El 7 de mayo de 2018, justo al cumplirse un mes de la detención de Luiz Inácio Lula da Silva, uno de los principales exponentes de la Teología de la Liberación, Leonardo Boff, visitó al exmandatario brasileño en la sede de la Policía Federal de Curitiba, donde se encontraba cumpliendo condena por corrupción pasiva y lavado de dinero, en el marco de la Operación Lava Jato. Al salir de allí, el exsacerdote franciscano entregó un recado de “su viejo amigo”, que por ese entonces lideraba todos los sondeos de intención de voto para las elecciones presidenciales de ese año.

“Me pidió que les mandara un recado a los periodistas y que les avisara que es candidatísimo”, aseguró Boff tras la visita que le hizo en prisión al líder del Partido de los Trabajadores (PT). Tres semanas después de ese encuentro, el teólogo conversó con La Tercera y dio más detalles de la visita al petista. “Lula no se siente culpable de ningún delito, confía en esta elección y no piensa en un plan B”, afirmó. Pero en septiembre de 2018 el Tribunal Supremo Electoral (TSE) frustró los planes del exmandatario al inhabilitar su candidatura para las elecciones del mes siguiente, en las que finalmente Jair Bolsonaro se impuso al reemplazante de Lula, Fernando Haddad.

Partidarios de Jair Bolsonaro se dan la mano con una figura de cartón del Presidente de Brasil mientras se reúnen con otros fuera de su casa, en Río de Janeiro. Foto: Reuters

Cuatro años después, cual “ave Fénix”, Lula tuvo su revancha y derrotó a Bolsonaro en las urnas. Y ahora se prepara para asumir su tercer mandato presidencial en enero próximo, en medio de un país profundamente polarizado. “La victoria de Lula tiene una relevancia que trasciende a Brasil”, afirma Boff en la siguiente entrevista con La Tercera, en la que también analiza los desafíos del nuevo inquilino del Palacio de Planalto y el polémico legado del saliente mandatario.

En su opinión, ¿qué significa la victoria de Lula para Brasil?

La victoria de Lula tiene una relevancia que trasciende a Brasil. Hay un auge del pensamiento conservador, de derecha, en el caso de Brasil, ultraderechista y fascista. Se opone a la democracia, hace uso de la violencia, se niega al diálogo y busca el enfrentamiento directo contra quienes piensan diferente, entendiéndolo no como un adversario, sino como un enemigo, que debe combatir y, en el límite, liquidar. Jair Bolsonaro condensó en su figura, actitudes y palabras el conservadurismo de la cultura brasileña, fruto de la colonización y la esclavitud. Las personas fueron tratadas con discriminación y desprecio durante todo el tiempo de la colonia y especialmente durante los 300 años de esclavitud. Bolsonaro amenazó continuamente con un golpe de Estado, pasó por encima de la Constitución y las leyes, y utilizó mentiras y fake news como método de política de Estado. Derrotar a Bolsonaro es debilitar este movimiento que es mundial y que estaba ganando fuerza en América Latina.

Usted visitó a Lula mientras estaba preso en Curitiba. ¿Qué significa, en lo personal, que su amigo esté de vuelta en el poder?

Conozco a Lula desde hace 40 años y siempre he sido su interlocutor junto con Frei Betto. Discutimos las estrategias para combatir el hambre y cómo implementar políticas para la inclusión de millones de personas marginadas. Este es y sigue siendo el gran propósito de la Teología de la Liberación: la opción por los pobres, contra la pobreza, por la justicia social y por su liberación a partir de sí mismos. Siempre compartimos estas ideas que eran religiosas y políticas al mismo tiempo. No sin razón Lula ha testimoniado muchas veces que el propio Partido de los Trabajadores (PT) tiene una de sus fuentes de inspiración en la Iglesia de Don Helder, Don José Maria Pires (Don Pelé) y las intuiciones de la Teología de la Liberación. Vale la pena enfatizar que Lula es una persona profundamente religiosa, no en términos de teología, sino de cultura popular, con una fe concebida y vivida concretamente como un compromiso para transformar la sociedad en la dirección de la justicia social y la liberación de los pobres y los cobardemente mantenidos en la marginalidad.

Luiz Inácio Lula da Silva celebra con su esposa Rosângela da Silva y su compañero de fórmula, Geraldo Alckmin, en Sao Paulo, el 30 de octubre de 2022. Foto: AP

¿Cuáles cree que deberían ser las prioridades del gobierno de Lula?

