Las campanas de la catedral de Melipilla no paraban de sonar el jueves 13 de octubre y la gente se agolpaba en su entrada. En el edificio no cabía nadie más. Había uniformados por todos lados. Justo debajo del altar, rodeado de coronas de flores y por una guardia policial, estaba el ataúd del sargento segundo Carlos Retamal Jaque (40), carabinero y bombero, fallecido el pasado domingo, cuando fue atacado durante un operativo en San Antonio.
En las primeras filas había autoridades como el general director de Carabineros, Ricardo Yáñez, y la ministra del Interior, Carolina Tohá. Más cerca de Retamal estaba Noelia, su hija de 14 años; la pareja del sargento, también carabinero, Evelyn Decurgez; y el padre del uniformado, Juan Carlos.
Más atrás, Miguel Plaza (49), bombero melipillano, también estaba siguiendo la ceremonia. Al mirar el ataúd, se acordaba de cuando conoció al fallecido. En esa época Retamal tenía quince años y postuló a la segunda compañía de bomberos de la ciudad siendo un escolar.
Eso sí, lo que le sorprendió a Plaza, que en ese tiempo tenía 23 años, era que Retamal tenía muchas intenciones de ayudar a la gente. Una fuerte atracción por hacer servicio público, dice.
De lo otro que se dio cuenta Plaza, es que Retamal era un muchacho que tenía una situación familiar distinta al resto.
“Él era de Linares. Y tenía muchos hermanos. Pero se vino a Melipilla , él solo, cuando tenía unos doce años -explica-. Sus padres se habían separado, y se vino a vivir con una tía y su abuelita”.
Su proactividad y ganas por mejorar lo llevaron a formar parte de la guardia nocturna, un puesto soñado para un joven bombero. Ahí se hizo varios amigos, con quienes hasta hoy compartía un grupo de WhatsApp. Lo recuerdan como una persona de excelente humor y bromista. “Un poco vanidoso eso sí”, comentan entre risas.
A Retamal le pusieron dos apodos: en casi toda la ciudad era reconocido como “el Harry”. En cambio, para los más cercanos, era el Suricata: por lo inquieto y “aguja”.
La ceremonia avanzó el jueves y llegó el turno del general Yáñez de hablar. En su discurso, agradeció las múltiples muestras de cariño, pero pidió certezas. “Detener los ataques a Carabineros, no podemos hacerlo solos -lanzó-. Y no merecemos sentirnos nunca más solos”.
Luego remató: “No queremos más carabineros muertos”.
El sol primaveral pegaba duro en las calles de Melipilla, pero no impidió que una multitud se volcara a las calles para acompañar el tránsito de los restos de Retamal desde la catedral hasta el cementerio, un recorrido de unos dos kilómetros que mucha gente hizo a pie. Otros, en tanto, mostraban su afecto con gritos de aliento a Carabineros. O bien, ondeando un pañuelo blanco.
La procesión, que atravesó prácticamente toda la ciudad, concluyó en la entrada del mausoleo del Cuerpo de Bomberos. Ahí, en una ceremonia un poco más pequeña, más íntima, se celebraron hitos de la vida del sargento.
No fue una casualidad que el primero en tomar la palabra fuera Plaza. Aunque no lucía su uniforme de bombero como el resto de sus compañeros: estaba de traje. Enseguida, explicó el porqué de su decisión: quería hablar como un ciudadano y como un amigo, más que como bombero.
Pero también Plaza iba a hablar desde un lugar más íntimo. Recordó cuando lo conoció.
“Lo adopté como mi hijo bomberil. Y hasta hace muy poco me decía: tú eres mi papá. Yo era el encargado de llamarle la atención, tanto en lo bomberil como en lo personal”.
Su hija Noelia, con las mejillas con lágrimas, abrazó todo ese rato una foto de su padre.
El cansancio
La generación de bomberos del año 1997 de la Segunda Compañía de Melipilla, dice Miguel Plaza, fue excepcional. En gran parte, porque confluyeron varios muchachos como Carlos Retamal: menores de edad, sacando el colegio, pero con gran vocación de servicio.
El mismo “Harry” era tan chico, que se pasaba del colegio al cuartel. A veces, cuando se despreocupaba de lo académico, afirma Plaza, tenía que retarlo para que mejorara sus notas: lo amenazaba con sacarlo de la guardia, el castigo más grande para un bombero de esa edad.
