La entrevista iba a ser en la tarde, pero Óscar Guerra, chef pensionado de 69 años, estaba ocupado. Tenía que preparar 15 empanadas y 15 humitas. Desde que La Plaza de las Agustinas, el restaurante que administraba en calle Estado desde hace 37 años, cerró, tiene que cocinar hasta que se hace de noche. Le lleva la comida a gente que trabajaba en peluquerías y cafeterías cercanas al restaurante, a los negocios que sobrevivieron a 17 meses de crisis. En el sector abundan los carteles de arriendo y de venta, como en ninguna otra calle: Estado y sus alrededores acumulan 28 locales cerrados hasta le fecha, el máximo dentro de Santiago.
Guerra recuerda que, antes de la crisis, el restaurante, en pleno centro financiero de Santiago, pasaba lleno. Como promedio, dice, 400 personas comían ahí al día. El almuerzo se caracterizaba por ser un autoservicio que incluía ensaladas, una bebida o un trago, un postre, un café y un consomé. Todo por menos de cinco mil pesos. En su mayoría, sus clientes eran oficinistas de empresas, bancos, isapres y casas de cambios. Pero desde el estallido social, la afluencia se fue a la baja. Guerra estima que en los últimos días de funcionamiento del restaurante, en marzo, no más de 80 personas comían ahí.
El alcalde de Santiago, Felipe Alessandri, destaca que el paseo Estado, inserto en el sector más tradicional del casco histórico de la capital, se caracteriza por tener negocios con décadas, que son atendidos por sus dueños o por familiares, y por ser uno de los sectores con mayor afluencia de peatones en días de semana -dos millones y medio de personas por motivos laborales o trámites-. “Hasta antes de octubre del 2019, no podías encontrar un local comercial vacío”, dice. Alessandri considera que uno de los factores clave para explicar los cierres en la calle Estado son los casi cinco meses en cuarentena que pasó la comuna: “Cero ventas, cero peatones, cero vecinos circulando. Oficinas todas en teletrabajo. Sin público no hay ventas y sin ventas no hay negocio que aguante”. Christian Diez, investigador del Centro de Estudios del Retail (Ceret) de Ingeniería Industrial de la U. de Chile, explica, además, que el comercio de la zona se caracteriza por depender fuertemente de la población flotante que trabaja o hace trámites ahí. “El teletrabajo, las restricciones de movilidad y el temor al contagio son factores que se suman para explicar estos cierres”, agrega Diez.
La expansión del trabajo remoto es un factor que hasta hoy resienten los comerciantes. Valentina, quien prefiere no dar su apellido, trabaja para Forus, grupo que tenía tres tiendas cercanas a Estado: Hush Puppies, Hush Puppies Woman y Azaleia. Las tres cerraron la última semana de enero de este año. Ella, subjefa de uno de los locales, explica que sus clientes eran ejecutivas, a quienes perdieron debido a la expansión del teletrabajo. “Como tenemos varios bancos y oficinas acá, el teletrabajo es muy común. Y ellas nos hacían las ventas. Con el Covid, ya no están nuestras clientas de antes”, dice. Óscar Guerra lo vio venir incluso antes. Él cuenta que, tras el estallido social, su clientela empezó a trabajar desde casa o a salir de las oficina a las 14.00 para evitar los disturbios, por lo que dejaron de almorzar en el centro.
Diego Larraín, director de desarrollo económico local de la Municipalidad de Santiago, explica que el período de crisis trajo consigo cambios en el comportamiento de consumo de las personas. Como los oficinistas no deben ir necesariamente al sector conocido como “la H”, compuesto por Estado, Huérfanos y Ahumada, el consumo actualmente está más asociado al comercio ilegal. Roberto Moris, académico del Instituto de Estudios Urbanos UC, propone que lugares como Estado van a necesitar un modelo de gestión especial para superar la crisis. El experto en planificación integrada señala que asociaciones como los business improvement district podrían ayudar, pues permiten que barrios comerciales que enfrentan problemas que los municipios no pueden resolver se organicen considerando a empresarios, al municipio y a los vecinos para definir un plan enfocado en atraer nuevamente a distintos tipos de clientes, incluidos los oficinistas que dejaron el barrio.
