Es mediodía del domingo 7 de febrero. Han pasado 40 horas desde la disputa entre el sargento segundo de Carabineros Juan Guillermo González (32) y el malabarista con machetes -o sables- Francisco Andrés Martínez (27), que terminó con la muerte de este último. Pero en la esquina principal de Panguipulli, donde acontecieron los hechos, aún se siente una fuerte tensión.
Junto a los semáforos caídos en la intersección de Pedro de Valdivia con Martínez de Rozas, flores secas, velas apagadas, un gran paño de tela negro y restos de barricadas, muestran el lugar exacto donde cayó el joven tras recibir seis impactos de balas.
La dinámica de los disparos que investiga el Ministerio Público es la siguiente: un primer balazo al piso, el segundo a la caja metálica en que se protegió la víctima, luego uno al pie, otro al muslo, uno en la ingle y, cuando iba cayendo, uno al tórax. Este último, según el informe del SML, fue el que le causó la muerte.
A metros de la zona cero, la municipalidad y varias oficinas públicas incendiadas la noche del viernes 5 continúan humeando y el gas lacrimógeno -que la tarde anterior del sábado buscó dispersar nuevas protestas- permanece en el aire y se mezcla con el olor a madera carbonizada y a parafina que, según Bomberos, y una serie de videos viralizados en redes sociales, fue utilizado como acelerante.
La soledad de esa tarde en esta comuna que se encuentra en Fase 2 (con cuarentena los fines de semana) ayuda a configurar una escena más parecida a una película de guerra. Todo lo contario al eslogan que da la bienvenida a “La ciudad de las rosas” que, como nunca, lucen secas y marchitas.
En medio de la destrucción del barrio cívico, están intactas enormes esculturas de madera nativa -con figuras mapuches-, como si alguien las hubiera protegido esa noche de furia.
Intentando caminar por las brasas apagadas, Walter Becerra, un encuestador del Registro Social de Hogares del municipio, intenta rescatar alguna ficha que no haya sido devorada por el fuego. “Al menos para guardarlas de recuerdo”, dice, mostrando un archivador con páginas a medio quemar.
Un poco más allá, en los restos de lo que quedó de la Oficina de Correos, una funcionaria, con la ayuda de su marido, intenta equilibrarse entre los escombros en busca de las llaves de un contenedor que tenían como bodega en otro lugar.
Impactan también fichas médicas -a medio quemar- repartidas por el viento en toda la plaza.
Mientras concejales y funcionarios municipales intentan rescatar alguna cosa, los pasajeros de autos que a esa hora transitan por la Av. Pdte. Alessandri -con su permiso especial de cuarentena- graban con sus celulares el triste paisaje: videos que se sumarán a las decenas de grabaciones que circulan en las redes sobre lo ocurrido desde las 15.30 del viernes hasta la medianoche que, sin duda, serán pruebas en la investigación encargada por el jefe de la Fiscalía de Panguipulli, Marcelo Leal.
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El lunes 8 no hay cuarentena, las calles están repletas, el comercio con filas, al igual que la bencinera del centro. Conductores y peatones transitan lentamente por la equina donde ocurrió la muerte de Francisco Martínez, captando con sus teléfonos una improvisada animita.
Es el único tema de conversación en el pueblo: un tema complejo que provoca discusiones familiares, entre padres e hijos y entre amigos. Por ejemplo, unos que a esa hora discutían por el filo de los sables del malabarista.
-Loco: los sables son especiales para hacer malabares. No tienen filo -dice uno.
-¡Qué importa! No te puedes tirar contra un paco con armas blancas -responde el otro.
Con este y todo tipo de argumentos, Panguipulli se divide en dos. Están quienes apoyan el actuar del carabinero, sosteniendo que actuó en defensa propia cuando Martínez se le abalanzo con sus machetes, y los que condenan duramente el actuar policial, por considerarlo desproporcionado.
“Todo esto es culpa del comunista del alcalde, que prometió sacar a estos mochileros y no hizo nada hasta que quedó la cagá”, señala un taxista con su auto estacionado esperando pasajeros, que -sin dar su nombre- respalda la acción del uniformado.
En otra vereda, el werkén (vocero) del Parlamento Mapuche de Coz-Coz, Jorge Weke, declara: “Estamos aquí para honrar al hermano asesinado por un cobarde policía. Francisco participaba en nuestros movimientos, era un chico muy pacífico a quien conocí bastante. Él se sintió violentado, amenazado, e intento defender su vida. (Los sables) eran sus herramientas de trabajo, su sustento económico”.
El concejal Carlos Durán (UDI) dice que “se pueden decir muchas cosas de él (Francisco), pero nadie puede quitarle la vida a otra persona así. Nadie puede morir de esa manera. Y si la defensa del carabinero argumenta que él actuó en legítima defensa, hubo varios puntos del protocolo del uso de las armas que no se ajustaron a ese derecho”.
Hay algo en lo que todos concuerdan: los hechos violentos posteriores se desencadenaron con rapidez. Las protestas comenzaron después de que el cuerpo de Martínez fuese llevado a la morgue. Al atardecer comenzaron las barricadas y los incendios fueron entre las 20.30 y las 22.30.
Muchos dicen que las declaraciones del alcalde, Rodrigo Valdivia, fueron apresuradas y “calentaron” los ánimos. Lo que provocó la quema del municipio y las oficinas de Correos, Registro Civil, Chile Atiende, Juzgado de Policía Local, la Empresa de Servicios Sanitarios (Essal) y el Departamento Social de la comuna.
Momentos después de lo sucedido, en conversación con 24 Horas, el edil socialista dijo que “inicialmente uno podría ver que fue en defensa propia. Desconozco la motivación de Carabineros con respecto a esta acción”.
