gobierno, los desórdenes públicos se multiplicaban a lo largo del país y buena parte de la oposición mostraba los dientes.
Varios consultados para esta serie de reportajes sostuvieron que pocas veces como en esa oportunidad se vio a Piñera tan afectado por la despedida de uno de sus colaboradores.
“Gracias por la lealtad”, repitió varias veces el Presidente a Chadwick, evidentemente emocionado, según recuerdan en su círculo, cuando tomó la palabra para hacer un breve discurso. La primera dama, Cecilia Morel, también hizo lo propio y agradeció a quien fuera el jefe de gabinete.
Que la salida de Chadwick del gobierno fue la más sentida y dolorosa para Piñera durante su segundo mandato no tiene discusión. Un tema no menor si se tiene en cuenta –como coinciden también varios ex y actuales colaboradores del Mandatario- que al Presidente se le dificulta hacer cambios en su equipo. Piñera es reacio a los ajustes de gabinete -suele ser exigente, pero valora la fidelidad de sus ministros, afirman quienes lo conocen bien- y acostumbra ofrecer alternativas a sus secretarios de Estado una vez que les pide la renuncia. Así lo hizo con Felipe Larraín (director de Codelco), Gonzalo Blumel (embajada ante la Ocde, que no aceptó) y -últimamente- con Alberto Espina, a quien designó en el Consejo de Defensa del Estado, entre otros.
La salida de Chadwick fue más significativa. La retirada del hasta entonces ministro del Interior no sólo representó un golpe a su máximo equipo de confianza (junto a Chadwick partió la vocera Cecilia Pérez ). También refrendó la idea de que su segunda administración sería muy distinta a la que había planificado y -coinciden varios consultados- devino en una suerte de soledad presidencial que terminó rodeando al Mandatario, porque nadie pudo reemplazar a Chadwick en términos de su relación con Piñera .
La renuncia de su titular de Interior no fue alentada por el Jefe de Estado. Al contrario, no se pasó por su cabeza, aseguran en el entorno del Mandatario.
El diseño de su segundo mandato fue decidido con mucha libertad por el Presidente. Así optó por sus colaboradores más estrechos y quienes lideraron la exitosa campaña que le permitió ganar un nuevo mandato a la carta de la centroizquierda, Alejandro Guillier.
El equipo político quedó constituido por Chadwick en Interior, Pérez en la vocería, Gonzalo Blumel en la Segpres y Cristián Larroulet a cargo del “Segundo Piso”, que agrupa a los asesores presidenciales. Este último había solicitado durante la campaña a Piñera no estar en la primera línea ministerial.
Rodeado por este grupo, el Mandatario fue sorprendido por el estallido social del 18 de octubre de 2019. Y en ese círculo íntimo -también- se fraguó la renuncia de Chadwick.
Ya el miércoles 23 de octubre los ministros de La Moneda y Larroulet empezaron a pensar en la necesidad de un cambio de gabinete para intentar contener la crisis.
Todos ellos –particularmente Chadwick- entendían que el Mandatario estaba quedando sin margen de acción frente al desorden público y la hostilidad de la oposición.
Para el mismo ministro la decisión no era fácil. Durante el primer mandato de Piñera, Chadwick había renunciado al Senado para desempeñarse como ministro secretario general de Gobierno (2011-2012) y –más tarde-ocupó la jefatura de gabinete (2012-2014). En el segundo mandato había repetido el cargo.
Político hábil como es –una cualidad reconocida en los sectores políticos-, Chadwick entendió que con el estallido social su tiempo había expirado. El titular de Interior concentraba la ofensiva de la oposición y era duramente cuestionado por la incapacidad del gobierno de controlar el orden público y por las acusaciones de violaciones a los derechos humanos que crecían rápidamente.
Según recuerdan cercanos a Chadwick, el primer apronte del ministro con el Mandatario -ese mismo miércoles 23 de octubre- encontró la resistencia de Piñera.
-No, usted no se va.
Pero en medio de ese tira y afloja se produjo -el viernes 25 de octubre- la mayor marcha ciudadana desde el regreso a la democracia. Más de 1,5 millones de personas –sólo en Santiago- manifestaron su malestar con el gobierno y pidieron la salida de Piñera.
-Me voy, Presidente. Esto no da para más.
El Mandatario intentó una última negativa: planteó a su ministro quedarse más tiempo. Pero Chadwick insistió en su diagnóstico la tarde de ese viernes y Piñera cedió a la petición.
