Hay una imagen de su adolescencia que Leonardo Orellana no pudo superar.
–En las fiestas del colegio, cuando tú tenías que competir por gustarle a una niña, siempre ganaba el más alto. Y tú dices pucha, que injusto.
Esa noción, desde sus primeros años en Talca en los setenta, hasta su juventud en La Reina, durante los ochenta, fue siempre igual. En el mundo de los hombres la marca divisoria era la altura. Por eso, dice Orellana, trató de ganarles a los genes que heredó de sus padres bajos: se colgó de vigas durante horas, pero su cuerpo, después de alcanzar 1,64 cm, dejó de crecer.
En 2019 y a los 45 años, convertido en un empresario de la construcción, con un matrimonio de casi dos décadas de duración y cuatro hijos a los que había podido ofrecerles oportunidades con los que él nunca soñó, Leonardo Orellana seguía sintiendo que había una dimensión en la que estaba en falta.
Carolina Villalobos dice que para ella, una mujer de 1,62 cm, la altura de su marido nunca fue tema. Y que sólo pudo entender lo inseguro que lo hacía sentir cuando comenzaron a convivir:
–Él toda la vida te dice lo que mide la otra persona. Si sale un actor en la tele, dice este tipo debe ser de 1,78 y después lo busca en el teléfono.
Un día Orellana dio con un artículo que hablaba sobre un procedimiento en Estados Unidos, realizado con unos clavos de la marca Precice, que, mediante una intervención poco invasiva, permitía crecer más de 10 cm.
Orellana sintió que esa podía ser la solución que siempre había buscado. Ese 2019 fue el año en que la operación llegó a Chile. Él supo por un artículo en El Mercurio, donde hablaba el Dr. Pablo Wagner de la Clínica Alemana: uno de los dos especialistas que sabía hacer el procedimiento en el país.
–Yo dije bueno, ¿qué pierdo con preguntarle?
El 29 de julio, Orellana fue a la consulta del traumatólogo. El médico, graduado de la UC y de 35 años entonces, le explicó que el alargamiento de sus piernas se haría con los clavos intramedulares Precice, que se le implantarían haciéndole una incisión en sus huesos. Que el alargamiento se realizaría activando un control remoto facilitado por Bioimplantes, la empresa distribuidora del clavo, y que la recuperación significaría pasar esos cuatro meses de alargamiento en silla de ruedas, no pudiendo estar de pie más que un par de segundos.
Wagner también le contó que si la intervención se hacía en el fémur, el límite de crecimiento eran 8 cm. Pero si, se extendía a las tibias también, en una nueva operación, se podían agregar hasta 5 cm.
Verse del tamaño que siempre soñó se convirtió en una meta que, para él, justificaba, pagar los $ 100 millones que costaba una cirugía en la que sólo los clavos valían $ 57.120.000.
Leonardo Orellana quería llegar a 1,80. Se lo dijo a Wagner en un whatsapp del 12 de noviembre de 2019.
El médico le respondió: “Llegarás a 1,75 con seguridad. 1,8 dependerá de si lo toleras o no”.
El único requisito que tenía que cumplir era pasar por una revisión kinesiológica, nutricional y psiquiátrica. El mismo Wagner recomendó a los tres especialistas. El único reparo que arrojaron las consultas es que tenía un IMC de 27,24, por lo que le recetaron una dieta y ejercicio. En pocas palabras, estaba listo para pabellón. Pero eso no alegró a todos.
–A mí nunca me gustó la operación –admite Carolina Villaobos–. Pero él estaba tan seguro de hacerla y no escuchaba a nadie. Incluso vino mi suegro a retarme, a preguntarme por qué él estaba haciendo esto, si tenía de todo.
Villalobos, dice, fue a hablar con Wagner.
–Me dijo que podía estar, como máximo, seis meses en silla de ruedas. Pero que de ahí a mi cumpleaños, que es a fines de octubre, íbamos a estar bailando.
