Eran alrededor de las 5.00 del sábado 13 de enero. Marisol Cumsille (64) estaba en su casa, durmiendo, cuando sonó su teléfono. Era su hijo, Simón Wilhelm. “Mamá, se está quemando el café”, le dijo. Cumsille se alistó rápido, tomó su auto y partió rumbo al local. Mientras manejaba se saltó algunos semáforos, incluso anduvo en dirección contraria por la calles adoquinadas del casco histórico de Valdivia. Al llegar, vio la casona 787. Su café, “La última frontera”, uno de los más emblemáticos de la ciudad, estaba envuelto en llamas que alcanzaban los siete metros de altura.
Bomberos y Carabineros ya trabajaban en el lugar. Los empleados del bar, que estaban en un local de comida cruzando la calle, observaban todo llorando. En cosa de horas la casona de madera, construida hace 116 años, quedaría reducida a cenizas.
Mirando todo esto, Marisol Cumsille recordó algo que le dijeron el día anterior: un extrabajador había dicho que quemaría el bar.
Mientras el humo irradiaba hacia los otros cafés de la calle Vicente Pérez Rosales, Cumsille no podía sacarse una idea de la cabeza:
“Al final lo hizo, pensé. Quemó el bar”.
La amenaza del mesero
Bruno Paredes tenía 28 años cuando llegó a trabajar a “La última frontera”. Era 2018 y él, nacido en Sao Paulo, pero ya con dos años de residencia en Chile, apareció en Valdivia pidiendo trabajo. Marisol Cumsille lo contrató como garzón en su bar que, tras abrir sus puertas 19 años antes, ya se había fabricado una fama en la vida cultural de la ciudad. A “La última frontera” no sólo se iba a comer y a beber, sino que también era donde se hacían lanzamientos de libros, conversatorios y un lugar en el que las bandas podían tocar en vivo.
Eso ayudó a que el bar creciera. De arrendar dos habitaciones, un baño y una cocina pequeña de esa casona, Cumsille pasó a ocupar siete piezas, una bodega y jardín.
Esa era la clase de lugar al que Paredes llegó a trabajar hace seis años. Ahí comenzó una relación con una anfitriona del bar. La mujer, contactada por LT Domingo, no quiso participar de este reportaje. Ese no fue el único vínculo que el brasileño desarrolló en su trabajo. En “La última frontera” también conoció a Danilo Oporto, un garzón un año menor que él, que se convirtió en su amigo. Oporto lo alojó y apoyó cuando Paredes no pasó por una buena situación económica. Eran íntimos.
Entonces pasó. El 2 de octubre de 2023, Danilo Oporto fue encontrado muerto. Fue un suicidio. El fallecimiento afectó profundamente a Paredes, según sus compañeros de trabajo. No sólo se veía más desganado y deprimido, sino que también afectó su salud. No mucho después, el garzón pidió una licencia médica. Aún así, seguía apareciendo en el bar ocasionalmente. Cuando lo hacía, en atención a su salud, sus compañeros tenían prohibido servirle alcohol.
El jueves 11 de enero fue uno de los días en que apareció en “La última frontera”. Sólo que esta vez fue distinto: según testigos, eran las 2.30 am y, a pesar de que el bar tenía que cerrar, Bruno Paredes no quería irse. Ahí comenzaron los problemas. Una garzona hizo un comentario sobre la relación de Paredes con la anfitriona, insinuando que había maltrato, y eso descompensó al brasileño. Se subió a unas bancas y comenzó a gritarles a todos, hasta que terminó yéndose.
La escena afectó a los trabajadores. Al día siguiente, de hecho, la garzona que provocó la ira de Paredes fue a la Comisaría de Valdivia para denunciarlo por amenazas. Aún así, la noche del viernes estaba tranquila. Había un DJ, se estaba presentando una cerveza y las mesas estaban ocupadas.
Fue ahí que Bruno Paredes apareció. Era la 1.30, estaba con su pareja y, según testigos, comenzó a gritar “se ensució mi nombre y vengo a limpiarlo”. También un vaso y molestó a clientes. Personas que estuvieron ese día dicen que estaba descontrolado, que intentaron sujetarlo entre varios trabajadores y, aún así, no lograron reducirlo.
Cuando sí pudieron sacarlo, Paredes no aceptó irse: volvió lanzándole ramas a los que antes habían sido sus compañeros de trabajo y, según lo que expuso la Fiscalía de Valdivia dos días más tarde, hizo una advertencia:
Frente a todos los comensales gritó: “Voy a quemar esta huevá”, y luego desapareció. Los trabajadores tomaron la amenaza en serio. Decidieron cerrar, a pesar de que aún no eran las 3.30. Cumsille se enteró por teléfono y estuvo de acuerdo. Desde el estallido social que, por protocolo, cierran inmediatamente en caso de disturbios. Cuando bajaron las cortinas, algunos trabajadores regresaron a sus casas. Otros se fueron a pasar el rato a locales aledaños.