Cerca de las 22.00 –cuando aún el gabinete estaba golpeado por la masividad de las protestas-, la vocera Pérez envió a sus pares un mensaje por WhatsApp informando que en las próximas horas se anunciaría que todos los cargos de ministros quedarían a disposición del Mandatario. “Para que no se enteren por la prensa”, escribió Pérez.
A la mañana siguiente, en una declaración en La Moneda, el Mandatario hizo efectiva la advertencia y pidió la renuncia al gabinete completo.
Chadwick sabía que no se iría solo. En el equipo político habían sellado un pacto días atrás.
-Tú no te vas solo, retrucaron Pérez y Blumel cuando todos en el corazón de La Moneda estaban convencidos de que se les agotaba el tiempo.
-Alguien tiene que quedarse con el Presidente, dijo Larroulet.
El elegido fue Blumel. Pérez también saldría del comité político y el subsecretario del Interior, Rodrigo Ubilla, también comunicó que acompañaría la salida de Chadwick.
El 28 de octubre -a 10 días del estallido social y cuando el gobierno marcaba un 14% de respaldo en las encuestas-, Piñera realizó un ambicioso cambio de gabinete que incluyó la remoción de los jefes de su equipo político (Chadwick) y económico (Larraín).
Sobre Blumel recayó la nominación de ministro del Interior y el Mandatario terminó optando por Ignacio Briones para el Ministerio de Hacienda. Ambos Evópoli -sin pasado en RN o la UDI-, ambos apenas sobre los 40 años.
La hora de “las palomas” -los partidarios de fortalecer diálogos con la oposición y menos ortodoxos- había llegado al gobierno.
Plá, la otra baja del estallido
No sólo Chadwick fue damnificado por el estallido. Durante el 2019, en el gobierno las luces de alerta estaban encendidas por la situación de la ministra de la Mujer, Isabel Plá.
Quizás como a ningún ministro, el estallido social estropeó el ánimo de la titular de la Mujer, quien terminó renunciando en marzo de 2020 -aunque son varios los episodios que afectaron a miembros del gabinete que se mantuvieron en reserva por esos días.
Uno de ellos afectó a los entonces ministros de Energía, Juan Carlos Jobet; de Medio Ambiente, Carolina Schmidt, y de Justicia, Hernán Larraín, cuando en los días posteriores al estallido social quisieron caminar hacia La Moneda por pleno centro de Santiago.
Quienes conocen el incidente recuerdan que durante el trayecto fueron reconocidos por la gente y comenzaron a ser víctimas de una encerrona. Los ánimos se caldeaban y los secretarios de Estado tuvieron que cobijarse en un edificio del centro hasta donde llegaron los guardias del Ministerio de Justicia para escoltarlos hasta su destino.
No fueron los únicos acontecimientos de esos días. Algunos hijos de ministros pasaron malos ratos en sus colegios y los celulares de casi todos fueron viralizados. El gabinete debió tomar medidas de seguridad más estrictas y -por meses- algunos -los pocos que lo hacían- debieron dejar la práctica de tomar locomoción colectiva o andar en bicicleta.
El propio Mandatario -según señalan fuentes de gobierno- fue protagonista de un episodio que pudo irse de las manos cuando su comitiva estuvo a punto de ser detenida por manifestantes una tarde que abandonaba la sede de gobierno. El automóvil alcanzó a ser apedreado.
Pero -aseguran todos los consultados- nadie lo pasó tan mal como Plá. La titular de la Mujer tempranamente comenzó a ser objeto de agresiones del movimiento feminista, cuyas líderes resentían su rol durante el estallido y la acusaban de no solidarizar con las mujeres “víctimas de la represión policial”.
El acoso llegó a su punto límite cuando una mañana de marzo de 2020 -después de varias funas- la ministra abrió la cortina de la ventana de su departamento y los árboles aledaños habían sido cubiertos de papeles. Se sintió marcada.
-No puedo más, comentó Plá a Piñera.
Aunque -en rigor- Cecilia Pérez ha sido la única ministra en integrar-con todas las de la ley- el círculo más influyente del Mandatario, Piñera estuvo a pasos de hacer historia al nombrar a mujeres a cargo de sus equipos político y económico. En el caso de este último, un sueño se interpuso en los planes presidenciales.
“Se la devoraban en el Congreso y lo pasaba mal”. El Mandatario apenas despertó recordó el sueño, según comentó tiempo después a quienes ha contado la anécdota.
La mañana del 28 de octubre de 2019 Piñera iba a anunciar al equipo con que pretendía enfrentar el estallido social. Chadwick, Pérez, Blumel y Larroulet habían acompañado durante todo el fin de semana el proceso conversando con los partidos, seleccionando alternativas.
