Lo que Mistral López recuerda fue que Wilardo Joseph le cocinó. Fue ese detalle, y no todos los otros que rodeaban la situación, lo que llamó su atención. Porque en ese entonces, hace dos años, ella era una alumna en práctica de Agronomía en la Universidad de Concepción, que llegaba a trabajar por el verano en el control de calidad de frutas en un campo en Las Cabras. Él allá era un temporero haitiano, llegado en 2017 y cinco años mayor que ella, que le pidió su número y comenzó a mandarle mensajes de WhatsApp en inglés. Lo hacía en ese idioma, uno de los tres que manejaba, porque lo avergonzaba no tener un español fluido.
Eventualmente, López lo invitó a su casa y ahí sucedió. En vez de esperar que ella lo atendiera, Joseph le preparó una carne con sopa de porotos y arroz blanco.–Eso me gustó mucho, porque un hombre que sabe cocinar no es tan común –cuenta ella–. También la forma respetuosa con que me trataba. Yo no sabía que ellos eran así, porque de repente hay muchas trabas con los haitianos.
Después de eso, Mistral López y Wilardo Joseph nunca dejaron de verse. El año pasado se convirtieron en uno más de los matrimonios celebrados entre mujeres chilenas y hombres haitianos: un fenómeno que suma 1.729 uniones en los últimos tres años y que en 2021 logró algo inédito: según las estadísticas del Registro Civil, a la hora de casarse con extranjeros, las chilenas prefirieron a los haitianos por sobre hombres de cualquier otra nacionalidad. Fueron 541 matrimonios con caribeños, superando por poco a los 536 venezolanos que se casaron con chilenas.
Aunque para entender la envergadura de eso, hay que sumar otra cifra: desde 2017 han ingresado, y permanecido en el país, 123.445 haitianos contra 408.397 venezolanos. –La inmigración venezolana es mucho más predominante en Chile –explica la Doctora en Sociología y académica UDP-COES Macarena Bonhomme –. Constituyen, incluso, un 30% de los migrantes en el país hoy y la migración haitiana está alrededor de un 12%.
Luego de la ola migratoria que comenzó a darse desde 2013, no fueron pocos los problemas que mostró la sociedad chilena para incorporar a estos nuevos residentes. Por eso, cree Felipe Orellana, profesor de la UAH y experto en religión y migraciones, esta noticia puede leerse como un avance:–El matrimonio entre personas migrantes y personas del país de origen es un indicador de un cierto nivel de asimilación: un concepto que apunta básicamente a cuánto se demora un grupo migrante en asentarse en la sociedad y cultura al llegar a un país.
Mistral López no lo sintió así en agosto pasado. Cuando terminó la ceremonia en el Registro Civil de Melipilla, fueron hasta la plaza de la comuna como recién casados. Querían sacarse fotos ahí. Mientras estaban sentados en una banca, un hombre pasó gritando que los haitianos eran flojos. Wilardo Joseph, por única vez, interrumpe la conversación.Dice: “Tuve ganas de pegarle”.
La fe y el color
Leyla Méndez propone cambiar el foco.–Más que preguntarnos ¿por qué una chilena se casaría con un haitiano? –explica la doctora en Estudios de Género y académica de la Universidad de Antofagasta–, quizás podríamos preguntarnos ¿cómo es que se llegan a conocer o a compartir espacios y lugares que propician aquel vínculo?-.
La respuesta está en los números. Chilenas y haitianos se casaron mayormente en comunas con mucha población rural y actividad agrícola, como Tiltil, Puerto Montt, Melipilla y Talca, pero también en los bordes de ciudades grandes. En comunas como Maipú, La Cisterna y La Calera. En ese lugar de la Quinta Región vivía Fernanda Astudillo en 2020. Ella era una madre de 25 años, con un hijo de una relación anterior, que quería a un hombre tranquilo. Lo conoció en la iglesia cristiana a la que iba a rezar. Bertho Aseille iba allá los fines de semana, cuando no estaba trabajando en el invernadero de Hijuelas. Se casaron seis meses después de comenzar su relación, en enero de 2021.
Bertho, dice Fernanda, era justo lo que andaba buscando:–Doy gracias a Dios, porque yo nunca pensé que me iba a tocar una persona extranjera. Astudillo quiere ser clara.–No le gusta meterse con nadie. La mayoría de los haitianos son así, no les gusta estar peleando. No son como los chilenos. Que se hayan conocido en el culto no fue una casualidad. Según la Oficina Nacional de Asuntos Religiosos, alrededor de un 60% de los migrantes de ese país son evangélicos.
Esos espacios, para quienes llegaban a Chile a partir desde cero, se convirtieron en algo más que lugares para orar.–La Iglesia Evangélica ha sido la que realmente los ha acogido, sin ningún tipo de observación. Si están regulares o no, no es tema de ellos –sostiene el pastor José Lema, que explica algo más: “Las iglesias evangélicas están en muchos lugares, sobre todo en los más populares. Con la precariedad que llega el migrante, llega justamente a estos sectores, muy marginales y excluidos, donde cada una cuadra, o dos, hay una iglesia”.Esos barrios y márgenes a los que llegan también determinaron cómo empezamos a observarlos como sociedad:–Los haitianos tienen el más bajo estatus actualmente dentro de nuestra sociedad –dice la investigadora de la UAH Marian Bilbado–. Viven en mayor situación de marginación, tienen los peores trabajos, dentro de los migrantes son considerados como más incultos y tienen mayor distancia cultural.
