Héctor Orellana (38) encontró un momento para dar una entrevista en su nuevo trabajo. Su currículo podía impresionar a cualquiera: luego de salir del Instituto Nacional, se tituló en Geografía en la Universidad de Chile el 2010. Al año siguiente ya estaba haciendo investigaciones con un académico en la PUC, centradas en la formación geológica del Desierto de Atacama. Desde que estudiaba se preguntaba qué había allí antes de que todo fuera piedras, tierra y quebradas. Por eso, empezó a investigar sobre el clima que existía en el desierto antes de ser un páramo árido.
Orellana, durante los cuatro años que estuvo en esa universidad, ganaba 400 mil pesos. “No me importaba, porque mi meta era eventualmente vivir de la investigación y hacer clases en la universidad sobre mi área de estudios”.
Su trayectoria en la investigación ha recorrido toda su vida profesional. De hecho, sólo un año trabajó en el servicio público haciendo asesorías, donde ganó su primer millón de pesos. Pero cuando terminó, decidió lanzarse y postular a un doctorado en Geografía en la PUC.
Para pagarlo, Orellana postuló a una beca. Siguió el curso más común a la hora de hacer un doctorado: solicitar financiamiento al Estado, a través de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID). Esta beca -que tiene una modalidad de estudios en el extranjero y una nacional- consiste en que se financia el arancel completo más un monto mensual de manutención: una especie de sueldo para vivir, considerando que estudiar un doctorado requiere una dedicación prácticamente exclusiva.
Héctor aceptó estas bases cuando ganó la beca ANID. Le iban a pagar el arancel completo con una manutención de aproximadamente 700 mil pesos. Pero había compromisos: uno, era que tenía que terminar su doctorado en cuatro años. El otro: hay que retribuir la ayuda al Estado, idealmente trabajando en Chile durante un período tras terminar.
Todo iba bien. Vivía con su mamá y su abuela en la casa donde creció en Maipú, por lo que lograba hacer rendir la manutención. Pero su investigación se extendió. Tenía que terminar el curso el 2019, y para entonces le quedaban casi dos años de estudio.
Si bien su universidad se comprometió a pagar el arancel que le faltaba, se quedó sin manutención. Y empezaron los problemas.
“El 2020 llegó la pandemia. Y me vi obligado a ver cómo sobrevivir. Tuve que priorizar comer a seguir investigando -cuenta-. Encontré algunas asesorías que me mantuvieron un año, pero después se acabaron. Y quedé sin ingresos de plata”.
Una de sus salidas que barajó, a raíz de la idea de unos amigos, fue meterse en la política. Fue candidato a constituyente por el Partido Ecologista Verde en las elecciones del 2020. “La idea era proteger el medioambiente en la Constitución, pero no tenía ni financiamiento. Repartí panfletos en bicicleta. Pero no salí electo”, cuenta. Lo otro que recuerda es que, dado que es un becario, sus ingresos por manutención sólo eran depositados como una transferencia, sin boleta ni contrato. Por ende, para los bancos les era imposible darle crédito.
Orellana salió a buscar trabajo y se encontró con una gran traba: en las empresas no querían contratarlo. Para unos, estaba sobrecapacitado para los trabajos a los que postulaba. Y para otros, era un trabajador sin experiencia.
“Cuando agoté la opción de mandar currículos a la academia, empecé a mandar a las empresas. Pero me miraban mal. Es que buscan a alguien con una experiencia de unos tres o cuatro años, a pesar de que uno tiene los conocimientos teóricos”, cuenta.
El 2022 -mientras seguía estudiando para doctorarse- su situación era crítica. “Primero pensé en hacer Uber, pero no lo hice. Es que como no tengo auto, arrendar uno costaba unos 120 mil pesos semanales, y si le sumas la bencina, tienes que trabajar muchas horas al día para que sea rentable, y yo necesitaba estudiar también”.
En eso, por Instagram se dio cuenta de que iban a abrir unas canchas de pádel en Maipú, cerca de su casa. Como ya había jugado antes y le gustaba, postuló a un trabajo en esa empresa.
Pero, contrario a lo que jamás hubiera pensado, tomó una decisión antes de enviar su currículum: cuando llegó a la casa ese día, se metió a su computador y borró que estaba cursando un doctorado. Al tiempo lo llamaron. Tenía que trabajar de lunes a viernes a tiempo completo. Le ofrecieron 500 mil pesos por contrato.
Los aceptó.
Un país atrasado
La realidad de Héctor se condice con la de muchos doctorandos en Chile.
Ximena Báez, presidenta de la Asociación Nacional de Investigadores de Posgrado (ANIP), ha querido relevar este tema hace años. Dice que la realidad laboral para los doctorados y posgrados en general es compleja.