La noche del domingo 27, el Presidente se había ido a dormir con un diseño que intentaría aplacar el descontento social con un golpe de timón mayor, el que -además- haría historia al nombrar a Rossana Costa como ministra de Hacienda y a Evelyn Matthei como titular de Interior. Ambas habían sido sondeadas y habían mostrado disponibilidad a los cargos.
El sueño de Piñera terminó por abortar las posibilidades de Costa y el Mandatario improvisó un enroque con quien inicialmente estaba destinado a dirigir la cartera de Economía: Ignacio Briones desembarcaría en Hacienda.
Esa misma mañana de domingo 27, el diseño original del Presidente tuvo su primera baja:
-¡Tenemos un problema con la Evelyn!
En la víspera, Piñera había hecho gestiones con la entonces alcaldesa de Providencia para que asumiera la jefatura del gabinete.
En medio del estallido social, Matthei había abogado públicamente por un profundo cambio de gabinete que incorporara a ministros “con mucho más calle”. Piñera había tomado el guante, pero la jefa comunal condicionó su incorporación al gobierno.
De acuerdo a quienes conocieron las tratativas, Matthei le comentó al Presidente que no estaba dispuesta a trabajar con Larroulet, porque consideraba que él representaba gran parte de la crisis que desestabilizaba al gobierno. Piñera pareció ceder a las exigencias de la alcaldesa y ésta incluso alcanzó a conversar ese fin de semana sobre su futuro político con su equipo en el municipio.
Pero vino la contraofensiva de Larroulet y la entonces ministra de Educación, Marcela Cubillos, quienes transmitieron al Presidente sus reparos con la nominación de Matthei.
Y convencieron a Piñera.
El Jefe de Estado llamó esa mañana del 27 de octubre a la alcaldesa y le explicó que los tiempos no cuadraban para su designación, ya que su renuncia a la alcaldía requería de días y él necesitaba anunciar en las próximas horas el nuevo gabinete.
En el entorno de Matthei dicen que la líder comunal se quedó con la sensación de que la explicación de Piñera fue una excusa y que a éste no debió gustarle el cuestionamiento que hizo sobre el jefe del “Segundo Piso”.
La edil, en todo caso, no había sido la primera opción de Piñera: antes había sondeado a Claudio Alvarado, pero la delicada salud de su padre lo tenía viajando a Chiloé, donde está su casa. También estuvo sobre la mesa la opción del senador Juan Antonio Coloma y de Blumel, pero ninguno se mostró disponible.
Por esas horas del domingo 27 la presión UDI - en particular el respaldo de Chadwick y de la presidenta gremialista, Jacqueline van Rysselberghe- logró que el Presidente se decidiera por nombrar a Felipe Ward -entonces ministro de Bienes Nacionales- como titular de Interior.
Pero la filtración de su nombre al día siguiente, poco antes de la ceremonia oficial -por La Tercera- generó una serie de críticas que lo botó del cargo aun antes de asumir. Ward terminó en la Secretaría General de la Presidencia y Blumel -quien llegó a celebrar que se mantendría en su puesto- debió aceptar la jefatura de gabinete.
No fueron los únicos cambios: en Trabajo asumió como ministra María José Zaldívar en reemplazo del RN Nicolás Monckeberg. En Economía llegó a hacerse cargo del ministerio Lucas Palacios, en relevo de Juan Andrés Fontaine; la vocería quedó en manos de Karla Rubilar y Cecilia Pérez llegó a Deportes. Julio Isamit desembarcó en Bienes Nacionales.
El rezo del Presidente
A fines de octubre, Piñera seguía decaído. Frente al estallido social había hecho una apuesta audaz. En rigor, sacrificó todo el rumbo de su gobierno, pero el panorama estaba lejos de estabilizarse.
Para peor, en la propia derecha la designación de Blumel era resentida como una claudicación frente a las manifestaciones y el vandalismo -según sostenían en el sector.
El nuevo titular de Interior comenzó a concentrar fuego amigo -incluso dentro del equipo ministerial. Quien encabezó la ofensiva puertas adentro era la titular de Educación, Marcela Cubillos, que estaba convencida de que la “mano blanda” del jefe de gabinete en los temas de orden público sería la perdición del gobierno.
En ese clima político interno y con niveles crecientes de violencia en las calles, la posibilidad de una salida institucional -un proceso constituyente- comenzó a hacer sentido en el recién estrenado ministro del Interior.
Durante sus meses en la Segpres, Blumel había logrado generar buenos lazos con la oposición en el Congreso, en particular con el entonces presidente del Senado, Jaime Quintana.
Juntos iniciaron un sigiloso camino -al que se fueron sumando personeros de la derecha y la oposición- para evitar el desborde la crisis.