Valeria Salazar convivió con esos prejuicios en Valdivia. No eran suyos, ni de su familia. Los veía en la calle cuando su marido, Pierre Medor, un profesor de Educación Física que llegó en 2015 a hacer un magíster a la Universidad Austral, y que ahora enseña allá, caminaba por las veredas cuando iba a clases.–Paraban los autos y le preguntaban: ¿Te llevo a la construcción? Como que por ser negro y haitiano tenía que ser obrero. Tener tanto en contra, agrega Bilbado, ubicó a los haitianos en un terreno simbólico donde estar con ellos podía ser, en términos prácticos, demasiado desafiante:–Uno puede tener, como chilena, más temor o preocupaciones de que no van a ser aceptados por tu grupo familiar. Particularmente si la mujer es de un estatus social mayor y si percibe que su núcleo grupal tiene más prejuicios con los haitianos.
La socióloga Macarena Bonhomme detectó esas emociones en sus investigaciones:–No es raro entender ese sentimiento de vergüenza que puedan tener estas mujeres, porque de alguna forma hay un sentimiento de vergüenza por sentirse atraídas por alguien que ha sido percibido como extraño e inferior. Valeria Ruiz lo sintió. Antes de casarse con Yves Buissereth en Santiago Centro y armar una vida en Lampa, tuvo miedo de lo que fuesen a decir sus compañeras de trabajo en Patronato. –Me daba un poco de cosa que me vieran con él, por el hecho de su color.
Mitos haitianos
Yohana Galaz sabía que existían ese tipo de bromas. Pero otra cosa era escucharlas.–Me gritaban “buena, negrito del WhatsApp. ¡Golosa!”. En 2018 ella, una técnico en farmacia de Valdivia que vivía con sus padres, conoció a Josué Jules: un cocinero siete años menor. Le gustó desde un principio. Pasa que, como repite, siempre le gustaron los negros.–Porque son ricos – dice. La investigadora Marian Bilbado añade que esa caricatura se ha estudiado.–Hay una representación social de que los hombres de raza negra tienen mejores características en su desempeño sexual. Eso tiene que ver con la representación social del hombre como macho. Y en una sociedad machista, eso se acentúa.
A Galaz no le importó eso, ni que Jules no dominara el idioma. Le pareció más relevante otra cosa que aprendió sobre él:–Me gustó que no era bruto ni pasado para la punta. Ya había visto la experiencia de mis hermanas o de amigas y no quería un hombre que me maltratara.Esta no sería una conducta aislada, dice Bilbado.–Es más probable que un haitiano, que tiene mucha distancia cultural, sea más cuidadoso, más atento, más disponible hacia la mujer, porque necesita hacer el doble de trabajo para entenderla.Aunque durante los tres años de noviazgo que tuvieron sí había algo que le preocupaba. Parte de ella pensaba que, tal vez, Jules sólo estaba buscando conseguir la nacionalidad. Yohana Galaz lo escuchaba repetidamente en su casa. Y eso, claro, no mejoró cuando quedó embarazada de una niña.–Le echaron la culpa. Me dijeron que se estaba aprovechando de mí.
Ambos tuvieron que dejar la casa de los padres de Galaz, arrendar en otra parte, seguir trabajando y estudiando y, además, casarse frente a cinco personas en el Registro Civil de su ciudad. Ni el padre ni la madre de ella llegaron a la ceremonia. Eso aún le da pena a Yohana. A Josué Jules le molestaba cuando escuchaba que su matrimonio estaba motivado por segundas intenciones. Porque él, insiste, estaba feliz con Galaz.–A la mayoría de los hombres haitianos nos gustan las mujeres blancas. No importa que sea gordita, flaquita. Porque para nosotros una mujer gordita y flaquita son la misma cosa. Nos gustan las mujeres tal cual. Jules se ganó el aprecio de su familia política trabajando. Hace seis meses abrió un local de comida llamado “La picá del negrito”. Galaz dice que sus hermanos recién ahora le dicen “cuñado”.
El prejuicio del matrimonio por interés está siempre. Le pasó también a Bertho Aseille y Fernanda Astudillo en La Calera y a Claudia Delgado y Peterson Jeudy en Ñuñoa.–Nosotros muchas veces hablamos de casarnos antes –cuenta Delgado–. Pero él quería tener los papeles primero, porque no quería que…Jeudy la interrumpe.–No quería que pensarán que sólo quería casarme por los papeles. En esa clase de respuestas y miedos podría leerse orgullo. Aunque también, como agrega Carolina Stefoni, encargada de Agenda Migración COES, hay sexismo.–La haitiana es una cultura muchísimo más machista que la nuestra, en términos más amplios. La mujer haitiana, en Haití, tiene mucho menos participación en el mercado laboral, menos poder para emanciparse.
Mistral López lo vio hace poco con su marido.–Le llevé chocolates y me dijo que no, que los chocolates son para los niños y para las mujeres. Yo le digo que hombres y mujeres son iguales, pero me dice que no.Por eso mismo que utilizarlas como un vehículo para conseguir bienestar podría ser el doble de conflictivo para ellos. Yohana Galaz, de hecho, ya dejó de temerle a la idea de que Josué Jules se haya casado con ella por eso. Ahora, dice, el problema es otro.–Él no da besos en la calle, porque dice que es feo. Y yo sólo quiero que me dé uno.