Doce minutos después, a las 3.34, a Cumsille le llegó una notificación de la compañía de seguridad: “Me avisaron que había movimiento en la puerta del patio. Yo miré y no vi nada. Después me llamaron de nuevo, otra vez diciendo que había movimiento en la puerta del patio. Ellos también miraron y tampoco había nada. Entonces dije, ‘bah, no hay nada’”, cuenta Cumsille.
Por eso se fue a dormir tranquila.
Lo que ella no sabía era que, al día siguiente, Bruno Paredes admitiría que esa madrugada salió a caminar portando cartones y su encendedor morado.
La confesión
Incluso antes del incendio, no habían sido semanas fáciles para Valdivia. El 23 de noviembre “Caballita” y “Viejito”, dos perros típicos de la ciudad que rondaban el “Café Palace”, fueron muertos por el dueño de ese local. Las cámaras de seguridad lo captaron y, cuando se hizo público, el café fue vandalizado. Hasta hoy sigue cerrado.
El 13 de diciembre se quemó el popular bar cervecero “El Growler”, de Isla Teja. El origen del siniestro no habría sido intencional. Tres semanas más tarde, dos alumnos de Ingeniería Civil Industrial de la Universidad Austral fallecieron en un accidente en motocicleta, cerca del puente Calle Calle. Todos esos hechos les hacían creer a los valdivianos que su ciudad estaba maldita.
El incendio de “La última frontera” sólo parecía dar sustento a esa creencia. Para los parroquianos del bar, estos antecedentes hacían aún más triste lo que había pasado. Javier Aravena, director y cantante de la banda valdiviana “La Rata Bluesera”, dice que todavía no es “capaz de ir a ver dónde se quemó. No me atrevo”.
De todas formas, no quedaba mucho que ver. A pesar de que los bomberos llegaron al lugar a las 5.45 del sábado 13, el incendio sólo logró ser controlado a las 21.00, después de 15 horas. El fuego no sólo afectó a “La última frontera”, también consumió las oficinas del FicValdivia, del Centro de Promoción Cinematográfica de Valdivia, Valdivia Films, la productora La Jirafa, la Cooperativa La Manzana y, también, parte del techo de la logia masónica.
A pesar de que Marisol Cumsille estaba segura de quién estaba detrás del siniestro, no tenía ninguna prueba. Eso cambió el sábado. Ese día en la tarde, acompañado del abogado Rafael Irarrázaval y su pareja, Bruno Paredes fue a entregarse a la 1a. Comisaría de Valdivia. Le tomaron declaración y confesó ser el autor del incendio. Al día siguiente el fiscal Carlos Bahamondes lo formalizó por incendio de edificio no habitado e incendio de otros objetos, en una causa donde la delegación presidencial de la Región de Los Ríos se hizo presente como querellante. Debido a la gravedad de los delitos, por los que arriesga hasta 20 años de cárcel, Paredes quedó en prisión preventiva mientras se realiza la investigación.
Mientras eso avanza, Marisol Cumsille ya tiene una idea de lo que puede haber pasado. “Después de que yo puse la alarma y los chicos se fueron, este tipo entró y armó un fuego. Según su confesión, en la bodega prendió dos palos. Como es una casa antigua, y en la bodega se guardaban aserrín y leña, seguramente esto empezó a arder de a poco”, especula la dueña.
A pesar de la confesión, la Fiscalía aún necesitaba evidencia material que situara a Paredes en el origen del incendio. Esa prueba apareció el mismo sábado, cuando bomberos encontraron un encendedor morado a 15 metros de la casona.
No fue lo único que apareció.
Este martes, Cumsille llegó una vez más al terreno para ver si podía rescatar algo de lo que quedaba entre los escombros. En las cenizas encontró algunas cosas: 14 pisos de metal, un candelabro, una mesa de fierro y dos ollas. De todo lo que pudo recuperar, hubo un objeto al que le dio un mayor simbolismo: una caja registradora antigua que, de forma inexplicable, sobrevivió al fuego.
A pesar de no tener ningún seguro comprometido, de la maldición que pareciera esparcirse por Valdivia y que, con 64 años, va a tener que empezar de cero, Marisol Cumsille proyectó su futuro sobre ese objeto.
Si vuelve a abrir “La última frontera”, dice, quiere tenerla ahí: como un recuerdo de resiliencia y todo lo que se perdió.
“Estaba hecha con fierro antiguo. No quedó igual, porque se le derritieron algunas piezas, pero está entera”.
Cuando Cumsille lo dice, pareciera que estuviera hablando sobre ella.