La familia Ibacache Valdivia no podrá conmemorar este 21 de marzo el primer aniversario de la partida de Carmen. Tenían pensado hacer una misa de 20 personas en una parroquia ubicada a dos cuadras de su casa, pero el anuncio de cuarentena en Renca obligó a su suspensión. “Cada uno la va a recordar por su cuenta”, dice Jorge Lozano Ibacache, uno de los nietos de la mujer fallecida.
A un año de su muerte, la primera familia chilena que perdió a un ser querido a causa del coronavirus aún no ha podido reunirse para despedir a su abuela, ni dejar sus cenizas en el cementerio. “Todo ha sido complejo, por la contingencia que ha pasado no nos hemos podido juntar. Renca ha estado harto tiempo en cuarentena, le ha tocado muy duro, y en ese sentido a la familia también. Nunca tuvimos una ceremonia de despedida”, lamenta Francisco Lozano Ibacache, otro de sus nietos.
Sonia del Carmen Valdivia Órdenes murió a las 12.20 de la noche, sin la compañía de su familia, en el Hospital San Juan de Dios. La información fue entregada a todos los chilenos a las 14.16 por el entonces ministro de Salud, Jaime Mañalich, a través de su cuenta de Twitter: “Tenemos que lamentar el primer fallecido en Chile por Covid-19. Es una mujer de 82 años, postrada, en la que se optó por un manejo compasivo”.
“La Carmen”, como la llamaban sus cercanos, fue madre de dos hijos, abuela de ocho nietos, nueve bisnietos y dos tataranietos. Vivió prácticamente toda su vida en Renca. Crió a sus hijos sola, y para lograr mantener su hogar, se apoyó de sus hermanos para que pudieran cuidar de sus niños mientras ella hacía de trabajadora de casa particular. Solo dejó de hacerlo hace siete años, cuando un accidente vascular la dejó con movilidad reducida. Desde entonces, la mayor parte del día la pasó en cama. Cuando se movía por la casa, lo hacía en silla de ruedas, asistida por otra persona.
A pesar de sus condiciones, Carmen Valdivia -con ayuda- sí salía de su casa. “Un hijo vivía con ella y el resto siempre estuvimos cerca. Aunque nos hubiésemos casado o viviésemos en otras comunas. Era costumbre ir para allá, llevarla a comprar. Porque debido a su enfermedad quedó con secuelas y necesitaba ayuda”, dice Francisco Lozano.
Además de su hijo que la veía todos los días, su hija Nancy Ibacache siempre fue muy cercana. Vivía a sólo dos cuadras de distancia. Por esta proximidad, cuenta Jorge Lozano, era muy común que Carmen Valdivia fuese a almorzar los fines de semana donde su hija Nancy. El domingo 8 de marzo no fue una excepción.
El contagio
Ese día el Covid-19 aún era un concepto lejano dentro de la vida de Carmen Valdivia. Sus planes ese domingo eran almorzar donde su hija y ver a su familia.
“Estaban mi abuela, mi mamá, mi papá, mi hermano y dos primos. Fue parte de la rutina de almorzar con tu familia, no una gran comida familiar”, explica Jorge Lozano. Días más tarde se enterarían de la mala noticia: “Un primo político, sin saberlo, estaba contagiado del virus”, dice Lozano, quien no fue parte del almuerzo familiar. Sin que nadie lo supiera, esa era la última vez que la familia Ibacache Valdivia estaría con Carmen Valdivia.
El familiar contagiado presentó las primeras molestias -síntomas similares a los de una gripe- producto del coronavirus al día siguiente del almuerzo. Se dirigió a un consultorio en Puente Alto, su comuna. Allí le dijeron que lo más probable es que fuese una amigdalitis. Escuchó las recomendaciones del médico y volvió a casa, pero al otro día su situación se agravó. Decidió ir a una clínica para consultar una segunda opinión. Pero le dieron el mismo diagnóstico.
Posteriormente se lo comunicaron: una mujer se había contagiado en el Compin de Santiago Centro, donde él trabajaba como guardia. Estuvo, sin saberlo, expuesto durante más de una semana. El lunes siguiente, una semana después del almuerzo familiar, debió ser hospitalizado en el Hospital del Trabajador. Esa misma tarde le realizaron un test y, tras un día de espera, le comunicaron el resultado: estaba contagiado. Era el 17 de marzo.
La esposa del guardia del Compin fue quien informó a todos los amigos y familiares que habían estado cerca de su marido en los días previos acerca de la situación. Por precaución, todos los que habían estado presentes en el almuerzo del 8 de marzo fueron a hacerse el examen. Jorge Lozano, quien además es concejal de Renca, llamó apenas se enteró de lo que ocurría en su familia al alcalde. Fue él quien mandó al domicilio de Carmen Valdivia a una enfermera que se encargó de tomarle los signos vitales.
Esa misma tarde también llegó a la casa personal de salud de la Municipalidad de Renca para realizarle el examen a Valdivia y a uno de sus nietos. Desde ese momento toda la familia Ibacache Valdivia empezó una cuarentena preventiva. Al otro día les llegó el resultado: ambos eran positivos y se sumaban a la lista de contagiados.
