Soledad Zurita, auxiliar de aseo en la Clínica Alemana
Llevo siete años trabajando en la Clínica Alemana. Si bien siempre me he movido por distintos sectores del establecimiento, desde que se abrió la Urgencia Respiratoria estoy aquí limpiando los boxes de los pacientes que llegan por sospecha de Covid-19 y también en la planta donde están hospitalizados los contagiados.
Me siento súper bien de poder colaborar con esto que estamos viviendo. En mi casa vivimos cinco personas: mi hijo, mis sobrinas y mi nieto, todos en cuarentena preventiva. La verdad es que cuando empezó todo esto, los chicos obviamente no querían que trabajara en los servicios de urgencia, porque les preocupaba que me expusiera tanto al contagio, pero yo les dije que es un pequeño aporte que hay que hacer para salir de todo esto. Aquí hay gente que no quiere hacer el aseo en ese lugar para proteger a su familia, y lo más fácil sería decir “vámonos para la casa y esperemos que pase esta crisis”, pero hay que enfrentarlo también, tiene que haber gente que trabaje para esto.
Al final, todos en la clínica estamos expuestos al contagio. Pero si se toman las precauciones, y utilizando bien el traje que tenemos, estamos protegidos. Siempre que terminamos el turno, vamos donde están los casilleros, nos duchamos, sacamos el uniforme y partimos a las casas. Al llegar, me vuelvo a duchar, me cambio de ropa y solo ahí puedo ver a mi familia y sentarme a comer.
La rutina de aseo es mucho más rigurosa. Siempre está vigilada por un supervisor, todo lo que se ocupa es desechable. Si el paciente del box estuvo por el Covid-19 se asea hasta la muralla. Se desinfecta todo lo que se encuentra dentro de la habitación, en Urgencias eso tiene que ser rápido, porque los pacientes no paran de llegar, entonces hay que demorarse como máximo 10 minutos.
No le tengo miedo a contagiarme. Pienso que estoy dentro de la gente que le va a venir igual como cualquier otro resfrío. Tengo muy buena salud, la única vez que recuerdo haber estado internada fue cuando tuve a mi hijo, nunca he sido achacosa, entonces pienso que tengo cierta capacidad de resistencia.
Hoy los turnos se han alivianado con el toque de queda. Antes trabajaba de 14 a 22 horas y ahora entro a las 13 horas y salgo a las 19.30. Me gusta, porque puedo llegar a tomar once con mi familia. Aunque igual hago horas extras todos los domingos para los bonos.
Miguel Angel Vielma, repartidor en Rappi
Dejar de trabajar no es opción para mí. Antes lo hacía en una bodega de unos importadores chinos, pero me echaron cuando empezó todo lo del coronavirus. Me peleé con un compañero peruano y luego me despidieron. Hasta hoy sigo esperando el finiquito.
Rappi se convirtió en mi trabajo estable. Hasta ese momento lo hacía solo los fines de semana. Parar no es una opción. Gracias a Dios existe esta alternativa, que me permite trabajar eligiendo mis horarios y las comunas por las que transito.
Toda mi familia se quedó sin trabajo cuando empezó la cuarentena. Soy de Venezuela y vivo con mi esposa. Acá también están mi madre y mis hermanos. Ahora soy el único que está generando ingresos. Nosotros tenemos que pagar alquiler y comer. Uno tiene que buscar algo, no podemos estar parados.
Los pedidos no han bajado ni subido especialmente. Hay y no hay, depende de los horarios. Lo que ha aumentado son los servicios en el supermercado. Ahora llevamos más mercadería que antes. Lo que sí nos ha afectado es el toque de queda. De noche era buenísimo y ahora debemos trabajar hasta las 21.30 para alcanzar a llegar a la casa. Antes, en un fin de semana, sacaba $ 120 mil. Ahora hago esa cantidad en toda la semana.
Si me contagio de coronavirus me da miedo por mi familia. Supongo que será una gripe común para mí, pero temo por mi madre. Estoy cuidándome por cuenta propia, con harto alcohol gel y mascarillas para andar en la calle. Entiendo que estoy poniendo en riesgo mi salud, pero no tengo otra opción. Rappi no tiene oficina en Chile, así que no tengo a quién pedirle ayuda.
Ahora casi no veo a los clientes. En general, prefieren que deje sus compras en conserjería y luego bajan. Dejo las cosas, salgo y me vuelvo a lavar las manos. Entonces espero que el teléfono vuelva a sonar.
