Siempre se sintió el bullicio. En un estadio cuyo ambiente era como de un torneo aparte, sin cánticos ni lienzos, con equipos de regiones compitiendo en la capital, y con una cantidad de público capaz de ser contabilizada en menos de un minuto, siempre se escuchó que afuera algo se movía.

Eran pocos hinchas y vecinos los que se manifestaban pacíficamente en lo físico. Algunos, no tanto en lo verbal.

Jugando al "que no caiga" con un balón desinflado, mostrando lienzos en memoria de Camilo Catrillanca, interrumpiendo el tránsito de la calle Enrique Olivares, y cantando por los que han muerto en lo que ellos interpretan como una lucha. Un grupo que enarboló varias banderas, pero que la principal era la de oponerse a la realización del fútbol y que a la vez lamentaba que una convocatoria general de barras no estuviera siendo allí. Un puñado que gritaba consignas a favor del movimiento social y en contra de la clase política. Que golpeaba un basurero como si fuera un bombo para que jugadores los oyeran desde la cancha. Que funaba a miembros de la prensa acusándola de ser infiltrados policiales. Que increpaba duramente a los pocos seguidores que iban ingresando al recinto, tratándolos de maricones y de traidores del pueblo, incluso hacia un niño cuya camiseta celeste de Deportes Iquique le llegaba hasta el muslo. Se fue poniendo así a las afueras del Bicentenario de La Florida, recinto que fue el laboratorio para experimentar el retorno del fútbol chileno tras el estallido social y cuyos científicos se dieron cuenta con el ensayo y error que las condiciones no estaban dadas para que rodara la pelotita.

Y se cumplió la hora de partido entre los nortinos y La Calera y los controles de ese bullicio aumentaron el volumen. Hasta que el ruido de los bombazos paralizó el compromiso. En tres buses del Transantiago llegaron desde el Monumental, en donde estaban reunidos, unas 200 personas con banderas y camisetas de Colo Colo por un objetivo: cortar el partido. La fecha. El torneo. Y consiguieron -hasta ahora- dos de tres etapas, porque tras derribar las rejas, unos cuatro de ellos se asomaron a la cancha y lanzaron los peñascos que tenían, amedrentando a los deportistas y compañía. Algo que se había anunciado por los medios 40 minutos atrás, que la supuestamente Garra Blanca llegaría a imponer sus condiciones de la manera que fuera.

Como si nada hubiese pasado, colindante al estadio se jugaba una liga amateur, sin importarle a los deportistas por afición respirar el gas de las bombas lacrimógenas que al rato de lanzaron. Respecto a los profesionales, en tanto ninguno de los consultados escondió las sensaciones de algo tan poco usual, ni esquivó las palabras miedo, peligro, inseguridad, temor. "Sentí miedo por mi familia, que estaba en las tribunas", contó Nicolás Stefanelli, delantero calerano. "Fue peligroso. Mantuvimos la calma y preferimos refugiarnos en el camarín", manifestó Abel Hidalgo, defensa de los Dragones celestes. "Claramente te sientes inseguro cuando hay alguien con intenciones de agredirte", señaló el zaguero cementero Christian Vilches. "Temor, porque pensamos que nos podía pasar algo a nosotros", añadió Sebastián Pérez, arquero iquiqueño.

La cara de Gamadiel García comunicaba inquietante preocupación y se podía leer como una expresión de lamento al verse frente a una situación que imaginó. Sensaciones terribles y amargas tras el tira y afloja de toda una semana que culminó en bochorno. Las barras bravas le tienen tomada la mano no solo al fútbol, sino que al país, en el comentario del presidente del Sifup: "La gente que destroza en general, está liderando la contingencia nacional hoy en día. En el fútbol, en la calle, en los colegios. No tenemos cómo detenerlos. En este caso estoy preocupadísimo por la integridad de los jugadores y en un peor caso, en La Florida pudo haber ocurrido alguna desgracia. Yo no me voy a poner esa mochila".

Lo que pasa con el fútbol es un reflejo de lo que pasa por estos días. Según el gobierno, en palabras de la vocera Karla Rubilar, el narcotráfico y los núcleos de las barras son los responsables de orquestar la violencia que se vive en las calles. La cabeza del Sifup exige que se cuente con el contingente policial para detenerlo si fuese así. La detención de un menor de 16 años identificado por la quema del metro y ligado a sectores de fanáticos albos pueden asociarse a lo que dijo la ministra. Aunque la Garra Blanca con mucho cuidado se desmarca aludiendo a que no hay una conexión con la organización central.

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Afiches de los principales equipos de fútbol de la Primera División y que llaman a la unión entre barras, apareció pegado en la fachada del Edificio de la Telefonica

FOTO: AGENCIAUNO[/caption]

El deporte más popular, la actividad que no ha podido arrancar. Ni con un partido que aunque muy profesional, en los números poquísimo congregaba y que anticipó que hacer jugar a los equipos grandes sería un descalabro. La realización de masivos recitales o el show del mejor tenista de la historia a arena repleta son ejemplos que llaman a discutir el nivel de influencia de las facciones más violentas que las hinchadas están ejerciendo.