Para otros, la pandemia solo terminó el declive que el estallido empezó. La cadena Dijon cerró todas sus puertas en agosto del año pasado. Pero una de ellas estaba cerrada desde antes: la de Estado 390. Aunque prefiere no entrar en detalles, uno de los gerentes de AD Retail, compañía que agrupa a ABCDIN y Dijon, afirma que la segunda de ellas “bajó su cortina principalmente a propósito del estallido social, más que la pandemia”. También dentro del retail, Ripley cerró una sucursal de ropa de mujer en Huérfanos 868 y fue desmantelada la segunda semana de febrero de este año. Además, en noviembre de 2020 cerró Falabella Connect en Estado 61, una sucursal de tecnología de la empresa.
Otro de los negocios cerrados al inicio de la pandemia fue el Café Haití de Estado 108. Hoy el local tiene un cartel de “se arrienda” en él, pero se ve abandonado. Aún conserva los mesones donde las baristas servían el café y los espejos en las paredes, que, a pesar de la oscuridad del encierro, reflejan el paso de las personas que avanzan por Estado. De las 28 tiendas cerradas en calle Estado, 13 corresponden a grandes cadenas. Diego Larraín tiene una teoría: “Para una cadena, es más fácil cerrar la tienda y migrar a otra comuna o barrio. Por eso se da el cierre más fácil. El que tiene una tienda, probablemente la sigue peleando”.
Donde abundan los negocios pequeños es en las galerías de Estado. René Sáez, jefe de servicios generales de la Galería España, cuenta que, como ha bajado la afluencia de público, hoy los locatarios cierran a las 18:00. Después de esa hora, no entra nadie. Jesús Mouzaber, administrador de la Galería Diagonal Pasaje Matte, recuerda que cuando él comenzó a trabajar en el edificio, “el lugar era supermovido, había mucha gente”. Pero ya durante la pandemia, tres de los locales, todos de cadenas de zapaterías, debieron cerrar porque no llegaba gente. En la Galería del Rey, un edificio comercial y habitacional, cerraron alrededor del 20% de sus 23 locales desde el estallido social, algunos de más de 30 años.
En sus últimos días en La Casa de Las Agustinas, Óscar Guerra no podía cocinar. Sus tareas diarias, como preparar los menús y hacer las compras, no le daban el tiempo para hacer lo que le apasiona. Cuando compró su casa en Quilicura, se preocupó de que la cocina fuera espaciosa: tiene un horno, un freezer y mesones del tamaño de los que se usan en restaurantes. Gracias a eso, puede cocinar y complementar su pensión con los platos que vende. Hoy, por ejemplo, le tocó entregar 30 pasteles de choclo. Aunque le gusta lo que hace ahora, sueña con que los oficinistas vuelvan al barrio cuando la pandemia acabe. Dice que, si alguien compra la ahora cerrada Plaza de Las Agustinas, a él le gustaría volver a trabajar ahí.
Óscar Guerra, a pesar de sus casi 70 años, aún quiere recuperar a sus clientes.
Concepción: la odisea de Barros Arana
De los cuatro locales que tenía antes del estallido, hoy le queda medio. Tenía 11 trabajadores, y ahora solo trabaja junto a su hermana. Carmen Placencia es una comerciante de Concepción de 60 años que se dedica a vender pelucas, lanas, sombreros y artículos para ballet. Antes de conversar, se lamenta. “No hay nadie”, dice.
Todo comenzó con el estallido, que la llevó a cerrar dos locales que tenía en el Boulevar Gascón. Y con la pandemia decidió cerrar otro. Reconoce que lloró, porque sentía que eran una parte de ella. Su esfuerzo de décadas estaba ahí. Kábala, su negocio, ahora está instalado en el local que tiene desde hace 20 años en la galería Pasaje Musalem, en Freire 679. Es el más grande de todos los que tuvo. Por eso, y porque ya no le alcanzaba el dinero para pagar el arriendo, decidió dividirla y subarrendarla.