El camino de Blumel estuvo lejos de ser fácil: la Constitución del 80 -que aún estaba vigente, aunque con importantes modificaciones- era para la derecha más dura el último bastión de poder frente a los gobiernos de centroizquierda que dirigían el país desde el retorno a la democracia.
En reuniones reservadas con la oposición, el titular de Interior allanó el camino para un acuerdo transversal. Desde la casa del Mandatario -la noche del domingo 10 de noviembre de 2019- Blumel anunció que se acordó “iniciar el camino para avanzar hacia una nueva Constitución”. Con el respaldo de Piñera, el secretario de Estado había logrado que Chile Vamos cerrara filas con su propuesta de salida de la crisis.
Pero aún faltaba salvar nuevos escollos.
El martes 12 de noviembre fue la prueba de fuego. La convocatoria de la Mesa de Unidad Social a una nueva jornada de protestas tenía guion conocido: barricadas y cortes en distintos puntos de Santiago, suspensión de las sesiones de la jornada en el Congreso de Valparaíso, inéditos ataques a recintos militares, enfrentamientos con la policía.
El celular del Presidente no paró ese día de recibir mensajes. “Saque a los militares a la calle otra vez”, era el más recurrente. Parlamentarios de todo el espectro político le enviaban a su teléfono videos de sus zonas con ataques incendiarios, otros demandaban protección para sus propias casas. El caos crecía.
Piñera se debatía entre dos fuerzas: quienes pedía mano dura y quienes desestimaban convocar a militares para controlar el orden público. El diagnóstico -sin embargo- era común: el gobierno trastrabillaba.
Blumel fue clave en esos momentos. El ministro aseguraba al Presidente que los avances con parte importante de la oposición de centroizquierda eran sólidos. El precio era alto -una nueva Constitución-, pero habría una salida institucional a la crisis.
El Mandatario -entonces- pidió a todos los ministros y asesores que estaban reunidos en el comedor presidencial que lo dejaran reflexionar. Eran cerca de las 21 horas del 12 de noviembre y el recuento de violencia de la jornada era desolador.
A solas en su oficina, Piñera rezó, según ha revelado a unos pocos. En su decisión -coinciden en su entorno más próximo- pesó la amenaza de quiebre de la democracia y la posibilidad -muy cierta- de que el llamado a los militares terminara en muertes de civiles. Luego tomó un papel y comenzó a esbozar las primeras ideas del discurso que cerca de las 22 horas comunicó al país en cadena nacional llamando a un Acuerdo por la Paz, la Justicia y una Nueva Constitución.
Flanqueando al Mandatario, Blumel entendía que se abría una oportunidad para el gobierno. Por supuesto, no todos pensaban así.
Tres días después -el 15 de noviembre-, las fuerzas políticas del Congreso -con la llamativa excepción del Partido Comunista y la rúbrica solitaria del hoy presidente electo Gabriel Boric- lograron un acuerdo para iniciar un proceso constitucional y convocaba a una asamblea para la redacción de una nueva Constitución. Hasta hoy, en la derecha más dura se enrostra a Piñera haber “entregado la Constitución” para salvar su segunda administración. La ciudadanía -meses después, en octubre de 2020- refrendó la vía institucional: la opción Apruebo se impuso con el 78% de los votos frente al 21% de la opción Rechazo.
En el mismo seno del gobierno, sin embargo, había incomodidad con la propuesta que había respaldado el Mandatario. La titular de Educación, Marcela Cubillos, habló con Piñera para señalarle que no compartía la apuesta de La Moneda y menos la declarada neutralidad del gobierno frente al proceso y presentó su renuncia al cargo, que hizo efectiva en marzo de 2020 para sumarse a la campaña del Rechazo.
La cabeza de Chadwick
La decisión de Piñera tampoco abrió la esperada nueva etapa con la oposición que –al contrario- intensificó sus ataques al gobierno y –particularmente- al Presidente. El 30 de octubre de 2019 diputados de la centroizquierda habían presentado una acusación constitucional contra Chadwick -quien ya había renunciado como ministro del Interior- acusando que tenía responsabilidad política en las violaciones a los derechos humanos producidas en el marco del control del orden público durante el estallido social. El Mandatario estaba preocupado y tomó nota del contrarreloj que se iniciaba para su hombre fuerte.
No fue la primera vez que –durante la segunda administración de Piñera- el futuro político de Chadwick estaba amenazado por la oposición.
Casi un año antes -el 14 de noviembre de 2018-, el entonces jefe de gabinete recibió una llamada del general director de Carabineros, Hermes Soto, para informarle de la muerte de un comunero mapuche –de nombre Camilo Catrillanca- durante un enfrentamiento con policías en Ercilla.
