En la comunidad Lepu el tema se ha conversado largamente durante los últimos meses, escuchando a los más viejos, los que recuerdan eclipses de años anteriores. Cuentan que sentían miedo y que se encerraban en sus rukas mientras ocurría. Lo esperaban como una manifestación única de la naturaleza. Un fenómeno que anunciaba cambios en el Wallmapu.
El territorio está entre el volcán Villarrica (o Rukapillán, en mapudungún) y el lago Calafquén, a siete kilómetros de Coñaripe, en la Región de los Ríos. El eclipse solar, que ocurrirá el 14 de diciembre, dará paso a oscuridad total. Empezará a las 13.04 y durará un minuto y 46 segundos.
“Esto es una novedad, pero para el pueblo mapuche esto no es bien visto. Es como un cambio, son señales que pueden acontecer. Sí o sí va a ser un cambio, como dice la cosmovisión mapuche, en la naturaleza, las aves, todo va a ser un cambio”, dice Angélica Chincolef (31 años).
Ella ha pasado casi toda su vida en el lugar. Actualmente administra un emprendimiento llamado “Fortín Mapuche”, que consiste en paseos guiados por ruinas arqueológicas de una antigua fortaleza ocupada por caciques y weichafes durante la invasión española. En el sendero hay una zanja de 10 metros de profundidad que, según se calcula, tiene 600 años de antigüedad. Los Chincolef aún no tienen claro si recibirán o no turistas durante el eclipse. Han tenido muchas propuestas, pero aún no han aceptado ninguna.
Angélica reconoce que el eclipse es una oportunidad de negocios en medio de una temporada sin ganancias por el coronavirus. Coñaripe es una ciudad que depende mucho del ingreso de turistas a la playa en verano y a las termas en invierno. La falta de visitantes ha afectado el rubro. En ese contexto, podría ser una salvación, pese al mal augurio.
“Para el turista, es otra cosa. Como pasó en el norte, se ve como una fiesta, como que celebremos el eclipse. Nosotros les pedimos respeto. No podemos llenarnos de gente. Nada de gritos, de andar festejando. Que la gente observe la naturaleza y vea lo que está sucediendo alrededor”, asegura.
Como la mayoría de los mapuches, la familia Chincolef prefiere ser cauta. Pasarán el día encerrados en sus casas y sin salir a mirar el sol. Conversando sobre el fenómeno, intentando adivinar qué viene para el futuro. En la cosmovisión mapuche no hay predicciones puntuales, pero sí una sensación que dice que algo va a cambiar. Cambios que pueden ser positivos o negativos. Dicen, por ejemplo, que el eclipse del año pasado pudo haber sido un aviso de la pandemia.
“Mi mamá se encerraba y conversaba con mi abuela sobre los acontecimientos. La naturaleza estaba avisando que algo venía, que requería mayor observación de la que ya tenía”, comenta.
Los más viejos tienen susto y los jóvenes están expectantes por lo que va a ocurrir. A ratos es una sensación extraña, la ansiedad frente a lo desconocido. Algunos aventuran que puede dar paso a nuevos fenómenos naturales: terremotos o la erupción del volcán. Pero también ha sido motivo para empezar nuevos cultivos de frutas y verduras durante el año. Lo único seguro, cree Angélica Chincolef, es que será una oportunidad de reflexión: “Yo me voy a encerrar y no voy a ver el eclipse. Por cualquier cosa que pueda suceder”.
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El sol es un elemento sagrado dentro de la cosmovisión mapuche. Su nacimiento es el punto de referencia de la vida y las energías del bien. En el año nuevo mapuche, el wiñol tripantu (21 de julio), se celebra el regreso del sol y el inicio de un nuevo ciclo en la naturaleza y en la vida de la comunidad.
Es difícil que su muerte, en medio de un eclipse total, traiga buenas noticias.
Cuando María Teresa Panchillo (60) piensa en eso, lo primero que se le viene a la cabeza son las historias de sus ancestros, transmitidas de generación en generación. En particular, un relato que tiene del eclipse parcial ocurrido en octubre de 1958. Fue un precedente para lo que vendría. Dos años después ocurrió el terremoto de Valdivia. Una “kusshe” - anciana en mapudungún- le contó que “la gente mapuche comenzó a desordenarse, a occidentalizarse”. En palabras simples, para la mujer, muchas personas abandonaron las costumbres del pueblo a partir de aquellos fenómenos de la naturaleza.
Nunca más se olvidó de esa historia.