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Informe psicológico de Leonardo Orellana, realizado el 19 de julio de 2021 por el psicólogo clínico Manuel Ugalde.
“Se evidencian elementos que son consistentes con, e indican, rasgos obsesivos, lo que se expresa en una preocupación constante por el orden, el perfeccionismo y el control mental e interpersonal de parte del paciente. Esto se hace comprensible en el marco de una historia vital difícil, de mucho esfuerzo y con diversas dificultades y carencias económicas y sociales en el transcurso de su infancia y adolescencia que lo llevaron a ser la cabeza de familia desde muy temprano. Esta historia se manifiesta como una serie de vivencias dolorosas jamás enunciadas antes y no trabajadas clínicamente. Por ello es que su identidad y sus relaciones se han articulado durante toda su vida desde el punto de vista de un sostén material y simbólico de su familia nuclear, extendida, y de sus redes cercanas”.
“Es esta estructuración identitaria la que permite comprender el deseo del paciente de intervenirse quirúrgicamente con fines estéticos”.
“Al confrontarlo con el hecho estadístico de que, aunque bajo, estaba dentro de la norma, el paciente señala que era algo “personal, con el fin de mejorar”. Del mismo modo, en otra sesión, comenta que deseaba ‘construir su cuerpo nuevamente’, y al pasar muestra su deseo de ser más alto para que al llevar al altar a su hija “quiero que me vean, y digan mira el papá que se ve bien”, con la finalidad de que él y ella se sientan orgullosos. Estos hechos muestran la necesidad continua de parte del paciente de verse y sentirse mejor, como de cambiar o suprimir todos los elementos que lo hagan verse como débil, indeseable o imperfecto frente a la mirada de los otros significativos, lo que parece reflejar una dismorfofobia como síntoma en cuanto a su aspecto”.
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A Leonardo Orellana lo operaron de las tibias la mañana del 7 de enero. Despertó drogado, pero escuchando que la cirugía había sido un éxito. Lo dieron de alta el 10. Desde esa noche, y hasta hoy, dice que tiene una pesadilla que se repite:
–Sueño que me están golpeando las piernas. Que me están atacando, yo me quiero defender y no puedo.
El 14 de enero fue el turno del fémur. Después del procedimiento, despertó midiendo 1,75, pero también con anemia. Fue entonces que recibió una visita inesperada.
–Me visitó el gerente para Latinoamérica de Precice. Era un gringo. Me dijo en inglés que yo era supervaliente, porque todo el mundo esperaba al menos 60 días entre las dos operaciones.
Orellana fue dado de alta el 18 de enero de 2020. Su primer control fue seis días después. El Dr. Wagner le dio el visto bueno para iniciar alargamiento con el control remoto. Debían ser 0,25 mm, tres veces al día. Al principio no hubo problemas. Pero cuando llegaron a los 3 cm, recuerda Orellana, quería “morirse del dolor” y no podía dormir. Suspendieron el crecimiento por algunos días y, luego, disminuyeron las sesiones diarias de alargamiento. A finales de marzo le salió una protuberancia en la pierna derecha: era un tornillo que se había soltado.
–Wagner me dijo, ¿pero no hiciste algo? ¿No saltaste, no corriste? –cuenta Orellana–. Yo le respondí que los otros clavos estaban todos bien. Que, si yo hubiera saltado o corrido, se habrían roto todos.
Lo volvieron a operar el 27 de marzo. A los días perdió la movilidad en la otra pierna. Un mes más tarde, apreciaron que el fémur izquierdo no estaba desarrollándose como esperaban.
El 2 de julio Orellana se reunió con Wagner. El médico le planteó que necesitaba volver a operar para arreglar el clavo roto del fémur izquierdo y un tornillo suelto de la pierna derecha. Él aceptó, pero le pidió algo al traumatólogo: quería el clavo para examinarlo. Wagner, según Orellana, se negó porque debía entregarlo a la empresa para las pericias correspondientes.
–Ahí le dije, entonces no me opero contigo.