“De hecho, cuando murió su abuelita, que era su imagen materna, teníamos que ir al colegio cuando había reuniones de apoderados -recuerda-. Actuamos como una real familia”.
También se apoyaban entre ellos cuando tenían que acudir a una emergencia y había heridos, quemados, o muertos. Plaza tomaba las riendas de la situación: apartaba de las labores más crudas a los chicos. Solo dejaba que miraran cómo se trabajaba, sin exponerlos. Una vez de regreso en el cuartel conversaban de lo que vieron, haciendo una especie de terapia grupal.
Al cumplir la mayoría de edad, Retamal Jaque quiso entrar a Carabineros de Chile. La misma decisión la tomaron varios miembros de esa generación de bomberos de Melipilla. Entre ellos, el mayor José Vásquez Quintanilla (40), su amigo desde esa época.
“Es que para nosotros el servicio público era lo importante -afirma Vásquez-. Y nos dimos cuenta que Carabineros era la institución donde nos podían orientar para llevar esa idea a cabo, además de poder vivir de eso. Muchos de esa generación fueron influidos por ese servicio público sano y verdadero”.
Una vez que empezó a ejercer, Retamal tuvo que compatibilizar ser bombero y carabinero al mismo tiempo. Sobre todo considerando que ser bombero es una actividad no remunerada. En esto hizo hincapié el superintendente de bomberos de Melipilla, Héctor Ballesteros, cuando habló en el funeral de su compañero:
“Muchos se preguntarán cómo lo hacía para cumplir en dos instituciones tan demandantes como Bomberos y Carabineros. Él lo hacía: su vida era el servicio público las 24 horas del día”.
La carrera de Retamal, repasó el general director en su discurso, fue ejemplar. Lo mismo dijeron sus pares de bomberos. Pero esta dedicación trajo costos. Cuando se produjo el estallido social, comentan sus amigos, se le vio un poco más cansado, tanto física como mentalmente: le afectaba todo el odio que le llegaba a la policía.
“Él andaba preocupado, con mucha incertidumbre -asegura Plaza-. Tenía miedo de lo que le podía pasar”.
Su espíritu bromista y jovial empezó a tropezar con el trabajo. Ya no podía llegar a los asados del grupo a la hora o, sencillamente, no podía llegar, ya que tenía que hacer horas extra.
“Harry terminaba un turno, se estaba yendo, pero aparecía un procedimiento y tenía que devolverse -lamenta Plaza-. Él no se quejaba de eso, pero nos decía que faltaba contingente, porque había mucha gente con licencia, o estaban lesionados”.
En ese tiempo, Retamal viajó a Santiago para estudiar. Quería completar su formación para acceder al rango de suboficial mayor. Estaba pensando cada vez más en el futuro.
El agotamiento mental comenzó a ser evidente. Fue tan así, que un día le confesó a Plaza que estaba pensando en retirarse antes de tiempo.
“Tenía miedo de lo que le podía pasar. Me decía: mejor llego a los 20 años de servicio y me retiro -confidencia Plaza-. Es que lo han pasado mal. Tenemos muchos amigos que nos dicen que no tienen ningún respaldo. Los que los atacan son minoría, pero se hacen notar”.
Lo que indica Plaza tiene base: con el crimen de Retamal, van tres homicidios de carabineros en 2022. Es la cifra más alta en 20 años. Además, van 942 efectivos agredidos en diez meses, lo que preocupa de sobremanera a la institución.
Entremedio, Carlos Retamal cultivaba otra afición: la mecánica. Compraba autos usados, los arreglaba y los revendía. Pensaba en dedicarse a algo parecido cuando se retirara de Carabineros.
Durante la pandemia, el sargento tuvo que enfrentar la distancia con su hija, fruto de una antigua relación. A pesar de que ella vive en Temuco con su madre, Plaza dice que siempre la tenía presente: “Yo le decía, Harry, ¿llamaste a tu hija? Sí, papá, me decía. Siempre estaba muy preocupado”.
La carrera de Retamal en Bomberos, aseguran sus compañeros, fue impecable. El último galardón lo recibió en 2017, por sus 20 años de servicio. Hasta octubre, llevaba 24 años en total en la institución y 19 años en Carabineros. Varios de sus compañeros de generación siguieron la misma ruta, manteniéndose como bomberos a pesar de tomar diferentes rumbos de vida. Gracias a eso mantuvieron intacta la amistad a lo largo de los años.
