La temida respuesta se presentó una noche hacia fines de julio. Después de semanas de exámenes, controles y hospitalizaciones, de anticipar diagnósticos a través de Google y evaluar escenarios adversos, el nefrólogo veterinario Felipe Díaz nos habló de una "enfermedad renal crónica". Usó palabras como "irreversible" o "paliativo", así que entendimos de inmediato adónde quería llegar. Fijó un plazo de un año, que se nos hizo muy poco tiempo para una agonía tan larga. No recuerdo mucho más de lo que se discutió dentro de la consulta -todas las indicaciones iban por escrito-, pero sí lo que vino después, apenas salimos de la clínica y nos subimos los tres al auto: ella y yo proyectando una ausencia y tomando turnos para consolarnos.

En el asiento de atrás, como desde hacía más de cuatro años, iba Medel, nuestro perro. Aunque había escuchado que sus riñones estaban arruinados, parecía tomarse la enfermedad con una entereza seguramente heredada de Gary Medel, la figura que quisimos homenajear al bautizarlo. De cierta forma, el nombre había determinado su carácter.

Los días posteriores a la noticia fueron extraños. Sentíamos que nuestra pena no tenía la legitimidad de quienes se lamentan por pérdidas y males humanos; siendo así, asumíamos que era preferible tratar de esconderla. Sin embargo, nos dimos cuenta de que muchos validaban ese dolor.

La mayoría de las personas que se identificaban con nosotros tenía o había tenido mascotas, fueran perros, gatos o animales más exóticos. Sin ir más lejos, en mi equipo de trabajo, seis de los ocho periodistas tenían perros o gatos. Esta proporción resultó estar en línea con una encuesta Cadem publicada un mes antes, en junio, que estimaba que el 73% de los chilenos tenía al menos una mascota. Entre los dueños, un 96% los consideraba "uno más de su familia".

Así, al asomarnos al vacío junto a Medel, entendimos que no estábamos solos.

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Medel durante una visita a Montreal.[/caption]

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Medel nació el 30 de mayo de 2015, como el único cachorro de la camada. Desde entonces ha sido un corgi atípico. Es grande para los estándares de su raza –llegó a pesar 16 kilos- y tiene el pelo largo, una característica poco común, producto de un gen que los criadores juzgan defectuoso. Cuando está echado, las patas delanteras parecen desaparecer en la mata que le brota del pecho. Sus otros rasgos siguen la norma: baja estatura, orejas erguidas y una especie de antifaz rojizo que le dan un aire de zorro.

Aunque solía ser medio arisco cuando más joven, con el tiempo se fue volviendo extremadamente celoso: no soporta que otras personas se nos acerquen demasiado ni que nosotros nos demostremos demasiado afecto. Pareciera creer que toda expresión de cariño debe ser dirigida a él. También sufre de ansiedad por separación y ladra sin parar cada vez que uno de nosotros sale del departamento. Ese nerviosismo se ha manifestado también con algunos impulsos agresivos. Hasta la fecha, me ha mordido dos veces; la primera -por intentar darle un antibiótico que no se quería tragar- me dejó una cicatriz en la mano izquierda.

Con Medel entramos de lleno al amplio mercado para dueños de mascotas. Además de cumplir con todo el protocolo veterinario de controles y vacunas, compramos juguetes, pelotas y una que otra cama que nunca se dignó a usar -como el 63% de las mascotas, ocupa nuestra cama, al menos ocasionalmente-. Comenzamos a frecuentar cafés pet-friendly y a llevarlo donde pudiéramos. En esos primeros meses también contactamos una adiestradora española –Elena Palacios, de Don Can- e hicimos un esfuerzo inicial por entrenarlo, pero no fuimos constantes. Medel nunca terminó su educación formal y apenas aprendió a sentarse.