Las prioridades políticas de Lula son garantizar los mínimos para toda la población, especialmente para los millones desheredados; hoy 33 millones que pasan hambre y que nunca han tenido un papel central en las políticas gubernamentales, casi siempre provenientes de las clases dominantes. Fue el primero en venir desde abajo, rompiendo con la dominación de las élites atrasadas (como postula el sociólogo Jessé Souza) e incluso dentro del sistema del capital, abriendo importantes brechas que beneficiaron a millones de pobres y excluidos. Es importante recalcar, como lo han afirmado los historiadores durante mucho tiempo, que nunca ha existido un proyecto nacional de inclusión de todos en nuestro país. Lo que sucedió fue una conciliación entre las clases dominantes de modo de mantener siempre sus privilegios, ocupar el Estado y su aparato en un proyecto que era de ellos y solo para ellos. Lula intentó romper con este tipo de política de los ricos. Cuando se dieron cuenta de que su política podía ser una política de Estado y no sólo una política de gobierno, dieron un golpe de Estado. Así fue en 1964, 2013 y 2018, cuando fue detenido injustamente por liderar la campaña a la presidencia.

Usted escribió un artículo previo a la segunda vuelta presidencial titulado “¿Qué destino queremos: barbarie o democracia?”. ¿A dónde iría Brasil si Bolsonaro hubiera sido reelegido?

La política de Bolsonaro fue desmantelar todas las instituciones, empezando por la educación, la salud, la ecología y la historia. Se mostró autoritario, ultraderechista con sesgo fascista. Utilizó el odio, la mentira y las fake news como método de política de Estado. Se alió con lo más retrógrado de nuestro país. Su intención era llevar a Brasil a una fase previa a la Ilustración, caracterizada por el desprecio del conocimiento, la ciencia y la civilidad en las relaciones sociales. Sería reducirnos a la etapa de la barbarie, sin el reconocimiento de una Constitución y la observancia de las leyes. Él no estuvo a la altura del alto cargo que ocupó utilizando un lenguaje grosero y comportamientos incivilizados. Durante la pandemia mostró una total falta de empatía por las víctimas, una negación de la gravedad del coronavirus, que se volvió responsable de la muerte de más de 300 mil personas que no necesitaban morir si hubieran sido socorridas con las vacunas que no compró a tiempo y de las que despreció su eficacia.

Una persona con una bandera de Brasil en la espalda se sienta durante una protesta realizada por los partidarios de Jair Bolsonaro, en el Cuartel General del Ejército en Brasilia. Foto: Reuters

En ese mismo artículo usted habla de “rehacer el contrato social” y “rescatar la civilidad”. ¿Qué quieres decir con eso?

Una sociedad se constituye como sociedad y deja de ser una masa informe cuando establece un acuerdo de convivencia pacífica, con principios y normas a los que todos se someten. Es el llamado contrato social que completa el contrato natural que hacemos con la naturaleza y que siempre violamos. Él nos da todo lo que necesitamos y, a cambio, lo tratamos con respeto y cuidado. Pero no lo hicimos. Rompimos este contrato natural, que a su vez afectó también al contrato social, generando una sociedad sin respeto y con grandes desigualdades sociales que se hacen a contramano del contrato social. La civilidad resulta de comportamientos de convivencia pacífica, sin prejuicios ni discriminaciones. Cuando negros y negras, indígenas, pobres, mujeres son tratados sin respeto y hasta con violencia, sea simbólica (con expresiones discriminatorias) o real (violencia física y muerte), ahí se muestra la falta de civilidad. El Presidente Bolsonaro mostró una total falta de civilidad a través de un lenguaje homofóbico, misógino y xenófobo y por verdaderas malas palabras, maleducando a la población, especialmente a los jóvenes. Esta falta de civilidad ha contaminado a la sociedad, en especial a los medios de comunicación social a través de internet y sus diversas aplicaciones.

También habla de “recuperar la democracia mínima”. ¿Cree que hoy Brasil no tiene democracia? ¿Por qué?

Nunca tuvimos una democracia consolidada, sino de baja intensidad. Esto se debe al dominio económico de una pequeña élite, el 10% de la población que posee el 75% del ingreso nacional. Si medimos nuestra democracia por el respeto a la Constitución y las leyes, por la observancia de los derechos humanos y por la participación de la población en los asuntos públicos, parece más una negación de sí misma que una democracia. No en vano, cuando las élites gobernantes se sienten amenazadas, dan un golpe de Estado, generalmente apoyado por los medios empresariales, por sectores de la justicia y las Fuerzas Armadas. Con Bolsonaro, la democracia estuvo siempre bajo la amenaza de golpe, de un abierto irrespeto a sus principios, con la inercia o la omisión de las instituciones que debían velar por el orden jurídico. Frente a sus actos autoritarios y amenazas, se creó un frente amplio y pluralista para defender la democracia mínima representativa, cuando ya se había avanzado hacia formas superiores de democracia participativa, ecológico-social y democracia sin fin. La derrota de Bolsonaro nos libró de una época de terror, violencia estatal y, eventualmente, tortura y eliminación de opositores. Por eso dejamos una gran pesadilla por un tiempo de esperanza y de rescate de la importancia de nuestro país para la propia humanidad, como lo reconocen jefes de Estado y científicos.