El único otro especialista era el traumatólogo de la Clínica Las Condes, Alejandro Baar. En una entrevista para BBC Mundo en 2016 sobre este tipo de procedimientos, respondió que sólo trataba a pacientes que “realmente tienen una talla baja” y que “si tienen una estatura promedio, no lo hago”.
Según Orellana, en su consulta Baar revisó sus exámenes y le confirmó que el clavo estaba roto. Y que eso no era raro:
–Sacó de su cajón un clavo doblado, me dijo que habían salido malos, que la empresa los estaba cambiando por unos más potentes y que él ya había cambiado tres.
Pero lo que más lo sorprendió no fue eso, sino que otra cosa.
–Me dijo “medías 1,64, estabas bien. Yo no te hubiera operado nunca”.
El 20 de julio Baar intervino las piernas de Orellana. Representantes de Precice, dice él, tomaron el clavo extraído para analizarlo.
Fue por esa época que el paciente se puso en contacto con el estudio de abogados Kehr Abuid. Durante la revisión de los antecedentes encontraron que, durante 2021, los clavos habían sido retirados del mercado inglés y español por fallas.
El 30 de julio del mismo año ingresaron una demanda en el 4to. Juzgado Civil de Santiago contra Bioimplantes, Pablo Wagner y la Clínica Alemana. Sumando todos los daños e indemnizaciones, pidieron $1.871.400.000 para Orellana y $ 60.000.000 para su esposa por daño moral.
–Nuestra tesis del caso es que, más allá de que todas las técnicas fallaron, y que los clavos fallaron, él ni siquiera era candidato para realizarse esta operación –explica Kehr–.
Su esposa, cada cierto tiempo, se lo preguntaba: ¿te arrepientes de haberte operado? Él respondía que no:
–Yo siempre sentí que aquí se juntaron dos cosas: Wagner, con muchas ganas de operar, y Leonardo, con mucha ansiedad de crecer. Y no se escucharon.
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La primera parte en contestar la demanda fue la Clínica Alemana. En un escrito que ingresaron al tribunal el 5 de enero de 2022 añadieron matices que no estaban en el relato del paciente.
“Con fecha 23 de marzo de 2020 (Orellana) asiste nuevamente a control, refiriendo estar mucho mejor de los dolores luego de bajar la velocidad de alargamiento. Sin embargo, reinició alargamiento sin indicación del médico”.
“Fue hospitalizado con fecha 27 de marzo de 2020, oportunidad en que en la evolución de ingreso el Dr. Wagner anotó: “Paciente con osteosíntesis sintomática y aflojamiento de tornillo de bloqueo de la rodilla derecha, quien ingresa de forma electiva para resolución quirúrgica de la patología. Siendo esto luego de haber hecho una sentadilla que no estaba autorizada por suscrito. Paciente entiende que no tiene relación con cirugía previa”.
“Debemos señalar que la cónyuge del Señor Orellana, le comentó al médico tratante, Dr. Wagner, que el paciente se ponía reiteradamente de pie para mirarse al espejo por largo rato, sabiendo que no estaba siguiendo las indicaciones médicas de reposo estricto en silla de ruedas y poniendo en grave riesgo el éxito del procedimiento”.
El documento también enfatiza que en la literatura médica no hay una recomendación estricta respecto al intervalo de tiempo entre las cirugías de tibia y del fémur y que las alertas internacionales respecto de los clavos Precice fueron emitidas durante 2021: un año después de que se realizara la operación a Orellana.
Pablo Wagner, a través de su abogada, respondió el 6 de enero. Su defensa agregó el informe pericial de Precice que sostenía que “basado en el tipo de rotura observado y la información proveída, es posible que el tubo receptor se haya roto debido a estrés generado por actividades con carga de peso”.
Bioimplantes también ingresó sus reparos. Fueron los más duros.
“El fracaso del tratamiento de alargamiento óseo es sólo por la incapacidad del demandante de seguir las instrucciones de su médico tratante y el fabricante de no realizar cargas, además de la total falta de realidad efectuada en cuanto que el paciente actualmente esté postrado y sólo se mueva en silla de ruedas”.