“Por un lado, en las universidades, donde históricamente entran a trabajar los investigadores de posgrado, el nivel de inserción está yendo a la baja, porque esas instituciones ya no dan abasto para recibir tanto doctor. Y los que entran, por lo general trabajan a plazo fijo, pero depende en gran medida de la cantidad de proyectos que se ganen”, dice.
El problema es que no sólo la academia no logra absorber la oferta de doctores: el sector industrial y empresarial tampoco lo hace.
Diego Cosmelli, director de la Escuela de Graduados PUC y presidente de la Comisión de Posgrados del Consejo de Rectores, cree que en Chile hay un retraso en cuanto a la inserción de doctorados en la fuerza laboral.
“Estamos bajo el nivel OCDE en cualquier indicador que quieras sobre este tema. Tener un 7% de doctores insertos en la industria es bajísimo. En la Comunidad Europea, un 50% de los doctores se inserta en la industria”.
La razón de esto, cree Cosmelli, es la forma en que está configurado el sector industrial chileno.
“En general, la industria chilena está muy instalada en una lógica de proveer servicios y optimizar esos servicios, o de revender productos, o de extraer recursos. Pero no en generar conocimiento e innovación. Entonces, los tiempos que necesita un doctor para generar conocimiento y resolver problemas que no tienen estructuras simples no están dentro de los tiempos que tiene la industria, que son algunos meses”, agrega.
Jocelyn Olivari, gerenta de Innovación de Corfo, comparte este diagnóstico: “Hace falta un cambio cultural: que las empresas se desafíen a sí mismas a salir de la caja”.
Olivari comparte algunas cifras del sector:
“Al año 2019 había 18.300 doctores en el país (un 37% de ellos mujeres). Sin embargo, sólo el 7% declaró trabajar en el sector empresarial. Asimismo -suma-, al 2019, la tasa de desempleo entre doctores rondaba el 3% en promedio en los distintos sectores del conocimiento, siendo las ciencias naturales la cifra más alta, con un 3,8% de desempleo, que contrasta con las ciencias sociales, que alcanzó un 2,5% de cesantía”.
No obstante, y a pesar del escenario, añade, el país aún tiene un déficit de investigadores: solo hay dos personas por cada mil dedicándose a esto. Poco, comparando las cifras de España y Portugal, también miembros de la OCDE, donde hay 11 por cada mil y 21 por cada mil investigadores integrados a la fuerza laboral, respectivamente.
Olivari entrega una explicación a esto: la falta de inversión estatal en I+D. “Un 0,34% del PIB chileno se destina a este ítem, por detrás del promedio OCDE, que alcanza un 2,3%”.
“Por ende -afirma-, si el Estado no invierte en I+D, las empresas tampoco lo harán. En consecuencia, la demanda por personal calificado no aumentará”.
Desde la ANID aportan más datos: los doctorados que más ganan en promedio son los enfocados en tecnología e ingeniería. Además, asumen que las causas para la baja incorporación de doctorados en el sector productivo son “el riesgo, la desinformación y los costos de hacer I+D”.
El otro retraso evidente, advierten en la ANID, es que deberían haber menos investigadores en la academia y más en la industria. “En Chile la mayoría de los investigadores trabaja las Instituciones de Educación Superior (50% del total). En los países de la OCDE, este número baja a un 30,1% del total. Esto se invierte en el sector privado: en Chile, un 27,5% de los investigadores trabaja en la industria, pero en la OCDE el número asciende a un 63,6%”.
Pero otro de los problemas a los que se enfrentan los doctores es la forma en que está planteado el programa de becas de posgrado en Chile.
Carla Abarca es investigadora y miembro de la ANIP. Luego de estudiar en la PUC y ganarse una beca en Becas Chile, se fue a Canadá, donde se tituló de doctora en ingeniería química en la McMaster University.
Desde allá, comenta que hay algo que no está bien pensado en el modelo de las becas. Se acerca el plazo en el cual va a tener que retribuir la beca que se ganó trabajando en Chile. Pero no lo ve posible. “Es difícil que pueda encontrar en Chile mi trabajo actual. Acá hago ventas técnicas, no es investigación, pero trabajo en la industria. Si vuelvo a Chile a trabajar en esto, no llegaría al sueldo que gano acá”, plantea. Agrega que “las plazas en las universidades también son escasas. Hay que jubilar a alguien para entrar, y por lo general se llenan con los académicos que ya hicieron redes en Chile”.
Para Carla Abarca, además, hay otro problema: “La forma en que está planteada la beca es absurda, porque ni siquiera te exige trabajar en Chile. Te pide sólo residir físicamente en Chile. O sea, puedes volver, mirar el techo y eso significa retribución. Hay algo que está mal pensado”.