De hecho, estaban planificando juntarse para el cumpleaños 41 de Retamal. Iban a compartir un asado. “Le gustaba su cervecita. Le decías hagamos algo y prendía con agua”, dice Plaza.
Todo eso recordó Plaza mientras hacía su discurso. La tarde avanzaba y el ambiente se ponía fresco en ese cementerio a los pies de los cerros que rodean Melipilla.
El bombero aprovechó la instancia y soltó un poco de la rabia que tenía dentro. En un discurso estremecedor criticó que en Chile, tanto bomberos como carabineros sean agredidos mientras entregan un servicio a la comunidad.
“Si los encargados de la seguridad no son respetados, ¿qué le queda al resto?”, preguntó.
Sus palabras sacaron aplausos.
La tranquilidad
El domingo 9 de octubre, Carlos Retamal salió a fiscalizar unas carreras clandestinas en San Antonio, lugar donde trabajaba hace algún tiempo. En eso estaba, según los antecedentes que se han recopilado, cuando desde un Nissan Sentra V16, con encargo por robo, le lanzaron un fierro de gata hidráulica. El objeto lo impactó en el rostro.
La herida fue tan grave que tuvo que ser trasladado a Santiago. En la capital, finalmente, Carlos Rodrigo Retamal Jaque falleció. Eran las 23:05 horas del 11 de octubre: el sargento estaba a minutos de cumplir 41 años.
Por el homicidio del carabinero ya hay un formalizado de 24 años. El sujeto presenta antecedentes por hurto agravado, porte ilegal de munición y por romper una cuarentena. Quedó en prisión preventiva a petición del Ministerio Público.
En su funeral, uno de los últimos discursos fue el de su padre, Juan Carlos Retamal, que viajó desde Linares para despedirse. En la mañana había sido duro con el gobierno: solicitó que se mantuvieran al margen, mientras que agradecía el apoyo de Carabineros y de Bomberos.
Cuando tomó la palabra frente al mausoleo, mantuvo la misma línea: habló de una “sociedad enferma, sometida por una minoría de desadaptados”, y apuntó que “las luchas sociales no se mejoran matando carabineros o agrediendo bomberos, sino que con unidad y entendimiento entre las diferentes opiniones”.
Luego de eso, y después de tres disparos de salva, el féretro de Retamal entró al nicho donde descansarán sus restos. Caía en el ambiente un silencio inexplicable, que solo fue roto por los llantos de sus cercanos.
A lo lejos, la “tropa”, como se hacen llamar los amigos de la guardia, despedían a un amigo. Entre ellos quedaron cosas pendientes: un viaje de dos semanas por la Carretera Austral que habían planificado el 2021. Cada uno iba a llevar una casa rodante. Retamal había comprado una ambulancia para transformarla en motor home. Estaban trabajando en eso junto a su pareja.
Plaza, en tanto, se acuerda de otra cosa:
“Hace años que con Harry veníamos gestionando la llegada de un nuevo carro bomba -comenta-. Y los carros, por tradición, llevan el nombre de un voluntario. Por eso me decía que le quería poner mi nombre. Yo le dije, oye, ¡los carros llevan el nombre de los que se mueren! Y él me discutía. Nos reíamos”.
Al final el carro quedó sin nombre. Pero Plaza ahora va a sugerir que le pongan el nombre de Retamal. El gesto calza: en la tropa recuerdan su valentía, que salvó muchas vidas a lo largo de su carrera como bombero. En Carabineros, en tanto, lo ascendieron a suboficial mayor de forma póstuma: el cargo que estaba persiguiendo hace un tiempo, por el que iba a estudiar por períodos a Santiago.
A la salida del cementerio, Noelia Retamal dijo que su padre era un ejemplo a seguir. Que lo que más disfrutaba era cuando salían juntos a recorrer.
“Una vez me mostró todo Santiago. Fuimos al Mall Plaza -recuerda-. También me mostró Melipilla. Fuimos al Segundo Cuartel de Bomberos y estuvimos todo el día ahí, con él mostrándome el equipamiento”.
La figura de Retamal caló hondo en ella. Tan así, que la menor está pensando en seguir sus pasos. Pero no en Carabineros.
“Cuando cumpla 15, quiero ser voluntaria de la compañía de Bomberos. Pero en Temuco, donde vivo”.