Todos sus locales estaban dentro de las tres cuadras delimitadas por la calle Barros Arana y continuas a la Plaza Independencia. Aunque no existen datos oficiales, de acuerdo a información entregada por Georesearch, empresa de geointeligencia de la información, la zona de Concepción en que más negocios han cerrado desde octubre de 2019 es ese rectángulo, en que conviven 24 de las 54 galerías de la ciudad.
El alcalde de Concepción, Álvaro Ortiz, explica que Barros Arana es la “calle vertebral del centro comercial” de la ciudad. Une a través de un paseo peatonal, distintas concentraciones de personas en su perímetro. A ella, de acuerdo al alcalde, llegan personas de las distintas comunas de la Gran Concepción. La presidenta de la Cámara de Comercio de la ciudad, Sara Cepeda, explica que en Barros Arana los negocios cerrados no son tan evidentes, porque no están en la calle, sino dentro de las galerías. Estos recintos están entrelazados unos con otros. De hecho, hay manzanas enteras que agrupan hasta a cuatro galerías. De esa forma, los penquistas las perciben como si fueran “un gran mall”, explica Cepeda.
Las cosas se complicaron para las galerías durante el estallido social. Por su cercanía a la plaza Independencia, según Cepeda, muchas veces a las 14:00 los comerciantes debían bajar las rejas e irse para la casa. El gremio estima que dentro de las 54 galerías de Concepción, 175 locales cerraron tras el estallido social. Y según el último catastro, publicado en noviembre por la Cámara, la cifra va en 399.
María Inés Tiffi, administradora de la galería Universitaria, cuenta que debieron subsidiar hasta en un 100% a algunos negocios del recinto durante los meses de cuarentena. Si no hubiese sido así, dice, habrían quebrado. A pesar de los esfuerzos por mantenerlas en pie, en su galería se han cerrado seis de los 18 locales durante la crisis sanitaria. “Hemos paleado un poco esto, pero los que más han sufrido son los locatarios”, sostiene.
Hace una semana, Carmen Placencia volvió a trabajar en su tienda luego de la última cuarentena en Concepción. Aunque ahora la gente puede entrar a la galería, dice que vende poco. Cuenta que en tiempos normales, lo mínimo que vendía era 100 mil pesos al día. Ahora, se va con 30 mil pesos a la casa.
Valparaíso: la última batalla de la Condell
El Fénix ya había renacido una vez. Fue después de la explosión por una falla de gas en calle Serrano de 2007. Esa vez la pérdida fue total. Todos los textiles y lencería exclusiva que la tienda lucía en su vitrina quedaron convertidos en cenizas. Su dueño, Aref Cosma, de 84 años, le hizo honor al nombre de su tienda y refundó su negocio ese mismo año, pero en la calle Condell. La misma que recibió con más cólera el estallido social de Valparaíso el 2020.
El recuerdo aún entristece a Cosma: “Imagínese lo que costó recuperar una clientela importante. Tuve una pérdida espantosa y estábamos en un edificio que era una joya, lejos el episodio más triste que he vivido. Y ahora fue la violencia la que nos hizo pensar que perderíamos todo de nuevo. Me tocó una segunda gran catástrofe”.
Unos metros más allá, el Café Latte atiende como puede durante esta pandemia. Lo hace con una terraza inventada en la vereda, por la Fase 2 que mantiene Valparaíso desde el 21 de diciembre. El local, que destaca por sus tortas caseras, funciona desde hace 14 años.
Su dueña, Sonia Lizarde (67), apunta desde una mesa a los sectores siniestrados de Condell: “Piense que nosotros aquí siempre hemos tenido manifestaciones. Por aquí pasan siempre las marchas y nosotros no cerrábamos. Lo que vivimos en octubre del 2019 fue una pesadilla. Yo dormía con el teléfono en la mano, hacía seguimiento a lo que pasaba, porque de a poco nos enterábamos de los locales que eran quemados o saqueados”.