“Lo que a mí me interesa es que se restablezca el orden público, el tránsito vehicular, peatonal, y que Panguipulli vuelva a la normalidad. Nunca habíamos tenido un nivel de violencia de este tipo en Panguipulli. Entiendo que es un grupo de mochileros que venía de la zona de Pucón, Villarrica, Coñaripe y llegó hasta acá (…)”, agregó en otro contacto con Tele13.
Otros testigos desmienten que las palabras de Valdivia hubiesen tenido algo que ver en los ataques al barrio cívico, argumentando que antes una turba intentó acercarse a la comisaría, a la Parroquia San Sebastián de la ciudad, fundada en 1903, y al Cesfam.
Sin ir más lejos, vecinos recuerdan que la noche del viernes 8 de enero fueron atacadas la comisaría y las dependencias de la Fiscalía en Panguipulli, tras una manifestación efectuada en distintas calles de la comuna.
Lo cierto es que el martes el alcalde -a través de una declaración en Facebook live- ofreció disculpas.
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Hacía varias semanas que Carabineros y la seguridad ciudadana de la comuna venían recibiendo decenas de reclamos diarios por el actuar de un grupo grande de “mochileros” que habían convertido la plaza principal de Panguipulli en su “centro de operaciones”. Desde ahí se repartían los pocos semáforos que existen en el pueblo para limpiar parabrisas o pedir dinero. También se sentaban afuera de los principales supermercados y minimercados.
La mayoría de los reclamos apuntaban a la “violenta” forma de enfrentar a los automovilistas y de “machetear”, el término usado para pedir plata. También a que tomaban alcohol en las veredas y bancos de la plaza.
“A mi tío le escupieron el parabrisas por no darle monedas”, cuenta un trabajador de la estación de servicios Copec, ubicada en la zona donde ocurrieron los hechos.
“Ellos se ponen a tomar aquí afuera del local y a fumar marihuana y reaccionan muy violentamente si les pides que salgan”, señala la empleada de un local de zapatillas.
Por lo mismo, en los últimos meses de pandemia, hay días en que no ha sido fácil la convivencia entre panguipullenses, los veraneantes que llegaron en masa y los mochileros que se instalaron el lugar.
“Yo creo que esto fue un descontento social y general que se venía acarreando desde hace un tiempo en Panguipulli y, lamentablemente, el fallecimiento de este joven, en las condiciones que todos vimos, fue lo que gatilló todo”, señala el comandante de Bomberos de Panguipulli, Rodolfo Zúñiga, sentado en una banca afuera de la Segunda Compañía.
Germán Vergara, alcalde independiente de la vecina comuna de Villarrica, cuya municipalidad intentó ser quemada el lunes, corrobora estas versiones: “Por lo que me informa Carabineros, toda esta gente llegó para el eclipse y se quedó en la zona. La mayoría son punks que se trasladan de un balneario a otro. Varios de los detenidos que atacaron nuestro municipio tienen prontuario y el principal sospechoso llegó desde Viña del Mar la semana del eclipse”.
Pese a no ser afuerino, la apariencia de Francisco Martínez -conocido en Panguipulli como “Franco”, “El Tíbet” y “Panchito”- era muy parecida al de estos mochileros, con quienes debió convivir este verano.
Pero más allá de los dread locks, la forma de vestir o la simpatía a la causa mapuche, la forma de ser del joven malabarista no tenía nada que ver con las conductas denunciadas por los habitantes y turistas del pueblo.
Todos los consultados afirman que Francisco Martínez era conocido en el lugar, incluso por los carabineros. Pero esa tarde los uniformados que fueron enviados a hacer los controles de identidad, entre ellos el sargento González, no eran de Panguipulli. De hecho, habían llegado a reforzar la comuna como parte del “Plan Verano”. Por lo mismo, llevaban muy poco tiempo ahí.
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La noche anterior a su muerte, Francisco Martínez había estado dirigiendo el tránsito a cambio de alguna moneda en otra de las esquinas principales del pueblo. Esto, porque un corte de luz en el sector había apagado los semáforos en el sector de Etchegaray con Ramón Freire.
La gente del Panguipulli lo conocía muy bien. Todos concuerdan que era pacífico, respetuoso y que había participado activamente en las movilizaciones del estallido social en esta comuna.
“No era una persona violenta, no le gustaba que le regalarán nada, siempre entregaba algo a cambio, se ganaba la vida vendiendo artesanía, parches curitas o realizando sus malabarismos”, cuenta el concejal socialista, Edison Pinilla.
De acuerdo con el testimonio de su hermana, Martínez padecía de esquizofrenia: una enfermedad que nunca quiso tratarse, pese a la insistencia de ella.
Cinthya Antiman, joven bombera de la 2° Compañía de la comuna, cuenta que “una vez (Martínez) me dijo que él podía leer la mente de las personas y que siempre sabía lo que los demás estaban pensando”.
Otro joven cuenta que cuando en el liceo les pedían manualidades con alambre acudían a él.
El joven, que vivía en una carpa en un costado del supermercado El Trébol, había dejado su casa en Puente Alto a los 18 años. En 2015 se habría asentado en Panguipulli, durmiendo en la calle y en la playa, y trabajando como artista callejero, malabarista y artesano.
En una de las esquinas donde hacía malabares hay una caja de metal que controla los semáforos, donde Martínez pintaba con plumón negro frases cortas o palabras. “Reforma”, “la hechicería”, “no te dejes engañar”, “todos con intercomunicadores”, “cadáver”, “con el brujo”, varias de las que hasta hoy permanecen ahí.