Piñera se encontraba en Singapur cuando fue advertido por el ministro del episodio.
Chadwick salió en defensa de Carabineros, pero con el transcurso del tiempo el secretario de Estado debió asumir que el Alto Mando le había mentido –así lo señalan en su círculo más íntimo- y que la institución había intentado ocultar el homicidio del joven mapuche con la versión del enfrentamiento. “El gobierno condena todas las conductas abusivas e ilícitas que se han producido en la lamentable y dramática muerte de Camilo Catrillanca”, señaló escuetamente el ministro el 19 de noviembre de 2018, tras conocerse videos que exponían la maniobra de Carabineros.
El ministro presentó –entonces- su renuncia a Piñera, quien la rechazó. Pero en la oposición comenzó a sumar adeptos la idea de acusar constitucionalmente al titular de Interior y el entonces subsecretario de la Segpres, Claudio Alvarado, hizo un rápido arqueo en el Congreso y transmitió a Palacio el mensaje de la oposición: alguien tenía que hacerse responsable políticamente de lo ocurrido. La Moneda optó el 20 de noviembre por pedir la renuncia del intendente de La Araucanía, Luis Mayol.
Quienes conocen al extitular del Interior afirman que Chadwick nunca consiguió reponerse totalmente del episodio y que ese hito marcó el inicio del fin de su carrera política, que se terminó sellando tras el estallido social de octubre de 2019.
-Tras un proceso de reflexión hemos tomado la decisión de presentar esta acción y se le acusa de una grave infracción a la Constitución y las leyes por no defender el derecho a la vida y la integridad física y psíquica durante el estallido social, indicó el diputado Diego Ibáñez al presentar oficialmente en el Congreso el libelo contra del titular de Interior.
La ofensiva se había cuajado lentamente en Convergencia Social -el partido del hoy presidente electo- y no sólo llevó la rúbrica de Gabriel Boric en el inicio de su tramitación, sino que el diputado terminó convirtiéndose en el verdugo de Chadwick al ser elegido para defender la acusación en la Cámara.
El 28 de noviembre de 2019 el libelo pasó su primera prueba con 79 votos a favor, 70 en contra y una abstención entre los diputados.
Diez días antes, la oposición había redoblado la apuesta y presentó un libelo en contra de Piñera. Así, el Mandatario -según recuerdan sus colaboradores- se involucró en el estudio de la defensa jurídica de su ya exministro y dispuso que su abogado Juan Domingo Costa trabajara codo a codo con el defensor de Chadwick, Luis Hermosilla.
Hubo reuniones en la casa de Piñera y otras en la de Chadwick para revisar los argumentos que se representarían al jurado. Pese a ello, en la UDI -particularmente- se instaló la idea de que el gobierno no hizo todo lo posible por blindar al exministro y una nueva cuenta gremialista se sumó a Blumel.
En el entorno del Mandatario sostienen, además, que no se hablaba de lo evidente: la ofensiva opositora en contra de Chadwick sólo podría ser neutralizado con el avance de la acusación que estaba presentada en contra del mismísimo Presidente. Era uno u otro. De hecho, un día después de dar luz verde a la inhabilidad de Chadwick, la Cámara rechazó avanzar en el libelo en contra del Jefe de Estado.
Cuando el fin era inapelable, Piñera tomó el teléfono e hizo gestiones directas con senadores de la oposición, entre ellos, José Miguel Insulza (PS) y Jorge Pizarro (DC), para pedirles que no votaran en contra de Chadwick. No fue suficiente: el 11 de diciembre de 2019 el Senado, por 23 votos a favor y 18 en contra, inhabilitó al ya exministro por cinco años en el ejercicio de cargos públicos.
Parlamentarios cercanos a Chadwick, como Insulza y Juan Pablo Letelier (PS) -quebrando años de amistad- terminaron aprobando el libelo. Sólo Pizarro hizo un gesto a Piñera y se ausentó el día de la votación.
“Quisiera reiterar mi inocencia (…), es una acusación constitucional injusta, infundada y politizada”, dijo Chadwick flanqueado por ministros, senadores y diputados del oficialismo.
La noche se instaló en Palacio y golpeó el estado anímico del Mandatario, quien nunca dio por terminado su vínculo con el exministro. Hasta hoy -cuando faltan 18 días para que deje el gobierno y entregue la banda presidencial a Boric- Piñera suele pasar por las tardes a la casa de quien fue su jefe de gabinete y también es frecuente escucharlo decir en las más diversas situaciones: “Voy a llamar a Andrés”.