No era el primer desastre en la calle. En su historia había sufrido cinco grandes incendios, el desborde del tranque Mena, una gran explosión y el terremoto de Valparaíso en 1906. Pero siempre había sobrevivido. Por eso, el escritor Víctor Rojas dice “esta calle no es cualquier cosa para Valparaíso”.
La concurrida y estrecha calle es considerada el inicio del trazado que conformó el “plan”, como llaman los porteños al centro de la ciudad. Ubicada entre las plazas La Victoria y Aníbal Pinto, la calle fue adquiriendo un paisaje marcado por cafés, tiendas exclusivas de ropa y un recordado salón óptico. Incluso se registra la primera tienda China instalada en el país. El historiador Cristóbal Guerra catastró 95 establecimientos que llegaron a instalarse en ese paño.
Ese espíritu, con ciertos matices, se había mantenido hasta antes del estallido. Eso al menos señala Daniel Ramírez, de la Secretaría Comunal de Planificación:
“Durante los últimos años Condell se posicionó como uno de los principales centros para el comercio local, en su extensión se pueden encontrar prácticamente todos los servicios que se requieren para satisfacer las necesidades de la población. Sin duda que es un lugar muy importante para la comuna y cuenta con una gran valoración. Es la calle que alberga nuestra municipalidad”.
Solo que tras el estallido social, todo eso se fue perdiendo. Héctor Arancibia es dueño de la casa comercial “Anaís”, que abre a diario con cautela. Desde su cargo como presidente de la Corporación Comercio Unido de Valparaíso, concluye que alrededor del 40% de los locales de Condell dejaron de funcionar: “Algunos siguen quemados, otros quebraron y también hay un grupo que se aburrió. Ha sido una lucha firme para declarar el estado catastrófico de la principal zona cero del país”, asegura.
En función de esa triste realidad, los intentos por recuperarla han sido varios: como la prórroga del pago de patentes, el permiso para uso de aceras y encuentros en ferias de emprendimientos. Pero eso no fue suficiente para todos. De los aproximadamente 140 establecimientos que hay en la calle, además de los que se encuentran dentro de las siete galerías que ahí existen, 55 locales han cerrado. Y los nuevos arrendatarios que han llegado, cambiaron el giro de los antiguos inquilinos. Esa inseguridad, por ejemplo, alejó para siempre las prendas únicas de la “Fiorentina”. La “Joyería Gimeno”, con intento de saqueo en dos oportunidades, está sin posible fecha de reapertura.
Y aún faltaba la pandemia. El Covid-19 terminó por liquidar la última esperanza de varios emprendedores que habían decidido levantarse. Eso cambió la fisionomía de la calle. Condell pasó a estar tomada por el comercio callejero, que ya no paga permisos. Héctor Arancibia ha presenciado esto. “Partimos perdiendo el bar Cinzano y los locales que le daban encanto al sector. La pandemia transformó este paseo comercial”, dice. Ahora lo que más se encuentra son alimentos, para evitar ir al supermercado, tiendas de accesorios electrónicos, pequeños malls chinos y los “chumbeques”, que es como les dicen a las casas de juego. Todas esas vitrinas parecen verdaderos búnkeres, donde se ingresa agachado por una puerta metálica.
Si fuera por historia, para el escritor Víctor Rojas, lo que tiene pasar en Condell “es lo mismo que ha pasado después de todas las tragedias: una gran reconstrucción. Se trata de una calle importante de la que esos jóvenes que la destruyeron no tenían idea”.
Aref Cosmo tiene fe en el entendimiento que se pueda alcanzar: “Esperamos que no vuelva la violencia, duele recorrer Valparaíso. Son momentos muy difíciles y el futuro de esta hermosa zona comercial va a depender de si vuelve la cordura tanto de la sociedad como de las autoridades”.
Antes de terminar, Cosmo pide algo. Habla por él, pero también por la calle golpeada que lo ha albergado durante 14 años: “No nos abandonen”.