El documento enfatizaba que Orellana “dio orden de no pago a ocho de los doce cheques que entregó para comprar los clavos endomedulares”, dejando un “saldo pendiente por un total de $ 42.840.000″.
Ninguna de las partes demandadas quiso participar de este reportaje. La Clínica Alemana se excuso a través de un comunicado que planteaba lo siguuiente:
“No nos es posible comentar el caso de manera pública por respeto a la confidencialidad a la que estamos obligados, en atención a la ley 20.584 sobre derechos y deberes del paciente. No obstante, es importante considerar que, en casos como éste, es fundamental esperar la resolución de la justicia, dada la complejidad técnica de los actos médicos implicados”.
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Leonardo Orellana se instaló en un dormitorio del primer piso de su casa que acondicionó con un baño portátil y una ducha cerca. Cuando iba al baño, uno de sus hijos tenía que limpiarlo. Verse así de frágil, lo afectó más de lo que imaginó.
–Estuve acostado sobre un sillón seis meses, mirando el techo.
Que todo esto sucediera en medio de la pandemia no lo hizo más fácil, dice su esposa:
–Mi marido no era mi marido. Él antes era superpower, como de que nunca nos iba a faltar nada. Pero ahí estaba disminuido, callado día y noche en su silla de ruedas, con las piernas cada vez más flacas. A él nunca le gustó depender de nadie y ahora había que limpiarlo, bañarlo y vestirlo. Eso duró como dos años.
Un informe de su psicólogo lo describió así:
“El paciente se desconoce, en la medida que ya no desea compartir ni con su familia ni con sus amigos. Relata que muchas veces hace grandes esfuerzos para asistir y participar en las actividades, pero que los dolores y síntomas corporales le dificultan su permanencia, al mismo tiempo que se incomoda porque siente que su familia lo mira distinto. Comenta que muchas veces preferiría estar aislado de todos y ausentarse de estos encuentros”.
Todo eso lo distanció de Carolina:
–Verlo así fue muy desgastante. A lo mejor fue culpa de ambos, no sé, pero nuestra relación matrimonial se fue a la mierda.
Orellana también lo recuerda.
–Mi esposa se sentaba conmigo y me decía esto cambió desde que te operaste. Estuvimos hablando de separación y todo. Al final, lo único que pensaba es que, si me moría, iba a estar mejor.
En ese proceso Orellana vendió su participación en seis empresas y eso no fue todo. En julio de 2022 el doctor Baar le diagnosticó una infección en los huesos. Tuvieron que cumplir un tratamiento con vancomicina que le produjo problemas estomacales. Según Orellana, iba al baño seis veces al día.
Mientras tanto el juicio fue avanzando. La rendición de pruebas quedó fijada para el 11 de abril. Unas semanas antes, el 24 de marzo, estaba programada la operación en la Clínica Los Andes en la que Baar le quitaría los tres clavos Precice restantes a Orellana, reemplazándolos por unos de trauma.
–A Baar le dieron el pabellón y manda a pedir los instrumentales Precice que necesita para retirar estos clavos a Bioimplantes –explica el abogado Juan Kehr–. La gente de Bioimplantes, al enterarse, se negó porque dijeron que Leonardo les debe la plata de los clavos originales que no pagó.
Según Kehr, la cirugía fue cancelada el 21 de marzo a las 18.00.
Para Leonardo Orellana, que ahora camina apoyado sobre un burrito, habría sido la última operación. La ironía de todo es que consiguió la estatura que quería, pero sigue mirando a todos desde abajo: hoy no puede pasar más de diez minutos de pie.
Aunque en estos tres años hay algo que sí cambió. Es la respuesta a una pregunta que le hacía Carolina Villalobos:
–Le digo, ‘si pudieras apretar un botón, ¿volverías a ser el de antes, aunque fueras más bajo?’. Ahora me dice que sí.