Adelita Igor, auxiliar de farmacia
Llevo 27 años en el rubro. Estudié para ser visitadora médica, pero sinceramente no me gustó, había mucho clasismo. La verdad es que en las entrevistas no les importaba el conocimiento que yo tenía en medicamentos, preguntaban más por el estatus económico, si tienes auto, si no eres separada, si vives en un barrio más o menos acomodado. Me frustré.
En las cadenas grandes se trabaja bajo mucha presión. Presionan por las metas, entonces es atroz, es terrible, yo he trabajado en varias farmacias así y fue la peor experiencia, tengo los peores recuerdos. Nos decían “no tienen que ser corazón blando”. La gente cree que nosotros no queremos despachar el medicamento que necesitan. Uno trata de darles el medicamento más barato, porque el cliente es diferente. Los que tenemos ahora son, en su mayoría, adultos mayores, así que se atiende bien; personalmente, creo que aquí me desenvuelvo bien.
Hay un poquito de pánico con el virus. Yo creo que sí se va a controlar, no tengo miedo. Para mí no es tema, estoy muy comprometida con mi trabajo. Empecé a tomar vitaminas, me lavo las manos con cloro gel y jabón, uso mascarillas y guantes en mi jornada de trabajo.
Se nos acabaron las mascarillas y el alcohol gel. El lunes fue atroz, la farmacia estaba llena de gente que quería alcohol, mascarillas, vitaminas, lo que fuera, pero había una sicosis generalizada en la gente. Nosotros preparamos alcohol gel, tenemos recetario magistral y es alcohol puro, así que vamos a seguir distribuyendo.
La gente se puso agresiva. Yo les diría que hay que mantener el control, porque aquí la gente incluso empezó a cambiar la actitud. Por ejemplo, una señora nos dijo “aprovechen de lucrar, chiquillas, aprovechen de lucrar”, entonces la idea tampoco es esa. Yo creo que ella estaba molesta, es una forma de protestar, porque en algunas partes se están aprovechando. Igual tiene razón, qué le íbamos a contestar, nada, estaba en su derecho además.
Los casos de ahora se pudieron haber prevenido. Justo nos tocó esto en las vacaciones, la gente sale mucho, entonces no sé si esto ya se veía de atrás y se podría haber prevenido. Obviamente iba a haber gente contagiada, pero no tenía que haber aumentado tanto. La salud acá es mala, no hay buena atención, sobre todo con los adultos mayores.
Aldo Valenzuela, cabo segundo de Gendarmería
Estuve presente en el intento de motín en Santiago Uno. El 19 de marzo, después de llegar al puesto de servicio, se escuchó en las radios que pedían auxilio. Se vivió el momento con adrenalina, había que tratar de apoyar a los colegas y, obviamente, mantener el orden, evitar que se fuguen estas personas. Es la primera vez que me toca vivir una situación de esta índole, porque fue demasiado grande. Había pasado por otros motines pequeños, de menos gente. Ahora fue toda la población penal, los 3.890 internos. Se vivió un momento de tensión y una vez que terminó todo, hubo abrazos, compañerismo, vimos el lado positivo de lo que pasó.
Soy el único gendarme dentro de mi familia. Mis papás trabajan en el campo. Si no hubiese sido gendarme estaría en el mundo de los negocios. Me gustan los autos, la compra y venta, cosas de esa naturaleza. De primeras, cuando uno ingresa a la Escuela de Gendarmería, generalmente se hace por el tema monetario, pero después uno se va poniendo la camiseta y le va gustando lo que hace. Aún me quedan 15 años de carrera. Después me gustaría dedicarme a los negocios, es lo que tengo planeado.
Me gustaba jugar a la pelota en la cárcel. Soy hincha de Colo Colo, pero no hablo mucho de fútbol ni de religión, porque esas cosas hacen que la gente se termine peleando. Por unos accidentes que sufrí no estoy haciendo deporte, pero me gusta ver los partidos que hay dentro de la unidad, son entretenidos, porque son de riesgo y los internos son más duros para jugar, entonces uno se entretiene.
Me he encontrado con muchos internos afuera de la cárcel. No sé si se habrán rehabilitado, pero me han saludado como a una persona más. Dentro de una unidad como Santiago Uno, con una población penal tan grande, hay imputados con los que se puede conversar. En este trabajo hay que ser sicólogo, doctor, amigo, y se dan momentos de conversación con los internos como con cualquier otra persona.