En sus redes sociales oficiales, las barras más grandes de Chile llamaban al boicot con distintos tonos. La Garra Blanca amenazó que "no se juega". Un hincha albo afuera del estadio floridano el viernes por la mañana mostraba el post y anticipaba que el grupo se organizaría para no dejar entrar a quienes fueran al Monumental, cosa que no fue necesaria. Los de Abajo, en su comunicado oficial, se limitó a hacer el llamado a no asistir a las gradas, mientras unos cuantos miembros de Los Cruzados también usaron la consigna utilizada por los albos, acompañando la foto de un grupo de hinchas que de noche se manifestó afuera de San Carlos. La crisis social los ha hecho notar, y a su vez ha unido sorpresivamente los colores azules y blancos. No han hecho noticia por pelearse entre grupos de distintas camisetas y las barras han entregado una visión de unidad entre ellas por un objetivo en común y por una lucha que no los pone frente a frente, como sí un Superclásico.

En Universidad de Chile parten por cuestionar el uso del término "barra brava" o "barrista" cuando así se les nombra a grupos de delincuentes que se escudan detrás de una camiseta. Para el club puede haber muchos análisis, pero que es labor de Carabineros la que debe determinar si los que imponen la violencia son los mismos que van todas las semanas al estadio a ver a su equipo. "Son métodos básicos de inteligencia que no se están cumpliendo, tan sencillo como observar coincidencias en los rut de quienes hacen los desmanes con los que van regularmente al estadio. Hubo individuos que el viernes interrumpieron el partido que estaban a rostro descubierto, entonces, ¿es tan difícil detectarlos y determinar si son o no barristas? No se sabe mirar, porque hay 200 capaces de hacer un daño, y al estadio van 16 mil. Entonces, con un correcto protocolo de identificación, no pasaríamos por estos problemas. Las policías son los que tienen acceso a una base de datos facial", argumenta un alto empleado de la U, que pide no ser mencionado en este reportaje por el nombre. Ya ha sido amenazado y golpeado por los barristas, dice.

Por estos días, el foco de la estrategia de las autoridades se centra en las 5.012 personas que ya han sido sancionados por tribunales y por los mismos clubes -que cuentan con el derecho de admisión-, por haber cometido actos de indisciplina al interior de los estadios. El Ejecutivo y el Departamento OS-13 de Carabineros, encargado de eventos masivos y fútbol profesional, cuentan con una base de datos que incluye a las personas inhabilitadas para el ingreso a los estadios por haber incitado a la violencia, cometido desórdenes o ingresar al campo de juego.

El gallito se pierde cada vez por burocracia, incompetencia en el proceso. Y no solo referido a los momentos más álgidos como el de La Florida, sino a una falta de manejo profesional y a una serie de pésimas gestiones sobre el asunto. El viernes, las autoridades del fútbol supieron con más de media hora de anticipación de la visita del grupo que lucía los colores de Colo Colo. Si ya no hubo prevención, tampoco rápida reacción. Del club azul apuntan, por ejemplo, a hechos tan insólitos como que en bodegas del Estadio Nacional, entre polvo, telarañas y ratas, descansen sin ser usados modernos torniquetes que en su momento significaron una cuantiosa inversión con fondos públicos, y que hoy ayudarían en labores de control e identificación. Demasiada negligencia y falta de medidas de parte de las autoridades es a donde apuntan los dardos y lo que responde a la interrogante de por qué se pierde ante grupos minoritarios. Se están dejando perder.

"Las palabras de la ministra Rubilar no hacen más que contradecir la postura que ha tenido el gobierno cuando determina que no van a destinar recursos públicos en la realización de un evento privado. Si las barras estuvieran armadas por narcotraficantes desde su núcleo, ¿cómo no te va a interesar encargarte de la seguridad ahí, cuando se habla de delitos mayores y crimen organizado? Nosotros queremos aportar, pero no podemos solucionar temas de seguridad pública sin el soporte gubernamental", afirma el alto empleado azul, quien también culpa a la ANFP por lo que califica de deficiente liderato en la materia, sin una gerencia de operaciones especializada: "Hay gerentes para todo, menos para lo que hoy importa". El presidente del ente rector, Sebastián Moreno, prometió participar en el reportaje, pero finalmente no respondió a los llamados. Está sobrepasado.

El fútbol chileno perdió otra vez. Los responsables demostraron que su organización en tiempos de crisis social les quedó muy grande. Recurriendo a la jerga, nuevamente el lumpen ganó con un contraataque. Pilló a la defensa mal parada. Llegó una vez al arco y concretó. Impuso la paternidad histórica venciendo tanto en pizarra como en la cancha. Y aún no aparece un director técnico que tenga la fórmula para dominar al rival. Con una impotencia insólita, recibió clarito el mensaje: no se juega hasta que nosotros digamos.