Por eso, el eclipse en pleno Wallmapu no es una buena noticia: el anuncio de cambios o la llegada de sequías, inundaciones, terremotos e incluso enfermedades. “Apenas supe que había un eclipse dije 'cómo estará de enojada la naturaleza por el maltrato que se le hace, quizás qué irá a pasar, cómo nos irá a castigar”, dice.
La mujer vive en la comunidad We Juan Maika, de la comuna de Traiguén. “La gente aquí está preocupada sobre qué va a pasar después, porque nosotros decimos que cuando hay un eclipse siempre pasa a dejar algo, y eso siempre son cosas negativas”.
Para ella, no son los mapuches quienes han generado el daño. Han sido los winkas -extranjeros- quienes han maltratado la tierra. Aunque reconoce que muchas comunidades han ido perdiendo las tradiciones ancestrales, al menos siguen conscientes de que estas expresiones de la naturaleza hay que respetarlas. “Los occidentales ven los fenómenos naturales como algo turístico, como si fuera algo ajeno a la vida. Pero no es así, estamos todos conectados, la naturaleza tiene conexión con todos sus territorios”.
María Teresa no vio directamente el eclipse de julio del año pasado. Optó por mirar el reflejo del sol en un balde de agua, otras de las costumbres que eran relatadas por sus ancestros. En la comunidad realizaron un nguillatún para atraer las energías positivas y pedirle a la tierra que lo que ocurriera después no fuera tan doloroso.
Ahora, por el Covid, no podrán hacer lo mismo. Solo organizarán un lef nguillatún, una ceremonia de emergencia que se realiza antes de los fenómenos anunciados. Será breve, justo antes del amanecer del 14 de diciembre. Luego, cada familia irá a sus casas para hacer sus propios rituales con el fin de aportar energías positivas. “Ese día será complejo, pues el eclipse se dará en horas en que la energía negativa está con muchas fuerzas”, comenta Panchillo.
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Para entender lo que significa el eclipse para los mapuches es importante comprender su forma y filosofía de vida: respetar la ley de la naturaleza con sus tiempos y procesos. Para su cosmovisión, los fenómenos naturales vienen a ser una respuesta de la tierra frente al comportamiento humano.
“Hemos visto que esta tierra está maltratada, falta mucha conciencia todavía sobre el valor de la vida, de la naturaleza, del agua. Y estos son llamados que se hacen no solo a los mapuches, sino a todos quienes habitamos acá”, dice María Isabel Lara Millapán (38), quien es poeta de la comunidad Chihuimpilli, en Freire, académica del campus Villarrica UC e investigadora del Centro de Estudios Indígenas e Interculturales.
Para la cultura mapuche, lo negativo también es necesario. Hace volver al equilibrio y estar conscientes de nuevo. María Isabel tiene una opinión más optimista. Sabe que hay que vivirlo con el respeto que requiere. “Desde muy niña me dijeron que había que tener cuidado, de no mirar, porque para nosotros hay un tema energético fuerte, por eso hay que resguardarse”.
En las comunidades, los relatos pasan de generación en generación. Su abuela contaba que un eclipse se podía intuir a través de los sueños o el comportamiento de los animales, pero muchas veces los tomaba por sorpresa. Como una historia en que, de un minuto a otro, el día se oscureció por casi 24 horas y fueron los mismos animales los que se recogieron volviendo a sus corrales.
De ahí en adelante, siempre quedó en el inconsciente aquella filosofía para comprender un eclipse. Al interior de las casas o de las rukas, en familia, en silencio. Mirar directamente al sol y la luna es pasar a llevar el proceso del universo y poner en riesgo la salud de toda una comunidad. “Existen enfermedades propias que son de los mapuches, y ocurren cuando tergiversamos los espacios de la naturaleza. Obviamente desde la mirada científica esto se desconoce. Pero el diagnóstico es parecido a una depresión. Entonces, es muy probable que si alguien está expuesto la padezca y puede ser muy complejo de sanar”, explica ella.
María Isabel Lara encontró en la poesía la mejor forma de explicar sus sensaciones. Se llama takun antü o eclipse de sol.
Me refugiaré ese día
Cubriré de azul mi rostro
Y cuando sea fuego y noche
Tráeme mis ruegos, trae mi silencio
Tráeme semillas y agua de vertiente
Cubriré de azul mi rostro
Ya lo avisé en sueños
A mis hijos e hijas
Que no capturen mi espíritu
Si desean que vuelva a amanecer.