En 2017, una beca para estudiar en Estados Unidos nos planteó el dilema de llevar a Medel o dejarlo en Chile con familiares. Rápidamente decidimos que no valía la pena ir si teníamos que separarnos. Entonces iniciamos las gestiones para que pudiera viajar con nosotros en la cabina del avión, algo impensado unos pocos años antes. Como no calificaba como equipaje de mano, necesitábamos la autorización de un psiquiatra que lo acreditara como animal de "asistencia emocional". Más allá de si todo lo que ahí se exponía era cierto o no, conseguimos el documento. Luego obtuvimos los certificados veterinarios, un documento del Servicio Agrícola Ganadero (SAG) y partimos los tres a Nueva York, donde viviríamos casi dos años.

La humanización del perro se hizo más evidente fuera de Chile. Con la excusa del frío le compramos ropa por primera vez: poleras, un chaleco, una parka-abrigo reversible, un impermeable y botas para andar en la nieve. Superado el pudor inicial, ya no habría vuelta atrás. Simplemente perdimos la razón. Además de tener sus fotos en todos los aparatos digitales y todas las redes sociales, teníamos calcetines con corgis, llaveros con corgis, cuadros con corgis y un largo etcétera; empezamos a conversar con Medel, a inventarle una voz con la que supuestamente nos respondía; a celebrarle su cumpleaños con torta y velas; a recorrer miles de kilómetros de carretera con él, viajando a Canadá en el norte y a Tennessee en el sur, dos largos trayectos en los que solo se quejaba cuando tenía que hacer pipí o caca. Lejos de familiares y amigos, el vínculo solo se hizo más fuerte.

Pero también fue ahí donde mostró los primeros síntomas de su enfermedad.

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De acuerdo con la mencionada encuesta Cadem, el 7% de los consultados le maneja una cuenta a su mascota en una red social. Medel está dentro de ese grupo. En el más político de sus 129 posteos de Instagram, de enero de 2017, pedía justicia para Cholito, el perro que había sido brutalmente golpeado en Patronato.

La indignación luego de este hecho fue tan grande que la Ley 21.020 de Tenencia Responsable de Mascotas y Animales de Compañía, promulgada en agosto de 2017, pasaría a ser conocida como la "Ley Cholito". Su entrada en vigencia marcó un "cambio de paradigma" de acuerdo a la coordinadora nacional del Programa de Tenencia Responsable de la Subdere, Carolina Guerrero. Bajo este nuevo marco, la pena por abandono, maltrato y muerte de estos animales puede alcanzar el presidio menor en su grado medio –entre 541 días y tres años y un día-, además de multas de hasta 30 UTM y una inhabilidad perpetua para tenencia de animales.

"La ley le da otro estatus al animal doméstico. Se le reconoce como un miembro más de la familia. Ya no se permite el sacrificio, por lo que perros y gatos tienen ahora un estatus legal superior a muchos otros animales que sí se pueden matar sin sanciones", dice Guerrero.

Con la nueva ley nació también el Registro Nacional de Mascotas, que ha contabilizado 1.121.494 animales inscritos desde febrero a la fecha: 911.806 perros y 209.688 gatos. Se estima que sería alrededor de un quinto del total.

Para Guerrero, la "Ley Cholito" es la prueba de un cambio cultural en el país. La mayor conciencia respecto de los derechos animales se refleja en el aumento anual de denuncias por maltrato animal en la Bidema (Brigada Investigadora de Delitos contra el Medio Ambiente), que creció en un 31% entre 2017 y 2018. También se manifiesta en el mayor interés de los dueños por esterilizar a sus mascotas y acceder a un mejor servicio veterinario. "Sigue estando fuera del bolsillo de muchas personas", explica.

Medel, en cambio, es un privilegiado. A diferencia de muchos otros perros, puede tratarse dos veces por semana en un centro veterinario de Ñuñoa. Para Franco González, el director médico de Medivet, su hospital tratante, "lamentablemente, al día de hoy, hay mucho que avanzar para que logremos un sistema de salud igualitario tanto para los seres humanos como para los animales".

