La Copa del Mundo ya lleva dos semanas y, según indican los expertos, sería uno de los eventos deportivos más caros de la historia. La inversión de Qatar en el torneo y su infraestructura estaría llegando a US$ 200 mil millones, superando por lejos el costo que desembolsó Rusia por el Mundial de 2018.
Considerando eso, el retorno a corto plazo parece impensable, pero el emirato parece no visualizar esos términos: buena parte de las construcciones hechas por el país ya estaban dentro del proyecto “Qatar National Vision 2030″, como la remodelación del aeropuerto y el Metro de Doha.
Pero no todo han sido gastos durante el evento deportivo: tan solo en estas dos semanas, el país con la tercera reserva de gas más grande del mundo firmó acuerdos con China, Alemania y Estados Unidos.
Potencia energética
Se trata nada menos que del contrato por gas natural licuado (GNL) a más largo plazo de la historia: durante 27 años, China le comprará cuatro millones de toneladas anuales de GNL a Qatar, en un acuerdo que se cerró el 21 de noviembre, al día siguiente del inicio del Mundial.
“La empresa de petróleo y gas qatarí, Qatar Energy, firmó hoy un contrato de compra y venta con China Petroleum and Chemical Corporation (Sinopec) para suministrar cuatro millones de toneladas anuales de gas natural licuado”, señaló el ministro de Asuntos Energéticos, Saad Sherida al-Kaabi, en una conferencia ese mismo día.
Qatar comparte con Irán el yacimiento de gas natural conocido como “North Dome”, que es considerado por la Agencia Internacional de la Energía como el mayor del mundo.
A la semana siguiente fue el turno de Alemania, que firmó un acuerdo un tanto menor: 15 años de gas licuado. La idea sería sustituir los suministros de gas ruso, que tras la guerra de Ucrania se vieron interrumpidos.
No se habló de montos, pero el trato supone el envío de hasta dos millones de toneladas de gas a Alemania, a través de una terminal que ya se está construyendo en Brunsbüttel, al norte del país. Berlín no ha recibido gas ruso desde agosto, y con tratos como este pretende evitar la dependencia energética que tenía con Moscú.
Respecto de ambas negociaciones, Saad Sherida al-Kaabi declaró a la prensa: “La reciente volatilidad ha llevado a los compradores a entender la importancia de un suministro a largo plazo, que esté fijado y que tenga un precio razonable a largo plazo”.
En la misma ocasión, defendió la al gas licuado como una “solución que tiene la menor intensidad de carbono”. “Ni el viento sopla todo el tiempo, ni el sol brilla siempre”, aseguró el ministro qatarí.
Este martes, por su parte, el secretario de Estado norteamericano Antony Blinken realizó una visita a Qatar, en la que selló un acuerdo con aires un tanto simbólicos: precisamente en el entretiempo del partido entre Estados Unidos e Irán, se anunció que Washington le vendió armas por US$ 1.000 millones a Doha.
El anuncio, hecho por el Departamento de Estado, señaló que la venta “respaldaría la política exterior y los objetivos de seguridad nacional de Estados Unidos al ayudar a mejorar la seguridad de un país amigo que continúa siendo una fuerza importante para la estabilidad política y el progreso económico en Medio Oriente”. Entre los equipos comprados por Qatar hay 10 sistemas de drones defensivos, 200 interceptores y equipos relacionados. “Mejorará la capacidad de Qatar para hacer frente a las amenazas actuales y futuras al proporcionar capacidades de derrota electrónica y cinética contra los sistemas de aeronaves no tripuladas”, indicó el comunicado de la secretaría norteamericana.
Ya se esperaba el avance en este tipo de acuerdos, luego de que en enero el Presidente estadounidense, Joe Biden, declarara a Qatar un “aliado importante fuera de la OTAN”, estatus que también le dio a Colombia. El país árabe hospeda Al Udeid, una base militar que funciona como sede central de las fuerzas norteamericanas en Medio Oriente, también conocida como Centcom.
Esta designación puso a Qatar en el mismo rango que Bahrein y Kuwait como países del Golfo bajo ese estatus. Esto le dio a Doha un acceso preferencial al equipamiento y tecnología de Estados Unidos, además de prioridad en cooperación relativa a entrenamiento de las Fuerzas Armadas qataríes.
Además de los acuerdos comerciales, el Mundial forzó la apertura inédita de un vuelo directo nunca antes visto: el primer Tel Aviv-Doha, que conecta a Israel y Qatar, dos países que no tienen relaciones diplomáticas entre sí. Aunque no se acostumbra que los israelíes puedan visitar el emirato, parte de un trato con la FIFA para albergar el torneo fue el de permitir la entrada de ciudadanos de ese país.
Sin embargo, los vuelos directos no eran parte del plan: fue en noviembre recién que se supo sobre esto. La apertura de aquella ruta también venía con condiciones, por parte de la FIFA, a Israel: se permitiría solo si los palestinos también pudieran volar en estos aviones. Normalmente, los palestinos de los territorios ocupados no pueden volar desde el aeropuerto de Tel Aviv, ya que necesitarían un permiso especial de las autoridades israelíes.
“Pero con un boleto para el Mundial será más fácil para los palestinos obtener el permiso para viajar desde Tel Aviv, luego de pasar los controles de seguridad”, reportó CNN. El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, señaló al respecto: “Con este trato, israelíes y palestinos podrán volar juntos y disfrutar del fútbol juntos”.
De todos modos, más que réditos económicos, lo que buscaría el país árabe con la organización de la Copa del Mundo va más allá. “Pienso que Qatar no busca principalmente el efecto económico, sino más bien el reconocimiento exterior”, comentó Carles Murillo, presidente de la Sociedad Española de Economía del Deporte, al diario El País. Así, en lo que se conoce como “soft power”, el régimen de Doha buscaría un lavado de la “imagen tradicional de un país árabe”.
“Las autoridades qataríes están ejerciendo su poder blando, colocándose una vez más en el mapa mundial y proyectando su influencia mucho más allá de sus fronteras, a pesar de ser un país tan pequeño en términos demográficos y geográficos”, comentó a comienzos de noviembre a La Tercera Andreas Krieg, profesor titular en la Escuela de Estudios de Seguridad del King’s College de Londres y miembro del Institute of Middle Eastern Studies.