Ximena Báez, de ANIP, dice que no es raro que haya casos de doctores que han tenido que volver a Chile desde el extranjero y no han podido insertarse en un cargo acorde a sus estudios. Y que para parchar eso han tenido que recurrir a oficios.
“Tenemos hartos compañeros que tienen que volver para hacer la retribución de Becas Chile, pero vuelven y no hay nada claro. Al final han terminado trabajando de Uber o Didi mientras encuentran trabajo. O haciendo clases en colegios, u ofreciéndose incluso para cuidar niños. Porque si ya eres un profesional, te la tienes que buscar donde sea”.
Vender bebidas
Lo que lamenta Héctor Orellana es que siente que el sistema le prometió algo, pero después no lo cumplió. Gracias al esfuerzo de su madre y su padre, que manejaban un furgón escolar, logró salir adelante y entrar al Instituto Nacional. Luego, por su empuje y dedicación al estudio, llegó tan lejos que estudió un año en Estados Unidos. Luego publicó papers y libros.
Eso contrasta con su realidad actual. Cuando le ofrecieron el trabajo en el club de pádel, Héctor pensó que iba a trabajar de administrativo, manejando el área de finanzas. Pero no.
“La pega al final era de turnista. Tengo que vender bebidas o gatorades, arrendar las canchas, armar equipos de pádel, publicar cosas en redes sociales. Luego, cuando se acaba el día, cierro las canchas, reviso los baños y hago aseo si es que hay que hacerlo”.
Aunque está agradecido de su trabajo, cuenta que le hace pensar en cosas frustrantes.
“A veces digo: soy un científico, estoy haciendo un doctorado, hago clases, ¿qué hago todo el día en el celular tomando canchas? Eso me hace sentir incómodo. No me da vergüenza, porque sé que la vida tiene cambios y no todo es tan lineal. Pero a veces digo ‘oye, debería estar en un laboratorio. O hay una charla buena, y tengo que estar acá’. Entonces, se vuelve incómodo”.
Esos pensamientos se han tornado problemáticos a ratos. La ansiedad de que tiene que sacar su doctorado, pero al mismo tiempo trabajar y pagar cuentas, le provoca un estrés muy grande. A veces se encuentra estudiando o leyendo en medio de una jornada laboral.
La realidad de Héctor es el prejuicio al que se enfrentan muchos estudiantes de posgrado al querer buscar un trabajo en Chile.
“El otro día hicimos un seminario -dice Cosmelli- con gente que trabaja en industria y nos decían que hay una creencia de que el doctor está en el aire, pensando en cosas voladas. Es un estereotipo de que no está generando valor inmediato. Pero lo que hace falta es entender que esto requiere una perspectiva de largo plazo”.
Olivari, de Corfo, cree algo similar.
“Las empresas tienen que dejar de pensar que la innovación es un hobbie de país rico, cuando en realidad la innovación es la que en parte genera riqueza a países más avanzados. No es algo que hace sólo la NASA”, afirma.
Orellana, por mientras, ha recurrido a terapia psicológica para procesar su situación. “Es que ha sido complejo: me he cuestionado todo lo que he hecho. Pienso que he tomado malas decisiones -dice-. Lo otro que siento es un poco de frustración. Porque a veces me siento estafado. En la vida siempre te dicen: tienes que sacarte buenas notas y estudiar para que te vaya bien. Y yo he hecho todo eso, pero no es así”.
Héctor suma otro pensamiento a esto.
“Siento que estoy entregando mucho y recibo poco a cambio. Soy alguien que ha publicado libros y papers. Le he aportado conocimiento a la sociedad. Entonces, creo que debería merecer financieramente algo mejor -se queja-. Pero igual uno tiene que ser humilde y aprender del proceso”.
Son las 6 de la tarde y a Orellana lo están llamando. Tiene que empezar a recibir jugadores y a organizar la tarde en el club. Debe irse. Cuando llegue a su casa, va a seguir avanzando en su investigación sobre el Desierto de Atacama y su formación geológica. Cuando habla de eso, se pone contento: ha habido avances.
“He descubierto que en el desierto, hace unos 50 mil años, antes de que llegaran los humanos a América, había grandes humedales y megafauna. De hecho, yo descubrí que había más al sur de lo que todos pensaban, a la altura de Chañaral”.
Orellana, dentro de todo, aún guarda un sueño.
“Lo primero que haré cuando tenga el doctorado va a ser tratar de devolverle a mi mamá todo lo que me ha ayudado... Y para mí... mira, no pienso tanto en darme lujos quizás algún viaje…”.
Orellana lo piensa de nuevo. Y dice:
“Lo único que quiero a esta altura es poder dedicarme a lo que estudié”.