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Han pasado cinco meses desde el diagnóstico. Medel empezó a perder peso y sus exámenes han ido empeorando en forma sostenida. Para mantener a raya sus niveles de creatinina, fósforo y nitrógeno ureico debemos darle tres medicamentos al día: un quelante, un antidepresivo para mejorar el apetito y un omeprazol para protegerle el estómago. Siempre se los servimos molidos junto a la comida. La dieta, al ser especial, también tiene sus dificultades. Le cocinamos una sopa con algo de carne y muchas verduras, que luego mezclamos con una cucharada de pasta y una taza de pellets tipo "renal". Junto con eso, para evitar los residuos de las cañerías, debe tomar agua filtrada.

Además de cumplir con esas instrucciones, lo llevamos una o dos veces por semana a Medivet para administrarle suero subcutáneo. Al menos dos horas antes de cada sesión, debemos darle un calmante para que llegue lo más anestesiado posible. También le ponemos un bozal para evitar sus tarascones en el momento del pinchazo. "Tiene algunas conductas ansiosas/agresivas que se desencadenan principalmente en situaciones en las cuales siente miedo o dolor", dice Martina de Marco, su veterinaria. "Es por eso que con él hay que implementar manejos distintos y buscar la forma de que sus visitas al veterinario no sean experiencias desagradables, ni para él ni para mí".

Cada dosis de suero se demora una media hora. Durante ese lapso nos dedicamos a hacerle cariño para que se mantenga tranquilo. Cuando vemos las últimas gotas de suero llenando la vía, sentimos un alivio tremendo. Martina nos cuenta que hay dueños de perros y gatos que les ponen el suero a sus animales en la casa; no entendemos cómo algo así es posible. A la salida, pagamos los 15 mil pesos correspondientes y pedimos la hora siguiente.

En esa recepción, algunas veces nos encontramos con Pancho, un salchicha de 13 años que desde junio se está tratando un cáncer oral. Sus dueños, Víctor Muñoz y Emma Calderón, nos cuentan que llevan ocho sesiones de quimioterapia que su perro parece estar tolerando bien.

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Pancho, el dachshund, junto a sus dueños.

Pancho, el dachshund, al medio de sus dos dueños: Víctor Muñoz y Emma Calderón.[/caption]

"La primera doctora que lo vio nos dio cuatro meses", dice Víctor. "Nos queríamos morir, pero le extirparon el melanoma y hoy está como tuna".

Cada quimio les cuesta casi 400 mil pesos, por lo que el costo del tratamiento completo ya ha superado los tres millones, sin contar los medicamentos. Tan comprometidos están con Pancho, que además pusieron cámaras dentro de la casa para poder monitorearlo a distancia, en cualquier momento. "Uno de los mayores cambios que ha ocurrido en la última década en la condición de las mascotas es la mayor preocupación del hombre, tanto en su salud, alimentación, como en su bienestar emocional", dice Franco González, que reconoce la expansión de las veterinarias hacia especialidades más complejas que, como la nefrología, antiguamente no tenían tanta demanda.

Aunque sus circunstancias no son las mismas que las nuestras, el optimismo de los dueños de Pancho es contagioso. Medel vomita de vez en cuando -como cualquier perro- y fuera de presentar ese síntoma, aún se ve sano. Corre detrás de las pelotas de tenis y salta sobre nosotros apenas cruzamos el umbral de la puerta. Sus ojos lucen tan vitales como siempre. Incluso, todo el ajetreo de los medicamentos y el veterinario, repetido una y otra vez, ha perdido su signo fatídico. Ahora no es más que una rutina, necesaria para mantener el equilibrio.

Después de escuchar el pronóstico de Medel, Víctor y Emma nos aseguran que todo saldrá bien. A ratos, nosotros también parecemos creerlo.