Valdivia, debido a su edad y condición, fue trasladada -cuando aún no había presentado síntomas- en ambulancia al Hospital San Juan de Dios. Fue la última vez que cruzó la puerta de su hogar y, lamenta su familia, la última vez que pudieron verla con vida. “No pudimos comunicarnos con ella ni siquiera por teléfono el tiempo que estuvo en el hospital. Ella salió en buen estado de casa. No se contactaron con nosotros en ningún minuto, ni siquiera nos llamaron para decirnos en qué pieza se encontraba, o si estaba hospitalizada”, dice apenado su nieto, Jorge Lozano.
El 21 de marzo, durante la noche, sin que nadie en su familia supiera, la condición de Sonia del Carmen Valdivia se agravó. A las 12.20, producto de un complicado cuadro respiratorio agravado por una enfermedad pulmonar, falleció. Era la primera víctima de Covid-19 en el país. Un año después la cifra superaría los 22 mil decesos.
El luto
Francisco Lozano no tuvo tiempo para procesar la partida de su abuela. “Yo trabajo en el área de salud, en la sección respiratoria para la Municipalidad de Peñaflor. He visto a varias personas fallecer por coronavirus. Fue complejo, en el sentido que yo estaba peleando desde adentro, y enterarme de que la primera fallecida había sido mi abuela fue duro”, dice.
Desde el inicio de la pandemia, Lozano cuenta que no ha podido parar de trabajar. Eso le ha significado no poder procesar completamente lo que ocurrió. “No tuve mucho tiempo para poder vivir el dolor, porque tenía que seguir dándole al trabajo. Compañeros se contagiaban todos los días, tenían que salir y uno debía realizar dobles turnos. Entraba a las ocho de la mañana y salía a las siete de la mañana del otro día. Fue de locos. Recién asimilé todo tiempo después. Fue un peso muy grande”, cuenta.
El deceso rápidamente llegó a las autoridades. Arturo Zúñiga, el entonces subsecretario de Redes Asistenciales del Minsal, recuerda ese día: “Nosotros sabíamos que en cualquier minuto iba a ocurrir que una persona falleciera, sobre todo porque ya llevábamos más de 500 casos confirmados. Por ser a quien le llegaba la información de los hospitales, fui yo quien le transmitió la noticia al ministro. El día anterior nos habían informado que la mujer tenía una leve mejoría, pero en la madrugada empeoró mucho, mostrando el comportamiento del virus que de un día para otro te puede tirar para abajo”.
El Hospital San Juan de Dios emitió un comunicado ese día informando la situación: “Fue atendida por nuestro equipo clínico de acuerdo con los protocolos establecidos para tratar esta enfermedad y se decidió otorgarle manejo proporcional. Es decir, solo se le realizaron maniobras que ofrecieran un real beneficio a la condición de la paciente”. Zúñiga explica la razón detrás de esta determinación: “Se optó no aplicar medidas muy invasivas como la ventilación mecánica, considerando que la mujer tenía una edad muy avanzada”.
Jorge Lozano afirma que la familia no decidió nada y que el trabajo fue realizado exclusivamente por el personal médico del hospital, considerando el estado de su abuela. Durante los tres días que estuvo hospitalizada, nadie pudo verla debido a los protocolos del Minsal. “El día 21 de marzo nuestra Carmen cerró los ojos y se fue en sueño eterno, sin dolor alguno”, escribió Jorge Lozano en el comunicado público que emitieron como familia el 22 de marzo, un día después de la partida de su abuela.
Hablar sobre el tema no es fácil para la familia Ibacache Valdivia. Dicen que nunca lo fue y nunca lo será. “Los primeros tres meses fueron muy desgastantes, porque me llamaban periodistas de todos lados. Aunque yo sea el político de la familia, nunca quise hablar sobre esto. Agotaba mucho que fuera todos los días. Era un cansancio adicional”, expresa el concejal de Renca.
“Era la única abuela que estaba con nosotros. Era la matriarca de toda la familia. Ya era incluso tatarabuela. Uno está preparado, porque sabe que en algún momento tus familiares van a partir. Solo que no sabíamos que iba a ser tan pronto”, reflexiona Francisco Lozano.
Hoy, a un año de la partida de Carmen Valdivia, su familia pide una pausa. “Lo único que queremos en estas fechas es estar tranquilos. Es complicado para nosotros hablar de esto, porque recién ha pasado un año”, manifiesta Jorge Lozano. De hecho, ningún otro miembro de la familia quiso participar de este reportaje.
Tras un año, las cenizas de Carmen Valdivia permanecen en casa de uno de sus hijos, con quien vivió hasta sus últimos días. “Queremos ir a dejar las cenizas todos juntos como familia. Esa es la razón de que aún ella esté en ese hogar”, explica Jorge Lozano.
Francisco Lozano añade que el contexto de pandemia, y que la cuarentena en Renca vuelva a presentarse como una realidad ahondan en la sensación de la falta de un cierre: “Yo creo que como familia ese es el dolor que uno siente. De no poder despedirse de su abuela”.