No antes del próximo año. Aunque un centenar de equipos de investigadores de diferentes partes del mundo iniciaron una carrera para lograr una vacuna que detenga el avance del nuevo coronavirus Sars-CoV-2 y una decena de ellos ya haya iniciado pruebas en humanos, la experiencia y, por sobre todo, la seguridad de la humanidad dice que no es posible tener una herramienta de este tipo antes de 12 meses.

El investigador del Instituto de Ciencias Biomédicas de la U. de Chile y del Instituto Milenio de Inmunoterapia e Inmunología (IMII), Miguel O’ Ryan, explica que es una utopía creer que antes de un año calendario se podrá tener una.

Flavio Salazar, vicerrector de Investigación y Desarrollo de la U. de Chile, explica que al ser un virus que pertenece a una familia conocida (Coronaviridae), la carrera por conseguir una protección se acorta, pero no lo suficiente como para creer que se puede lograr una vacuna en el corto plazo.

Grandes farmacéuticas, laboratorios privados, universidades, algunos solo con aportes estatales, otros con alguna ayuda de fondos públicos, lo cierto es que no todos los esfuerzos tendrán recompensa.

Cristián Hernández, director de Negocios de la Fundación Ciencia y Vida, cree que Europa y China liderarán la carrera para una inmunización, mientras que Estados Unidos hará lo propio en la carrera por los fármacos.

“En general, sacar una vacuna toma por lo menos unos seis años, y lo que está ocurriendo con una posible vacuna para el coronavirus no debería demorar menos que eso. Si es que la tuviésemos incluso en menos tiempo, dos años quizás, tomaría probablemente dos años más tener la cantidad de material disponible para entregar a todo el mundo”, indica.

A la fecha, el desarrollo de las vacunas se trabaja sobre tres plataformas o estrategias. Dos de ellas nunca se han usado antes, que es la inoculación de material genético del virus en el ser humano, y la otra es con el ARN del virus. La tercera, la más clásica, es la de utilizar un virus inactivo con información del coronavirus.

“Bastaría un efecto adverso de uno en 10 mil personas para que este sea significativo si se considera que serán millones de dosis las que se requieren de la vacuna. Por eso, apurar los procesos de estudios clínicos al evaluar la seguridad es riesgoso. Se debe ser cauto”, dice O’Ryan.

La vacuna chilena

El IMII es uno los grupos chilenos que también es parte de esta carrera por una vacuna contra el coronavirus y en el que participan científicos y científicas jóvenes.

Alexis Kalergis, director del IMII y académicos de la U. Católica, cuenta que ya completaron la formulación de algunos de los prototipos. “Actualmente estamos desarrollando los ensayos preclínicos, que corresponden a las pruebas a nivel de laboratorio que demuestren seguridad y efectividad en modelos experimentales”, dice.

Luego será necesario formular la vacuna en condiciones de buenas prácticas de manufactura para cumplir con las regulaciones nacionales e internacionales y posteriormente evaluar su seguridad e inmunogenicidad por medio de estudios clínicos. “De resultar todo exitoso, se podría iniciar la prueba en humanos el próximo año”.

Con la vacuna lista, se deben producir las dosis en plantas de producción especializadas para este fin. “Existen varios países que poseen instalaciones para generar vacunas a escala mundial, con los cuales ya estamos en contacto y comunicación permanente”.

¿Cuánto cuesta una vacuna?

Pensar hoy en el precio final de una vacuna es una acción poco útil. Según O’Ryan, en muchas ocasiones los laboratorios privados, que son los que mayormente desarrollan vacunas, no solo ponen en el cálculo lo que costó la vacuna, sino también el valor de otras vacunas que no llegaron a ver la luz.

“Una vez que la vacuna ya está desarrollada, su costo depende de la formulación de la vacuna. Es decir, si la producción de una vacuna, por su naturaleza, requiere equipamiento, materiales y sistemas de producción altamente especializados, su costo es mayor”, señala Kalergis.

También hay otras formulaciones de vacunas que pueden generarse con menor cantidad de elementos y eso, claramente, afecta el costo. “Mientras mayor es la cantidad de vacunas que se produce por una planta productora, menor es el costo de la dosis”, aclara el director del IMII.

La patente de una vacuna podría significar una dificultad para el acceso a ella, pero según la directora nacional de Inapi, Loreto Bresky, eso no es así. “La propiedad industrial no impide disponibilizar globalmente la innovación, es más, al tener el control de la vacuna, a través de una patente, el titular puede dejarla a libre disposición a nivel global. Las patentes no son un obstáculo para hacer frente a la pandemia, es más, son una fuente muy fértil de información”.